Poetas

Poesía de España

Poemas de Francisco de Rioja

Francisco de Rioja (1583-1659), poeta y erudito español del período barroco, dejó una huella significativa en la literatura y la cultura de su tiempo. Nacido en Sevilla el 22 de noviembre de 1583, su vida y obra están impregnadas de una riqueza intelectual y una dedicación a las letras que lo llevaron a ocupar múltiples roles en la sociedad de su época.

Rioja se graduó en leyes y se convirtió en canónigo de la catedral de Sevilla, una posición que denotaba su estatus académico y social. Sin embargo, su carrera abarcó mucho más que sus estudios en leyes; fue un teólogo respetado y un destacado jurista. Además, sirvió como bibliotecario de Felipe IV, lo que atestigua su profundo compromiso con el conocimiento y la cultura.

Su carrera y legado se vieron influenciados en gran medida por su relación con el III conde de Olivares, Gaspar de Guzmán, conocido como el conde-duque de Olivares, un influyente político de la época. Fue el bibliotecario personal de este conde-duque y lo acompañó en sus traslados y retiros, lo que proporcionó un contexto rico para su compromiso intelectual y literario.

A pesar de sus contribuciones literarias notables, Francisco de Rioja enfrentó una suerte curiosa en cuanto a la autoría de algunas de sus obras más famosas. La «Canción a las ruinas de Itálica» y la «Epístola moral a Fabio» se le atribuyeron durante mucho tiempo, pero investigaciones posteriores revelaron que no eran suyas. Estos equívocos no deben eclipsar su propio talento poético y sus contribuciones genuinas a la literatura.

Rioja, en su producción literaria, optó por explorar la temática menor y la elegancia verbal. Prefirió centrarse en la exquisita belleza de los detalles sensoriales y enaltecer la naturaleza a través de su poesía. Sus poemas dedicados a las flores, como «A la rosa», «Al clavel», «A la arrebolera» y «Al jazmín», son considerados ejemplos sublimes de su habilidad poética. Destacó su inclinación por los matices del rojo y el blanco, lo que le permitió expresar la belleza efímera de la naturaleza.

Los sonetos de Rioja revelan tanto una influencia gongorina como elementos moralizadores. Sus sonetos morales y sus canciones morales, como «A la constancia», «A la riqueza» y «A la pobreza», destacan por su sabiduría y su capacidad para transmitir enseñanzas a través de la poesía.

Aunque su obra poética no fue reunida en su tiempo, su legado poético fue redescubierto en el siglo XVIII y apreciado por generaciones posteriores. A lo largo de su vida, Rioja también se destacó como erudito, bibliotecario, y cronista de Castilla. Su contribución a la literatura barroca española y su enfoque en la temática menor y la belleza sensorial lo convierten en un autor relevante e intrigante en la historia de la poesía española del siglo XVII.

Pura, encendida rosa

Pura, encendida rosa,
émula de la llama
que sale con el día,
¿cómo naces tan llena de alegría
si sabes que la edad que te da el cielo
es apenas un breve y veloz vuelo?
y no valdrán las puntas de tu rama,
ni tu púrpura hermosa
a detener un punto
la ejecución del hado presurosa.
El mismo cerco alado,
que estoy viendo riente,
ya temo amortiguado,
presto despojo de la llama ardiente.
Para las hojas de tu crespo seno
te dio Amor de sus alas blandas plumas,
y oro en su cabello dio a tu frente.
¡Oh fiel imagen suya peregrina!
Bañóte en su color sangre divina
de la deidad que dieron las espumas;
¿y esto, pupúrea flor, y esto no pudo
hacer menos violento el rayo agudo?
Róbate en una hora,
róbate silencioso su ardimiento
el color y el aliento;
tiendes aún no las alas abrasadas
y ya vuelan al suelo desmayadas.
Tan cerca, tan unida
está al morir tu vida,
que dudo si en sus lágrimas la Aurora
mustia, tu nacimiento o muerte llora.

A la pobreza

Desde el infausto día
que visité con lágrimas primeras,
me tienes, ô pobreza, compañía;
aunque tan buena, como dizen, fueras,
por ser tanto de mí comunicada,
me vinieras a ser menos preciada.

