Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de Gregorio Gutiérrez González

Gregorio Ignacio Gutiérrez González, ilustre poeta, escritor y político colombiano del siglo XIX, dejó un legado literario imperecedero. Nacido el 9 de mayo de 1826 en La Ceja del Tambo, Antioquia, y partiendo de este mundo a los 47 años en Medellín el 6 de julio de 1872, su vida estuvo marcada por una ferviente dedicación a las letras y una profunda implicación en la esfera política de su época.

Graduado en derecho por el Colegio de salesianos en 1857, Gutiérrez González participó activamente en las tertulias literarias de la élite intelectual de Bogotá. Esta interacción fecunda culminó en una correspondencia valiosa que hoy enriquece la biblioteca central de la Universidad de Antioquia. No obstante, gran parte de su existencia transcurrió en Sonsón, donde desplegó sus dotes tanto en el ámbito político como en el campo de la escritura.

Su obra poética, impregnada de absolutismo y romanticismo, trasciende fronteras al haber sido traducida a diversos idiomas. Sin lugar a dudas, su pieza maestra es «Memoria sobre el Cultivo de Maíz en Antioquia» (1860), cuya relevancia perdura en el tiempo. Entre otras creaciones destacadas, figuran «Aures», «¿Por qué no cantas?», «A Julia» y «A los Estados Unidos de Colombia». Gregorio Gutiérrez González, con su pluma perspicaz y su compromiso con las letras y la política, se erige como un pilar fundamental en la rica tradición literaria colombiana del siglo XIX. Su legado perdura como fuente de inspiración y reflexión para las generaciones venideras.

A DOS AMIGOS EL DÍA DE SU MATRIMONIO

Sobre vuestras cabezas inclinadas
Va a descender la bendición de Dios.
Él va a santificar lo que en dos almas,
Unidas ya, santificó el amor.

¡Eterna bendición que liga en ambos
El bien, el mal, la dicha y el dolor!
¡Lazo puro de amor, dos veces santo
Que forma el corazón y aprueba Dios!

¡Unión, que en las borrascas de la vida,
Forma ese puerto que se llama hogar,
Separado del mundo!… ¡Y si es que hay dicha,
La dicha sólo en ese puerto está!

¡Nido formado en las desnudas ramas
De un árbol que sacude el huracán,
Que protegen y cubren, enlazadas,
Las alas de dos aves… el hogar!

Ese tibio rincón que abandonamos
Desde niños, en busca de otro sol,
Y a donde vuelve el corazón ingrato
Que heló la sociedad…. ¡y halla calor!

¡Isla flotante en medio de los mares,
Que no alcanzan las olas a mojar;
Tabernáculo santo, en donde arde
La sola luz que la ventura da!

Eternamente la mujer perfuma,
Con su incansable amor, aquel Edén.
¡Es tan grande el tesoro de ternura
Que encierra el corazón de la mujer!…

***

Quiera Dios concederos cuanta dicha
Es posible en la tierra disfrutar:
Varia es la suerte, desigual la vida;
¡Solo el amor compensaciones da!

Si la desgracia vuestras almas hiere
No blasfeméis por eso del Señor:
¡Que todo pasa, pero vive siempre,
Y nos espera en su justicia Dios!

A MEDELLÍN DESDE EL ALTO DE SANTA ELENA

I

Allí está Medellín, la hermosa villa,
Muellemente tendida en la llanura,
Cual una amante, tímida hermosura
Reclinada en el tálamo nupcial.
Allí está Medellín: su sol ardiente
La hace ostentar su gala y sus primores,
Y la da los fantásticos colores
Del magnífico Edén del oriental.

Ciñe su talle esbelto su ancho río
Cual cinturón de perlas y de plata,
Y en su onda limpia la beldad retrata
Y allí su imagen sonreída ve.
Murmura el río enamoradas voces,
Para adormir a su coqueta reina,
Y ella en sus aguas sus cabellos peina
Y moja en ellas el desnudo pie.

Cual reina joven del pomposo valle
Que de su trono en derredor se extiende,
Cuanto su vista en la extensión comprende
Domina con su vista en la extensión.
Los ojos gozan y los labios callan
Al aspecto de tánta maravilla,
Y el caminante al contemplar la villa,
Le tributa su ardiente admiración.

