Reseña

Flor Loynaz Muñoz «Beba», entre la mujer atemporal y la poesía laboratorio

Portada del libro La familia Loynaz y Cuba

Persigo este objetivo titular, releo a Flor Loynaz, indago, y aclaro que mi inicio no va entre ideas cien por ciento sucedidas. El texto por lo tanto más bien prefiero transitarlo, y ofrecerlo, de lo inexplicable al mencionado fin. Esta verdad de su vida1 ha mutado más bien en leyenda, de tal manera que no sé en cuál segundo distraído cruzó la propia frontera de lo real y se contempló en lo maravilloso ¿Hasta dónde ha evolucionado su figura? ¿Dónde se desbordó de su mismo contexto? Cada vez que me asomo a algo sobre Flor, salta que su originalidad es la causa que ha hecho de cualquier suceso un relato folclórico alimentado de elementos que podrían ser de ficción, y la colocan todo el rato en un aire irreal, pero que por su esencia personal perfectamente son también verídicos ya que la base lo es. Por lo que lo atribuyo a que más bien parece la vida de Flor en desarrollo aún, en crecimiento perpetuo. Todos los que se han acercado, y los que no ahora sabrán, que entre la verdad que fue y la que es, van haciéndola crecer en interés, y queda mucho por descubrirse entonces. Y meditando más bien lo alabo ¡Es excelente! Todo acercamiento a Beba se fusionará abriendo las nuevas formas de estudio que su gran persona merece. Y por lo tanto, se verá perennemente realizado el deseo de su hermana Dulce María, de que su ser y su obra, ocupen el lugar que merecen en la poesía de Cuba e Hispanoamérica. Yo entonces estaré a los pies del anhelo de la escritora y contribuiré a ello con lo que acá plasmo y siento. No seré para nada falaz. Sí objetivamente subjetivo. No hay otra manera de acercarse, o de respetar.

Flor Loynaz Muñoz hoy ya no está, sin embargo si se acerca a ella sentirá que esa luz todavía pulula, y no tímida; que domina los espacios físicos y escriturales por los que vivió, y que casi es tangible ¿Fue una figura a destiempo? ¿No le llega el fin ese 22 de junio de 1985, y todavía continúa su majestuosidad por esta Cuba que aún le debe?

Tuve una educación cubana en revolución: materialista, alejada de toda tendencia religiosa, o mística, e ilusoria en la conformidad del hombre nuevo. Lo refiero para darle explicación a lo que voy a decir y que mucho tiene que ver a partir de ahora con Flor. Dado estos antecedentes generales, y el de muchas generaciones, seguido coloco estos otros: desde el año 1999 hasta un 15 de julio del 2004 estuve yendo todos los días laborables que un mortal debe cumplir, y muchos fines de semana también, a la calle 212 esquina 31, Reparto La Coronela en el Municipio Habanero de La Lisa, donde desde el 4 de diciembre de 1985 funge la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano; antaño la Quinta “Santa Bárbara”, la mítica casa de Flor. Aún mantiene su nombre original, el Premio Nobel de Literatura colombiano Gabriel García Márquez y presidente de la FNCL hasta su fallecimiento en el 2014 quiso que así fuera, se dice, tal vez está en alguna parte plasmado, desconozco. De lo que si no tengo dudas y es muy cierto, es que la estirpe Loynaz, y lo que ha significado para Cuba e Hispanoamérica viene indisoluble con los lugares donde vivieron, porque ahí hicieron patria y cultura. Y la Quinta “Santa Bárbara” fue ideada por Flor, y materializada, por quien fuera muy poco tiempo su esposo2 el arquitecto inglés Felipe Gardyn. De “Santa Bárbara” me conozco cada rincón, cada madera y cada arreglo. Allí, y solo lo digo ahora, comencé a dudar de la tendencia de mi educación ya que me era muy evidente a medida que iba conociéndola, y quiero a partir de ahora sin dudas personificarla, que había en Ella algo más que lo que se veía. No digo un espíritu ni nada parecido, digo un algo más que con los años fui concretando, y hoy la evolución del mundo me lo aclaró, o la mía, pero lo fui descubriendo a partir de Ella, y es la energía. La Quinta era rica, curiosa y viva energía. La casa respiraba, la casa era Flor. Como que estaba en un perenne estado de pre borrachera. Y otros días como que se manifestaba de llegar de paseo. Era y es. Todo persona que vi ahí a diario o de paso, y por ser el lugar que es vi a muchos intelectos gloriosos, como que la Quinta los recibía, y cada una dejaba y se llevaba inconscientemente algo, y esto le daba a Ella esa euforia inexplicable, constante en singularidad y alegrías. Siempre. Éramos a diario personajes tomando la forma que Ella nos planificaba según sus días. Las ideas que surgían para el trabajo de la FNCL eran de una segunda generación del pensamiento: Flor recibía e ideaba; las personas iban a hacer lo suyo y esas propuestas intelectuales tan creativas eran el fruto de lo que su proceso mental había planificado minuciosamente para el disfrute en su Quinta. Todo muy inexplicable y mágico.

Defiendo que Flor, activa, habita la Quinta “Santa Bárbara” desde lo conocido y desde lo no en su mundo particular, fecundo.

Y de momento no asombraba. Me acostumbré a que fuera natural ¡Me convivía! Y a su alrededor, todo ese predio, toda esa vegetación, esas salidas y entradas, esa tierra, esa fauna, era su cabellera. Ojo que era un derredor joven en sentido etario, lo definiría como en nacimiento perenne y movido: plantas en constante germinación, cachorros por doquier, calles recién mojadas siempre y en su paso el enigma de qué o quién llegará. Y como cualquier ser vivo tiene su aroma, el de Ella era a humedad, a la dulce humedad del tabaco combinada con ese olor extrañamente fugaz del fósforo.

