Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de Carlos Castro Saavedra

Carlos Castro Saavedra fue un poeta colombiano que nació en Medellín el 10 de agosto de 1924 y murió en la misma ciudad el 3 de abril de 1989. Desde muy joven se dedicó a la escritura de poesía, que publicaba en diarios y revistas locales. Su obra poética abarca más de 20 libros, entre los que se destacan Fusiles y luceros (1946), Mi llanto y Manolete (1947), 33 poemas (1949), Plegaria de América (1958), Canto a Colombia (1960), Poemas del amor y del dolor (1964) y Poemas del hombre y la patria (1975).

Su poesía se inspira en la línea de Pablo Neruda, con quien mantuvo una amistad y una correspondencia. Su temática es variada, pero se centra en el dolor humano, el amor, la insatisfacción, la patria y la naturaleza. Sus versos son claros, sencillos y melódicos, con un lenguaje rico y expresivo. Su voz es la de un bardo que canta a la vida, pero también a la muerte, a la violencia, a la injusticia y a la esperanza.

Castro Saavedra fue reconocido nacional e internacionalmente por su obra. En 1958 ganó un premio en Berlín por su poema Plegaria de América, que es un canto a la unidad y a la liberación de los pueblos latinoamericanos. En 1986 recibió un homenaje nacional del gobierno colombiano, que se realizó en la Biblioteca Pública Piloto de Medellín. Allí se exaltó su gran aporte a la literatura colombiana y su compromiso con la paz y la democracia.

Además de poeta, Castro Saavedra fue prosista, novelista, dramaturgo, periodista y escritor de literatura infantil. Escribió más de 80 cuentos para niños, algunos libros de prosa poética y varias obras de teatro. También escribió la letra de los himnos de varias instituciones colombianas, como la Universidad Gran Colombia de Bogotá, la Universidad de Medellín, el Ingenio Riopaila del Valle del Cauca y el cooperativismo colombiano.

Carlos Castro Saavedra es uno de los poetas más importantes y representativos de Colombia. Su obra es un testimonio de su sensibilidad, su talento y su amor por su país. Su poesía es una invitación a reflexionar sobre la realidad social, a valorar la belleza de la naturaleza y a soñar con un mundo mejor.

Fecunda compañera

En el espejo de tu cuerpo, esposa,
recogiste mi rostro, tan fielmente,
que la línea más honda de mi frente
quedó presa en tu sangre temblorosa.

Me copiaste, mujer, mujer hermosa,
en tu río de amor, en tu corriente,
y devolviste generosamente
mi cara de montaña silenciosa.

El hijo es tierra de mi propia tierra,
resplandor de mis ojos y mi guerra,
poderosa presencia de mí mismo.

Gracias a ti, fecunda compañera,
fui como una semilla en tu pradera
y retorné más joven de tu abismo.

Amor

Un deseo constante de alegría;
una urgencia perenne de lamento
y el corazón, campana sobre el viento
estrenando badajas de elegía.

Morir mil veces en un solo día
y otras tantas quemar el pensamiento
en la resurrección, que es el tormento
de pensar en la próxima agonía.

Ver en pupilas de mujer un llanto
y sorprenderlo convertido en canto
al soñar en un niño que lo vierte.

Esto es amor, candela estremecida
empujando la noche de la vida
hacia la madrugada de la muerte.

Amistad

Amistad es lo mismo que una mano
que en otra mano apoya su fatiga
y siente que el cansancio se mitiga
y el camino se vuelve más humano.

El amigo sincero es el hermano
claro y elemental como la espiga,
como el pan, como el sol, como la hormiga
que confunde la miel con el verano.

Grande riqueza, dulce compañía
es la del ser que llega con el día
y aclara nuestras noches interiores.

Fuente de convivencia, de ternura,
es la amistad que crece y se madura
en medio de alegrías y dolores.

Angustia

Yo me lleno de angustia mirándote la frente
porque estás más lejana cuando estás más presente.