II

Mirad a Medellín, cuál reverbera
Con los rayos del sol en el cénit;
Cual mirada al través de una ancha hoguera,
Partículas de luz hierven allí.

Es el hermoso, trémulo paisaje
Que tiembla al beso de su ardiente sol,
Levemente encubierto en el celaje
Que en la llanura levantó el vapor.

Así se miran al través del sueño
Mundos de claridad, campos de luz,
Cuando de amor el porvenir risueño
Fascina la fogosa juventud.

III

Quédate, adiós, ¡oh Medellín! Tus galas,
Tu cielo azul, tu mágico paisaje,
El tiempo nunca destructor ultraje,
Ni el hombre insulte, ni entristezca el mal.

Siempre te hallen mis amigos ojos
Muellemente tendida en la llanura,
Cual una amante, tímida hermosura
Reclinada en el tálamo nupcial.

A MI AMIGO CAMILO FARRAND

El arte, más audaz que Prometeo.
A los cielos su luz clara robó,
Y aun no ha mandado en su castigo el cielo
Un buitre que le rasgue el corazón.

Por el contrario, al perdonar su robo
Hace que un premio encuentre sólo en él;
Pues teniendo la luz lo tiene todo:
No perece, no puede perecer.

El arte al escribir fotografía
Una frase escribió que es inmortal,
Arte nacido para hacer conquistas
Y al que nadie después conquistará.

Ella al crecer no en época remota
La estatua volcará de Guttenberg:
Tardos los tipos de la imprenta copian
Y aquélla copia el todo de una vez.

Rafaeles no habrá, no habrá Murillos;
La luz a los pintores destronó,
Pues ufana les dice: cuando pinto
Yo soy más hábil que el pincel mejor.

Con su triunfo animada, en un segundo
Se lanza al cielo hasta pasar el sol,
Y esa luz, que es de allá, la manda al punto
Que una presa le traiga, como halcón.

Y va y vuelve, y enseña los retratos
De eso que el hombre con sorpresa ve;
Y la bóveda azul poblada de astros
Nos la muestra pintada en un papel.

A esa luz prisionera ordena el arte
Que hasta el fondo del mar ha de partir;
Parte al instante y al instante trae
El mundo ignoto que se encuentra allí.

Que al arte el cielo trajo a la morada
Donde juzgan que sólo está el dolor,
Ultima confidencia que en voz baja
Al hombre hizo al inclinarse Dios.

Tú, discípulo y ayo de tu arte,
Hijo mimado de la nueva luz,
Ya has conseguido engrandecer tu madre,
Y ella te mima, la abrillantas tú.

Tú, Farrand, con tu genio has hecho mucho,
No dejes comenzada tu labor,
Sigue y trabaja, que es salvar los mundos
Ir más allá y asemejarse a Dios.

Tú tienes ya la ubicuidad hallada
Mostrándole al inmoble espectador,
Por medio de tu lúcido optorama
Lo que hoy existe y lo que ya pasó.

Altivo el hombre al escucharlo irguióse
Lleno de orgullo con su propio ser.
Oh! con cuánta razón se eleva entonces,
Porque el hombre no es hombre sino rey.

Y los cielos, los soles, los planetas
En una imposición, dobles nos da,
Si de noche la bóveda refleja
Ese cielo al revés que llaman mar.

En tu optorama entusiasmados vemos
Desfilar en graciosa procesión
Lo que tienen las artes de más bello,
Lo que tienen los campos de mejor.

Vete, Camilo, y a tu patria lleva
Eso que has espigado en mi país,
Y diles a los hijos de tu tierra:
Aquí hay más orden; más belleza, allí.

Preséntales las vistas admirables
Que has recogido, infatigable, tú,
Y diles con orgullo: esto hace el arte;
Mirad aquí la América del Sur.

Las azules colinas que se pierden
Coronadas de nubes de algodón,
Y las cascadas, y las selvas verdes,
Y los nevados que ilumina el sol,

Y los montes, los valles, las cañadas…
Todo lo primitivo muestra, en fin;
Pero sólo lo agreste, muestra, Farrand,
Nuestras luchas no vayas a exhibir.

Vete y ufano y orgulloso muéstrate
Cargado de riquezas cual Colón;
Vete, sí; mas no olvides que dejaste
La mano que tu mano aquí estrechó.