Esto que acá digo es completamente real. No pretendo vender algo. No intento que se suba nadie al carro de la videncia.

La Quinta “Santa Bárbara”, la casa de la poetisa cubana Flor Loynaz Muñoz, aún asoma a Beba en nuestras vidas y ambas lo continúan gozando. Quizás está todavía donde debe porque fue, desde la primera mitad del siglo pasado, una de las primeras mujeres que comenzó a vivir, por sus maneras, en esta contemporaneidad. Nació para transitar más lejos del tiempo físico que le tocó, por lo que le continúa al 22 de junio de 1985, intemporal, esperando a gente entre las amplias puertas y ventanas de la Quinta “Santa Bárbara”. E irremediablemente tuvo que ser así ya que además tenía que ser el cuarto apoyo de esa mesa Loynaz que puso encima suyo la herencia del sueño libertario, y el montón de escritos que definieron a la isla y la colocaron en un lugar privilegiado dentro de las letras latinas, desde inicios del siglo XX.

Y FLOR: EN LA POESÍA LABORATORIO

La poesía de Beba no tiene nada de lo que la primera mitad de su siglo produjo ya que no viene ni va a las cubanas causas, y del siguiente tampoco ya que por elección, o temática, no participó.

Para Flor la poesía fue el habitual laboratorio en el cual se movió.

Utilizo este término ya que está fuera de todos, como la poetisa. Con la palabra alejo el oficio entiendo, pero más bien encuentro que el vocablo laboratorio califica a sus poemas, los cuales están dotados de la virtud de ofrecernos que lo usual fue su motivo, y no precisamente lo más imprescindible, y cómo a la subjetividad de su lírica le fue mejor la hechura de sus guerras propias y no la de las causas comunes. Por lo que a la poesía de Beba, que fue única al encontrar su rumbo y al cual más adelante me referiré, me es fácil ubicarla en un antes y un ahora paralelo ala poesía cubana del siglo XX y XXI. Cuando era escrita en la primera mitad del siglo biológica y geográficamente pertenecía y no; cuando en la segunda se le desata más agudo su verbo laboratorio alimenta sin saberlo aún más la variedad de ejes temáticos con su propuesta unipersonal; y ya transitando por el siglo XXI, continúa en la misma tónica de aún respirar, reviva, porque para nada le puedo restar, por supuestísimo, el desafío de trasfondo de su manera de vida identificada hoy cien por ciento con los anhelos de la mujer actual, y que solo mencionaré acá sin interés de adentrarme.

La poesía fue para Flor el laboratorio en el cual combinó su ingeniosa palabra con el muy preciado mundo de las cosas y seres que pasan micro. Sus versos encontraron en esa reacción química la fórmula. Una poesía que, como ninguna otra sin lugar a dudas, da visibilidad a lo que sucede sin que nadie lo note. Reproduce lo ordinario en el fenómeno de su lírica, siendo el material del cual se inspira. Y al rodearnos tantos seres y cosas produjo siempre, por lo que el descubrimiento de su vasta palabra aún está por llegar.

Para dar una forma a partir de aquí es necesario aclarar que no posee deslinde alguno ya le fue ajeno cualquier intento de continuidad, organización o publicación. Por lo que es imposible trazar principios y fines. Se asevera que comenzó a escribir de niña, sí; y que hasta el fin de sus días continuó sobre cualquier formato, también cierto2

Seré cronológico entre tanteos y logros: en la primera mitad del siglo XX, el primer acercamiento que tuvo a su lírica y el cual rechaza fue el de Juan Ramón Jiménez3 cuando publica La poesía cubana en 1936 e intenta incluirla; en la segunda parte de la centuria Max Henríquez Ureña4 alcanzó a mencionarla en su Panorama de la Literatura Cubana editado en La Habana en 1963; seguidos vendrían  otros intentos, los cuales sí resultan cuando Dulce María Loynaz y demás estudiosos se afanan, pero deben entonces pasar casi veinte años para que en 1984 Alejandro González Acosta logre que la revista Letras Cubanas publique Los Loynaz: textos inéditos; luego el crítico cubano Pedro Simón realiza la compilación y las notas para que en 1989 en La Habana vea la luz el título Poesía de Flor Loynaz; después en 1995 es editado en España una compilación de la obra de los hermanos Loynazpor la Excma. Diputación Provincial de Valladolid y la Fundación Jorge Guillén bajo el título de Alas en la sombra y con nota de Dulce María Loynaz; y por último en 1997, según tengo información, las Ediciones Hermanos Loynaz de Pinar del Río en Cuba publican Como estrella escondida: poesía.

Algo de sus textos ya impresos puede encontrarse en internet ya que han sido reproducidos, aunque realmente muy poco. Se encuentra más un manojo de artículos resaltando para bien su personaje legendario dentro de la poesía cubana e hispana. Por lo que para su disfrute y estudio hay que ir todavía, y felizmente en un sentido, a la magia del papel físico, o del lápiz para los aún más curiosos.

Con lo antes ya anunciado fue única al encontrar su rumbo y al cual más adelante me referiré… comenzaré a repasar la evolución de su derrotero hasta acuñar su poesía laboratorio y desplegarla según vivía.

