Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de Joaquín González Camargo

Joaquín González Camargo (Sogamoso, Boyacá, 15 de enero de 1865 – Zipaquirá, 9 de diciembre de 1886) se erige como una figura efímera pero trascendental en el paisaje literario colombiano del siglo XIX. Su vida, aunque breve, dejó una impronta indeleble en la poesía de su época. Aunque no pudo culminar sus estudios de medicina, legó al mundo una obra poética conmovedora y melancólica que resonaría en las páginas de la historia literaria.

La colección de sus versos, recopilada póstumamente en «Poesías» (1889) por la pluma de José María Rivas Groot, revela la sensibilidad y la profundidad emocional que habitaban en el joven González Camargo. Su poesía, empapada de la influencia de grandes luminarias como Gustavo Adolfo Bécquer, Victor Hugo y Heinrich Heine, destaca por su capacidad para tejer paisajes emocionales con una prosa lírica excepcional.

Es en la obra de González Camargo donde se vislumbra la semilla de lo que sería la poesía de José Asunción Silva. Este joven poeta no solo encapsula el espíritu romántico de su tiempo, sino que también anticipa la evolución de la poesía colombiana hacia nuevas y emocionantes fronteras literarias.

La figura de Joaquín González Camargo, como una estrella fugaz en el firmamento de la poesía, nos recuerda la brevedad de la vida y la eternidad de la palabra escrita. Sus versos perduran en las páginas de la historia, recordándonos el impacto que un joven talento puede tener en el mundo literario, aun en el breve lapso de 21 años. Su legado sigue inspirando a generaciones de lectores y escritores, manteniendo viva la llama de la poesía romántica colombiana.

Génesis

Pensó el Eterno. Su insondable idea
cruzó del éter el confín sereno,
antorcha inmensa fulguró, y el trueno
sonó en lo vacuo retumbando el «sea!»

Estremecido el cósmos centellea,
la vida bulle en su tremante seno,
y la llama eternal de que está lleno
a la materia germinal caldea.

Con horrendo estertor, ronco, sombrío,
se agita el caos en hervor creciente,
y brillante vapor llena el vacío,

y por él se dilata incandescente
y condensado de la nada al frío,
en gotas-astros se tomó luciente.

VIAJE DE LA LUZ

Empieza el sueño a acariciar mis sienes;
Vapor de adormideras en mi estancia:
Los informes recuerdos en la sombra
Cruzan como fantasmas.

Por la angosta rendija de la puerta
Rayo furtivo de la luna avanza,
Ilumina los átomos del aire,
Se detiene en mis armas.

Se cerraron mis ojos, y la mente,
Entre los sueños, a lo ignoto se alza;
Meciéndose en los rayos de la luna,
De formas varias.

Y ve surgir las ondulantes costas.
Las eminencias de celeste Atlántida,
Donde viven los genios, y se anida
Del porvenir el águila.

Allá reina la luz, y el canto alumbra.
Aire de eternidad alienta el alma,
Y los poetas del futuro templan
Las cristalinas arpas.

Auroras boreales de los siglos
Allá se encuentran recogida el ala;
Como una antelia vese el pensamiento
Que gigantesco se alza.

Allá los Prometeos sin cadenas,
Y de Jacob la luminosa escala;
Allá la fruta del Edén perdida,
La que el saber entraña.

Y el libro apocalíptico sin sellos
Suelta a la luz sus misteriosas páginas,
Y el Tabor del espíritu su cima
De entre las nieblas saca.

Y allí el Horeb de donde brota puro
El casto amor que con lo eterno acaba;
Allá está el ideal, allá boguemos;
Dad impulso a la barca.

LA PLANTA EXTRANJERA

La flor de la zona ardiente
Entre las nieves nacida,
A quien el calor le falta,
A quien maltrata la brisa,
A quien las escarchas hielan
Y el viento recio mutila,
Derrama en llanto su savia
Y sin colores, marchita,
Sufre mucho en soledad,
Mucho en su eterna desdicha.
¡Ay de la planta extranjera
Que nace en extraño clima!