A MI VECINA

He escuchado las notas de tu piano,
El dulce acento de tu voz he oído,
Y, lo juro, vecina, no es posible
Que te agrade el chillar de los pericos.

En frente a mi prisión tus prisioneros
Al aire dan desapacibles gritos,
Displicentes, agudos, penetrantes.
En tus oídos para herir los míos.

Tiene la Villa más de cien solares,
Cada solar cien árboles crecidos,
Cada árbol cuenta más de veinte ramas
Y cada rama veinte mil pericos.

Y éstos todos, a un tiempo, hacen apuesta
A ver cuál tiene su pulmón más fino,
Y con zambra discorde y guasábara
Puebla los aires su infernal chillido.

Se escucha su chillar, que causa espasmos.
Como el chirrido de amolar cuchillos,
Cual se oyera la turba revoltosa
De mil muchados recortando vidrios.

¡Y tú no estás contenta con los que oyes,
Pues que además enjaulas veinticinco!
¿No temes al histérico, señora…?
¡Suelta, por Dios, los pobres pajaritos!

Respirando, encerrado, olas de fuego
Me atolondran, zumbando los oídos.
Me anonada el calor, pero me mata
El maldito chillar de tus pericos.

¿Por qué, vecina, tu inocencia fija,
Tan mal fijado, tu infantil cariño?
Di ¿no tienes hermanos pequeñuelos?
¿No hay gatos en tu casa? ¿No hay perrito?

¿Por la acera del frente no hay ni un joven
Que pase casualmente… y distraído?
—¿No? ¡Pues que aspiren al honor de jaula
Las chicharras, los pitos y los grillos!

¿No te dan compasión tus prisioneros?
Concédeles indulto indefinido.
¿No te da pena mi tormento injusto?
¡Vecina, compasión por tu vecino!

A UN NIÑO EXPÓSITO

¡Pobre, inocente y desgraciado niño,
De la vida arrojado a la ribera,
Que no ha tenido el maternal cariño
Ni una sonrisa para ti siquiera!

¡Pobre niño, arrojado en el profundo
Valle do impera el llanto y el dolor,
Te hallaste al despertar, solo en el mundo,
Fruto tal vez de criminal amor!

No hallaste al lado, tierna y cariñosa,
La mano maternal que enjuga el llanto,
Que el mundo la vedaba que amorosa
Dulcificase tu infantil quebranto.

Quizá en sus brazos te estrechó y amante
Te bañó con sus lágrimas de amor…
Y luego te arrojó de sí distante
Para salvar su mancillado honor.

¿Y qué harás en el mundo? Sin parientes,
Sin hermanos, sin padres, sin amigos…
A los hombres verás indiferentes
Ser de tu pena y tu dolor testigos.

En vez de llanto por tu triste suerte
Desdén y risa encontrarás doquier;
Mofarase de ti sin conocerte
Tal vez el mismo que te diera el ser.

Di, ¿qué esperas del mundo y la existencia?
Proscrito te verá la sociedad;
Sólo tendrás tu llanto, única herencia
Que el destino ha legado a la orfandad.

¡Jamás consuelo te dará ni encanto
De la fortuna el caprichoso giro;
Jamás tu llanto hará correr el llanto,
Ni tu suspiro arrancará un suspiro!

¿Hallarás una mano generosa
Que se atreva a alumbrar tu porvenir?
¿O tu desgracia ocultarás penosa
Bajo la humilde condición servil?

Si buscas el saber de ti olvidado,
Si ilumina la ciencia tu razón;
¿Serás feliz con esto? ¡Desgraciado!
¡La ciencia para ti será un baldón…!

Si quieres igualarte con otro hombre
Por título mostrando tu saber,
La sociedad demandará tu nombre,1
¿Y cuál darás, desventurado ser?

¿Y si turba tu sueño fatigoso
Ese arcángel maldito, la ambición,
Y si te muestra un porvenir glorioso,
Y te miente de amor una ilusión?