Diré tus males sin que mucho ahonde
en ellos, que es mui raro
lo que por glorias tuyas contar puedes.
Tal vez el que en su casa un monte asconde

de Numidia i de Paro
en arcos i paredes,
cuando entre el blando lino se rodea,
puesto de los cuidados en el fuego,
sin conocerte alaba tu sossiego,
i nunca, aunque lo alaba, lo dessea;
llegas a ser de alguno, en fin, loada,
mas de ninguno apenas desseada.

¿Si eres tú de los males
el que nos trata con mayor crüeza,
cómo podrá ninguno codiciarte?
Después que nació el oro,
i con él la grandeza,
murió tu ser, murió tu igual decoro,
en otra edad divino:
¿si por esso, pobreza, en toda parte
con enfermo color andas contino?

Con preciosos metales
siempre veo levantado
lo que tienes tú sola derribado.
¿Qué ciudad populosa
se sabe que por ti se aya fundado?
¿Qué fuerça inespunable i espantosa
por ti se a fabricado?

El süave color, la hermosura
sólo en tu ausencia con su lustre dura.
Pintame la belleza
mayor que imaginares,
compuesta de jasmines i de grana:
si con vestido tuyo la adornares,
su lustre pierde i gracia soberana.

Pues cuando el agro ivierno,
hijo tuyo sin duda,
que, como tú, también siempre desnuda,
roba al bosque el verdor i lo despoja
de su amarilla hoja,
pobre por ti su frente,
ni su sombra codicia más la gente,
ni sus ramas las aves.

I si yo vanamente no dicierno,
¿cuándo armarse pudieron vastas naves
donde se vio tu sombra?,
¿cuándo exércitos gruessos?
El número infelice de sucessos
que por ti an avenido, ¿a quién no assombra?
Hablen los nunca sepultados güessos
que en las playas blanquean,
de tantos que por falta de sustento
al mar rindieron el vital aliento.

¡Cuántos as ascondido
en los anchos desiertos
para que al mal seguro caminante
asalten encubiertos!
¡Ô, en cuántas partes se verá teñido
el campo con la sangre de los muertos!
No hay voz, aunque de hierro, que bastante
sea a dezir los males que acarrean
duras necessidades.

Los pobres que habitan las ciudades,
¿qué afrenta no padecen?:
lo que por sus ingenios merecieron,
ô pobreza, por ti lo desmerecen.
¿Qué pobre hubo discreto?
¿Cuándo tuvo amistades
que aun con pequeño honor correspondieran?
¿Cuándo con la pobreza algún respeto
jamás se tuvo a las tendidas canas
que tú de blanca nieve, edad, coloras?

¡Ô mentes de la humilde gente vanas,
no cuidéis, a despecho
de vuestra pobre i mísera fortuna,
levantaros al cerco de la luna!
Mirad que cuantos hijos van saliendo
del nunca en vano frequentado lecho,
tantos esclavos, ¡ai!, os van creciendo
que ocupéis en mesquina servidumbre,
no sin tormento vuestro, no sin llanto.

¿Qué vale, ô pobres, levantaros tanto?
Mirad que es necio error, necia costumbre,
soltar a la soberbia assí la rienda:
que yo apenas, humilde i sin contienda,
puedo contar en paz algunas oras
de las que passo en el silencio oscuro,
olvidado en pobreza i no seguro.

En tan lento resistir

En tan lento resistir
i en incendio tan severo
poco a la razón espero
i mucho temo al vivir.
Una ley vengo a sentir
cuya violencia no acuso;
tiemblo i sígola confuso,
que avisos de la prudencia
dizen que no hay resistencia
contra el imperio del uso.

I quedo entre este temor
con tal gusto persuadido,
que aun cuando más ofendido,
hallo deleite en mi ardor.
Tus altos modos, Amor,
tarde llego a conocer:
el siempre elar i encender
a quien tu fe solicita
es porque sólo acredita
las glorias el padecer.

Solamente el bien de amar
quiero, sin correspondencia,
pues muere assí la paciencia
en naciendo el dessear.
Tiempo, dexa de apagar
el fuego que me eterniza:
que tu hielo atemoriza,
i el arte de la razón
no tiene juridición
para encender la ceniza.

