Poetas

Poesía de Paraguay

Poemas de Elvio Romero

Elvio Romero fue un poeta paraguayo que dejó su huella en la literatura latinoamericana. Nació en una pequeña localidad llamada Yegros, en el Departamento de Caazapá, el 1 de diciembre de 1926. Su padre, un humilde campesino, tallaba figuras de madera y montaba un tiovivo que recorría los pueblos dando espectáculos. Fue gracias a su madre que Elvio aprendió a leer y escribir en español, leyendo poesías que ella recortaba de los periódicos y revistas y que guardaba en un viejo cuaderno.

Desde temprana edad, Romero comenzó a escribir sus propios versos inspirado en autores como Rubén Darío, Gustavo Adolfo Bécquer y Víctor Hugo. Con el tiempo, se unió a la vida literaria de Asunción y compartió tertulias con importantes escritores paraguayos de la época, como Josefina Plá, Hérib Campos Cervera, Óscar Ferreiro y José Antonio Bilbao.

La obra de Romero refleja su compromiso social y político, así como su nostalgia por su tierra natal, de la que tuvo que exiliarse en 1947 por la guerra civil paraguaya. A lo largo de su vida, vivió en Argentina, Chile, México y España, donde participó en conferencias y recitales y colaboró con diversos medios culturales.

Entre sus poemarios más destacados se encuentran «Días roturados» (1949), «Esta guitarra dura» (1965), «Un relámpago herido» (1979) y «Cantar de caminante» (2007). También escribió ensayos sobre Miguel Hernández y la poesía paraguaya. Su poesía es directa, sencilla y emotiva, y trata temas como la tierra, el amor, la guerra, el exilio, la solidaridad y la esperanza.

Elvio Romero recibió en 1991 el Premio Nacional de Literatura de Paraguay y es considerado como uno de los más importantes autores de poesía latinoamericana. Su voz es auténtica, profunda y fiel al hombre y sus problemas. Falleció en Buenos Aires el 19 de mayo de 2004, dejando un legado poético que sigue inspirando a las generaciones venideras.

Mía

Vuelvo a ti, Libertad, mi compañera
de todos los momentos en la vida,
clavel entre claveles conmovida
belleza que se acerca en primavera.

Yo te tendré conmigo a toda hora,
como a una novia siempre enamorada,
junto a mí, Libertad, mía y amada,
retoño de la luz que el alba dora.

Yo me voy a la frontera,
a cantar y a pelear
tú serás mi compañera,
yo, quien te va acompañar.

Día a día a tu lado, en tanto vea
que los hombres procuran defenderte,
mientras yo, noche a noche, sueño verte
andando a mi costado, adonde sea.

Querida amiga, Libertad, deseo
que seamos los dos como una brasa
compartida, y mi casa sea tu casa,
y mires donde miro y donde veo.

Yo no voy a la frontera,
a cantar y a pelear;
tú serás mi compañera,
yo, quien te va acompañar.

Te beso, Libertad, porque eres mía,
porque mi afán es solo verte, amarte,
y aunque no he conseguido conquistarte,
no he dejado de buscarte todavía.

Al amor un nombre

Quizá porque en ti se asombran
las cosas, voy reinventando
un nuevo nombre a las cosas.

Quizá por eso buscamos
signarle un color distinto
a todo cuanto abrazamos.

Al amor un nombre. Al árbol
que nos cobija. Al silencio
que se reduce en tus brazos.

Quizá empezaran contigo
a renovarse las hojas
con que me abrigo y te abrigo.

Y a reinventarse el lucero
ese brillo enamorado
del bosque de tus cabellos.

¿Todo es hoy? ¿Hubo pasado?
¿Alguna huella de un beso
que su sello haya dejado?

¿Acaso no haya memoria
de aquel rostro, aquellos ojos,
de otros nombres y otras sombras?

¿Contigo el futuro empieza?
¿Contigo el pasado muere?
¿Contigo el presente sueña?