¿Y si ves por tu mal una hermosura
Que haga tu pobre corazón latir,
Qué puedes ofrecerla? ¡Desventura!
¡Oh! entonces, niño, ¿qué será de ti?…

Y si cobarde guardas tu quebranto
Con esa vida que salvado habrás,
¿Quién, infeliz, enjugará tu llanto?
¿A donde quién, a donde quién irás?2

Pero tú no comprendes todavía
Lo que el mundo te guarda, ¡pobre niño!
¡No sabes tú en las horas de agonía
Cuánto consuela el maternal cariño!

Es ahora inocente tu sonrisa,
Es ahora tranquilo tu dormir,
Pues todavía su infectada brisa3
Sobre ti no ha soplado el porvenir.

¡Duerme, niño, que en vez de la presencia
Y arrullo maternal que no has sentido,
Aún te arrulla el arcángel de inocencia;
Duerme y reposa en momentáneo olvido!

Y ojalá que al dormir, ¡oh pobre niño!
Dejaras de existir… ¡mejor te fuera!
¡Pues no ha tenido el maternal cariño
Ni una sonrisa para ti siquiera!

Tú sólo has visto el prólogo terrible
Que encontraste grabado en tu camino,
De ese drama de luto que inflexible
Con sangre tuya escribirá el destino.

Y la postrera página del drama
Es tan triste… ¡Morir abandonado!
Mirarás junto a ti… ¡Nadie te ama!
¡Ningún amigo encontrarás al lado!

Y al rededor de la ignorada huesa
Do arrojarán tu cuerpo sin piedad,
¡Ni una ñor, ni una cruz! ¡y la maleza4
Tu memoria y tu cuerpo cubrirá!

¡Pobre inocente y desgraciado niño,
De la muerte arrojado a la ribera,
Que ni aun tendrás del maternal cariño
Al morir una lágrima siquiera!

¡ÁMAME, INGRATA!

¡Yo te amo tanto, que eres el consuelo
Que solo he hallado en mí mortal quebranto!
¡Yo te amo tanto, serafín del cielo,
Yo te amo tanto!
Enjugue ya tu mano seductora
Mi triste llanto;
¡Misericordia para mí, señora,
Que te amo tanto!

¡Oh, si me amaras!… ¡en mi pecho frío
Cuántos tesoros de ternura hallaras!
¡Oh, si me amaras, único ángel mío!
¡Oh, si me amaras!
Tú, reclinada en mis amantes brazos
¡Cuánto gozaras!
¡Cuán dulces fueran del amor los lazos
Si al fin me amaras!

Ámame, ingrata… o de tus ojos quita
Ese mirar fascinador que mata;
¡Ámame, ingrata, aparición bendita!
¡Ámame, ingrata!
Tu cruel desdén las flores de mi vida
Rompe y maltrata…
Ven a mis brazos y el desdén olvida,
¡No seas ingrata!

AURES

De peñón en peñón, turbias, saltando
Las aguas de Aures descender se ven;
La roca de granito socavada
Con sus bombas haciendo estremecer.

Los helechos y juncos de su orilla
Temblorosos, condensan el vapor;
Y en sus columpios trémulas vacilan
Las gotas de agua que abrillanta el sol.

Se ve colgando en sus abismos hondos,
Entretejido, el verde carrizal,
Como de un cofre en el oscuro fondo
Los hilos enredados de un collar.

Sus arqueadas cintas de esmeralda1
Forman grutas do no penetra el sol,
Como el toldo de mimbres y de palmas
Que Lucina tejió para Endimión.

Reclinado a su sombra, cuántas veces
Vi mi casa a lo lejos blanquear,
Paloma oculta entre el ramaje verde,
Oveja solitaria en el gramal.

Del techo bronceado se elevaba
El humo tenue en espiral azul…
La dicha que forjaba entonce el alma
Fresca la guarda la memoria aún.

Allí a la sombra de esos verdes bosques
Correr los años de mi infancia vi;
Los poblé de ilusiones cuando joven,
Y cerca de ellos aspiré a morir.

Soñé que allí mis hijos y mi Julia…
¡Basta! las penas tienen su pudor,
Y nombres hay que nunca se pronuncian
Sin que tiemble con lágrimas la voz.

Hoy también de ese techo se levanta
Blanco, azulado, el humo del hogar:
Ya ese fuego lo enciende mano extraña,
Ya es ajena la casa paternal.

La miro cual proscrito que se aleja
Ve de la tarde a la rosada luz,
La amarilla vereda que serpea
De su montaña en el lejano azul.