En este mundo falaz
Levanto mi frente altiva,
Quiero que en ella refleje
El sol su lumbre bendita,
Quiero que siempre se encuentre
De noble orgullo ceñida;
Y al alzarla me circundan
Las fantasmas de la envidia,
Miro sólo algunos hombres
Que ante otros hombres se humillan
Y que ponen en su lengua
De adulación la mancilla;
Que mienten santa amistad
Cuando el odio los anima,
Que unos a otros se estrechan
Unidos por la falsía;
Entre ellos amor es mito,
La virtud, una mentira,
y esto repugna a mi mente.
Y esto mi pecho lastima;
Aquí las penas me agobian,
Los placeres no me animan,
Que soy la planta extranjera
Que nace en extraño clima.

Suspiro por una patria
Para mí desconocida,
Que no sé ni dónde se halla,
Pero que sé que es la mía,
Patria que no he visto nunca,
Pero que sé que es distinta
De esta tierra en donde arrastro
Entre zarzales y espinas
U na existencia penosa.
Yo que no pulso mi lira
Para ensalzar a los vicios
Aunque con túnica rica
El regio poder los cubra;
Yo siempre levanto erguida
Mi frente que no se dobla,
y hablo mi lengua nativa
Que nadie, nadie comprende.
Dejad por eso que gima,
Dejad por eso que llore,
Que soy la sombra perdida,
La fuente que se congela,
La lumbre que viento agita;
Que soy la planta extranjera
Que nace en extraño clima.

Si eres de la zona ardiente—
Oh Majy—también semilla
Que en las alas de los vientos
Has venido hasta esta orilla,
Si sientes como yo siento,
Que hay otro mundo en que brilla
El sol más puro y ardiente,
Donde hay una aura más tibia,
Do son más bellas las flores,
Más perfumada la brisa;
Si sientes como yo siento
Que esta patria no es la mía,
Si eres como yo de un mundo
Donde hay más dulce poesía
Entrecrucemos los ramos,
Dame el calor de tu vida,
Inclina sobre mi frente
Tu frente también altiva,
Y no miremos el mundo,
Que así se hallará la dicha
Que damos puede la tierra,
La tierra triste y sombría,
A dos extranjeros plantas
En clima extraño nacidas.

LA ROSA

Ayer vi en el jardín la blanca rosa:
Cedía de las brisas al vaivén;
La cogí y sus espinas una a una
Solícito arranqué.

A mi amada llevábala dichoso:
No tenían sus dedos que temer;
Del amor arrancadas las espinas
Creí… mas me engañé.

En el fondo del cáliz de la rosa
Una gota de lluvia contemplé;
y la flor y la gota temulenta
Le di a mi amor después.

Al cogerla la bella entre sus manos,
Como llanto la gota vi caer;
Yo pensé que el amor tenía sus lágrimas
Y ya… no me engañé.

ORGULLO

Cuando te haga la tristeza
Llanto acerbo derramar,
Reclina en mí la cabeza
Que yo lo sabré enjugar.

Si te hallas sobrecogida
De algún ignoto temor,
En mis brazos escondida
No te alcanzará el dolor.

No te alejes, vida mía.
Tu suspiro es mi suspiro,
Es tu dicha mi alegría,
Con tus delirios deliro.

Seré sombra, si te hieren
Rayos del ardiente sol;
Y si los vientos vinieren,
Te daré tntonces calor.

No irás por el escabroso
Sendero del mundo a pie;
Soy fuerte, y te llevaré
En mis brazos, cariñoso.

Si me amas, seré tu amante,
Seré siempre apasionado;
Si siempre he de ser amado
Con una pasión constante.

