Poetas

Poesía de Perú

Poemas de Washington Delgado

José Washington Delgado Tresierra, poeta y crítico literario peruano, nacido en Cuzco en 1927, dejó un legado indeleble en la literatura hispanoamericana. Pertenece a la influyente Generación del 50, destacándose por su profundo conocimiento de la poesía y la literatura peruana y española.

Desde temprana edad, demostró su talento literario y su pasión por las letras. Tras realizar sus estudios en Lima, destacó en el Colegio Anglo Peruano y posteriormente en la Pontificia Universidad Católica del Perú, donde se graduó en Letras y Derecho.

Su obra poética se inició en 1955 con «Formas de la ausencia«, seguida de otras obras como «Días del corazón» y «Para vivir mañana«. Su estilo, marcado por la poquedad y la profundidad, cautivó a críticos y lectores por igual, convirtiéndolo en un referente de la lírica contemporánea.

Delgado no solo brilló como poeta, sino también como crítico literario y ensayista. Escribió sobre la historia de la literatura peruana y colonial, así como numerosos artículos y ensayos que enriquecieron el panorama intelectual del país.

Su labor docente en diversas universidades peruanas lo llevó a compartir su vasto conocimiento con nuevas generaciones de escritores y académicos. Presidió la Comisión por el centenario del nacimiento de César Vallejo y dirigió la revista «Visión del Perú«.

Falleció en 2003, dejando un legado literario inmortal que perdura en la memoria colectiva de su país y más allá. Su obra completa fue recopilada en los «Obras completas«, editadas por el Fondo Editorial de la Universidad de Lima, bajo la supervisión de Jorge Eslava.

Te estoy perdiendo

Te estoy perdiendo
en cada voz que escuchas,
en cada rostro que contemplas,
en cada gesto tuyo,
en cada lugar
que recibe a tu cuerpo.
Ser como la luz
que te envuelve, por la que dejas
un retazo de sombra. Ser
como la noche que te obliga
a un pensamiento, a un deseo,
a un sueño.
Ser una materia leve,
una corriente extensa
que te persigue siempre.
No ser esto que soy
y que te está perdiendo.

Espacio del corazón

Nunca tuve en el pecho tanto aire,
toco el extremo del mar y siento
mi corazón en un profundo sitio.
Mi corazón es igual
a todo lo que existe: a la montaña,
al árbol, a las aguas, al tiempo,
a los animales, las cosas y los hombres.
Miro mi camisa y es mi corazón,
y lo mismo sucede con mi casa,
con mi ciudad y con el cielo.
En mi corazón son iguales
mi amigo y mi enemigo.
Nunca tuve en el pecho tanto aire,
mi corazón no tiene límites y soy
un hombre entre los hombres.

Las palabras no dichas

Las palabras no dichas
está aquí, presentes,
lánguidas en su altura
que no quebró el silencio.
Yo les tiendo el oído
-mental, sencillamente-
y me penetren lentas
sin ruido,
dejando en mi memoria
un sabor de sucesos
que nunca sucedieron,
o tal vez sucedieron,
pero sólo en el ansia.
Estas palabras
que ningún labio dijo
son ajenas al tiempo,
a la medida, al número.
Ellas viven por sí.

Los pensamientos puros

Señor rentista, señor funcionario,
señor terrateniente,
señor coronel de artillería,
el hombre es inmortal:
vosotros sois mortales.
Es curioso como la podredumbre
se adelanta a veces al cadáver.
Soportad vuestro olor, mostradlo
si queréis, poquito a poco.
Pero no habléis.
Señores, enseñad el trasero,
pero no lloréis nunca,
cierta decencia es necesaria
aun entre las bestias.
Pensad en el cielo, también
en las alas blancas
y en la música de las arpas
dulcemente tocadas
por vuestras dulces manos.
Pensad en vuestros libros de lectura,
en las viudas tísicas y abandonadas
que ayudaréis con una trompeta de oro.
Pensad en vuestros billetes, en los veranos
junto al mar, en la mucama rubia,
en el amante moreno, en los pobres
que besaréis en la otra vida,
en las distancias terrestres,
en los cielos de almíbar.
Pensad en todo, vuestros días sobre la tierra
no serán numerosos.

Allá lejos

Allá lejos, otros ojos
hundidos en los tuyos,
verán maravillados
el mundo que iluminas.
Otros oídos insaciables
entrarán en tu voz.
Y otros labios -posados
en tus labios-
sabrán yan
como el amor existe
cerca de ti,
lejos de ti.