La lírica de Flor que aparece en su adolescencia está para nada emparentada, ni aun intentando ver alguna evidente continuidad, con la que luego le haría ser la gran poetisa que es. Emociones y pensamientos de típica jovencita, según la época y lo permitido, es más bien lo que se lleva al papel. Cómodos versos que aislados de su historia son poco rescatables. No dan ni de soslayo el aroma del puro ron que después ofreció. En 1924, en plena adolescencia escribía para sí:

El mismo camino

Hay que ir siempre por el mismo camino.
Sobre la misma tierra, bajo los mismos árboles.
Hay que ir siempre por el mismo camino
que yo sola he cruzado
¡y llegar hasta ti!
Y llegar hasta ti, con los ojos deslumbrados
de la luz azul de todos los amaneceres pálidos
¡y llegar hasta ti!
Para luego alejarme
por el camino… llenos los ojos de la tarde…

Leyendo los tres primeros versos, se podría prescindir del tercero y la fuerza del cuarto y quinto verso sí se notaría. Flor utiliza en su aprendizaje el recurso innecesario de hacer lo mismo entre el título, el primero y el tercero y repite nuevamente el recurso en el quinto, sexto y octavo verso que igual opaca. Pierde con ello el texto.

Pero leamos de 1926 como iba limpiando su poesía:

Lleno de luz

¡Lleno de luz está mi corazón!
Amo a la más mustia de las rosas;
a la estrella más lejana… Amor
que se va apagando con la tarde,
amor que el aire lleva como una canción.

¡Amor que aunque se aleje o se me apague
deja lleno de luz mi corazón!  

No solo va dándose cuenta de que menos es más al no caer en el mismo error, sino que va goteando la sustancia que luego inunda su obra con el complemento la más mustia dentro del sintagma verbal y va entendiendo el oficio. En general se percibe el aprendizaje en desarrollo porque demasiado amor afloja el texto y hace perder la robustez que podría tener.

Veamos, para ser justo, un poema de su hermano Carlos Manuel de 1922.  Flor hermana menor mujer, Carlos hermano menor hombre y ambos textos escritos con la misma edad:

Azul todo, todo
en la tarde cálida.
Azules los cielos
y azul en las casas.
Azul de la piedra
azul, torres chatas.
Azules los puentes,
y azul la montaña.
Azul, horizontes,
azul, tierras bajas.
Azul, cielo en fuegos,
azul, agua mansa.
Azul que se aviva
y azul que se opaca.
Azul todo, todo
en la tarde cálida.
Azul todo y todo…
y azul nada, nada;
¡azul que penetras,
azul, toda el alma!

En repetir términos no está el error. Acá la anáfora es el recurso que prima, y del cual se vale para dar grosor y fortaleza a lo que desea plantear. Reitera cada vez sin molestar, sin hacer disipar el interés del lector. Ambos repiten términos, Carlos los sabe colocar, Flor lo está descubriendo con tropiezos.

Me torno al verso referido Amo a la más mustia de las rosas, para muchos podría pasar sin penas ni gloria y hasta con un por ciento bien alto de cursilería pero no es el caso. Entrando ya a la juventud con sus dieciocho años dice en él a dónde irá la vista de sus ojos y en cuáles lugares pondrá su corazón. A partir de aquí aparece Flor, no en oficio, evidente, sí en asunto, de ese suspiro de ron nada aún llega pero se siente algo de sed.

Leamos cómo un año más tarde ya domina la escritura y estar dentro de la misma temática amorosa nos ayuda a aclararlo:

No existe ningún muro

No existe ningún muro entre nosotros,
si existiera
con más o menos trabajo al final lo derribara.
No existe abismo alguno entre nosotros,
si existiera
todo amor tiene alas.
No es tampoco que estemos tan lejos
puesto que toda distancia
por muy grande que sea tiene un límite.
¡Y lo que tiene límite se alcanza!

Pero no es distancia ni muro
ni abismo lo que nos separa…
Es un frío infinito, inexorable
-el frío de la Vida más que la Muerte helada-.
Tú y yo -cómo suena triste ahora-,
tú y yo, nos miramos cara a cara
sin amor, sin dolor y sin reproche…
Los dos tenemos frío, ninguno tiene alma.

En esta versada batalla entre ellos de camino, luz, muro y abismo está claro que tira el anzuelo dentro de aguas románticas adolescentes pero entre entrenamiento y entrenamiento, del que tengo noticias, recién en estos diecinueve años pesca algo ya importante dentro de lo que escribirá.

Y llega su majestad Flor Loynaz Muñoz a la segunda década, con dos poemas referidos a personajes bíblicos pero vistos, a partir de 1928, junto con todo lo demás que ofrecería, con ese ojo de testigo-subjetivo absoluto el cual nunca más se le nubló. Labora progresista y mordaz ante un tema religioso que siempre ha estado ahí, y que su clínica observa y reacciona dejándolo originalmente resuelto a su pinta, como paciente con tratamiento:

Abel

Abel fue rubio como las rosas bajo el sol.

(…)

Abel cultivaba la tierra
pero el sol no tostaba su piel.

Abel nunca estuvo enamorado,
sonreía siempre sin saber por qué

(…)

Y murió joven, osado, rubio… ¡Sin llegar a
comprender!

Caín

(…)

Sus cabellos eran lacios y negros;

(…)

Caín -aunque vivía de la caza- ignoraba
qué cosa era morir ni matar.

(…)

Su crimen fue: ser fuerte ¡estar predestinado!
Huyó lejos y nadie lo volvió a ver jamás…
Sólo el sol…

Cada poema es lo del aparente hijo bueno e hijo malo que la historia bíblica nos ofrece. Y en el transcurso Flor suma como el mundo interior se supedita a los sucesos del exterior y deciden el porvenir de cada cual, lo usual. Pero el temple de ánimo de su hablante el lector lo percibe mellado, de indiscutible ex luminosidad católica. Su ojo para con este suceso puntual le da el derecho bien particular de conjugar la lírica del tema, desde lo material y lo espiritual, con una escritura que experimenta novedosa por su conclusión para con una historia tan llevada y traída y punto. Ojo y mucho reflector con esto, la lírica sobre temas religiosos de Flor va más ávida y contemporánea que la de poetas de su época y más veloz que la de los críticos y antologadores del misticismo y la religiosidad de su siglo. Su deber para con lo escrito muestra una fe activa y con bastante actualidad social, ya que la atiende cuestionadora e implícitamente necesaria a replantearse.