Quizá porque todo ahora
contigo canta, debiera
reinventarme cada cosa.

O porque viejos recuerdos
de los ojos se me borran.

Así nos completamos

Al comienzo el amor, buena muchacha,
al comienzo el amor, las soledades
y las noches doradas.

Al comienzo el amor. Y adivinabas
que el pecho que nutría tus anhelos
te invitaba a su marcha.

Te trajo aquí el amor. Y nuestras ramas
buscaron conseguir pronto la altura,
pronto una tierra honrada.

Bastó mirar alrededor. Y el alba
entró resuelta a gobernar el fuego
tibio de nuestras ansias.

Te trajo aquí el amor. Y ya la casa
del amor se inundaba con los sueños
de libertad, amada.

Levantaste los tajos. Te surcaba
la misma chispa con que yo encendía
la mecha de mis lámparas.

Ya no hubo entonces soledad; ya nada
pudo turbar esa quietud profunda
que vive en tus palabras.

Y hallaste lo que es hoy tu nueva patria:
el sueño justo, el pretender sin tregua
una firme esperanza.

Así emprendemos ya, juntos, la marcha.
Y nada es duro entre los dos, por dura
que sea la batalla.

Por triste y dura, pues la vida traza
para los dos una fragante ruta
radiante y fecundada.

Así nos completamos. Somos altas
simientes injertando otras simientes,
otro sol, otras caras.

Al comienzo el amor, buena muchacha,
para lograr después, palpando el día,
la libertad mañana!

Cabellos

Nocturno enmadejado en los destellos
de sueltas ondas y esquivez ligera;
casi fluvial, dormida enredadera,
la espuma boreal de tus cabellos.

Bosques de ríos conservando en ellos
frescor de amaneceres bosque afuera,
ramaje desmembrado en la ribera
de luna llena de tus hombros bellos.

Región undosa que la luz levanta,
borrasca desceñida en tu garganta
color mazorca virgen de maíz.

Nubladas hebras, sombra en movimiento,
rumor sobrecogido que en el viento
fuera a buscar de pronto otro país.

Con tu nombre

Por siete lunas me miré en tus fuentes,
catorce en las orillas de vasija anhelante de tu sangre;
dormí en tu piel con infinitas manos
los largos ciclos de inundación del bosque,
diez o veinte en tu red de vespertina fruta agreste y dulce,
no sé cuánto en la rama
fragante de tus brazos
y toda la vida me llené con tu nombre.

Rosa del Sur, me dije clavel de la cordillera,
guitarra clara del amor, mujer suave como la lluvia
que a veces llega apenas para tocar las hojas,
tierra de siembra fértil del varón y el arado,
honda como la brisa que despeina el maizal y la distancia,
mi latido es el tuyo, mis ventanas abiertas al rumor de la noche.

Si todo mi país, si mi comarca
de taciturna estirpe se despierta en tu aliento,
si el enjambre y la miel, la viga añosa
de la casa, si el azahar del lecho de los enamorados
me acercan a tu piel, si todo late,
si todo vive en ti,
todos mis años, toda mi vida llenaré con tu nombre.

El amor

Sí,
hoy me he puesto a encender el viejo fuego.

El azar y los años
me han llevado a pisar en el sendero
que me ha impuesto el amor, que mi adorada
impuso a mi corazón; ahora vuelvo
al fervor inicial, a esa primera mañana
en que el sol se ha instalado en nuestro pecho.

Y así las cosas:
la canción, la plenitud, el deseo
me han alumbrado el rostro, se me han ceñido
como un pañuelo verde sobre el cuello,
y entro en la casa del fervor como antaño,
asombrándome al ver reverdecer los sueños.

Es como si hubiesen atizado
a mi sangre el verano, la intemperie, los vientos
cordilleranos, o inundado sus cauces
un enérgico brío de panales repletos,
los brazos encendidos al apretar sus brazos,
las dos manos cargadas de un esplendor secreto.

