Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de Clímaco Soto Borda

Clímaco Soto Borda (1870-1919), poeta colombiano, se erige como uno de los más sagaces expositores de su tiempo. Criado bajo la sombra materna tras la temprana partida de su padre, su hogar en Bogotá frente al Hospital San Juan de Dios fue la cuna de su inspiración. Sin registros de formación académica, se presume autodidacta, forjando así su propio camino en el mundo de las letras.

Miembro destacado de la generación influenciada por los poetas malditos, su ópera prima, «Siluetas parlamentarias«, deslumbra con la astucia de sus retratos de políticos y ministros. Bajo el seudónimo de Casimiro de la Barra, firma sus crónicas periodísticas, ganando renombre en publicaciones como «El Espectador«.

En La Gruta Simbólica, adopta el alias de Cástor, destacándose por sus epigramas y agudas observaciones literarias. Su colaboración en periódicos humorísticos y satíricos como «El Rayo X» y «El Carnaval» lo consagra como un maestro del estilo periodístico, precursor del hipérbaton en la poesía.

Fundador de «La Barra» junto a Carlos Villafañe, Soto Borda desafía las convenciones editoriales con columnas sencillas y ligeras. Su vida bohemia, marcada por la deuda y la enfermedad, culmina con su trágica muerte a causa de una pulmonía, tras combatirla con remedios insólitos.

Entre sus obras destacan «Siluetas parlamentarias» (1897), «Polvo y ceniza» (1906) y «Diana cazadora» (1915), esta última considerada esencial para entender la Bogotá del siglo XX. Clímaco Soto Borda, un titán literario cuyo legado perdura en la riqueza de sus palabras y en la bohemia eterna de su espíritu.

EL ÚLTIMO AMIGO

A la luz de una vela lee el anciano
Su querido Quijote, aquel testigo
De sus años alegres y el amigo
De su vejez más firme y más cercano.

Vuelve las hojas con temblorosa mano
Que saca de los pliegues de su abrigo,
Y al entrar juguetón por el postigo
Retoza el aire en su cabello cano.

En la sumida boca, sin un diente,
Una infantil sonrisa se remeda.
Inclina el viejo la rugosa frente…

Se le cierran los párpados… Se queda
Dormido… y por sus piernas, lentamente,
La carcajada de los siglos rueda.

Poema antirepublicano

Si pública es la mujer
que por puta es conocida,
república viene a ser
la puta más corrompida.

Y siguiendo el parecer
de esta lógica absoluta,
todo aquel que se reputa
de la República hijo,
debe ser, a punto fijo,
un grandísimo hijueputa.

Este soy: Un pobre diablo
que a tragos pasa la vida
en verso y prosa perdida
en el juego del vocablo.

El alma, como un venablo
me hirió el amor enemigo,
más no importa: sumo y sigo,
que aún me queda corazón
para darlo con pasión
a la madre y al amigo.

Salud a ti, el más ardiente
bohemio, gentil “cuartazo”.

Padre y señor del Chispazo,
Sultán de la carambola,
te tiro de ‘bola a bola’
mis más cariñoso abrazo.

En algún sueño de esos
que tengo yo a porfía,
soñé que la cogía,
que la cogía a besos
y besos y más besos…
y que me la comía!

Soneto profético

Esto pasa en el año tres del siglo presente:
de una nevada esteárica a los rubios reflejos,
en descifrar se empeña sonetos suyos viejos
y cojos, de tres años, un bardo decadente.

¡Nada! ¡Ni él mismo sabe lo que soñó su mente!
Está perplejo el que antes a otros dejó perplejos.
Como olvidó los símbolos y ve las claves lejos…,
no entiende nada…, nada…, nada absolutamente.

Vuelve el antiguo oráculo por la explicable cifra…,
mas tampoco el oráculo sus enredos descifra
y ordénale que a estrofas claras su afán consagre.

¡Oh, poetas! Del numen el jugo cristalino
verted en limpias ánforas, y así del genio el vino
sin mistificaciones nunca será vinagre.

914

Carne de aventureros y malsines,
carne a la vez del 9, el 1, el 4;
pronto serás del mundo en el teatro
Colombina de muchos Arlequines.
Ave errante de cenas y de cines,
tendrás, futura carne de anfiteatro,
entre un vaso y un beso un «te idolatro»
y en el auto . . . chalinas y chelines.
¡Qué tos!, qué lividez, sin voz, sin pelo,
los ojos como túneles; el fuerte
ris-ras que da al rajar el escalpelo …
¿Quién es aquella trágica vencida?
-¿Aquélla? Es ella . . y va para la muerte
a dormir los insomnios de la vida.

EN LA CARAVANA

A Federico Bravo

Abandonó, saciado hasta las heces,
“su viejo vaso y su taberna oscura”,
y ve, sin entusiasmo y sin pavura,
la senda recorrida tantas veces.

Todo revuelto: triunfos y reveses,
pasión y engaño, ensueños y locura,
hambre y hartazgo, trono y sepultura;
laurel y ajenjo, mirtos y cipreses.

Va en el tumulto mientras arda el foco
del Arte y el Amor, que hacen acaso
digna la vida de vivirse un poco.

Y aquí pisando espinas, allí alfombras,
sigue, sin mucho afán, y se abre paso
con sus sueños… camino de las sombras.

EN LA TUMBA DE SILVA

A Eduardo Castillo

I
Rasgando la helada tiniebla
los ámbitos puebla
del reloj el cantar doloroso
que las horas marca;
y a la fría mansión del reposo
do reina la Parca,
llega el triste din-dán misterioso
lento, rítmico, lúgubre, igual…

II
Al mezclarse los largos gemidos
de las hojas que el ábrego barre
a los alaridos
que allá en su aquelarre
dan duendes, y trasgos, y brujas,
y a los raros dúos
que desde la torre de altivas agujas
entona la amante pareja de búhos
con voz gutural…
¡se oye una canción funeral!

III

En sus alas los vientos dispersos
y la brisa inquieta,
y el aura que gira,
van trayendo del muerto poeta
las canciones tristes, los alados versos
de su regia lira
de cuerdas de oro…
y en ágil y límpido coro,
prorrumpen rasgando el silencio letal…
¡en una canción inmortal!