Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de Federico Cóndor

Federico Cóndor, seudónimo de Jaime Londoño, es un destacado poeta colombiano nacido el 23 de agosto de 1959 en Bogotá. Con una formación en Derecho en la Universidad Externado y posteriormente en Literatura en la Universidad Javeriana de Bogotá, Cóndor ha dejado una huella significativa en el panorama literario colombiano.

Desde 1997, dirige un taller en el parque de Usaquén en Bogotá, demostrando su compromiso con la formación y promoción de nuevos talentos. Su obra poética se ha plasmado en varios libros, entre los que destacan «Hechos para una vida anormal», «Alquimistas ambulantes», «Mago solo hay uno», «Fantasmas S.A.», «El canto de los insectos», «De mente nómada» y «El secreto de los insectos».

Cóndor no solo se ha destacado como poeta, sino también como traductor, crítico y editor. Su labor educativa se ha extendido a la enseñanza de expresión oral y escrita en el ámbito universitario, y a partir del 2013, ha dedicado esfuerzos a dictar talleres de poesía para niños de grado 5 en colegios distritales y veredas de los municipios colombianos. Su enfoque pedagógico ha sido tan impactante que varios de sus alumnos han sido galardonados a nivel nacional en concursos de cuento y poesía.

Cóndor ha trascendido fronteras, participando en encuentros internacionales de poesía y ejerciendo como jurado en diversos concursos literarios. Su incansable labor educativa ha sido reconocida tanto en Colombia como en otros países, donde ha implementado su método innovador «Desorden de los sentidos».

Además de su producción poética, Cóndor ha publicado un libro de relatos titulado «Sinapsis delirante» y ha incursionado en la historia con «Epitafios: Algo de historia hasta esta tarde pasando por Armero». Sus traducciones del inglés y el francés, como «El alma del hombre bajo el socialismo» de Oscar Wilde y «Gaspar de la noche» de Aloysius Bertrand, son testimonio de su versatilidad como escritor y erudito.

En resumen, Federico Cóndor es un autor multifacético cuya obra y labor educativa han dejado una marca indeleble en la escena literaria colombiana. Su dedicación a la enseñanza y su compromiso con la difusión de la poesía lo convierten en una figura destacada en el panorama cultural del país.

Balas

A todos los que mueren en las marchas pacíficas

Las balas de los policías no matan,
son elementos mágicos que zumban por el aire
y se dispersan entre el gentío
sólo para darle compás
a la cadencia de los que marchan.
Pero no matan.
Son inofensivas,
los soldados las toman al desayuno
para combatir las ordenes de latón.
Las balas salen felices de las armas,
aplauden desde el aire las consignas,
pero no matan.
Los orificios en los muertos
son ecos del hambre y la tristeza.

Eulalia

Soy Eulalia pero me llamaban Rosa la bruja,
Hacía magia,
Ayudaba a conquistar con una vela rosa
Y a recuperar el amor con el hechizo de la madera
O con el embrujo de la luna,
Aumentaba la pasión con los secretos marinos de los caracoles
Que batía en la mamita de mis embrujos,
Evitaba la nostalgia
Con perlas de éter y polvo de estrella
Y usaba el ajo macho contra los malos espíritus y contra la
Infidelidad;
Utilizaba la loción de fruta verde para el dinero,
La amarilla para el oro
Y la transparente para el sexo;
Hacía limpias contra la mala suerte
Con rosas hervidas y carbón de leña roja
Mezclándolo todo con agua pura de lirios.
En mi consultorio de luna levantaba los ánimos,
Alejaba la dudas y las malas patrañas,
Adivinaba el futuro, el presente y el pasado
Y hacía feliz a la gene con mis buenos presagios.
Con mi gato malo que se llamaba Sam
Paseábamos todas las noches en la moto colorada de mi risa
Tirando tarros contra las paredes
Para asustar a los desvelados y hacerle propaganda al negocio.
Desde que me dijeron que las brujas no existen,
vendo biblias.