Para que yo no pueda llegar hasta tu alma
tú me miras a veces con esa misma calma

con que miran los lagos una noche estrellada:
la miran hasta el alba y no le dicen nada.

Espadas de silencio guardan tu pensamiento
y yo me estoy muriendo de sentir lo que siento:

angustia de no verte los labios apretados
cuando nombro la historia de los besos robados,

angustia de mirarte las pestañas caídas
indiferentemente, como flores vencidas,

cuando me entrego y hablo de la virtud del trigo
y te pido amoroso que te vengas conmigo.

Nada te transparenta, hasta tu misma risa
relieva tus perfiles de mujer imprecisa.

Todos tus actos tienen profundidad de arcano,
hasta el acto sencillo de levantar la mano.

Me nombras y te salen despacio los sonidos,
como si no quisieran llegar a mis oídos.

En ti misma te escondes, yo te busco y el llanto
muchas veces me inunda y es de buscarte tanto.

Te fugas hacia adentro de ti misma obstinada
y yo sufro mirándote con la boca cerrada.

Tus dos labios sin música de palabras ardidas
se me antojan dos flautas por ti misma vencidas.

Vives en mi tan honda, desde hace tantos meses,
que si ahora muriera moriría dos veces.

Angustia de mis manos buscando en el vacío
tu corazón que ignora la soledad del mío.

Angustia de tus trenzas, que recortaste un día
y que tenían la forma de la tristeza mía.

Viento rojo

Yo descubrí tu boca, yo te puse
en la boca mis uvas torrenciales,
y con los pasos de mis animales
una marcha enlutada te compuse.

El color que más amo y más te luce
es el ebrio color de los parrales,
porque desencadena mis metales
y a tus grietas profundas me conduce.

De catafalcos y leopardos míos
están llenos tus bosques y tus ríos,
leñadora, desnuda, navegable.

Sobre tu cuerpo pálido me inclino
y oigo correr tu sangre, como vino,
en medio de la noche interminable.

Cualquier hombre canta a su hijo presentido

Para la vida de mis hijos
bella medida es tu cintura,
y bello el ritmo de tu pulso
para la sangre de mis hijos.
En tu nostalgia atardecida
cabe el sollozo de mi niño,
y cabe el llanto de sus ojos
entre la red de tus pestañas.
Red que se llena de luceros
cuando la tiras en el agua.

Guarda el reposo de tus párpados
que allí está el sueño de mi infante,
y no te canses de mirarme
que mi pequeño está mirando
con esa luz de tu mirada.
Enhebra el hilo de tu canto
para sentir que está cantando
la voz del hijo entre tu voz,
como burbuja de los peces
entre los círculos del agua.

Cuando caminas me parece
que el hijo avanza con tus pasos,
y si te quedas detenida,
entonces pienso que es el hijo
el que se para con tus plantas.
Si vas en busca de los soles
del mediodía delirante,
pienso que el hijo de mi alma
se está acercando lentamente
a la candela de una lámpara.

Tú eres la rama que sostiene
el alto fruto de mi carne,
y eres la vena que da música
al corazón de mi pequeño
que está perdido en la distancia.
Las golondrinas que tú sueñas
rayan el cielo de mi infante,
y vas cantando por la tierra
mientras el hijo va cantando
por los caminos de tu sangre.

Destino

Por mi culpa , mujer, por mis inviernos,
muchas veces tu cara se humedece de lágrimas.
Pero también por culpa de Dios, frecuentemente,
el rostro de la tarde se humedece de lluvia.

El buque de los enamorados

Era un buque en el mar,
era el amor en medio de las olas inmensas,
y era mi soledad de navegante
y los peces oscuros de tus trenzas.

Pensaba en ti, soñaba
que iba contigo a perfumar los puertos,
y a sembrar anclas y constelaciones
en las frentes dormidas de los muertos.