Son un prisma las lágrimas que prestan
Al pasado su mágico color;
Al través de la lluvia son más bellas
Esas colinas que ilumina el sol.

Infancia, juventud, tiempos tranquilos,
Visiones de placer, sueños de amor,
Heredad de mis padres, hondo río,
Casita blanca… y esperanza, ¡adiós!

UNA VISITA

Beso sus pies, mi señora.
—Servir a usted, caballero.
Siéntese usted. —Muchas gracias.
—Parece que está molesto;
Tome el sofá. —No, señora,
Estoy aquí bien, aprecio.
—Es que suele el taburete
Ser muy incómodo asiento.
—No, mi señora, estoy bien
Donde quiera que me encuentro.
¿No tiene usted novedad?
—No, señor, gracias. —Celebro:
¿Y el señor don Luis? —Salió
A la calle ha poco tiempo,
Sin novedad. —¿Y el chiquito?
—Gracias, señor, está bueno.
¡Es tan gracioso! ¡si viera!…
¡Tan lindo, que es un portento!
Josefa, trae a Lisandro
A que le hable a don Anselmo.
(Y no responde) ¡Josefa!
¡Josefa! (¡si se habrá muerto!)
¿Pues ve usted? Si las criadas
Sólo sirven de tormento…

—Sí, señora, y es difícil
Encontrar una entre ciento.
—Permítame usted, señor,
Que dentro de poco vuelvo.
Quizá será que Lisandro
Todavía esté durmiendo.
—No vaya usted, mi señora,
A despertarle. —No; creo
Que está en el jardín jugando
Le traigo en este momento.

Dispense usted que le haya
Dejado solo. —Yo siento
Haber a usted molestado…
—No es molestia, don Anselmo.
Aquí le traigo a Lisandro,
Va usted a ver su despejo.
¡Jesús! ¡qué ropa tan sucia!
¡Parece sepulturero!
Venga, le ato la camisa,
Que tiene suelto ese cuello;
No le paran los botones,
Pues los arranca al momento;
Nada le dura… Es preciso
Hacerle ropa de cuero.
Arrímese, Lisandrito,
¿No saluda a don Anselmo?
No sea tonto… —Venga acá…
¿No me saluda? —No quero,
—¡Ja ja ja ja! ¡qué gracioso!
Mírele usted… ¿no es muy bello?
—Sí, señora, y no desmiente
Que usted lo llevó en su seno.
Lisandro, ¿no me conoce?
Venga acá. —¡Qué majadero!

No le doy una cosita
Si no le habla a don Anselmo.
Si usted le viera, señor,
Cuando está solo; ¡qué juegos!
¡Qué gracias dice! ¡no cesa
De hablar y decir portentos!
Le viera usted remedar
A cuantos pasan; ¡al perro
Lo imita tan bien!… Lisandro,
¿Cómo hace Turco? —No quero.
—¿Así se dice á mamá?
¿Qué dirá este caballero?
Que es bobo; no, pero el niño
Sí me obedece, ¿no es cierto?
Remede a Turco, mi hijito,
Y esta tarde va a paseo.
¿Cómo hace? ¿a ver?
—Guá, guá, guá.
—¡Qué bien lo hace! deme un beso.
—La fábula diga ahora
Que aprendió en Samaniego.
—¿Y sabe leer el chiquito?
—No, señor, ya va aprendiendo
Con una facilidad…
Casi todo el alfabeto
Lo sabe, y apenas hace
Unos seis meses y medio
Qpe empezó a aprender, pues tiene
Un admirable talento.
—Sí, señora, y lo demuestra
Lo que ha aprendido tan presto.
—Sí, señor, para su edad
Son seis meses poco tiempo…
—¿Y qué edad tiene? —Siete años
Ha de cumplir en febrero,
Y así tan niño se aprende
Cualquier cosa en un momento.
Diga, pues, la fabulita;
Deje el gato; estese quieto:
¡A ver! con formalidad;
Lisandro, no sea travieso.
La de la Zorra y el Busto,
Que estudió con tanto empeño.
—La Zorra le dijo al Busto
Cuando lo olió…
—¡Bueno! ¡bueno!
Siga… ¿a ver?… ¡ya no se acuerda!
—Bonito pero sin seso.
—¡Muy bien; muy bien! Lisandrito
Deme un abrazo, mi cielo.
¿No dijo con mucha gracia
La fábula, don Anselmo?
—Sí, mi señora, muy bien;
Habla con mucho despejo.
—¡Y hasta oído de poeta
Va sacando el bribonzuelo!
—Sí, señora, pues recita
Con mucha gracia los versos.
—Sí ¡esto es una maravilla!
¿No es cierto, mi hijo? ¿no es cierto
Que en usted tengo un tesoro?
¿No es cierto que vale un reino?
Don Anselmo, le aseguro
Que saben en estos tiempos
Tantas cosas los muchachos
Que se hace dudoso creerlo;
Por esta razón yo juzgo
Que aprendidos nacen.
—¡Cierto!
Dice usted muy bien, y sabe
Mas un muchacho que un viejo.
Mi señora, hasta otro rato.
—¿Por qué tan pronto? yo espero
Que no se vuelva a perder
Otra vez por tanto tiempo.
—Sí, señora, y más despacio
Volveré… Mucho celebro
Que se halle sin novedad.
—Hasta después, don Anselmo.