Como jamás nadie amó
Siempre te amaré de veras;
Yo seré cuanto tú quieras,
Pero esclavo tuyo, no.

Si me insulta tu desdén
Moriré, pero te olvido;
Si grande mi amor ha sido,
Grande es mi orgullo también.

LOLA Y DOLORES

I

Del viejo hospital sombrío,
En una anchurosa sala,
Junto al balcón de la calle,
En la mal provista cama
Está la enferma Dolores,
Está tísica y se acaba;
Quince años apenas cuenta,
Y es bella aunque descarnada;

En una luz de otro mundo
Todo su cuerpo se baña;
Y flota sobre la vida
Como una neblina vaga;
Ya sólo es una penumbra
Que tiembla y se desbarata;
Ya suenan tras de las nubes
Los ecos de sus palabras.

Del hospital frente a frente
Hay una casa pintada,
Nido de la hermosa Lola,
De su belleza y su gracia.
Lola, que tiene quince años
Y una peregrina cara;
Como la música, alegre,
Fresca como flor del alba,
Cantando pasa la vida,
Riendo la vida pasa,
Entre blancos cortinajes,
Entre floreros y jaulas.

Yo me voy todas las tardes
Del hospital a la sala,
Por visitar a la enferma
Y sonreír con la sana;
Porque tenemos coloquios
De mi balcón a su casa,
De suspiros y de señas
De sonrisas y palabras,
Y en un vaivén continuado
Ponemos nuestras dos almas.

II

Llegué una tarde a mi enferma,
La pulsé, estaba muy mala.
—«¿Me moriré?» preguntome
Con voz triste y apagada.
Queriendo leer en mis ojos
Lo que ocultar deseara;
Y sus lágrimas calientes
En mis manos goteaban.
—«Estará mejor muy pronto»,
Le contesté sin tardanza,
Y levantamos al cielo,
Sin querer, nuestras miradas.
Luego al balcón asomeme
A sonreír con mi dama;
Pero ésta me hizo un mohín
Entre risueña y huraña,
Y se entró (no sin mirarme)
Entonando una romanza;
Y mientras tanto Dolores,
Mirándome, sollozaba;
Y del sol el postrer rayo
Se quebró en su frente pálida.

Del hospital los salones
El médico visitaba,
Seguido de sus discípulos
En la siguiente mañana.
De Dolores basta el lecho
Llegó la visita sabia;
Los últimos resplandores,
Reflejos vagos de su alma,
Como luz de fuego fatuo
Brillaban en su mirada,
Y en mí se fijaron luego
Como diciéndome «Gracias»;
Sus párpados se cerraron…
Se sintió ruido de alas.
De mi mano con el dorso
Enjugué furtiva lágrima.
Siguió la grave visita,
Y al pasar por la ventana,
Sentí músicas enfrente
Y ruido y algazara;
Vi salir para la Iglesia
A Lola, que se casaba.

EN EL ÁLBUM DE LA SEÑORITA M. J. L. G.

Yo he visto algún mundo fantástico extraño,
Tal vez donde ha sido nativa mi alma,
y a veces me vienen en noches serenas
De aquella existencia de espíritus y hadas,
Recuerdos fugaces,
Recuerdos que pasan.

Y entonces yo siento su alada armonía,
Y siento inefables delicias extrañas;
Venturas y sueños trenzando sus cuerpos
Cual niebla de lumbre, con mágica danza;
Y entonces cantando,
Suspira mi arpa.

Yo he visto ideales, mujeres sin nombre
Que son imposibles, que son esperanzas;
Mujeres que forman mi sueño constante,
Mujeres que infunden divina nostalgia,
Brillan como luces,
Como sombras pasan.

Y al verte he sentido del mundo de ensueños
Las notas perdidas, las rítmicas auras;
Te he visto otras vcces en noches serenas;
De aquella existencia me traes en tus alas
Recuerdos queridos,
Recuerdos que encantan.