¿Nunca nos libertaremos?

Para ser bueno hay que servir
al que paga; para ser bueno
no hay que pagar al que sirve.
Así ganaremos el cielo.

El que no tiene manos que trabaje
con los pies y el que no tiene pies
que venda su alma.
¿Nunca nos libertaremos?

Somos grandes, hermosos y fuertes;
tenemos bellos libros y sabias palabras
que nos dicen: todo está bien.
¿Nunca nos libertaremos?

Una historia maravillosa
nos han contado. Somos siervos
de dioses guerreros y santos.
¿Nunca nos libertaremos?

Hoy es de día o de noche.
El sol no es sol sino una piedra.
La felicidad es cosa de otro mundo.
¿Nunca nos libertaremos?

Dioses

Amo a los pequeños dioses
que no tienen nombre ni patria
ni estatura.
Amo a los dioses oscuros
que viven sólo un día.
Amo a los dioses sencillos:
el viento amarillo del verano,
el verde viento de la primavera
y las iluminadas mariposas
que al fuego vuelan
y en el fuego mueren.

Elegía en 1965

Después de tanta sangre, no derramada en
vano, sólo quedó la nieve teñida de carmín.

José Santos Chocano

Después de la batalla, los combatientes muertos
parecen esperar, con oído en la tierra,
una última llamada o la mano benévola
y amiga de la historia, no el silencio tenaz
que los cubre y oculta sobre un cálido suelo
vanamente poblando de hierbas y guijarros,
árboles y alimañas.

Se diluyó el escándalo de la fusilería,
cesaron los fragores de obuses y metralla,
el sol brilla en la paz de un cielo irreprochable.
Los boquetes abiertos en la tierra parecen
tan naturales como las aguas del riachuelo,
el vuelo del halcón o esa nube sin sueño,
sin prisa, sin memoria.

Sobre la tierra esperan muy tranquilos los muertos.
La historia indiferente los dejó abandonados
bajo un cielo vacío. Pobre muertos inermes,
no los abriga el sol ni molesta la lluvia.
Sobre sus cuerpos rígidos discurren las hormigas
en callado desfile.

Los muertos apacibles yacen de cara al cielo
con los ojos abiertos. Parece que quisieran
llenar de sol sus almas tempranamente muertas.
La tierra los acoge, los escuda la sombra
de los árboles quietos y las cambiantes nubes,
en tanto huye la historia. ¿Qué les dice la inmóvil
tierra, el distante cielo? Solamente les dicen
que ya no hay esperanza.

Los muertos extraviados en el mar de la historia
encuentran en la tierra una morada estable
mientras la primavera pasa con sus amores,
pasa el brillante estío, pasa el otoño lánguido
de las guerras perdidas y, al final, el invierno
llega pausadamente para cubrirlo todo
con desamor y olvido.

Conducta razonable

Porque la libertad es un fuego
que pule, afina, organiza
y destruye la vida.
Porque a un lado está el bien
y al otro el mal y yo no sé
cuál es la conducta razonable.
Porque después de todo, nada
importa sino es el amor,
sino es el odio.
Yo estoy aquí para vivir o para morir,
para cantar o para morir,
para respirar, comer y amar.
O para morir.

Un caballo en casa

Guardo un caballo en mi casa.
De día patea el suelo
junto a la cocina.
De noche duerme al pie de mi cama.
Con su boñiga y sus relinchos
hace incómoda la vida
en una casa pequeña.
¿Pero qué otra cosa puedo hacer
mientras camino hacia la muerte
en un mundo al borde del abismo?
¿Qué otra cosa sino guardar este caballo
como pálida sombra de los prados abiertos
bajo el aire libre?
En la ciudad muerta y anónima,
entre los muertos sin nombre, yo camino
como un muerto más.
Las gentes me miran o no me miran,
tropiezan conmigo y se disculpan
o me maldicen y no saben
que guardo un caballo en mi casa.
En la noche, acaricio sus crines
y le doy un trozo de azúcar,
como en las películas.
Él me mira blandamente, unas lágrimas
parecen a punto de hacer de sus ojos redondos.
Es el humo de la cocina o tal vez
le desespera vivir en un patio
de veinte metros cuadrados
o dormir en una alcoba
con piso de madera.
A veces pienso
que debería dejarlo irse libremente
en busca de su propia muerte.
¿Y los prados lejanos
sin los cuales yo no podría vivir?
Guardo un caballo en mi casa
desesperadamente encadenado
a mi sueño de libertad.