Pero soñaba apenas, amor mío,
y las aguas furiosas me sacaban del sueño,
y a ti te separaban de mi costa
como una barca triste o como un leño.

El buque, el buque entero,
sin ti era un ataúd sobre las olas,
un herido flotando tristemente
sobre una muchedumbre de amapolas.

Me tambaleaba en medio de gaviotas,
me inclinaba hacia ti salobremente,
y las islas brillaban como lunas
sobre toda la noche de mi frente.

(Mar adentro no hay más que los recuerdos
y sal sobre mi piel, sobre la vida,
y el amor que pregunta por la sangre
y le responde el labio de una herida.).

A veces era lunes,
decían que era lunes mis hermanos,
y te veía venir sobre las olas
con toda la semana entre las manos.

El tiempo era tu ausencia,
el mar era la sombra de la tristeza mía,
y el buque era un naufragio
que se inclinaba y no se decidía.

Por la noche volaban las estrellas,
como peces dorados, por el cielo,
y yo pensaba que en la tierra firme
tú también contemplabas este vuelo.

El buque del amor, de los enamorados,
todavía navega por mis venas,
y levanta la espuma de mi sangre
y la pescadería de mis penas.

Un rumor de marea que no cesa
a pesar de los días y los pasos,
acomete la costa de mis besos
y los acantilados de mis brazos.

Escucha el buque, esposa,
acerca tus oídos a mi piel como flores,
y escucha el buque, el buque,
navegar por mis mares interiores.

El mundo por dentro

Siento correr los ríos por mis venas
y crecer las estrellas en mi frente.
Siento que soy el mundo y que la gente,
habita mis pulmones y colmenas.

De flores tengo las entrañas llenas
y de peces la sangre, la corriente
que caudalosa y permanentemente
inunda mis canciones y mis penas.

Llevo por dentro el fuego que por fuera
dora los panes, seca la madera
y produce el incendio del verano.

Las aves hacen nidos en mi pelo,
crece hierba en mi piel, como en el suelo,
y galopan caballos en mi mano.

Esposa América

Te pienso desde Europa, esposa mía,
te pienso a grandes pasos, como loco,
y persigo por todas las patrias y los mapas
tu pecho montañoso, tus rebaños de leche,
y la desesperada tierra de tus volcanes
y la cicatrizada corteza de tu vientre.

Entre nosotros dos está el mar con sus barcos
y los campos están con sus caballos,
pero no alcanza el agua a separarnos,
no alcanza el agua ni la tierra alcanza,
porque yo soy el hijo que tienes en los brazos
y tú eres el incendio que yo tengo en el alma.

Con besos y con labios desentierro tu frente
de puros resplandores vegetales,
hambrientamente muerdo hoteles y países,
muerdo casas, aldeas, cementerios,
y los pueblos me saben a tu cara
y las calles me saben a tu cuerpo.

Tu olor de tierra joven me golpea,
tu perfume salvaje me penetra
y me perfuma tanto y tan adentro,
que mi piel huele a tu vestido verde
y huelen mis poemas a tu vida
y mis desgracias huelen a tu muerte.

Con barro de mi barro, con arcilla de América,
con fuego de tus manos y tu aliento
estás haciendo un hijo americano.
yo escucho tu trabajo desde Europa,
escucho el crecimiento de tu vientre
y escucho el crecimiento de tu ropa.

Me desvelo en Berlín, en Praga me desvelo,
siento correr tu sangre por mis puentes,
siento que tus cosechas se propagan
por las paredes duras, por mi lecho,
y que todas las hojas de América y los ríos
y las revoluciones estallan en tu pecho.

Sigue creciendo, esposa, mientras vuelvo,
esposa mía, esposa de los montes,
madre de los arados y los vientos.
Inés, tu corazón es como un surco
y yo soy un labriego turbulento
que te siembro, te siembro por el mundo
y por el mundo te amo y te recuerdo.