Odisea

Desde la mañana
se vive una odisea.
Escarbar en el costal de sueños
las armas para ir a Troya.
En los rápidos transportes
los guerreros se lanzan las miradas
mientras el chofer se cree
el capitán de un acorazado.
Las batallas son efímeras
y es el Polifemo de la rutina
quien le saca los ojos a todos los Nadie.
Bajo la comida aplastada por el ruido

y de espaldas la esperanza –
Calipso es la mesera de helio
quien sirve y cobra la cuenta.
Después de tantas aventuras fracasadas
qué se puede esperar de Itaca.

Muerte I

En algún lugar del ataúd la muerte escribe versos
ve por las ranuras la procesión de los gladiolos
toma café
se mira al espejo
en los agujeros de la madera
descifra constelaciones y galaxias
toma brandy
hace bolas de humo
cuenta sílabas y espía por el ojo de la cerradura
la labor ingeniosa de la hormiga

En algún lugar del ataúd la muerte siente frío
está sola
camina en círculos
se calienta los brazos
acaricia las cortinas púrpuras
y siente que la nostalgia camina tras su sombra
en algún lugar del ataúd la muerte llora
está pensando en cambiar de oficio

Muerte II

Por nuestras venas no corre sangre
sino óxido
ríos de tiempo erosionan las rocas
de nuestras vidas

Por nuestras venas
corren cosas viejas
una noche de miedo
un paseo por el bosque
los juegos que se quedaron atrás

Por nuestras venas corre niebla
espacios abiertos llegan a los ojos
cuando estamos tristes
para que lloremos
Por nuestras venas corren voces
sonidos que estallan cuando llegan a la boca
para que cantemos cuando estemos contentos
o gimamos
cuando estemos lejanos

Por nuestras venas corren enanos con destornilladores
nos aflojan la piel
los ojos
los recuerdos

Cuando terminan
quedamos desparramados en una caja

Por nuestras venas
corre la muerte

Leproso

Todos tenemos algo de leproso,
Se nos desgaja la piel de los recuerdos,
Perdemos la cabeza o la flor de las disculpas,
El dolor de la ausencia nos deshoja,
Se nos cae la cara de vergüenza.
Olvidamos, sé que todos olvidamos,
Que nuestra historia se queda trunca,
Que dejamos los sueños y las nostalgias
Pegados a la gasa de los días.
Todos nos vamos desintegrando,
Dejamos en las sábanas o en la ropa ajena
Una caricia, una lágrima,
Un poema, una canción
Las palabras de amor, las mentiras,
Y cuando las bocas se unen
Dejamos la miel del abrazo
Esparcida en el pan de otra lengua.
Todos tenemos algo de leproso,
Pero a nosotros no nos dan monedas
Ni nos destinan a un lugar común para hacernos compañía;
No damos lástima,
Estallamos de alegría
O nos desgarramos de dolor,
Nuestras llagas no son iguales,
Nos las cura el algodón de la luna.

Tienda

Vivir en el país de los errores,
de los errores muertos para siempre,
es navegar el miedo en el camino a la tienda,
bajarse a sorbos largos la aspirina de la luna,
tantear la muerte de regreso a casa
y pensar en los muertos
en los que estuvieron vivos
por error en el lugar equivocado.
Nadie ha vuelto de la tienda,
lo dicen las noticias,
se han ido por el aire buscando las balas perdidas
o las mortajas de las nubes
para pintarle un cielo a los sueños.
Hay quienes dicen
que los han visto en el recuerdo.
Mentiras,
nadie volverá de la tienda.
Lo sabe la nena del almanaque
con sus tetas fúnebres festivas
apuntando al más allá.

Ángel de la guarda

Si no sufres de hambre
si no pasas horas enteras
midiendo el vacío a tu alrededor
si no te importan los fracasos
los caminos minados
si las distancias no te afectan
si no tienes frío
si lo mismo te da
un callejón o un apartamento
si no sientes dolor

Si tus heridas son de aire
qué te importa la vida
no te cortan los servicios
no te embarras en los charcos
ni te espichan en el bus
ni te enamoras
ni te embriagas
ni sabes soñar despierta

Ángel de la guarda
sé por qué sólo buscas compañía