Confirmémoslo en este fragmento de Angelus escrito en 1930 cuando la oveja descarriada regresa sumisa a su redil y sucede en el soneto que:

La oveja se ha acercado humildemente
hacia el viejo pastor, que indiferente
sólo calcula el precio de su lana.

Ella la pena expresa en un balido.
Y Dios que siempre al manso ha respondido.
le contesta en lenguaje de campana.

Un poeta como su hermano Enrique Loynaz Muñoz, interesado entre los 16 y 20 años en una poesía inclinada a la fe, escribe sin embargo:

Tú estás en el misterio de las rocas calladas,
por eso amo las rocas;

y en el misterio de las alboradas,
por eso amo la luz…

Recurso el camino sobre mi teoría y comienza Flor explícita a regalarnos la puntualidad del objeto poético. Estrena la originalidad de muchos términos insertándolos líricos en sus poemas laboratorios. Combina al género literario con la dimensión del mundo que le interesa.

Y en la medida que pasan los años va aún más puntual aterrizando su interés, léase:

Mi novia es el sol…
Y mi amor
es como una sombrilla de encajes
entre mi novia y yo.

1930  

Orquesta

Mi amor no es el arpa que canta
ni el laúd que tiembla y que llora.
No es la lira de pura línea
ni el violín que retoza.
Mi amor no es tampoco el tambor hondo
que ruge y reposa…
No es la flauta de agudas espinas
en sus notas
ni el violoncello anciano cuya música
suena como el recuerdo de alguna cosa.

No es el piano rico de armonías
como un torrente de gotas sonoras…

¡Mi amor retumba en las Trompetas Finales
que no habrán eco entre las cosas!

193…

Entre esos años 30 Beba tiene una fertilidad escritural fuera de serie. Toma de aquí y de allá, de todo lo que le rodea, hace un mejunje poético único. Su interés se vuelca a su entorno más cercano de manera definitiva y no hay dudas de que su ángel no procede del cielo sino de la tierra:

A Gabriel Castaño

Castaño: Tú eres como un ombligo enorme y
siniestro.
Tú eres como el ombligo de un gigante muerto…

(…)

Más que la fosa eres profundo… y en tu hueco
se arrastran los gusanos de todas las putrefacciones del
mundo.
¡Ombligo trágico del Universo!

1935

A la Bovina

(agradeciéndole su valiosa
colaboración en los momentos difíciles)

El motor suena
bajo y hueco:
es raro que el motor de la máquina
suene a mar.
¡A mar! A ola suena el hierro.
Las gomas están tensas,
las ruedas comienzan a girar en silencio;

(…)
El asfalto de la calle
ha robado al amanecer un gris ligero.
¡Asfalto de la calle, roto a trechos!

Y además dedicado este soneto al mismo objeto, con evidente culto a su función:

A la bobina: Mi fiat de 1930

Muéstrate indiferente o refractaria
al elogio que tienes bien ganado:
pues que sin duda aquel que te ha elogiado
desconoce tu alma extraordinaria.

Alma que de manera involuntaria
a la par que tu hierro se ha forjado:
el alma de un titán encadenado
grande y sumisa está en tu maquinaria.

Temo que te rebeles algún día
cansada de mi frágil tiranía.
En tanto vas veloz cuando yo quiero

sin que nadie jamás ose alcanzarte.
¡Y yo con los demás soy a envidiarte
pues te envidio el corazón de acero!

1935

Extraordinario texto el cual personifica al elemento como dama cautiva dentro del armazón. Unifica afectivamente la materia y el espíritu. Engrandece a la máquina con su admiración, junto con la de otros, por la perfección que suponen sus laderas milimétricamente pensadas, por la belleza de sus elementos compuestos que engranan proyección y suponen avance humano. La siente hasta posible liberadora, según se le dé demasiado uso, porque pudiera tomar el mando de su acción, independiente de Flor ¿Les es familiar? La industria de cine contemporánea. Y le reconoce celosa la resistencia ante este mundo en el que es mejor tener el corazón forjado.

No es agotador dejar de mencionar su texto Trenino,el cual es el más señalado de la autora. Es el símbolo carnal de su amor por cuanto ser vivo transita en este planeta. Beba enarbola las particularidades del animal viendo en ellas virtudes antes los defectos del hombre. No quiero pasar por alto dos comentarios que se ameritan: uno, la fuerza muy válida que tiene hoy el reclamo por los derechos de los seres no humanos; y dos, la falta de interés por tener hijos y sí por criar animales. Flor en este texto de 1936 condiciona las dos tendencias:

Trenino, hijo mío, mi perro:
quisiera tener tu corazón
tanto como quisiera tener tu cerebro

(…)

Y un cuerpo como el cuerpo tuyo: fuerte,
ágil, rudo a la vez ¡eso yo quiero!
Odio el hablar, que es privilegio triste,
prefiero tu ladrido: es más sincero
y más noble y más claro que la inútil palabra
con que hablo y con que pienso.

(…)

Trenino, mi perro, mi hijo:
tú eres el mundo todo entero
puesto que eres inocente y fuerte
como el mundo en que creo.

