Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de Alberto Ángel Montoya

Alberto Ángel Montoya fue un poeta colombiano que nació en Bogotá el 30 de marzo de 1902 y murió el 20 de noviembre de 1970. Se le conoce como el Maestro del soneto galante por su estilo romántico y elegante, que plasmó en obras como La vigilia del vino y El alba inútil. Su vida estuvo marcada por la pasión por la bohemia, el amor, la mujer, el vino y los deportes ecuestres, pero también por la tragedia de la ceguera que sufrió a causa de dos accidentes jugando al polo.

Montoya perteneció al grupo literario de la Generación de los Nuevos, que se dio a conocer con una revista homónima en 1925. Sus compañeros de generación fueron novelistas, políticos y oradores que se situaron entre la Generación del Centenario y el grupo piedracielista. Montoya se dedicó exclusivamente a la poesía y nunca viajó a Europa. Su obra se caracteriza por la musicalidad, la rima, el ritmo y la precisión del lenguaje.

Su infancia transcurrió entre la ciudad y el campo, en el seno de una familia aristocrática y acaudalada. Su padre fue Manuel Antonio María Anjel Durán y su madre Enriqueta Montoya de la Torre. Tuvo cuatro hermanos: Manuel, Enriqueta, Enrique y Jorge. Desde joven mostró su afición por los caballos, la caza, el polo y el golf, actividades que practicó con destreza hasta que un golpe en la cabeza le provocó una hemorragia cerebral que le hizo perder la visión de un ojo. Años después, otro golpe le dejó completamente ciego.

Montoya no se dejó vencer por la adversidad y siguió escribiendo poesía con la ayuda de su memoria prodigiosa y de sus amigos, que le leían y le transcribían sus versos. Su obra poética se reunió en un solo volumen titulado Lección de poesía, que recoge sus libros Regreso entre la niebla y otros poemas y El hombre que se adelantó a sus fantasmas y otras prosas. Sus poemas reflejan su amor por la vida, la naturaleza, las mujeres y el arte, pero también su conciencia de la muerte y la fugacidad de las cosas.

Montoya fue un poeta original y refinado, que supo combinar la tradición clásica con la modernidad. Su legado es una muestra de la riqueza y diversidad de la literatura colombiana del siglo XX.

Ella

Ella está aquí, presente en la distancia
que separa su nombre de mi oído
y está aquí en el espacio estremecido
que hay entre mi recuerdo y su fragancia.

Ella se fue, y aún yerra por mi estancia
su nombre en su perfume diluido,
que por marcarle un límite al olvido
se hizo nombre y perfume la distancia.

Ella está aquí, presente en el abismo
de su ausencia en aroma. En el amargo
acento de su nombre en mi mutismo.

Que de tan corto amor, dolor tan largo,
sólo es nombre y perfume… Y sin embargo
yo pude acompañarla hasta mí mismo.

A ti

Como la fruta original tú tienes
duplicidad de hieles y panales.
Eres todos los Males y los Bienes,
sin saber de los Bienes y los Males.

Buscando paraísos terrenales,
discurrí por tus núbiles edenes,
y al hollar de vaivenes tus rosales
hallé todos los males y los Bienes.

Al amparo de signos augurales,
diademó la inocencia de tus sienes
un gajo de las ciencias primordiales;

y, así, otra vez, a mi reclamo vienes,
trayendo en tu querer todos los Bienes,
y en tu beso fatal, todos los Males.

Fémina

Con una ambigüedad de ave y de fiera,
leopardesa y paloma en tu destino,
al selvático ardor juntas un fino
tacto de arrullo en virginal espera.

Mas, ay, que tras la plácida quimera,
vuelven a ser por dualidad del sino,
garra la mano al ímpetu felino
y anca de leona la gentil cadera.

Con cuánta candidez de virgen muda
por la sorpresa, en tu callar se advierte
frágil pudor que la inocencia escuda,

sabiendo que otra vez, lúbrica y fuerte,
volverás a gemir toda desnuda
aún en los brazos del Ángel de la muerte.

Ana

He vuelto al puerto tropical que un día
miró el reposo de mi sed liviana
bajo la sombra de tus brazos. Ana,
tu boca era una fruta al medio día.

Después amor y estío en romería.
Viajes por hielo en el borgoña grana.
Y tras el vino, la caricia vana.
Mío el desdén y tuya la porfía.

Hoy de otro cuerpo mi placer se ufana.
Al «Café de los guamos» todavía
llega en vinos nocturnos la mañana.

Pero un dolor invade mi alegría:
no haberte amado cuando fuiste mía
y amarte ahora que te sé lejana.