Y así salió renegando
Este pobre caballero,
Harto ya de necedades
De la madre y del chicuelo.
Al verse libre en la calle
Alzó las manos al cielo,
Dándole gracias a Dios
Que en libertad le ha puesto;
Pero lleno de basura
Y ajado vio su sombrero;
Se halló con bastón sin borlas,
Y con un guante de menos;
Manchados los pantalones,
Sucios casaca y chaleco,
Y hasta entonces conoció
De Lisandrito el portento.

EN EL ÁLBUM DE LA SEÑORITA DOLORES ARGÁEZ

I

¡Bien venida, Dolores, a la tierra
Que has elegido para ser tu patria!
¡Que ella te pague en abundante dicha
Lo que le das en hermosura y gracia!

¡Flor extranjera, del nativo suelo
A otro suelo distante trasplantada!
¡Errante golondrina, que otro nido
Vas a buscar en extranjeras playas!

¡Que en tu nuevo jardín, flor deliciosa,
Te acaricien sin fin tranquilas auras;
Que tu nueva arboleda, ave inocente,
Te brinde sombra entre sus verdes ramas!

¡Que sea este suelo para ti tan dulce,
Como es dulce la luz de tu mirada!
¡Bien venida, Dolores, a la tierra
Que has elegido para ser tu patria!

II

Es verdad que este suelo no lo alfombran
Para ti los recuerdos de la infancia;
Es verdad que has dejado allí, a lo lejos,
Dulces afectos y memorias gratas;

Pero el risueño porvenir, de flores
Aquí el camino cubrirá tu marcha,
Y no importa un recuerdo, que sus sombras
Las disipa la luz de la esperanza.

Esas memorias de la edad primera
Son siempre bellas porque están lejanas,
Y sus recuerdos nos parecen dulces
Porque las vemos al través de lágrimas.

Mas para ti, ¿qué importa lo pasado
Si tánta dicha el porvenir te guarda?
¡Bien venida, Dolores, a la tierra
Que has elegido para ser tu patria!

III

Tú, llena de candor y de inocencia,
A las bellezas de la nueva patria
El encanto darás de tu hermosura
Y el atractivo de tu inmensa gracia.

Y adoradores a tus pies rendidos
Encontrarás por donde quier que vayas;
Y quiera el cielo que feliz encuentres
Una alma noble que refleje tu alma.

¡Que admire Medellín la nueva estrella
Que su cielo bellísimo engalana!
¡Que coloque otra flor entre las flores
Que forman su magnífica guirnalda!

¡Que sea tu porvenir dulce y risueño
Como es dulce y risueña tu esperanza!
¡Oh, bendita, Dolores, esta tierra
Que has elegido para ser tu patria!

EN EL ÁLBUM DE LA SEÑORITA ISABEL BUNCH

I

Coronada de flores y cantando
La alegre juventud viene a la vida;
No halla una zarza su flotante manto,
Ni su planta ligera halla una espina.

El recuerdo del cielo que abandona
Se mira retratado en su sonrisa,
Y en el fondo se ve de su mirada
La esperanza del mundo que imagina.