Sobre textos dedicados a personas es bien curioso ver qué elementos combina para la relación, cuáles piezas engrana para el funcionamiento lírico. Admitiendo que son poemas sin pretensiones de darse a conocer viene la lectura con la complacencia de una percepción cien por ciento sincera. En 1941 crea:

A mi tía Doña Virginia Loynaz del Castillo

(personaje inolvidable)

Virginia: Dinosauria virgen,
devoradora de rosas…
Has muerto de hambre y sed:
ya que las rosas todas no bastaron
y la primavera de fue.

Virginia: ¡desoladora tía!
Diosa antigua de un pueblo fenecido,
dime ¿qué luna de color de hiel
ilumina tu Templo
que olvidó la Mitología?

Y un favorito, del cual no iré más allá de este párrafo, pero que por fuerza no puedo dejar de señalarle estos dos aspectos increíbles que validan su poesía laboratorio: el título, el más alejado de lo grandilocuente que significa un poema Después de una radiografía, E.L., y su magistral inicio y fin Que no pudo morder tu pulmón joven. Listo.

Por estos mismos años encuentro esta obra que observo curioso ya que me descubre cómo lleva su faceta a una nueva magnitud. Mezcla el oficio con el decir espontáneo, lo fácilmente comprensible, con una frase del habla informal cubana y que anuncia se fue a bolina. Me crea interés no tanto el resultado como la elaboración. Me atrae más el proceso que el producto. La veo más gustosa sacando el término de aquí, buscando ingredientes de allá, que saboreando los mismos versos ya concluidos. El guión fue genial, no tanto la película:

Bolina… Bolina…

La remota ciudad de Bolina
adonde van los papalotes perdidos.
Ciudad hecha de azúcar y nácar escondida
tras un mazo de nubes, cercada de neblina
-una neblina entre azulada y lila-.
En un silencio casi musical Bolina
alza a la nada sus torres agudísimas
en que se enredan los papalotes
-a lo lejos parecen banderitas-.
¡Bolina, Bolina!
Quizás el amor que arrebatara el viento
llegue a ti algún día.

En 1953 ya Flor está en sus cuarenta y cinco años y viviendo hace casi veinte en la Quinta “Santa Bárbara”. Entra a la otra mitad del siglo y llegará el momento del que líricamente no podrá restarse más. Todo ese mundo literario estaba por independizarse de su madre y salir a lo que fuera. Aun empeñada en su escondite, y recelosa, entendía que no lograba poner suficientes barreras a la función que cumplirían sus obras para la Cuba literaria, ídem que sus hermanos. Quizás por ello, diez años antes que Max Henríquez Ureña consiguiera citarla en su Panorama de la Literatura Cubana, ya Beba visiona y por si acaso, hace un alto en ella misma y escribe un gran soneto el cual es más bien un ceder hacia el resto, nosotros; y además en él da un único paso, el de abrazar compromisoria la íntima poesía de Dulce María. Veo en la lectura a la mujer curiosa que se despoja de su poesía laboratorio, se zafa de su mundo. Intuye el porvenir. Y quizás por ello se aferra en el resguardo a la estirpe Loynaz uniéndose sólida a la lírica intimista del Premio Cervantes. Cosa para nada común entre la poesía de cada uno de los hermanos. No quiero dejar de citarlo íntegro ya que de manera real es una revelación si atiendo a lo planteado, y dice al respecto por si es sorprendida:

Yo no quiero otra sangre que la mía:
esta sangre que lleva por mis venas
mezclándose al acíbar de mis penas
la dulzura de mi melancolía.

Yo no quiero otra sangre: no querría
ni fuerza ni salud si son ajenas.
¡Quiero ser lo que soy! ¡Y soy apenas!
Y aun de mí me fatigo todavía.

Ya pasó la olvidada primavera
y se encanece mi cabello lacio…
Como estrella que oscila en el espacio

late mi corazón, que nada espera.
Déjale adormecer, y que despacio
entre las sombras de mi pecho muera.

Dulce María en 1947 en el poemario Juegos de agua, también con cuarenta y cinco años, ya había escrito este siguiente texto tan diferente en estructura al anterior y tan divergente en el sentido de ser una posibilidad y el de Flor un hecho. Pero convergentes cien por ciento en el sentido, en el temple, en el apoyo que le da uno al otro y en la  evidente sucesión literaria de la hermana menor:

Los  estanques

Yo no quisiera ser más que un estanque
verdinegro, tranquilo, limpio y hondo:
Uno de esos estanques
que en un rincón obscuro
de silencioso parque,
se duerme a la sombra tibia y buena
de los árboles.
¡Ver mis aguas azules en la aurora,
y luego ensangrentarse
en la monstruosa herida del ocaso…!
Y para siempre estarme
impasible, serena, recogida,
para ver en mis aguas reflejarse
el cielo, el sol, la luna, las estrellas,
la luz, la sombra, el vuelo de las aves…
¡Ah el encanto del agua inmóvil, fría!
Yo no quisiera ser más que un estanque.

Con estos dos decires justifico lo plateado. Total la sinceridad de hacer saber quiénes eran. Flor abierta ante lo que brinda declara íntima, cinco años después que su hermana, que no quiere ser otra mujer. Dulce María pictoriza lo que quisiera, y ahí nos revela sus modos reales. Las dos van pareadas en su intención. Flor afirmando y Dulce María pretendiendo explícita al mencionar el anhelo, contrario a lo que ella es. Magistrales textos, pero afine la mirada y vea: no dicen en el decir. Se cuidan todo el tiempo las espaldas. Muestran todo y nada. Flor escribía para sí y no necesita por ello aclararse ni sus penas, ni su melancolía, ni definirse, y sí solo afirmarse ¡Quiero ser lo que soy! Sola se auto refiere. Y Dulce María siempre en esa lírica que le salía sí o sí de su yo, de ella con ella sin restricciones, pero que uno siente que jamás se descubre.

