Poetas

Poesía de Chile

Poemas de Adrián Santini

Adrián Santini fue el seudónimo literario de Héctor Areyuna Villalobos, un poeta, traductor, ensayista y académico chileno que vivió gran parte de su vida en Suecia. Nacido en La Serena el 3 de diciembre de 1950, Santini se interesó desde joven por la literatura y la cultura hispánica, especialmente por los autores del boom latinoamericano. En 1973, tras el golpe de Estado en Chile, se exilió en Estocolmo, donde estudió literatura comparada y se doctoró en filología española por la Universidad de Estocolmo.

Su obra poética se caracteriza por una búsqueda de la identidad y la memoria, así como por una reflexión sobre el lenguaje y el exilio. Entre sus libros de poesía se encuentran Después del centauro (1978), Oficio y testimonio (1979), Las bienaventuranzas (1981), Aproximaciones (1983), Presagio (1988) y Contradanza (2001). Su libro Oficio y testimonio sirvió de base para la obra musical Te Deum, del compositor sueco Tommy Andersson (1988).

Como ensayista, Santini se dedicó al análisis de la literatura hispánica contemporánea, con especial atención a los autores chilenos. Entre sus obras ensayísticas se destacan Encierro y sustitución en El obsceno pájaro de la noche de José Donoso (1993), La migración del símbolo: La función del mito en siete textos hispánicos (1999) y La vulnerable ostentación del orden: La parodia en tres novelas de Jorge Edwards (2005).

Santini fue también un reconocido traductor y profesor de literatura hispánica en varias universidades suecas, como Estocolmo, Örebro, Upsala, Linköping y Växjö. Junto con los poetas Sergio Infante, Sergio Badilla Castillo y Carlos Geywitz, participó en el grupo Taller de Estocolmo, que difundió la poesía chilena en Suecia y Europa.

Adrián Santini falleció en Estocolmo el 24 de agosto de 2016, dejando un legado literario que refleja su experiencia entre dos mundos y su compromiso con la cultura hispánica.

La ausente

Hablando de una mujer
me acometen los días.
La sé por la ventana
al través de los pájaros
que vuelan como hilvanados
por un sol misterioso,
o quizás por la calma unánime
del amigo que escucha
y sube un fuego nuevo
de vino por las copas.

Hablando de una mujer
descubro al viento
en los restos atrapados
del volantín en el lúcumo.

Hablando de esa mujer
creo escribir estas notas para nadie
cuando alguien pasa silbando
una canción que no recuerda.
Y ella abandonada copiosa-
mente desnuda y sembrada entre las flores
siente que el sol resbala
un redoble de nubes
por sus ojos vacíos.

Cuando hablo de esa mujer
los vecinos se mofan,
pero a mí ¿qué me importa,
si todas las noches
ella me espera altísima
temblando entre los astros
que bajan por el río?

Desnuda en la penumbra

Cuando el viento abre la ventana
tu falda cae adrede cerca de la vela.

La luz finge quebrarse cimbrando nuestras sombras
sobre el muro.

Tu cuerpo vuelto a la penumbra
demora la fragancia en los aromos.

A unos hombros desnudos

Sabes a qué has venido,
y quién desespera y busca.
Detrás de esa ventana
unos hombros desnudos
sucumben frente a un espejo.
Aquel que llega nada crea, nada inventa
(sólo corrige)
no equivoca su mano
rebaña el poro,
alerta el predio inicuo del deseo,
descubre la piel,
te besa…

Aquel que llega hace
que lo último caiga
por sí solo y no cubra;
y el abrazo pueda más que todas las ovaciones del mundo.
Aquel que llega nada crea, sólo corrige.
¿Hubo entonces alguien que inventó tanto amor
para venganza tuya y de los hombres?

Detrás de esa ventana dos cuerpos corroboran
que hubo entonces alguien,
algo,
alguna vez,
el balanceo vivo de una luna que cae
sobre nuevos parajes.
Noche adentro
presto al sentido la tensión de la mano
por girones de piel
sólo adivinados
y que acuden
por la sábana
para caerte
como la lanza más desalojada de la vida
como el rocío sobre mí:
varón que acecho,
la noche extravagante
y sus escamas sordas…