Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de Matilde Espinosa

Matilde Espinosa de Pérez, conocida simplemente como Matilde Espinosa, fue una destacada poeta colombiana nacida el 25 de mayo de 1910 en Tierradentro Huila, Cauca. Reconocida como una de las fundadoras de la poesía contemporánea en su país, su legado literario abarca más de cincuenta años de trabajo incansable. A lo largo de su vida, sus obras resonaron con un profundo contenido social y una indignación palpable hacia el sufrimiento humano, además de plasmar la belleza de la naturaleza y el sometimiento de la mujer bajo el patriarcado.

La infancia de Espinosa transcurrió entre el volcán del Huila, en un entorno de total aislamiento. Rodeada de mitos y leyendas, adquirió una curiosidad innata por las historias y mitos de su país. A los 15 años, se trasladó a Popayán, donde conoció a Efraím Martínez, un reconocido artista plástico. Tras casarse y vivir en París por un tiempo, la vida conyugal se tornó difícil y Matilde se vio en la necesidad de separarse, enfrentando la inaudita situación de divorcio para una mujer en aquel entonces. Diecinueve años después, contrajo su segundo matrimonio con Luis Carlos Pérez, quien había sido su abogado en el proceso de divorcio.

Esta etapa de su vida marcada por la desgracia, las muertes prematuras de sus hijos y la persecución política a su segundo esposo, se convirtió en el motor de su poesía, cargándola de una profunda carga existencial. A lo largo de su prolífica carrera, publicó más de catorce poemarios, en los que plasmó la cruda violencia que azotó a Colombia en el siglo XX.

Entre sus obras más destacadas se encuentran «Los ríos han crecido», que marcó su inicio como poeta, y «Por todos los silencios», una épica dramática que refleja el conflicto político en Colombia. Otros poemarios notables incluyen «Afuera las estrellas», «Pasa el viento», «El mundo es una calle larga», y «Más adelante», una antología que sintetiza el contenido de sus trabajos anteriores.

El poema «¿Dónde estarán?» cuestiona la persistente violencia en Colombia, mientras que «Los héroes perdidos» retrata la vida de los campesinos y sus familias afectadas por el conflicto armado. Sin embargo, es en el poema «La nube blanca» donde Matilde expresa el dolor más profundo, el de la pérdida de un hijo.

Matilde Espinosa fue reconocida con múltiples premios y condecoraciones a lo largo de su vida, en homenaje a su dedicación a la poesía y su papel como precursora de la poesía social en Colombia. Su casa se convirtió en un punto de encuentro para poetas y pensadores, demostrando su influencia y la admiración que inspiraba en la comunidad literaria.

El legado de Matilde Espinosa perdura a través de sus obras, que siguen siendo objeto de estudio y admiración en el ámbito de la poesía colombiana y latinoamericana. Su profunda mirada sobre la realidad colombiana y su habilidad para plasmarla en palabras han dejado una huella indeleble en la literatura de su país.

Nada más cierto

A Luis Carlos Pérez
In memoriam

Nada más cierto
que tu ausencia
y este incansable viento.
Revestido de sombras
el color de los días
se recoge en silencios
los tuyos y los míos
y toco tu pensamiento.

A veces se me quiebra
el mundo entre las manos
y oigo un clamor que se perfila en tu frente.
«¿Dónde caen las horas
sin el terror nocturno?»

La pregunta se pierde
y los goznes dolidos
de la puerta entreabierta
son pasos misteriosos
de este implacable viento.

LLUEVE

En esta embarcación
sin madrugada
llueven las sombras.
Se derrumban
los reinos del amor
y vuelan las mariposas blancas
como flores silvestres.
Tras la nube más negra
se concentran los vientos
noticiosos, sedientos, llueve.
Desfilan los recuerdos;
historias de pasión con incendios,
temblores o viva muerte.
Mágicas visiones en el aire
ruedan a la tiniebla, llueve.
En esta embarcación sin madrugada
no hay recobro posible;
cerrado el horizonte, llueve.

Cuando pienso en la paz

(Fragmento)

Recibir una carta
venida desde lejos:
“Esto fue en primavera,
se fueron en un barco
todos los exiliados.
los pequeños, nacidos en destierro,
también tenían asombro
y cantaban canciones,
las mismas del exilio”.

Cuánto mejor hubiera dicho la noticia:
se terminó la guerra. Regresan los soldados.
Un barrio está de fiesta, una aldea,
una ciudad. Las muchachas
esperan en los muelles,
en los aeropuertos, en la esquina
de una calle cualquiera, en el cine
como antes de la guerra.
Haciendo cuentas en los dedos las familias
recortan los meses y los años;
años dura la guerra.

MI SOMBRA

Como si
un viento grande agitara sus ramas,

mi sombra
es lo mejor que va conmigo.

Es mi
segundo juego

lo mismo
que el payaso

batiendo
su cabeza contra el suelo.

