Poetas

Poesía de Chile

Poemas de Ludwig Zeller

Ludwig Zeller, fue un destacado poeta y artista visual chileno, se distinguió por su obra surrealista y vanguardista. Nacido el 1 de febrero de 1927 en Río Loa, cerca de Calama, Zeller era hijo de un inmigrante alemán que trabajaba en la industria minera. Desde temprana edad, fue un ávido lector y se interesó por la poesía. Durante su juventud, entabló amistad con destacados poetas como Rosamel del Valle, Humberto Díaz Casanueva y Enrique Gómez Correa, entre otros. Junto con su primera esposa, Wera Zeller, se dedicó a traducir al español obras de los románticos alemanes.

Zeller fue un innovador en el campo de las artes visuales, especialmente en el arte del collage, al que consideraba una forma de poesía visual. Desde 1952 hasta 1968, dirigió la Galería del Ministerio de Educación, donde impulsó a artistas emergentes y experimentales. En 1968, fundó la revista y café literario Casa de la Luna, un espacio de encuentro y difusión para la cultura alternativa. En 1970, organizó la exposición Surrealismo en Chile, en la cual exhibió tanto sus propias obras como las de otros destacados artistas, entre ellos Roberto Matta, Nemesio Antúnez, Enrique Zañartu y Susana Wald, con quien contrajo matrimonio ese mismo año.

En 1971, Zeller y su esposa abandonaron Chile junto con tres de sus cuatro hijos y se establecieron en Toronto, Canadá, donde fundaron Oasis Publications, una editorial dedicada a la literatura latinoamericana. En 1993, se trasladaron a Oaxaca, México, donde residieron hasta el fallecimiento de Zeller el 1 de agosto de 2019. Durante ese tiempo, continuaron desarrollando su labor creativa y editorial, publicando libros de poesía y collage.

La obra poética de Zeller abarca más de veinte libros, entre los cuales destacan «Los elementos» (1953), «Sed sobre el cuerpo» (1956), «Los placeres de Edipo» (1968), «Las reglas del juego» (1969) y «Salvar la poesía, quemar las naves» (2004). Su poesía se caracteriza por su rica imaginación, su lenguaje metafórico y su exploración de los sueños y el inconsciente. Además de su destacada producción poética, Zeller realizó numerosas exposiciones individuales y colectivas de sus collages, los cuales reflejan su visión surrealista del mundo.

Ludwig Zeller fue un artista polifacético que dejó una profunda huella en la cultura chilena y latinoamericana. Su obra es un testimonio de su incansable búsqueda de nuevas formas de expresión y de su compromiso con la libertad creativa.

Cuando el animal de fondo sube la cabeza estalla

Hoy vienen los fantasmas y en la mesa que gira
Veo crecer las flores bajo el llanto sediento
Del ojo que en el centro del plato está mirando
La alcuza con su aceite y su escorpión.

Los días se cerraron de repente, crecieron grandes hojas
Como piel de leopardos al acecho, preguntaron
Mi nombre en arameo, quebraron las botellas
De centellas heladas, esos restos de amor que pule el mar.

Seguramente está de más, dijeron. Equivocó el reloj
Sus engranajes, voltearon de revés esas poleas
Y entre animales vago –ser de sangre caliente–
En los caminos, muerdo sobre los frenos, soledad.

¿Se apagó el sol? pregunto. Los niños lloran
Y de las cuatro esquinas siento subir burbujas
Que relamen sin tregua los tablones, los bordes macerados
De aquél Arca, bajo un palio de fiebre va el carbón.

No quiero ver quebrarse la guitarra
No quiero ver subir la marmita
Aquél ojo con garras que pregunta de nuevo
Si dos y dos son cuatro, si las aguas hirvieron de verdad.

¿Dónde estamos queridos? Las arenas de insomnio se levantan,
Juntemos los juguetes del terror, encendamos la mecha
Que parta en dos la luna y esperemos mil años…
Mi calamar
Mi madre entre la tinta empieza de repente a sollozar.

La cola es al collage…

Al poeta Juan Jorge Bautista

Ya he recortado todos los papeles. He llegado
A ese borde de los años cuando se mira atrás en el fracaso.
Todo está derramado por los suelos, cuchillos y colores y papeles,
Esperando que vuelva con mi nudo de fiebre en las orejas
Y peque para siempre una pata de pájaro a la luna,
Un sol al ojo, un verde al amarillo.

Cae el polvo. Escarbando, escarbando encuentro a las beatíficas
Señoras, sombreros y botines, ropa interior de cuero.
¡Qué carajos!
Todas apolilladas en las tumbas,
Semillas de otro sol, el grabador les dio cien años
Más y puedo verlas recorrer esas páginas
Del libro y Ser otras, casi las mismas mariposas.
Las tijeras no juzgan, cortan trapos de tinta y salta el escorpión
Que guardaban secreto entre sus piernas.
Ahora no recuerdan,
Sólo son mitad máquina, mitad hembras. Muestran su corazón
Tras de las plumas de un abanico que arrebata el tiempo.

