Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de Tomás Vargas Osorio

Tomás Vargas Osorio, nacido en el bucólico enclave de Oiba en 1908, emerge como una figura trascendental en la literatura colombiana del siglo XX. Con su pluma versátil, incursionó en la poesía, el ensayo, la narrativa y el periodismo, dejando un legado que perdura más allá de su prematura partida en 1941.

Desde sus años formativos, marcados por la vida rural y la sencillez, Vargas Osorio demostró una pasión temprana por las letras. Su incursión en el periodismo comenzó en 1926, cuando se aventuró a la capital en busca de oportunidades, siendo reconocido por su labor en diversos medios como el Diario Nacional y El Tiempo.

De vuelta en su tierra natal, consolidó su carrera como periodista y político, desempeñando roles destacados en la prensa regional y ocupando cargos legislativos en Santander. Sin embargo, su verdadera vocación literaria floreció en la profundidad de sus escritos, donde exploró la esencia misma del paisaje y la cultura santandereana.

Su obra abarca una diversidad de géneros, desde el lirismo íntimo de «Regreso de la muerte» hasta la aguda reflexión sociocultural de «La familia de la angustia«. A través de sus ensayos y cuentos, Vargas Osorio revela una sensibilidad única, profundamente arraigada en su tierra natal, pero con resonancias universales.

Aunque su vida se vio truncada por la enfermedad en 1941, el legado literario de Tomás Vargas Osorio perdura con fuerza. La publicación póstuma de sus obras completas y la reciente antología en España, «La muerte es un país verde«, son testimonios del impacto perdurable de su escritura, que sigue cautivando a lectores en todo el mundo.

Linde

Vivía en mi corazón.
Poe

Cuando ni un pájaro podría
descifrar el breve distinto de la nube.
Cuando las hojas son metal hiriente
—esas que fueron frescas como labios—.
Cuando una imagen rompe el espejo de la fuente
(donde mojaron sus cabelleras mujeres ya sin alma).
Cuando las estrellas son hierba quemada y sin sonido.
Cuando las bocas han muerto y el silencio se alza
sobre sus lívidos cadáveres —¡el pávido silencio!—
como un musgo.
Cuando empiezan a caer los siglos —¡el pavoroso tiempo!—
entonces sólo tú, corazón, vives solamente.
De ti mismo vives. Solo.

Corazón

Siempre perdido y siempre rescatado
retorna a mí de cada lejanía,
herido, alegre, niño, traspasado.
Saeta de la muerte lo seguía.

Fiel como el agua al cauce bien hallado,
vuelve tras de la lucha y la porfía,
pez, por los mares pescador, y alado
trayéndome el coral de su agonía.

Eres mío, si herido más profundo.
Fin y principio, sombra y luz del mundo
en ti, pero tú sólo en mi costado,

oh, corazón sin fin, ala y latido,
rescatado una vez y otra perdido,
pez, por los mares pescador, y alado.

Instante

Ya el trémulo campo de mis voces
yo te entregara a criba sometido;
linderos —un recuerdo y un olvido—
para el frío trabajo de tus hoces.

Manos, labios, pupilas, los feroces
deseos y mi sueño escarnecido,
el corazón que ya es de ti transido
y la casa sellada de mis goces.

Manos, labios, pupilas, lo que amas,
para tus negros yelos y tus llamas
yo te entregara, oh muerte, dulce o fiera;

pero una nueva voz está cantando,
gota al borde de ti, mío, temblando,
y los dos esperamos a que muera.

Voz

… es esta tierra
una tierra sin lluvia.

Nietzsche

Una tierra seca, sin nombre,
acogerá nuestros huesos.
Una tierra estéril, hosca, una tierra
de ceniza, sin pájaros, sin flores y sin fuentes,
una tierra sin blandos rumores, silenciosa,
con altas y frías peñas,
con gargantas de piedra donde habiten
las sombras, serpientes que se anudarán a nuestros cuerpos.
Una tierra sin aire dulce que la bese,
sin horizontes, sin trinos.
Una tierra seca, sin nombre.
Más piadosa que esta
que ciñen claros ríos,
que habitan bellas aves, con albas de ámbar dulce,
con follajes, con fuentes, con rumores y un aire
tibio que la besa y aldeas y mujeres
cantando en los crepúsculos junto a los claros ríos,
a las verdes colinas, a los valles azules,
junto a las horas tiernas.
Una tierra seca, sin nombre.

Clamor

¿Qué hondo son agobia de levedad las hojas
de esta selva que extiende raíces de silencio
a tierra de huesos que sus flores ocultan?
Dice tu nombre solo y el olor de tu cabello.

Pero el silencio crece como una hierba suave
hasta el límite justo en que la luz vigila
y se oye. Si el dulce son sin fin se abre
la muerte va pasando como una inútil brizna.

Toda la noche, toda, y tu nombre la puebla
como la gota de agua en el negro recinto
cayendo es un rumor marino, sus puertos y sus naves.
Toda la noche, toda, y tu nombre infinito.

Toda la noche, toda, y tu perfume.
Tu olor es un clamor de profundas esencias
que fluye del obscuro fondo de los principios.
Toda la noche, toda, por tu perfume plena.

Que perdure la sombra si en el límite justo
la luz vigila y se oye vivir como una lámpara
cuya forma está en la tiniebla diluida
por conservar tan sólo su propia estructura diáfana.

Este hondo son que agobia de levedad las hojas
se lleva la firme voluntad de mis sentidos
y en su vasto tumulto me difunde,
esencia y substancia puras —no medido—.

Toda la noche, toda, tu nombre y tu perfume
y mi ser no medido.
La muerte va pasando como una inútil brizna,
lejana (¡cuán lejana!).
Ah, si la noche fuera más inmensa.

La muerte es un país verde

Caro mì é sanno, et piú l’esser di sasso
mentre che il danno e la vegogna dura;
non veder, non sentir, mî è gran ventura:
però non mi destar; deh! parla basso.

Miguel Ángel

La muerte es un país verde
con un pájaro cantando en esa rama última
que tiembla de azul frío.
¿Hace frío en la suave pradera?
Gotas dulces y frescas de las móviles frondas
del viento, de las nubes, del viento,
bajarán a calmar la fría sed de los huesos.

La muerte es un país verde.
Y ríos hay rumorosos, de ondas infinitas,
y colinas y trinos. Y uno estará solo,
perfectamente solo, sin su corazón, sin su memoria,
suprema dicha de la soledad que se alza de uno mismo
—viva—
y uno no la siente.

Me parece haber habitado hace mucho tiempo
este país y esta suave pradera.
Pero ahora soy un hombre con corazón y memoria
y me acuerdo de todo, entre nieblas, como un desterrado
recuerda el aire de la patria vagamente.

¿He de decir todo esto a los hombres?
¿Se lo he de contar?