Cerrada la develación del soneto y su antecesor, le llegaría la segunda mitad del siglo en el cual estará más atenta al microcosmos. Si antes en su poesía mezclaba lo muy propio con la grandeza del género, ahora más ajena a lo que sucediera afuera6 inmersos versos llegarían inspirados todavía más en unos meros metros cuadrados.

Me convoca un texto de 1967, impecable para su continuidad, otro soneto En vísperas de una operación. Título que demuestra de dónde va a venir aún más la agudeza de sus poemas, de qué se va a asir en su reacción de laboratorio para obtener un compuesto lírico en el cual mezcla, en este texto podemos tener un ejemplo concreto, la forma clásica  de un endecasílabo con sus cuartetos y tercetos y una inspiración puntualmente contemporánea para estas épocas por lo común de estas intervenciones.

Quisiera hacer valer el último terceto el cual recoge además de lo referido un simbolismo personal, familiar y por ende patriótico, y que amerita ahora destacar. Ojo que este es un perfecto final de recordatorio. Una implícita y puntual clase de historia y literatura que vienen al dedo con la efervescencia política de esos años y que Flor la acentúa, la combina con ella, con su filiación:

En cuanto a mí, casi no pido nada:
sólo que pongan en mi mano helada
el eslabón de una cadena rota.

Para mí hace tácita referencia a su antecesor directo y a otros mucho más lejanos que se remontan a la conformación de la patria, y los une a su yo aguerrido. Se ata en el verso … si ya la muerte me depara a parte de la historia Loynaz. Todos fieles a la independencia, a las subjetivas conquistas, al adelanto para con sus años. Y de ahí el declarar casi a los sesenta años por lo que vendrá y por lo que fue sólo que pongan en mi mano helada / el eslabón de una cadena rota.    

Flor Loynaz a partir del año 70 continúa más arriesgada en su hacer poético personal experimentando entre formas y motivos. Y no cede ante su reserva de publicar, ni antes ni después, según comenté en Breve y ligero paso por la poesía cubana del siglo XX y XXI, por lo que sus producciones de esa temporada se incluyen entre las que no quisieron formar parte.

Aúno de esta época tres textos puntuales de 1976 que descorren en cierta media algo de la vida de la autora, quizás en su dádiva por si alguien la leía, o tal vez por todo lo contrario. En el primero que destaco escribe:

A mi perro Teodulfo

 (que sólo vivió un año)

Cuando pongo en algo un poco de amor
se me pierde…
Amor que es ya como la luna
empalidecida en el cielo de la aurora.
Luna mellada…
Agonía…
¡Amor todavía!

Flor toma a su querido Teodulfo, a lo que le representó, lo hace recorrer toda su vida y concluye con un complemento que retoma en símil personificándolo en la naturaleza. Y al terminar deja suspensiva el epíteto y la angustia, pero exclama enfática que aún persiste el Amor presuponiendo su intensidad, y no como una posibilidad.  Beba no cede casi entrada en sus setenta años. Sigue honesta a su lírica laboratorio: toma de su amor, de un año vivido, de su vasta cultura, de su fuerte deseo de futuro y mezcla, reacciona, dejando encima de la mesa un poema de siete versos que maestro compacta su energía.

De los otros dos textos, que son sonetos subsecuentes, uno explica el momento que vivía la autora y toda la nación. No es mi deseo entrar en un tema  social desgastante, pero al aludir en él a la falta, grandeza práctica y utilidad liberadora del papel, historiza cómo iba su patria:

Sin papel

Esta vez el papel no me ha alcanzado
y la palabra vuela libre al viento.
Volará como vuela el pensamiento
hacia el país del sueño no soñado.

Lo escrito no ha quedado terminado
pero está vivo: que vibrar lo siento
con tañer de campana el firmamento
en un azul, de nubes despejado.

Aun cuando nunca más papel hubiera
o mi mano cansada no pudiera
trazar con línea firma la idea pura

ella estará cual lava derretida
socavando la tierra estremecida
hasta saltar un día ¡estoy segura!

En el otro sigue mostrando como su micro mundo le llama al verso y presta lo combina con la grandeza de esas utopías llamadas libertad y respeto ajeno. Flor en la vida y en la escritura las practica e intenta:

A una hoja de papel que me regaló Dulce María

Es una fina hoja de papel
con la que el viento alegre jugaría
¡cuántas cosas en ella contaría
que al corazón me suben en tropel!

Mas seguiré guardándolas en él,
en esta delirante algarabía
donde el llanto, la risa y la poesía
se mezcla como acíbar, sal y miel.

Dejemos esta hoja en su pureza
guardando la palabra inmaculada:
si quiere, por el viento arrebatada

andar el mundo ¡vuelve con presteza!
Que no será mi mano fatigada
quien sujete su vuelo a mi tristeza.

Una pasión real por la literatura le hizo producir siempre sin pretensiones de notarse, y la humildad la torna libre. La empatía humana concebida en verso la adelantó a su época, a un tiempo el cual todavía no llega. No vemos en el hombre nada de lo que para Flor era evidente. Deben suceder todavía muchos más años para que un por ciento mínimo de personas procedan igual, salven el alma y de paso al mundo. Beba no fue de su época, tuvo que estar por lo ya dicho, pero va mucho más allá, por dentro y por el proceder de afuera. En este texto lo testamenta explícita, escribe qué es para ella primordial. Se debate entre el hecho de conservar la genialidad o la vida. Y elige natural salvando su mundo. Flor es virtud:

En mi biblioteca

Libros maravillosos y deshechos
donde la traza y la polilla un día
con hambre semejante al hambre mía
aquí encontraron alimento y lecho.