Campo de caza

A la sombra del bosque de tu oscura melena
me acechaban tus ojos como lagos siniestros.
El fuego de tus labios orientó mi camino
porque perdí la ruta cándida de tus brazos.
Mi ruego era un anuncio de huellas bajo el alba.
Vislumbré enardecido las cumbres de tus senos,
y al sentir el efluvio de tus vírgenes frondas
azucé mis lebreles por tus flancos desnudos.
A su raudo galope de besos, se ofrecían
en una primavera de incógnitos asombros,
los núbiles senderos florecidos de nardos
y las cálidas grutas de capitosos musgos.
Iniciaron colinas y ganaron florestas.
Y al final, ya enervados por las rutas ansiosas,
alígeros cayeron sobre el valle de nieve
donde temblaba inquieta la gacela escondida.

Mujer,
-maravillosa selva donde yo me he perdido-
tú fuiste a mis instintos como un campo de caza.

Cena

Una historia de ayer traza tu fino
labio en carmín, y es hoy en tus ojeras.
Y hay un collar de olvidos y de esperas
si se yergue tu cuello alabastrino.
Las orquídeas ensayan tu destino
en un haz de fugaces primaveras,
y se curvan tu labio y tus ojeras
a la vez sobre el llanto y sobre el vino.
Pero no lloras. Elegante y ducha
en el amor, sonríes a la pena.
Un llanto oculto con tu risa lucha,
y así bebes y ríes. Mas la cena
es ya el recuerdo de otra cena. Escucha:
son los «Cuentos de los bosques de Viena».

Cita

Cómo era de hermoso el albo cuello
al quitarte la marta cibelina.
Cómo era la espalda de divina.
Cómo el hombro en su albor era de bello.

Emuló con sus uñas el destello
del diamante nupcial tu mano fina,
y cayó con la marta cibelina
tu pudor a mis manos desde el cuello.

Te cercaban batistas y pecados
y a un tiempo con tu veste descendía
mi caricia inicial por tus collados.

La tarde aún en tu diamante ardía,
pero al vagar por tus oscuros prados
la noche negra comenzó en tu umbría.

Dos mujeres

Agua amarga de un mar cuya ribera
era el párpado azul. Qué cielo ido
de ese mar a otro mar, entristecido
de lágrimas también y azul ojera.

Yo las amé a las dos. La una era
triste y frágil y pálida de olvido.
Y la otra… ¿la otra?… hubiera sido
-si sido hubiese- igual a la primera.

¿Qué misterio de amor será este vano
ambicionar el fruto no caído,
cuando se tiene el fruto entre la mano?

Y soñar en un cielo descendido,
soñándolo lejano, y tan cercano
de una mar a otra mar el cielo ido.

Tu pie

Nardo y rosa, tu pie guarda una clave
de voluptuosidad que me estremece,
cuando en la alfombra silenciosa y suave,
bajo tu bata, al caminar, florece.

Si en las manos lo tomo, me parece,
transido al roce de mi tacto, un ave
que al sentirse cautiva, desfallece:
tan pequeño es que entre mi mano cabe.

Ni en la húmeda curva de tu labio,
ni en tu seno rotundo, ni en el sabio
giro sensual mi esclavitud persiste.

Ese pie, nardo y rosa, diminuto,
en el espasmo breve de un minuto
tornó mi beso eternamente triste.

El beso

Un pebetero erótica fragancia
de ámbar y nardo en el salón deslíe,
al par que en bronce un sátiro sonríe
impregnando de mal toda la estancia.

Verde malva es el traje, y tu elegancia,
porque a su encanto mi pasión confíe,
mientras las copas un efebo escancia,
perversamente en el diván se engríe.

Súbito el vino tu fervor desmaya
en un rictus de amor. Mi mano ensaya
buscar el seno repulido y breve.

Y cuando tú revives de la ignota
languidez pasional, mancha una gota
de sangre tibia tu mentón de nieve

El retorno

Fue tan grande y amargo mi despecho,
y fue tu angustia en el adiós tan poca,
que al recordar la herida de tu boca
soñé con otra igual para mi pecho.

Mas hoy depongo mi rencor. Sospecho
que acaso loco yo, tú también loca,
el mal que así nuestro dolor provoca
uno al otro, a la vez, nos lo hemos hecho.

Prueba la copa y el dorado vino
ofréceme en tus labios. Adivino
que idéntica a esa flor presa en tu broche,

sumisa al ruego del amor serás.
Cómo eres tú, lo comprendí esta noche.
Cómo soy yo, tú nunca lo sabrás.