Poetas

Poesía de Venezuela

Poemas de Leoncio Martínez

Leoncio Martínez (Caracas, 22 de diciembre de 1888 – 14 de octubre de 1941) fue un humorista, periodista, dramaturgo, caricaturista, poeta, publicista, compositor de las letras de algunas melodías populares, y promotor del Círculo de Bellas Artes de Caracas. Destacó como caricaturista. Su trabajo en Venezuela pudo ser apreciado en periódicos como: El Cojo Ilustrado (1908), La Voz del Pueblo, El Nuevo Diario (1913), La Linterna Mágica, Pitorreos (1918), y Fantoches (1923-1941), semanario del cual fue fundador.

Se le conoció como «Leo», apodo que utilizaba para autografiar sus caricaturas, en el área de fiesta brava se le conocía como «Don Quintín, el Amargao».

Balada del preso insomne

I

Estoy pensando en exilarme,
En marchame lejos de aquí
A tierra extraña donde goce
Las libertades de vivir:
Sobre los fueros: hombre-humano
Los derechos: hombre-civil.
Por adorar mis libertades
Esclavo en cadenas caí;
Aquí estoy cargado de hierros,
Sucio, famélico, cerril,
Enchiquerado como un puerco,
Hirsuto como un puerco-espín.
Harto en el día de tinieblas
Asomo fuera del cubil
Bien la cabeza, bien un ojo,
Bien la punta de la nariz;
Temeroso de un escarmiento,
Encorvado, convulso, ruin,
-como ladrón que se robase
Sólo el reflejo de un rubí-
Por mirar brillando en el patio
El claro sol de mi país.

II

¡Sol para iluminar ensueños
De vastos campos sin fin,
Del cielo abierto a la esperanza,
De las alas tendidas. Y
Aquí alumbra torvas miserias,
Venganzas crueles, odio vil
Y un dolor que no acaba nunca
Ante otro dolor por venir…
¡Oh la bendita tierra extraña
Donde nadie sepa de mí,
A dónde llegue de atorrante
Sin ambiciones de Rothschild
Con la mediocre burguesía
De que me dejen existir!
Hablaré mal en otro idioma,
Comeré bien otros menús,
Y alguna tarde arrellanado
En mi sillón de Marroquín,
Viendo a través de los cristales
Un cielo de invierno muy gris,
Pensaré en los muertos amados,
En los amigos que perdí,
En aquella a quien quise tanto
Con la vesania juvenil,
De cuando iluminó mis sueños
¡el claro sol de mi país!

III

Estoy pensando en exiliarme,
Me casaré con una miss
De crenchas color de mecate
Y ojos de acuático zafir;
Una descendiente romántica
De la muy dulce Annabel Lee,
Evanescente en las caricias
Y marimacho en el trajín,
Y que me adore porque soy
Tropical cual mono tití…
Que me pregunte ingenuamente
-¡Y no la habré de desmentir!-
Cómo es cierto que en Venezuela
Los coches de la gente chic
Los tiran parejas de tigres,
De tigres “tamaños así…”
(Y la altura de un elefante
Marcará su mano pueril).
¡Qué fantasía desarrolla
El claro sol de mi país!

IV

Mis hijos han de ser gimnastas
Con el ímpetu varonil
De quien tiene libres los músculos
Libres el pensar y el sentir,
Pues nacerán en tierra extraña
Y no en la tierra en que nací;
Y mis nietos, gigantes rubios,
De cutis de cotoperiz,
Bíceps y espíritus de atletas
Con volubilidad infantil,
Puede que sí se me parezcan,
Tal vez tengan algo de mí:
La realidad de mis ensueños,
La mentira de mi sufrir.
¡Pero en vano entre sus cabellos
Hundiré mi mano febril,
Echaré hacia atrás sus cabezas
Y buscaré, sin conseguir,
En el fondo de sus miradas
El claro sol de mi país!

V

Y cuando ya, siempre extranjero,
Descanse más libre por fin,
Y tenga lo que a mí me niegan:
La libertad del buen dormir,
En un cementerio evangélico,
Cubierto por el cielo gris,
Allá que no hay flores al año
Sino una vez, mayo o abril,
A falta de la cruz de té,
Del nardo, la rosa y el lys,
Colocarán sobre mi tumba,
Grabado a rasgos de buril,
Un versículo de la Biblia
O algunas coronas de zinc.

Y ya muchos años más tarde,
Muy cerca del año 2.000,
Mis nietos releyendo las fechas
De mi muerte y cuando nací,
Repetirán lo que a sus padres
Cien veces oyeron decir:
-¡Y le darán cierta importancia!-
“el abuelo no era de aquí,
El abuelo era un exiliado,
El abuelo era un infeliz,
El abuelo no tuvo patria,
No tuvo patria…”¡Y ellos sí!

VI

¡Ah, quién sabe si para entonces,
Ya cerca del año 2.000,
Esté alumbrando libertades
El claro sol de mi país!

BARATARIA

La unciosa paz del patio solariego
dejé por la conquista y la aventura;
el viejo caserón donde perdura,
como la herrumbre en el metal, mi apego.

Muertas cenizas encumbraron fuego
a nuevo soplo; por visión futura
troqué en azar, temores y amargura
aquel dulzor del familiar sosiego

Hoy en poblada soledad y suspiro.
Añoro el huerto y el solar, y miro
con facha de Quijote, triste, enjuta,

con adarga y lanzón por equipaje,
que no sé si tendrá retorno el viaje
porque el vaivén del mar borró la ruta.

Bruñen las cimas de montes bermejos
rayos oblicuos que el sol les asesta;
áridas cumbres simulan al lejos
piara monstruosa durmiendo la siesta.

Émbolos fuertes en rudos manejos
ganan a golpes la ríspida cuesta
entre nogales y cardos añejos:
brava natura, tostada y enhiesta.

Tales amagos de rabia agresora
nunca detienen la locomotora,
símil y ejemplo de vidas y sinos:

sobre los yermos, a incultos ambientes,
yérguense las voluntades potentes
hechas a rectos y nobles destinos.