Esta luz que en mí florece
i obraron passiones mías,
a la injuria de los días
sin advertir desvanece.
Fuerças el discurso ofrece
del ánimo al blando fuego;
mas su esfuerço i risa i juego
contra la edad a de ser:
que es violencia su poder
i el de la razón es ruego.

Pero si roba la flor
de tu voz i de tu aliento,
Clori, el sol menos violento,
bien tengo a mi ofensa horror.
¿Qué osará humano valor
viendo divinos despojos?
Mas, ¡ô importunos enojos!
pues aun no da la esperança
engaños a la vengança,
dé el dolor llanto a mis ojos.

Crespas, dulces, ardientes hebras de oro

Crespas, dulces, ardientes hebras de oro
que ondas formáis por la caliente nieve,
¿cuándo veré salir las alvas luzes,
contento de encenderme en vuestro fuego,
que dexe de bolver al triste llanto,
bañado en cana espuma como cisne?

Igual entonces el Tebano Cisne,
siempre ilustrara los celages de oro
por quien el coraçón destilo en llanto,
o asombren sueltos la purpúrea nieve
que esparze rayos de invisible fuego,
o recojan en áurea red sus luzes.

Mas mientra viere tus divinas luzes,
no dexaré de andar, cual blanco cisne,
cantando en muerte el amoroso fuego
en que me encienden, i los cercos de oro
que me desatan, como el sol la nieve,
por los ojos contino en dulce llanto.

Siempre resuelto estoi en puro llanto,
salgan de Phebo o del Dragón las luzes,
caya dulce rocío o caya nieve;
i aunque más dulce cante que alvo cisne,
nunca veré el compuesto en nieve i oro
con blandos ojos a mi ardiente fuego.

¡Ô si ya consumiesse el duro fuego
el miserable coraçón en llanto,
i nunca viessen más bordarse en oro
el cielo a la mañana aquestas luzes!,
pues ardo siempre en ondas como cisne
cuando sale la noche i cae la nieve.

Bien sé, triste, que puede arder la nieve
cuando se acabe mi infinito fuego,
i que abitar en él bien puede el cisne
cuando toque piedad del grave llanto
a mi Eliodora en sus acerbas luzes,
i cuando esté ligado en lazos de oro.

Pues no me enlaza el oro ni la nieve,
den fin tus luzes a mi ardiente fuego,
i en llanto i muerte cantaré cual cisne.

Cuando te miro

Cuando te miro, ô fresno, assí al helado
soplo del Aquilón, calvo la frente,
i al tibio i blando soplo de Ocidente
de purpúreo verdor la cima ornado,

alegre buelvo a mi infelice estado
i esfuerço assí mi coraçón doliente:
«Espera, no importunes al luziente
cielo con vozes i con llanto airado.

Tiempo será que tan crecida pena
acabe, i tu luz gozes, si oprimido
yazes aora en tan profundo yelo.

I si el bolver del incansable cielo
da a un mudo tronco el verde honor perdido,
¿cómo a ti no tu pura luz serena?»

Al clavel

A ti, clavel ardiente,
invidia de la llama i de l’Aurora,
miró al nacer más blandamente Flora:
color te dio ecelente
i del año las oras más süaves.

Cuando a la ecelsa cumbre de Moncayo
rompe luziente sol las canas nieves
con más caliente rayo,
tiendes igual las hojas abrasadas.
Mas, ¿quién sabe si a Flora el color deves,
cuando devas las oras más templadas?
Amor, Amor, sin duda, dulcemente

te bañó de su llama refulgente
i te dio el puro aliento soberano:
que eres, flor encendida,
pública admiración de la belleza,
lustre i ornato a pura i blanca mano,
i ornato i lustre i vida
al más hermoso pelo
que corona nevada i tersa frente,
¡sola merced de Amor, no de suprema
otra deidad alguna,
ô flor de alta fortuna!

Cuantas vezes te miro
entre los admirables lazos de oro
por quien lloro i suspiro,
por quien suspiro i lloro,
en invidia i amor junto me enciendo.
Si forman por la pura nieve i rosa
(diré mejor, por el luziente cielo)
las dulces hebras amoroso buelo,
quedas, clavel, en cárcel amorosa
con gloria peregrina aprisionado.

