Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de Manuel Arce Figueroa

Manuel Arce Figueroa, conocido por su seudónimo «Marfil», nació el 3 de octubre de 1909 en Palmira, Valle del Cauca, Colombia. Este destacado poeta y periodista dejó una huella perdurable en la literatura colombiana del siglo XX. Fue un apasionado creador que trascendió en sus escritos las fronteras de su tiempo y su región.

Comenzó su camino educativo en la escuela de los Hermanos Maristas y posteriormente se graduó en el colegio público Ricardo Cárdenas de Palmira. Su búsqueda de conocimiento lo llevó a estudiar derecho en la Universidad del Cauca, en Popayán.

Arce Figueroa no solo demostró su compromiso con las letras, sino también con su nación. Sirvió como soldado del ejército colombiano en el Batallón Pichincha y más tarde en la defensa de Colombia durante el conflicto colombo-peruano. Además de su servicio militar, también se involucró en la política y desempeñó diversos cargos públicos, como personero, inspector de policía y alcalde en varios municipios de la región.

Su pasión por la poesía lo llevó a crear obras líricas de gran belleza y profundidad. Su poema «La Violeta lustral» recibió el elogio de nada menos que Pablo Neruda durante un encuentro en el Ateneo de Santiago de Chile. Arce Figueroa también incursionó en el periodismo y la literatura política, contribuyendo con columnas y ensayos en varios diarios y revistas de la época.

En la década de 1960, se involucró en la lucha por el reconocimiento de los excombatientes del conflicto colombo-peruano, demostrando su compromiso social y patriótico. Su poema «El Canto al Líbano» ganó reconocimiento y premios, y su legado literario sigue siendo celebrado en Colombia.

Manuel Arce Figueroa falleció el 17 de noviembre de 1987 en Cali, dejando un legado de poesía rica en sentimientos, un profundo amor por su país y un compromiso inquebrantable con la justicia y la verdad. Su obra continúa inspirando a las generaciones venideras, recordándonos la importancia de la literatura como un vehículo para expresar la identidad y el espíritu de una nación.

Mi pipa

Yo tengo una pipa,
Es una pipa de vagabundo
de lobo de mar
de atorrante.
Cuando el viento peina sus cabellos rubios
con sus garfios de acero,
se inicia un silencio
Asombroso y triste
en la carretera crispada de barro,
de amarillo y de piedra.
Que se repica en las paredes blancas
de las casas de los pobres
donde miden su vuelo redondo
chapolas de cenizas.
Esta pipa, esta mí pipa…
arrogante como la chimenea de los barcos
como las seis y media de la tarde
en las fábricas
Como el bostezó pétreo
de las minas de carbón
como la boca de una pistola
que humea
junto al cadáver de una
mujer de pelo rojo
Esta pipa mía,
propia como para un discípulo
de Miguel Baccani
no es la pipa conéxica
de los vendedores de baratijas
ni la pipa de ridículo
de humildad de los mendigos
de las calles céntricas
Mi pipa
tiene el color taciturno
de los vinos antiguos
y la costa querida
de los grandes toneles
Está pipa mía
que vigiló en Dakar
la borrachera de una dislocada bailarina
que tenía un esqueleto forrado en betún
se nutrió de Opio en Nanquín
ahumó los colmillos
de un marinero ruso
que murió de escorbuto
en un barco noruego
y que rechazaron los tiburones
Porque su carne…
tenía un horrible amargor de tabaco.
Pipa de trashumante
que fastidió con su humo gris
el silencio estático de Mahatma Gandhi
en Calcuta
Recuerdo muy bien
me la obsequió un irlandés
que tenía la cara llena de pecas
Una noche en un suburbio de Cartagena
le pagué sus tandas de ron
—Consérvela usted, me dijo
me la dio en Chile
un capitán de un barco chino
a cambio de siete gramos de coca
Me la dio con su historia
porque esta pipa mía tiene historia marítima
—me decía el chino
que la había encontrado
en la maleta de un cocinero ruso
una noche del mar Nórdico
mareado de espuma y tabaco
se había arrojado al mar
desde un mástil
En tanto que el marino Irlandés
le contaba la historia de esta pipa…
un hilito gris
se le escapaba por su boca
en tierra firme
como solicitando un espacio en el mar.

A mi tierra nativa

Enjambre de paisajes esparcidos,
villa de eternidad sobre mis venas,
Surco en el viento y en amor colmenas
que van tras de los siglos y los nidos.

Joyel de mis recuerdos escondidos,
guardados entre dichas y entre penas.
En esas plazas silenciosas buenas,
con sus torres de cánticos floridos

y cuya luz perenne y seductora
que alumbró la mañana de mi vida,
fue mi celeste y misteriosa aurora;

como un himno de incógnita dulzura
mi alma encontró felicidad cumplida
de adoración y de filial ternura.