Viviendo estamos bajo el mismo techo
¡y bien conoce Dios cuánto querría
aplastaros a todas a porfía
si al corazón no repugnara el hecho!

Mas pienso en vuestras vidas pequeñitas
que aquí transcurren apaciblemente:
y en mi vida que pasa lentamente

como un ala entre sombras infinitas.
Es por eso que inclino la cabeza

y se cruza de brazos mi tristeza.

1977

Por esto sostengo que aún mantiene la esperanza en “Santa Bárbara”. Labora infinita en su universo y todavía escribe en el aire, sin fatigas, por los seres y cosas que no tienen voz. Yo no lo vi pero lo encontré en mi paso por el lugar muchas veces.

El último texto del cual tengo noticias data de 1978. Como los anteriores sonetos lo transcribo íntegro. Más que ameritarlo lo debemos a nosotros mismos:

A mi madre

Madre, cuando ahora miro las cosas que guardabas
no sé desde qué estrella se llega a tu sonrisa:
son cosas pequeñitas, ordenadas sin prisa
que aún no acierto a saber por qué las conservabas.

Tan limpias, que hasta el polvo que en la envoltura estaba
me ha dejado en los dedos suavidad de cenizas…
La Ceniza del Miércoles, que de la muerte avisa
a quien por sus afanes diarios la olvidaba.

Hoy ¡con cuánto cariño conservaré estas cosas
que nadie ha de robarme por lo poco que valen!
Me robarán el oro, la plata, hasta las rosas…

Mas, para suerte mía, los ladrones no saben
que mi mejor tesoro no está en la alcoba oscura,
sino en mi corazón colmado de ternura.  

1978

Diferente a los anteriores endecasílabos, leemos aquí un curioso alejandrino frecuente entre los poetas modernistas y que a su vez lo toman de los parnasianos de la segunda mitad del siglo XIX. Flor a sus setenta años experimenta mezclando la forma al ir al origen más puro, a la estimación de la poesía en sí, al compromiso con lo bello; y el contenido al evocar el seno, el amor maternal, la semilla. Resultando una evidente relación semántica de contigüidad metonímica.

Y Beba, señorial, en uno de sus últimos registros en soledad, a la historia y a las letras cubanas y universales, vuelve a dejar varias pistas de su patrimonio: el develar por el filo de sus versos finales de dónde hereda la agudeza7, dónde ha apilado la fortuna de su dominio, y que respira y sigue pendiente.

NOTAS

Alejandro González Acosta, La Dama de América.

Flor: un personaje en busca de autor

Al recordar a Dulce María no puedo evitar que me salte en el recuerdo su hermana Flor, “Beba” como le decíamos. Lejos de ser “una chiflada” como alguien ha dicho, era una persona centrada pero en su mundo muy particular, desde joven. Aún si no hubiera sido hermana de Dulce y de sus otros hermanos, ni hija del general mambí, habría que escribir un libro sobre ella. Era una excelente poetisa pero sus inspiraciones provenían de otra dimensión. Vegetariana desde niña pero al mismo tiempo fumadora empedernida de largos habanos y aficionada al buen ron, vivió gran parte de sus últimos años, antes de cambiarse a casa de Dulce, en su mansión del reparto La Coronela, en la Finca “Santa Bárbara” (Calle 212, esquina con 31, Municipio de La Lisa) dedicada así por la niña protagonista de la novela Jardín. Dulce solía decir: “Mi hermana es Flor, pero con espinas, y yo, de Dulce sólo tengo el nombre…” Tenía mucha razón. Ambas tenían temperamentos fuertes pero curiosamente complementarios: cuando estallaba una la otra la apaciguaba y lo contrario. Eran como el Ying y el Yang del Tao confuciano.

Algún día debería escribir sobre Flor con más espacio. Pero aquí, sólo para representar la relación con su hermana –la más importante de ambas, pues fueron las últimas de la estirpe, la mayor y la menor de los hermanos- debo señalar que era un personaje de leyenda: de joven se involucró con el grupo ABC y el Directorio Estudiantil Universitario, organizaciones de acción violenta, a tal punto, que fue quien manejaba el Fiat desde donde se disparó en el puente de “El Laguito” a Clemente Vázquez Bello, entonces Presidente del Senado durante el gobierno del Presidente Gerardo Machado. Años después, cuando le presenté a una nieta de este señor, le dijo: “¿Tú sabes la historia, muchacha? …Hijita, pero eso fue hace tanto tiempo que tú no me tendrás rencor, ¿verdad?” Como un detalle asombroso relacionado con este suceso, debo comentar que en esa época, a pesar de la movilización policiaca, nunca se encontró el automóvil con el que se perpetró el atentado (además, pertenecía al padre de Dulce y Flor, entonces consejero de Estado). Para ocultarlo, Flor decidió esconderlo donde nunca se le ocurriría a nadie buscarlo: en el techo de su casa. Desconozco cómo lo subieron pero luego construyeron encima del auto una caseta de madera con una puerta apenas, y allí pude verlo en varias oportunidades muchos años después, tal cual estaba cuando lo ocultaron, con gruesas capas de polvo y espesas telarañas, como un testigo impasible del tiempo. Tengo entendido que ese auto se encuentra ahora en el Museo del Automóvil en La Habana Vieja.