Insomnio con escamas

Un pez cruza mi sueño cada noche
Y abre un túnel de incienso en las almohadas,
Sobre el vidrio que es piel, que corta el aire
Pega después sus párpados, escucha: las aguas me rodean
De una a otra pared siento temblar sus hojas cristalinas.

¿Todo está aquí? ¡Respóndeme! Ola de vientre
Oscuro, signos que alguien dibuja allá en el fondo
Como estrías del mismo espejo siempre.
Si venimos del pez, del hueso ardiente
Empeñado en abrirse en sus espinas, si no hay piedad
Si en el estanque pasan la red día tras día,
¿En dónde están los ojos que nos miran, en dónde la raíz
De ese lamento, las ascuas del insomnio en las agallas
Que se inflan, se prolongan, buscan un metal frío?

De ese país que lentamente se alza en las paredes
Secas del día y las semanas salen a recibirme las escamas,
Me incorporo entre llagas, pregunto por amigos
Que no existen, que son polvo molido por la lluvia,
Me pesa cada trozo, cada porción del alma que recuerdo.

¿Estáis allí?, pregunto. ¿Estáis allí? Invisibles
Golpean las agujas en el telar sediento
De la imagen y los vidrios se quiebran, se endurecen
Sobre la cicatriz de la corriente. Veo lágrimas
En el rostro final, el pez que vuelve cada noche en sangre
Que respira en mi almohada, que se quema en mi oxígeno
Y despierta…

Tras el vidrio estoy solo,
Tal vez en otro sueño, dando gritos.

Doblado en dos sobre la mesa escucho

Doblado en dos sobre la mesa escucho, cómo suben
Y bajan las poleas. Tantos años perdidos sobre ese polvo
Seco que ensordece. A veces en la noche me pregunto
A mí mismo por los muros salobres y empiezo a sollozar.

¿Para qué tanta angustia, tanta estrella girando
Hecha una brasa en los cielos de ayer? Me recuesto
En la plancha, dura como un madero de difunto.
¡No hay respuestas! Si pudiera tan solo hacer al fin un nudo
Con palabras capaces de dar cauce al alarido, ese recuerdo
De los seres ciegos, que no logro olvidar.

Pero ahora por fin, siento extendido el cuerpo
En un río de marfil tibio que sonríe, ondula y se pregunta
Por las líneas del techo, los clavos y el porqué.
Jamás mi mesa
Ya será una mesa, ahora entiendo, bajo la tersa piel
Fluye la sangre. ¿Escuchas? Recorrer estos límites
Es encontrar a Dios, llegar hasta ese borde del desierto
Que encabrita a los vientos. Ha empezado a llover.

Muñecas del desierto de Atacama

para Estela Lorca

Las encontré allá al fondo de una vasija rota,
Venían arropadas con los viejos tejidos de sus muertos.
Sonreían al paso de mi mano, era como si hablaran
Me contaran secretos tras de la lana de sus ojos negros

No sé ya qué decían, las tres en un jergón de palos aromáticos
Simulan el encanto tras el dibujo arcaico de ese pájaro
Errante que en cada vida nos parece eterno, ese que vuela
Desde una vida a otra arrastrando las flores del deseo

Yo nací en el desierto, los oasis son quizás sólo una ilusión
Espejismo que ofrece la piel de la adorada, encantamiento
De creer que podremos detener el tiempo y sostener delante
De los ojos el fuego de esa imagen, aquella lava que desaparece

Aquí sobre mi mesa están aquellas locas, las que volvieron
De la edad antigua esa nube de luz sobre mi infancia,
Las veo sonreír, reírse a carcajadas de las dudas que tengo
Mientras el viento mueve en mi cabeza sus coloridas faldas.

Ellas duermen también y allí en el sueño las encuentro
Sedientas de pasión, ellas queman los días con la sola
Mirada, los días y los años que ha dispersado el viento;
La lujuria que enciende el tictac del instinto bajo el pecho.

Estoy viejo y cansado, los caminos se cierran sobre la tierra seca,
Quizás la sangre añora el color de esos pétalos, misterio
De repetir un rito milenario, beber desde sus bocas
La dulzura de abuelas ya difuntas, muñecas locas,
Vasijas del amor de donde vengo.

Las fases de la luna

A Paul Delvaux

Estabas blanca en desnudez completa, a la luz tibia
De la luna. Sentada en el balcón un ramillete te cubría
El seno, iluminándote por dentro. Frente a ti dos señores
Se calan los anteojos, pero miran las piedras, no el brillo
De esa gema de tus ojos.
Los ancló allí Julio Verne hace cien años.
Al fondo del jardín un hombre marcha con los pies
Desnudos, sin advertir que detrás de él un grupo de mujeres
Tratan de percibir la melodía de una flauta invisible.

El rostro de la diosa crece noche tras noche sobre
Los pechos de los montes. ¿Cuándo sabrán que estás aquí?
El gran secreto de la noche es el silencio, se arrastran
Hacia ti las sombras del fantasma, los señores del sueño,
Que dejaron las piedras para encontrarte al fin
Al fondo del jardín en laberintos que arden; desatada la lengua
Se interroga la esfinge al fondo de tus ojos: sólo dos llamaradas