Si al dulce labio llegas que provoca
a süave deleite al más helado,
luego que tu encendido seno toca
a su color sangriento,
buelves, ¡ai, ô dolor!, más abrasado.
¿Dióte naturaleza sentimiento?
¡Ô yo dichoso a avérseme negado!
Hable más de tu olor i de tu fuego
aquél a quien invidias de favores
no alteran el sossiego.

No se causan mis enojos

No se causan mis enojos,
ô Clori, de ajenas glorias;
otras temidas victorias
dan lágrimas a mis ojos.
No envidio dulces despojos
de amante favorecido,
que la suerte me a traído
a no amar ser envidiado;
moriré alegre abrasado,
como no fuera ofendido.

Fundo mi cierta alegría
en vivir dentro en mi fuego,
i aquel deleite me niego
que tu luz darme podría.
Mi dulce passión porfía
en llevarme a tu rigor,
pero ardiendo aun tengo horror
del desprecio con que miras,
i llego a sentir tus iras
más que a estimar tu favor.

No hay sombra de bien que pueda
concederme la fortuna;
crece mi llama importuna
esparziendo el humo en rueda.
I tan abrasado queda
el pecho de su violencia
que desmaya la paciencia;
mas después un favor lento
assí ensuavece el tormento
que aun lo busca la prudencia.

Mas tan poco se detiene,
que vengo a desengañarme
que Amor no quiere matarme
porque más de espacio pene.
La esperiencia me previene
a que huya el cierto daño,
pero amo tanto el engaño
que a la imagen de un favor
siento apagado el dolor
del incendio más estraño.

No sé si llame piedad
a esta remissión de pena,
porque afloxar la cadena
para apretarla, es crueldad.
En esta inhumanidad
a mi llama lisonjea
un cierto error porque crea
en tan acabada fee
que no es cierto lo que ve
sino aquello que desea.

Yo triste a conocer vengo
que mi bien desvaneció;
como sombra me huyó;
lágrimas ya le prevengo
¿Será qu’en el mal que tengo
halle imperio el llanto mío?
Mas, ¡ô necio desvarío!:
contra llamas celestiales
no pueden tibios cristales
ostentar sobervio brío.

A la riqueza

¡Ô mal seguro bien, ô cuidadosa
riqueza, i cómo a sombra de alegría
i de sossiego engañas!
El que vela en tu alcance i se desvía
del pobre estado i la quietud dichosa,
ocio i seguridad pretende en vano:
pues tras el luengo errar d’agua i montañas,
cuando el metal precioso coja a mano,
no a de ver sin cuidado abrir el día.

No sin causa los dioses te ascondieron
en las entrañas de la tierra dura;
mas ¿qué halló difícil o encubierto
la sedienta codicia?
Turbó la paz segura
con que en la antigua selva florecieron
el abeto i el pino,
i tráxolos al puerto,
i por campos de mar les dio camino.

Abriósse el mar i abriósse
altamente la tierra,
i saliste del centro al aire claro,
hija del’avaricia,
a hazer a los ombres cruda guerra.
Saliste tú i perdiósse
la piedad, que no habita en pecho avaro.

Tantos daños, riqueza,
an venido contigo a los mortales,
que aun cuando nos pagamos a la muerte,
no cessan nuestros males:
pues el cadáver que acompaña el oro,
o el costoso vestido,
sólo por opulento es perseguido;
i el último descanso i el reposo
que tuviera en pobreza, l’es negado,
siendo de su sepulcro conmovido.

¡A cuántos armó el oro de crüeza,
i a cuántos a dexado
en el último trance, ô dura suerte!
Pierde su flor la virginal pureza
por ti, i vesse manchado
con adulterio el lecho, no esperado.

Al menos animoso,
para que te possea,
das, riqueza, ardimiento licencioso.
Ninguno hay que se vea
por ti tan abastado i poderoso
que caresca de miedo.

¿Qué cosa habrá de males tan cercada?,
pues ora pretendida, ora alcançada,
i aun estando en desseos,
pena ocultan tus ciegos devaneos.
Pero cánsome en vano; dezir puedo
que si sombras de bien en ti se vieran,
los immortales dioses te tuvieran.