Sí,
porque mi corazón no descansa en la noche,
hoy me he puesto a encender el viejo fuego.

El beso

Germina un beso puro en nuestro pecho,
un beso que es un poco pan de tierra,
un poco arena y vuelo.

El beso es una ráfaga, un sereno
fulgor que se arremansa en la morada,
un masculino aliento.

La única perla que en mi alforja llevo,
la única luz que arrebaté a mi sombra,
su único alumbramiento.

Es una oscura exhalación, deseo,
un aire tibio que la sangre orea,
un luminoso fuego.

Es un activo manantial, un suelto
clavel sonoro entre los labios, agua
de cántaro opulento.

Es una alondra enloquecida, en celo,
delirante y nupcial entre las nubes,
levísimo gorjeo.

Mujer: hoy dejo este profundo beso,
que ensancha la creación, entre tus faldas,
temblor del firmamento.

Por él su peso alivian mis maderos,
por él subo a los árboles, te busco,
por él te pertenezco.

Por él la ruta es breve, por él peso
el péndulo de sol que te corona,
pulso un afán de sueño.

Por él nacerá el hijo, por él veo
que habrán de prolongarse mis raíces,
mis primarios silencios.

Por él mi propia rectitud defiendo,
por él mi descendencia irá sembrando
sus verdes alimentos.

Por él bajo a la tierra y la poseo,
por él barajo el alma, un poco arena,
un poco arena y vuelo!

Fuego primario

Mirarte es ver colinas,
mirarte así tendida, detenida y desnuda,
situando planicies de arena en las axilas,
desnuda y dividiendo la blancura caliente de las sábanas,
mirarte es ver que oscuros orígenes te pueblan,
que el aire te enajena por urnas inasibles,
si te miro desnuda…

Hay cuestas y hay declives,
hay en tu piel suaves territorios de nubes sensitivas,
hay humos y adherencias de ardorosa madera,
hay una sombra ilesa que escapa del asedio,
si te miro desnuda.

Se ve que en tu cintura
se doblan valles que arden con vientos incesantes;
se ve, rosado y táctil, nimbado por rumores,
el hoyo de agua nívea que tu vientre arremansa
como un rosado tiesto de palpitantes flores,
si te miro desnuda.

Mirarte es ver colinas,
lluvias que se diluyen respirando en tus pechos,
es embestir un campo de tierras onduladas,
es llegar al origen de la sangre,
es imantarse al golpe
que oscuramente sube de tu boca y tus trenzas,
y es imposible entonces no acosarte y vencerte
con sedientas hogueras.

Si te miro desnuda.

Huésped

Había entrado.

La que más sabe, la que puso el oído
y escuchó atentamente la negación, el pacto,
lo dicho y desdecido; la que vio el cambio
de color de tus labios, precipitarse
lo inesperado, la puesta en pie, la aventura
y el alba, el beso,
la alegría.

La noche había entrado.
La que más sabe.

Así es ella, me dije…

Así es ella, me dije; es la alegría
remota y honda que de pronto llega
a despejar el nudo que se debe
desanudar en la penumbra inquieta.

Noche y albor, me dije,
todo llegó a mi corazón por ella;
llegó el sabor oculto del deseo,
el presagio de ardor que en mí resuena.

Es mi cuerpo, me dije,
reconociendo su esplendor en ella,
el bosque entero de mi sangre, el pulso
y el latido secreto de su fuerza.

La imagen que conservo
de las verdes raíces de mi tierra;
ella es el tiempo mío, el del verano
en el regazo inmóvil de la siesta.

Así mismo, me dije,
es su fulgor herido en la belleza,
ella es el largo trecho recorrido
surtiéndose de entraña y sementera.

Así mismo, me dije,
callado abrigo que abrigó mis huellas,
el justo sueño que escogí en la lucha,
la libertad por la que canto es ella!