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Poesía de España

Poemas de Ricardo Hernández Bravo

Ricardo Hernández Bravo es un poeta y profesor de Lengua y Literatura en Enseñanza Secundaria nacido en El Paso, Isla de La Palma en 1966. Es licenciado en Filología Hispánica y ha editado varios libros de poesía como “El ojo entornado” (1996), “En el idioma de los delfines” (Premio Julio Tovar, 1996) (1997), la antología “El aire del origen [Poemas 1990-2002]” (2003), “Los días de la nieve” (2005) y “La luz de las horas” (2010) entre otros.

Es conocido por su estilo poético que se caracteriza por la descripción detallada de la naturaleza y la vida cotidiana. Sus poemas hablan sobre la memoria, el amor, la muerte y la naturaleza.

En su libro “El ojo entornado” (1996), Hernández Bravo utiliza un lenguaje sencillo y directo para describir la naturaleza y los sentimientos humanos. En “En el idioma de los delfines” (Premio Julio Tovar, 1996) (1997), el poeta explora temas como la soledad y el amor. La antología “El aire del origen [Poemas 1990-2002]” (2003) recopila algunos de sus mejores poemas y muestra su evolución como poeta.

En “Los días de la nieve” (2005), Hernández Bravo utiliza la nieve como metáfora para hablar sobre la muerte y el paso del tiempo. En “La luz de las horas” (2010), el poeta explora temas como la memoria y el amor.

El maniquí tras el cristal…

El maniquí tras el cristal.

Fijos los ojos en un punto
invisible a los ojos.

Ajeno al tiempo penetra
el silencio que lo aísla
mientras multitud de vestidos cubren
un desnudo huérfano de brazos.

Eje
de un mundo que gira
ignorando su centro.

Desojado en mi recuadro de luz…

Desojado en mi recuadro de luz
de la ciudad insomne
en los recuadros de cada fachada adivino
siluetas detrás de las cortinas,
los cuerpos encogidos en sus camas
y en sus vasitos sobre la mesilla
el corazón en cuarentena.
Y cuando toda esa tristeza
desborda sus envases
y en cada esquina un jugador de solitarios
alza la vista buscando asidero
yo me arrimo al cristal
y ofrezco mi boca como una escala.

Aún…

Aún
no sé qué mano esconde tu sorpresa
hoy que nada se parece a lo que amo.
Me salva en el largo acecho
la inseguridad que afirma mi pulso,
cada rompimiento que incita a un nuevo embate
y ese ángel justador que acude a veces
en el vago placer de la antesala.

Como una pausa de resaca…

Como una pausa de resaca,
donde el día es sólo víspera
de otra noche para la quema,
un sexto sentido nos excluye.

Femenino el sabor de la indolencia.

Día a día de rumbos encontrados…

Día a día de rumbos encontrados,
de mieles esfumadas,
de apaños a deshora.

Este bombear y no cundir la sangre,
afirmarnos desmintiendo a los ojos
y hacerse cuesta el pulso
y no alcanzar la altura.

El buscador

El buscador de joyas traga estiércol
como abono a una tierra sin raíces.
Escarba cuerpos con sus uñas negras
y arranca corazones
picados de gusano.

En cada frente de mina esa veta
de ojos que se resiste al picador.

No llegamos más adentro…

No llegamos más adentro
de la piel inaugurada por el miedo.
Traiciona el corazón, lo que tragamos
y nos sirve de puente en la riada.
Indigesta el viejo afán de pureza,
inútil el cincel en el desbaste.
La otra cara del hambre nos enfanga,
la mariposa enferma crecida en la manzana,
su vuelo raso en la carne mordida, y ese polvillo
de sus alas entre los dedos siempre
condenados al roce.

Hacia tu mano cuelgan paraísos…

Hacia tu mano cuelgan paraísos
del árbol sin hojas. Donde el cuerpo
da sombra a su propia sombra,
fácil a lo prohibido
como boca de niño.
Así el brillo de un ojo nos seduce.
Así la inteligencia
el gusano en la fruta.