Más tarde, durante una visita de Luis Buñuel a La Habana, se acarició la posibilidad de hacer una película con la novela Jardín, con una juvenil María Félix como protagonista y dirigida por el español, en esa misma casa, pero no prosperó el proyecto pues hubo una manifiesta incompatibilidad entre la todavía aun no “Doña” y la cubana.

Hubo que esperar mucho tiempo para que el cine llegara a esa “casa fantasmagórica”.

Cuando se filmó en su casa la película Los sobrevivientes (basada en un cuento de Antonio Benítez Rojo, “Estatuas sepultadas”), aquello fue entre epopeya y zarzuela: uno de sus queridos gatos murió aplastado por un desprendimiento del techo y se veló en su cama; “ofició” como “sacerdote” Germán Pinelli (interpretaba al padre Orozco en la película de Tomás Gutiérrez Alea; alrededor del lecho mortuorio, muy puestos en sus papeles, estaban también Enrique Santiesteban, Carlos Ruiz de la Tejera -recientemente fallecido-, Tomás Gutiérrez Alea y Eusebio Leal, quien dijo unas sentidas palabras de despedida al felino).

Habitaba sola la enorme mansión, vestida con una suerte de túnica griega y con el cabello cortado “a la motilona” (como si le hubieran colocado la mitad de un coco en el cráneo y afeitado el resto), fumando sus imponentes habanos y seguida por una multitud de perros y gatos. En unos de los Censos de Población –no recuerdo bien si fue en 1970- a un despistado encuestador le correspondió visitar la casa de Flor y ella misma me contó el diálogo; después de preguntarle sus datos generales como nombre completo y edad, le inquirió: “Profesión”. Respuesta lacónica de Flor: “Propietaria”. “Señora, dijo el muchacho, esa no es una profesión”. Y ella ripostó: “Eso lo dice usted, joven, porque quizá nunca ha tenido una propiedad, pero para ser propietario hay que ser abogado, arquitecto, plomero, electricista, psicólogo…” Imagino la cara de asombro del joven encuestador.

Flor y Federico

De todos los Loynaz, con quien tuvo verdadero afecto Federico García Lorca durante su visita a Cuba (que han exagerado y adornado con muchas falsedades, por cierto) fue sin duda con Flor, con quien el poeta granadino logró mayor cercanía, por su similitud de caracteres irreverentes y desenfadados. Dulce María, en cambio, sintió rechazo por Federico por varias razones… (…)

Pero a Flor, lejos de eso, le encantó el andaluz y fueron muy amigos, al extremo que él le obsequió el manuscrito definitivo de “Yerma”, que después ella vendió a Martha Arjona para el Patrimonio Nacional (no sé dónde esté ahora el manuscrito)… (…)

Un día de confidencias, le pregunté a Flor si “todo” lo que se decía de Federico era cierto, y después de dar una chupada a su habano me miró y dijo: “Se ha dicho que fuimos novios o amantes y no es verdad. Nunca le interesé a Federico y él tampoco a mí, pues éramos amigos. Pero tampoco es cierto que se haya ‘desatado’ en La Habana con otros placeres, porque era muy refinado y todo un “señorito andaluz”, con mucha clase y muy elegante a su manera.”

Cuando murió, en el Hospital “Hermanos Ameijeiras”, muy bien atendida, fuimos a enterrarla en uno de los varios panteones de la familia en el Cementerio de Colón. Por cierto, Flor era propietaria de numerosas propiedades en la necrópolis. Ante la capilla del cementerio, los pocos que asistimos tuvimos un momento de indecisión (en 1985 aún era muy fuerte la represión religiosa), y a falta de brazos capaces, cargamos el ataúd –que parecía vacío por su escaso peso- Juan Emilio Frigulls (simbólicamente, pues era muy alto pero de una delgadez extrema, antiguo cronista católico del Diario de la Marina y entonces reportero en Radio Reloj), Delio Carreras Cuevas (cronista de la Universidad de La Habana, temblando, pues era muy temeroso), Eusebio Leal y yo. Oímos el responso, sacamos el sarcófago y fuimos a sepultarla. A falta de que alguien dijera algunas palabras de despedida, improvisé algunas, que ya no recuerdo bien. Eso fue todo.

Se casaron en 1936.
Alejandro González Acosta a petición de Dulce María Loynaz al morir Flor se personó en la Quinta “Santa Bárbara” y con doble afán, el del amor por la familia y por la letras, con minucioso cuidado fue levantando cada frágil corteza de pintura vinílica donde Beba fue dejando lo escrito hasta el término de sus días, y con mucho tino le entregó lo rescatado a Dulce María.
(1881-1958) poeta español. Ganador del Premio Nobel de Literatura en 1956.
(1886-1968) escritor, poeta, profesor y diplomático dominicano.
Triunfa la revolución cubana en 1959.
Su madre Doña Mercedes Muñoz Sañudo, una de las mujeres más ricas, heredera de título nobiliario y gustos exquisitos pictóricos colmados de imaginería paisajística, dotada además para el arte de la música y el canto.

Luis García de la Torre. Cuba

Nació en La Habana, Cuba. Vive en Santiago de Chile. Graduado de Licenciatura en Educación en Cuba, de profesor de Lenguaje y Comunicación de la Universidad de Chile y de Master of Organizational Leadership de la Humboldt International University de Miami. Actualmente es doctorando, en educación, de la misma HIU. Tiene publicado el poemario Rave Party (2002), La Familia Loynaz y Cuba (Colección Betania de Ensayo, 2017), Ferocidad: los años sucios (Colección Betania de Poesía, 2020), Breves y ligeras crónicas de un gusano de La Habana en Santiago de Chile (Colección Betania de Narrativa, 2021) y Los bulevares de Soledad, su primera novela, publicada en Miami por Editorial El Ateje.