Las ilusiones en tropel vistoso
Revuelan sin cesar ante su vista,
Sonidos armoniosos murmurando,
Murmurando de amor frases divinas.

Marcha confiada, y en la abierta senda
Ni el llanto observa ni las tumbas mira,
Pues se entretiene en deshojar las flores
Que de su sien en la guirnalda brillan;

Y en el sendero que feliz recorre,
No halla un abrojo, ni su pie vacila,
Pues las flores que arranca a su corona
Entapizan la senda de la vida.

¡Pobre turpial, que los espacios puebla
Con el acento de su voz divina,
Y los alambres de su jaula cubre
Con el plumaje que a sus alas quita!

¡Inocente y voluble mariposa,
Que vuela errante en la extensión perdida,
Regando el polvo de sus alas de oro
Por dondequiera que inconstante gira!

Y delirando amores y placeres,
La juventud, soñando con la dicha,
No halla una zarza su flotante manto,
Ni su planta ligera halla una espina.

II

Tú vienes a la vida sonriendo
De bellas flores con la sien ceñida,
Y sin temor del porvenir incierto
Pues la luz de tus ojos lo ilumina.

¡Oh, quiera el cielo que en tropel vistoso
Las ilusiones por doquier te sigan,
Y con sus alas encantadas cubran
El sendero escabroso que transitas!

¡Que la guirnalda de modestas flores,
Que pura en torno de tu frente miras,
No se marchite al fuego de los años,
Y conserve su aroma y lozanía!

El palpitar del corazón deshoja
Las bellas flores que la sien ceñían,
Y una corona deshojada hiere
La misma frente que adornara un día.

Mas la guirnalda se conserva intacta
Cuando inocente él corazón palpita.
¡Que inocente el latido siempre sea
De tu inocente corazón de niña!

¡Ave feliz, que en tu dorada jaula
Nunca mires tus plumas desprendidas!
¡Mariposa inocente, que conserves
El polvo de oro que en tus alas brilla!

¡Quiera el cielo, Isabel, como yo quiero,
Que en la senda escabrosa de la vida
No halle una zarza tu flotante manto,
Ni tu planta ligera halle una espina!

LA DESGRACIA

¡Yo te conozco, maga engañadora,
Porque tu imperio hasta mi vida alcanza,
Tú que empiezas do acaba la esperanza,
Y mueres de la tumba en el dintel!
Con anchos pliegues tu luctuoiso velo
Al mundo cubre, ¡maga omnipotente!
Tú tienes un altar en cada frente,
Y cada corazón es tu dosel.

Tú eres, desgracia, el maldecido arcángel
Que con el roce de su negro manto
Hace temblar el corazón de espanto
Del que delira entre ilusión y amor;
El que los sueños de ventura envía
Al infeliz cuyo dolor formaste,
Para decirle al despertar: ¡soñaste!
Y dejarle sumido en su dolor.

Tú eres el genio que invisible vaga
En el salón de crápula y orgía,
El que exalta la necia fantasía
Del tumulto, diciéndole: ¡gozad!
Para mostrarle al que se embriaga, luego
El indefenso pecho de su hermano,
Y con su seca y descarnada mano
Le da un puñal, diciéndole: ¡matad!

Tú eres el genio que al infante vela
Desde que duerme en la inocente cuna,
Para matar solícito una a una
Las ilusiones que al soñar creó.
Compañera del hombre, tú enloqueces
Su pobre corazón con la esperanza,
Y le muestras la dicha en lontananza
Para decirle al acercarse: ¡huyó!

Tú haces correr por los marchitos ojos
De los mortales el copioso llanto;
No hay uno solo que el letal quebranto
No haya sentido como yo sentí.
¿Quién no ha tenido que exhalar quejoso
Algún suspiro del doliente pecho?
¿Por qué rostro feliz correr no has hecho
Arrancada una lágrima por ti?

¡Ay! ¡infeliz del que te encuentra, ¡oh maga!
En el delirio que forjó de amores;
Porque al aliento de las bellas flores
Unes tu aliento de ponzoña y hiel;
¡Pues te conozco, maga engañadora,
Porque tu imperio hasta mi vida alcanza;
Tú naciste do ha muerto mi esperanza,
Y vendrás de mi tumba hasta el dintel!