Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de Guillermo Martínez González

Guillermo Martínez González (La Plata – Huila, 11 de mayo de 1952-Bogotá, 26 de septiembre de 2016) fue un destacado poeta, ensayista, editor y librero colombiano. Su legado literario se enriqueció desde la infancia con la fuerte influencia estética de sus abuelos paternos, la poetisa Matilde Espinosa y el pintor payanés Efraim Martínez. Licenciado en Filosofía en Letras, Martínez se destacó como librero y editor a lo largo de su carrera.

Entre sus obras más destacadas se encuentran «Declaración de amor a las ventanas» (1980), «Diario de Media noche y otros textos» (1984), y «Puentes de Niebla» (1987). También realizó traducciones de poesía china en «El Bosque de los Bambúes» (1988) y exploró mitos en «Mitos del Alto Magdalena» (1990). Su contribución al ámbito cultural se extendió como Director del Instituto Huilense de Cultura en 1987, donde promovió los valores culturales del departamento colombiano.

Martínez González, además de desempeñarse como profesor de literatura hispanoamericana, dirigió Trilce Editores y la revista literaria «Pretextos«. Su participación internacional incluyó un rol como asesor lingüístico en la revista «China Hoy» en Pekín en 1990. Reconocido por su claridad y seriedad poética, su obra figura en antologías tanto colombianas como internacionales. Su legado perdura en la riqueza de versos que, según Álvaro Bejarano, representan «una respuesta espigada en este momento«, manteniendo la claridad y la alegría que caracterizan su escritura.

Esas tardes, esos paréntesis

Sucede que hay días
Que hay tardes en que uno
No quisiera trabajar
En que uno quisiera estar por ahí
Fumándose un cigarrillo
O bebiéndose un buen vino
Mientras se acerca la noche.
En que uno quisiera estar por ahí
Hablando sobre las primeras novias
Con un viejo amigo
Mientras la lluvia cae sobre la ciudad
Como una cortina blanca
Como un coro de ángeles húmedos.
Sucede que hay tardes
En que uno quiere volar por la ventana
En que uno quisiera ser como la música
Que no pesa en el aire ni en los hombres
En que uno está para soñar
Para conversar con antiguos
Días de la infancia.
Sucede que hay días así
Mañanas de esas en que uno amanece de vago
Tardes de ésas paréntesis de ésos
En que duelen los horarios del oficio
Y las teclas de la máquina
Se clavan en el alma.
En que uno está totalmente
Desligado del mundo
Y no quiere hacer nada
Y quisiera estar todo el tiempo
Bailando sobre la lluvia.

Saludo al mundo con mi séquito de fantasmas

A veces despierto en la noche
Sobresaltado por el galope secreto del viento
Por la conversación transparente
De mujeres desnudas
Por el fragor de antiguas batallas
Y el humor dulce de recientes muertos.
Y entonces invadido de inmensos
Surtidores de mariposas
Poseí­do de la canción incesante
Del mar que me persigue desde la infancia
Saludo al alba con extrañas metáforas
Doy mis buenos dí­as al mundo
Con mi séquito de fantasmas.

Una resurrección

Una resurrección,
Pido ahora para poder vivir
En estos días de muerte
De mal que se agarra
A mi garganta como una soga.
Para volver a sentir de nuevo mis heridas
El sol que quema al deseoso
El odio, la ironía que nace de mi amor.
Para volver a verte, amiga mía,
Dulce cantora entre la lluvia,
Como cuando estábamos poseídos de luz
Y tú soñabas frente a mi espejo
Y de tu boca salían pájaros.
Renacer,
Eso pido como cualquier Lázaro
En estos días en que transito
Solo en la sombra
Como piedra lanzada al vacío.

Los muertos

Amanecían en las calles con la cara de
espanto alterada por las moscas
O bajaban al pueblo en el lomo de las mulas
guindados como animales de sacrificio
O flotaban en la hierba y el río con el
treno inflamado bajo la luz de la luna:
En aquel tiempo
la violencia se paseaba con su tambor
de medianoche por las aldeas.

La muerte del ángel

Decidió matar a su ángel. Sería un combate terrible
ante el asombro de Dios. Lo esperó el día en que se sintió
más oscuro. El ángel vino indefenso, sabía que no tenía
escapatoria. Vio como el cuchillo destrozaba sus alas.

Y ahora vienes tú

Y ahora vienes tú,
Oh misteriosa, entre el viento y la oscuridad
Y tus ojos despiden el extraño
Fulgor de las premoniciones.
Detrás de las sombras tu risa es indefinible
Como las cosas elementales
Y tu cabellera ilumina la noche como un faro
En el espeso recuerdo de los sueños del mar.
Las palabras flotan esplendorosas
Como en el principio del mundo
Cuando todo necesitaba un nombre.

El cantante

Empezó a cantar
Con su guitarra de sangre
Agitada por la lluvia.
Pájaros de ojos negros
Sobre el lomo de la luna
Escucharon su canción
Agujereada por el relámpago.

Caí­n

Mudo contemplaba la hoguera cuando
pensó en matar a Abel. Ciego anda el crimen
desde la tarde en que levantó su garrote de
odio, su hueso negro

Paloma blanca

Tu canto
Sabe a hoja
A fruta triste
Del viento.

Estás aquí

Estás aquí
Para alumbrar lo muerto
Para llenar los ojos
Del que cree en el milagro.
No sabrías volar
Si no supieras de pájaros
Si no conocieras el aire
Para erguirte como el árbol.
Soñadora: penetras en los
Huesos del pobre
Del que deambula solitario
Por las calles del mundo.
Tienes la luz de la estrella
Pero tu poder
Está en el silencio
Del hombre que se desangra.

Mercado de pulgas

El domingo es la fiesta de los harapos
El alboroto de las baratijas
El aleluya de los sobrevivientes
Que se multiplican como el milagro
De un pasaje bíblico.
La felicidad depende
De un vocablo maltrecho
De un pedazo de pan
Y de un chontaduro que se mordisquea
Como la vulva
De una muchacha negra.
Los objetos inútiles cobran vida
Los billetes inician su baile
De una mano a otra mano
La codicia se excita
Con su aullido de bestia antigua.
Nada detiene este bullicio
Esta apoteosis del rebusque
Que crece como un pregón
Como el canto del negro
Que paladea como un ensalmo
Cada bolero
Cada moneda que cae
Sobre su boina roja.

De nuevo lo despierta el alba

De nuevo lo despierta el alba
Como una invasión de mosquitos.
De nuevo con el espanto
Que hierve como un tejido
De gusanos jubilosos.

En el espejo se pregunta
Por el sentido de la muerte
Mientras afuera cae la lluvia
El canto de la paloma torcaz.

Y así­ sale sin alma desterrado.
Implacable la luz cae
Pero siempre más allá
En una distancia que enloquece
Como pájaro que huye.

Y así­ lo devora la ciudad
El metálico ruido de su agoní­a.
Ve al lotero junto a la prostituta
Y al ciego que feroz
Desgarra su guitarra contra el polvo.

Lo deja impávido el aguacero.
El chapoteo de la mujer que cruza la calle
Y el delirio de los semáforos en la neblina.

Nada posee. Sin herida
Ni salvación. Sin luz ni llaga.
Ciego, solamente ciego.