Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de José Joaquín Casas

José Joaquín Casas Castañeda (Chiquinquirá, 23 de febrero de 1866 – Bogotá, 8 de octubre de 1951) dejó una huella significativa en la historia de Colombia como político, escritor y educador de renombre.

Nacido en el seno de una familia comprometida con la educación y la política, Casas comenzó sus estudios en el Colegio Jesús, María y José en Chiquinquirá. Casas se destacó tempranamente por su pasión por el conocimiento y su habilidad para la oratoria. Con el tiempo, su influencia abarcaría diversos campos.

Casas desempeñó una variedad de roles a lo largo de su vida. Desde la magistratura hasta la política, fue ministro de Educación Nacional durante el período presidencial de José Manuel Marroquín (1901-1903). Además, su dedicación al aprendizaje y la cultura lo llevó a fundar la Academia Colombiana de Historia, la Academia de Ciencias Físicas y Exactas, y otras instituciones académicas de renombre.

A través de su destacada carrera, Casas participó activamente en el Partido Conservador Colombiano. Su liderazgo político culminó con su designación como presidente de la República en 1924, así como su papel como presidente del Consejo de Estado. Aunque su influencia política fue innegable, también dejó una marca indeleble en el ámbito educativo como director y fundador de varios colegios en Colombia.

En cuanto a su legado literario, Casas nos obsequió con una rica producción poética. Su poema «Cristóbal Colón», publicado en 1892 para conmemorar el cuarto centenario del descubrimiento de América, es un ejemplo destacado. Otros poemas notables incluyen «Canto a María» y los «Romances de Vieja Fabla». Además, dejó una colección diversa de obras, abarcando crónicas, poemas criollos y escritos políticos.

Casas fue honrado en vida y en su muerte. En 1938, recibió el título de «poeta sublime» por el Centro de Historia de Tunja, y en 1939, se coronó como tal en una ceremonia en el Teatro Cultural de Tunja. A medida que los años avanzaban, su enfoque se centró en la educación y la academia, lo que marcó sus últimos años de vida.

José Joaquín Casas Castañeda, una figura polifacética en la historia colombiana, dejó una huella imborrable como político, educador y escritor. Su contribución en múltiples campos y su dedicación al progreso cultural y educativo siguen siendo un testimonio duradero de su legado.

De noche

Pasó el rosario. Por la usual calleja,
del ángel de la guarda en compañía,
rezando el Kirie por costumbre pía
hacia su ejido el sacristán se aleja.

Asunto pingüe de vulgar conseja,
entre la breña tétrica y bravía
con las memorias del difunto día
el agorero currucuy se queja.

Cerró la tienda doña Ester Barbosa;
cada vecino en su mansión tranquila
al toque de las ánimas reposa.

Mustio el farol municipal vigila,
y extienden por la plaza silenciosa
rumor de paz los chorros de la pila.

Mayo

Alivio de las ásperas faenas,

de llovizna rasgando el cortinaje
ya trisca sobre el húmedo paisaje
Mayo gentil, ceñido de azucenas.

Del soto por las bóvedas serenas,

murmura de la vida el oleaje,
y se acendra, temblando, entre follaje
el nectáreo festín de las colmenas.

Pintados al fulgor de las mañanas,

púberos lirios y vírgenes pomas
para el altar acopian las serranas,

oyendo allá, tras de repuestas lomas,

el discreto rondel de las fontanas

y el arrullo de amor de las palomas.

La tarde

Paró en las eras la afanosa cuita.
Todo en la tarde se concentra y ora:
hora de ausencias sollozantes, hora
de religiosas almas favorita.

Con largos ecos la señal bendita
recuerda al corazón que sueña o llora,
que lo inmortal en lo terreno mora,
que en nuestro ser la eternidad palpita.

La sombra de los cerros se agiganta,
y una tristeza plácida y divina
sobre el alma y el mundo se levanta.

Símbolo de la tarde que declina
un tochecillo solitario canta
entre el pencal su endecha vespertina.

El secreto

¡Oh ni Platón ni Sócrates, famosos
En los anales del saber, supieron
Lo que estos pobres niños…
ORTIZ. “Los Colonos”

Con la postrara bendición termina
Su rezo el cura. Oyendo se recrea
El coro de los chicos de la aldea
Que en la escuela salmodian la doctrina.

El vago son, cual música argentina,
Del pueblo por los ámbitos pasea,
Y al sacerdote el corazón le orea
Como brisa balsámica y divina.

De este plácido edén he aquí el secreto;
He aquí la clave, que el mundano ignora,
Que ignoraron Plutarco y Epicteto:
Niño, joven, mujer, anciano grave,
La ciencia de los hombres salvadores
Todo mortal en Villasuta sabe.

La casa en Ruinas

El techo de mi estancia ya encalvece;
yerbas brotan en él mustias y canas;
entra turbia la luz por las ventanas;
ya la armazón se dobla y desfallece.

Ya el huerto, exhausto de vigor, no ofrece,
sobre el bardal colgantes, sus manzanas;
do emporio fue de púrpuras y granas,
zarza y cardón sin avecillas crece.

La casa de mi cuerpo anuncia ruinas:
ya es fuerza que hasta el polvo la destruya
la muerte en sus profundas oficinas;

Huye, alma, pues, de la posada tuya,
hasta que al fin del tiempo, en sus colinas
Dios a propia mansión te restituya!

La casa de todos

Esa la casa de todos,
La del cura.

POMBO

Ancho zaguán con trasportón de pesa
Que al vaivén del postigo sube o baja;
Portón que cruje pero a nadie ataja,
Y de dar paso a la orfandad no cesa.

Allí a los pobres se reparte apriesa,
Con paz y amor la próvida migaja
Que a expensas de la huerta, que es su caja,
Les manda el cura de su pobre mesa.

Un San Cristóbal colosal, que empuña
Un árbol por bastón, y siempre alerta
Cuida no meta Satanás pezuña,

De la casa cural guarda la puerta:
Nadie tras esta ladra o refunfuña;
Basta empujar para encontrarla abierta.

A solas

Me aplaca del campestre cementerio
por las sendas perderme, intransitadas,
oyendo de la brisa en las cañadas
el antiguo, monótono salterio.

¡Qué voces, de las lindes del misterio,
devuelven el rumor de mis pisadas!
¡Cuántas augustas sombras adoradas
tienen aquí su indisputado imperio!

Ah! no es esto morir! la vida es ésta!
Aquí es bello el dolor, sentido en calma,
cual nublado que el sol tiñe a su puesta;

Aquí, con Dios y mi esperanza a solas,
siento subir a dilatarme el alma
de la vecina eternidad las olas.