Mi sombra

es casi hermosa

en las
primeras horas cuando el sol

igual que
una joven

alta,
delgada y fina nos cautiva.

Mi sombra

es una abuela vacilante,

nada tal
vez cuando la noche llega.

Algo me pertenece

No sé si la inocencia
si la nueva mirada
sobre mundo
o el lento andar
hasta llegar a su alma

Siento temor frente
a la herencia de los siglos
en una flauta o en una caña
rota o en una voz de niño.

No es misterio ni sueño
este desliz inclinado hacia
la hoja de papel perdida
en el follaje de nombres
y de sombras con aliento
de vivos o de muertos.

Algo me pertenece
y siempre hay un comienzo
en un gesto o en un loco
silencio.

Las letras se apasionan
y conmueven hasta el llanto
que huye por el vacío
hasta el alma distraída
que no acierta en el reparto
de claridades generosas
o contactos furtivos
que hacen temblar los huesos.

Algo me pertenece
cuando caen las hojas
en su agonía celeste.

La fatalidad de las palabras

Vaga el pensamiento.
La fatalidad de las palabras
acompaña mis pasos
y un cielo plomizo responde
en procesión siniestra
los ecos del golpe
que se tragó la sombra.

Bebiéndose mi pena
un silencio de estrellas
sacude el árbol que toca
con sus ramas la onda crepuscular
y un sol que nace y muere
en el lomo perpetuo de la noche.

Del otro lado
donde algo respira
y cambia el aire
pasan y ruedan las palabras:
lámparas tenebrosas
en el tránsito azul
del humo que vuela y vuelve
al párpado inocente.

Nada dicen los sueños.
Nada preguntan
sin embargo el regreso fatal
de las palabras se anuda
al delirio y se exalta y abate
y se torna la mirada y la voz
en el desprendimiento de la hora.

Todo es insuficiente a la memoria;
los mil hijos de luz desperdiciada
tocan de pronto la rosa indiferente
en medio de las hojas que han caído
antes de la tormenta.

No hay primicia en el alba
cuando se vive largamente.

El minuto es oscuro
sin un lugar exacto;
y el día es la corriente
que borra las instancias
de la dulce fatiga
del amor y la muerte.

UNO DE TANTOS DÍAS

Me sumerjo
en las claridades nocturnas
para entender mejor el medio día.
Umbrosa recojo las pavesas
de quienes fluye el asombro
debajo de las frondas crepusculares.
Alas angélicas o simplemente desvaríos
de una infancia que empezó con el tiempo.

Distraída busco la esperanza
sobre los pliegues del día lento
como el vuelo del pájaro que pasa.
Los árboles se agitan
y sorprende el mensaje tímido y sudoroso
del instante.

Por la insistencia de saber
que los días se van
con sus oros deshechos y sus danzas festivas
donde mueren las rosas.

Todo magnificando la soledad
floración de congojas altiva incertidumbre
de tener otra vez esas gotas
de sol entre las manos.

Tal vez era el amor

¿En dónde está el amor?
¿Dónde su oído
esa antena sutil
que precisa el instante?
Tal vez se refugió
en las grutas
de donde vino un día
tal vez duerme o reposa
entre los socavones
para apagar su escalofrío.

Quizá levantó el vuelo
para sentirse cerca de la tierra
y retornar a todas las criaturas.

Dónde se ha ido que aún
el poema a pesar de su honda sonora
cae sobre los pies como una herida.

¿Dónde su primera sombra
la inocente y feliz
la que sostuvo el ángel
de la guarda en su lúdico empeño
por alcanzar la gracia del amor?

2004

Con voz de fatiga
golpea la puerta.
Como si nunca se hubiera abierto.
Los sonidos se repiten multiformes
opacos y sombríos.

La cortina cae y el número y la luz
se despiertan y el infinito se da
en una rosa blanca que
amanece temblando.

¡Es tan pequeño el mundo!
«descolgado el corazón»
siguió llamando mas
todo confundido.
Creyó que el arrebol tardío
era el sol de mediodía
y la imprecisa claridad
la pupila de un dios
¡Que se recreaba en la lubricidad
de las estrellas!

Las corrientes humanas
plegadas o en desborde soportan
un aire soterrado que estropea
que fuera pasión o ardiente vuelo.
Se humedecen los ojos, los reflejos
se hunden y el pensamiento
va más lejos.

Llueven las sombras
con la velocidad
un río el mismo río que se levanta
limpia la encrucijada que se gasta
y que a veces nos duele en juego
con la herida.

Un día sin nombre

¿En qué momento, amor,
se oscureció tu calle
y tu casa fue el blanco
de la sombra?

Una ola de polvo
Lloroso y amargo
Se estableció en la hora.
Desde entonces el tiempo
Madeja silenciosa
Va corriendo sus hilos
Para la dura tela
Que defiende mis lunas
Secretas.

Lentos trascienden los días
A donde sólo llega
El temblor de la luz
En el vacío.