Poetas

Poesía de Argentina

Poemas de Rogelio Pizzi

Rogelio Pizzi (Córdoba, 1956) es un poeta argentino. Obtuvo el título de profesor de Matemática en la Universidad Católica de Salta, en Buenos Aires. Entre sus obras están Poema Previo de 1997 (Editorial Vinciguerra) y las plaquetas Del pétalo diverso y Breve idolatría junto con Leandro Calle. Participó del grupo literario «El sello, el cráneo y la sed». Participó en el Festival Latinoamericano de Poesía de Rosario.

Recibió distintas distinciones entre las que se destacan las menciones al Premio de Literatura de Córdoba, en 1999 y del Primer Concurso Iberoamericano de Poesía «Neruda 2000», Temuco (Chile), con un jurado presidido por el profesor y poeta Gonzalo Rojas. En 2008 la Editorial de la Universidad Católica de Córdoba, Argentina, publicó Muro y Vestigio.

DE LA MUERTE

Causa de la muerte
esta encantada noche de vientos
remolino del espejo que agoniza el fantasma en su coartada.
Causa de la muerte
los pájaros de la montaña
inquisición de la saliva que agoniza la boca en su rodada.
Causa de la muerte
el poeta del espanto
mentira de la palabra que agoniza la tinta en la herida.
Causa de la muerte
la hechicera de los miedos
humedad de la rosa que agoniza entre el pecho y la espuma.
Causa de la muerte
mi muerte entre la muerte
insecto del reflejo que agoniza su canción primera.

EL VENENO EFICAZ

Tu sutil olvido,
las madrugadas de Caracas,
la Cañada en la ciudad de la espuma,
aquella mirada en el vaporeto frente al Rialto,
tu nombre estampado, contaminando un poema,
la soledad en taxi por la Concorde,
el otoño imprimiendo lascivia de Parque Lezama,
este inquieto desamor que no cesa,
la diferencia entre cóncavo y convexo,
el vuelo del ave en la caída de la muerte,
la mendicidad de las utopías,
mis manos, si toman mis manos
y los amigos poetas
que me absuelven la agonía
y el infame licor
que imprime en las arterias su signo
y la palabra que callo
me envenena.

EL ESTALLIDO FERVIENTE DE LAS ROSAS

Anuncian el estallido ferviente de las rosas.
El sopor de las innumerables bestias conjuradas
es océano de miedo.
No hay sollozo indecente mayor que tu signo
vertebrando esta guerra desmedida.
Tu nervio converge en los diminutos nervios de tus víctimas.

En un extremo del planeta cuatro niñas
buscan desmemoriadas sus brazos en un basural.
Sus manos, sus lánguidos dedos, sus uñas amapoladas.
Beben la leche vómito desmesurado.
Cuatro niñas de tus ojos, miradores de la nada,
anuncian el estallido ferviente de las rosas.

Ya avanza el artificio de los hombres.
El óxido corruptor no puede con el metal de la garganta,
no pueden los ladridos tercos, ni la espesura del espanto.
Una llamarada de voces, de pústulas y tornados de acero
anuncian el estallido ferviente de las rosas.

En el cenit del mundo yo te veo,
escribo una nota de estéril aguacero para tu sed.
Contemplo los jardines
mientras a mi lado
anuncian el estallido ferviente de las rosas.

CÓNCAVO

Digital descenso
contrario inalcanzable de burbuja.
Mérito del asir
producto en parábolas perplejas.
Caída en caída irreversible.
Sísifo acunándose: la piedra es un pretexto
para escupir los brillos de la nada.

EL MANZANO VERDE

Cada botella en mar de arena cobija un respiro nuevo.
Pude enterrar cada caricia entre vidrio verde
hierba verde
verde
de todo verde.
Golpean las celosías acobardadas,
mi carne se prepara para la fiesta.
Debo acomodar mis lágrimas, mi ropa íntima,
mis íntimos ahogos.
Que se presenten acuñando novedad y herida,
mañana serán engaño.
Soy Irena Sendler y llegó el día.

EL GUSANO DEL ADIOS

Cuando caducan los espejismos,
cuando un ocaso sabe al definitivo.
Cuando sobrevuelo el lugar de los despojos,
cuando la quieta mirada anuda al poema.
Cuando sigo esperando
y la puerta es una perplejidad del abismo.
Entonces me tomo las manos,
admito la fragancia de la seda
y un gusano (levemente) susurra
que te has ido.

DE LA ELECCIÓN

Te tomo entre todas
te elijo
cumplo el pequeño rito del beso
te elijo
modelo la vieja mentira del celo
te elijo
invierto los pulsos del corazón
te elijo
me acodo en la esquina de la espera
te elijo
y al tensar esta cuerda a mi cuello
te elijo.

EL OCASO DEL ÁNGEL

Pero es él el que me mira con su ojo de fuego
o al menos nos miramos el incendio
que provoca el respirarnos.
Leandro Calle

Los límites de este muro abrazan fuegos remotos,
los colores invertebrados de la noche
aproximan una pasión de insectos suicidas.
La caricia de la piedra en la carne
domestica los terrenos más profundos de la herida.
El ángel anuda en sus contornos épicos
una llamarada gélida que me nombra.
Ciego veo un río de tinieblas,
líquido que abruma,
vómito de la corteza del ojo.
Como un abrazo, un vuelo.
Como un ala, una caída.
En el muro mi nombre está escrito.
Un ángel inhuma la belleza.
Voladura de océanos, las manos.
Muertos
somos
el poema.