ESTUDIANDO

En la sala anatómica desierta,
Desnudo y casto, de belleza rara,
El cuerpo yace de la virgen muerta,
Como Venus tendida sobre el ara.

Lánguido apoya la gentil cabeza
Del duro mármol en la plancha lisa,
Entreabiertos los ojos con tristeza,
En los labios cuajada una sonrisa.

Y desprendida de la sien severa,
Del hombro haciendo torneado lecho,
Viene a cubrir la suelta cabellera
Las ya rígidas combas de su pecho.

Más que muerta, dormida me parece;
Pero hay en ella contracción de frío;
Es que al morir el cuerpo se estremece
Cuando siente el contacto del vacío.

Mas yo que he sido de la ciencia avaro,
Que busco siempre la verdad desnuda,
A estudiar aquel libro me preparo,
Interrogando a la materia muda.

Al cadáver me acerco: en la mejilla
Brilla y tiembla una lágrima luciente;
¡Un cadáver que llora!… mi cuchilla
No romperá su corazón doliente.

Del estudio me olvido, y me conmueve
Tanto esa gota silenciosa y yerta,
Que los raudales de mi llanto en breve
Se juntan con el llanto de la muerta.

LA LÁGRIMA

La casita, el arbusto y el riachuelo,
Los prados y los ámbitos del cielo
Contemplaba acostado en un diván;
Quedé entonces así medio dormido,
Con un dulce lelargo… Del olvido
Las neblinas tal vez así serán.

Cuando el cuerpo se queda aletargado
El espíritu, en vuelo levantado,
Errabundo, divaga por doquier;
Del pasado se va hasta las regiones
Y sus ruinas revuelve, y en jirones
El recuerdo nos trae de algún placer.

Un recuerdo feliz vino a mi mente
Y a su lado, cual siempre pura, ardiente,
Una lágrima vino, la sentí.
Al salir, se detuvo temblorosa
Como lo hace una virgen pudorosa
Que un abismo contempla frente a sí.

Y esa lágrima en prisma convertida,
Otro mundo me dieron, y otra vida
Con la luz reflejada en su cristal:
Un palacio, otros ciento divisaba,
Y en sus torres el iris ostentaba
Sus colores en fúlgido raudal.

Y en un bosque, con sabia simetría,
Sus penachos un árbol remecía,
Y otros mil en un mágico compás.
A sus pies los innúmeros torrentes
Arrojaban sus aguas relucientes
Como salen las luces de un fanal.

Y unas aves, riquísimo el plumaje,
En un tiempo, bullían ente el ramaje
Cual si fueran un pájaro no más;
Si cantaban, era una la armonía.
¡Qué hermosura! el edén me parecía;
Y mejor el de Adán no fue jamás.

Quise ver la belleza más de cerca,
Los ojos abrí más,
y lágrima tibia en mi mejilla
Sentí blanda rodar.

La casita, el arbusto, y el riachuelo
Mi vista contempló.
¿Y el edén tan feliz que yo había visto?
Con la lágrima huyó.

¡Ah! me dije, venturas ocultaba
La huella del dolor:
Es la irónica imagen de la vida,
De1 hombre y la ilusión

¡Cuántas dichas me han dado en un instante
Las lágrimas de ayer!
Si así quiero gozar, será preciso
Que llore yo otra Vez.

Ya lo sé: los placeres alternados
Con los pesares van:
Llorarán los que gozan, los que hoy lloran
Mañana gozarán.

Sé que el hombre que ahora vive ardiente
Cadáver ha de ser;
Y en el templo que altivo se levanta
Las ruínas se entrevén.

Y las palmas de América murmuran
Los ayes de Colón;
y se ve tras la aureola del Maestro
La cruz del Redentor.

Hoy escucho los sones de mi lira
Que pulso con placer;
Y mañana oiré sobre mi tumba
El llanto del ciprés.