Poetas

Poesía de Cuba

Poemas de Ángel Augier

Ángel Augier, destacado poeta, ensayista, crítico literario y periodista cubano, fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura en 1991. Nació el 1 de diciembre de 1910 en el central azucarero Santa Lucía, en la provincia de Holguín. Desde temprana edad, se involucró en la lucha contra la dictadura de Machado. Realizó sus estudios de doctorado en Ciencias Filológicas en la Universidad de La Habana, complementando su formación en el Instituto de Literatura Mundial Máximo Gorki de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética.

Su obra poética incluye varios libros destacados, entre ellos «Uno» (1932), «Canciones para tu historia» (1939), «Isla en el tacto» (1965) y «Las penúltimas huellas» (2000). Su poesía se caracteriza por su compromiso social, su lirismo y su sentido de la identidad nacional. Augier fue un ferviente admirador y estudioso de las obras de José Martí, Nicolás Guillén y Rubén Darío, sobre quienes escribió ensayos fundamentales como «Cuba y Rubén Darío» (1968), «De la sangre en la letra» (1977) y «Acción y poesía en José Martí» (1982).

Además de su labor literaria, Augier se destacó como periodista y crítico comprometido, colaborando con medios como el diario El Mundo, la agencia Prensa Latina y la Revista de Literatura Cubana, de la cual fue director fundador. Fue miembro de número de la Academia Cubana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española, y uno de los miembros fundadores de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), donde ocupó el cargo de vicepresidente durante quince años. Recibió numerosas distinciones y reconocimientos a lo largo de su carrera, entre ellos la Orden Nacional Félix Varela de primer grado. Ángel Augier falleció el 20 de enero de 2010 en La Habana, a la edad de 99 años.

A la luz de tu sombra conmovida…

A la luz de tu sombra conmovida
deja de escuchar a tantas voces tuyas,
me quedaré desnudo de silencio
cuando me des tu intimidad desnuda.
Los recuerdos que corren por tu sangre
Te han dejado fragante de ternura,
Fuerte eternidad estremecida
Y el color secular que te circunda.
La nostalgia se sube a tus arcadas
Para soñar el sol su ansia madura;
Mientras las ramas verdes te acarician
En el temblor henchido por la lluvia.
Para las sombras de tus corredores
Son mis palabras como sombras mudas
Que quieren saturarse de tus ecos
Y saturan tu paz de albas futuras.

Cuba

Cuba, flotante línea suspendida
en la punta del agua sin sosiego;
llama en el centro de su propio fuego,
roja al viento la túnica encendida.
Cuba, de amor extiendes tu medida
y la sombra sepulta su astro ciego:
tu sangre, ardiente luz, es dulce riego
para alzar el tamaño de la vida.
Marítima y frutal, solar y sola,
las olas que establecen tu corola
forman, Cuba, coraza a tu alegría.
Y en tu carrera de canción y espuma
deslumbra a la mirada entre la bruma
el fulgor con que en ti florece el día.

El mar

Se ha caído al suelo el Mar. Difícil
recogerlo, alzarlo, ayudarle.
La masa espesa se mece y se deshace en espuma,
en olas; se contrae y distiende, se agita y calma,
se enfurece y desborda como en inútil esfuerzo por levantarse.
La espesa masa no descansa: moja, hunde, ahoga;
su corrosivo hálito de salitre, esa onda salada y húmeda,
está ahí siempre incansable, y el espumoso oleaje de gelatina,
azogue, agua. Se ha caído al suelo el Mar.
Y es difícil asirlo, levantarlo.
Quizás sea preferible dejarlo donde está,
hasta que pueda alzarse por sí solo.
O hasta cuando lentamente se deseque por cansancio.
O por aburrimiento.

El dolor de ser triste

El dolor de ser triste
No reside en la causa de la propia tristeza,
puesto que en la tristeza hondo placer existe
que es recóndito germen de armoniosa belleza.
El dolor de ser triste reside en el prurito
de ostentar el grotesco disfraz de la alegría
cuando el alma nostálgica, ansiosa de infinito,
goza las plenitudes de su melancolía.
En la tristeza hay una diafanidad secreta,
–fuga de lo banal y refugio en sí mismo–
que satura las almas de su esencia discreta
pródiga en el milagro de un fecundo idealismo.
Es algo indefinible que nos deja sus huellas
luminosas en toda la psiquis anhelante:
huellas como de estrellas
que en sus destellos vuelcan un hálito fragante.
Pero todos no saben de estas íntimas cosas
inefables, no saben de estas excelsitudes
interiores, no pueden comprender la armoniosa
belleza que hay en esas sutiles inquietudes.
Y hay que ocultar la dulce distinción de ser triste
y mezclar nuestras risas con las risas del mundo.
Y es esa alborozada máscara la que viste
de dolor tan profundo
el gozo de ser triste.

Vesperal

No hagas ruido a ver
si no se va la tarde.
Dile a tu alma que haga
un silencio absoluto.
Acalla ese ruido de pensamientos,
rompe ese hondo clamor de recuerdos,
ahoga ese sordo rumor de ensueños.
No seas imprudente, no hagas ruidos,
que le molestan a la tarde.
Ante ella hay que estar como una esfinge
jovial, ungida de serenos éxtasis
florecidos de silencios blancos.
Tenemos que rimar ese silencio
con el blanco silencio de la tarde.
Pero ¿ya ves?, se va la tarde.
No pudiste amordazar
el grito desbocado de tus nostalgias
y has espantado a la tarde.
Mira como huye despavorida
a otro lugar donde comprendan
el silencio blanco de su alma.
Y nos deja las sombras
–gran silencio negro–
para el negro silencio
de nuestros ruidos.

Si mis palabras…

Si mis palabras
pudieran andar descalzas
como esos niños indios que van para la escuela.
Pies desnudos que saben muchas cosas,
que van palpando las asperezas de la tierra,
que conocen la caricia cálida del sol
y la ternura de las yerbas
húmedas del rocío
junto con las magulladuras de las piedras
y la pintura gris del lodo que la lluvia
extiende por calles y caminos.
Y saben y enseñan más que todo eso.
Humildes plantas campesinas
que van rozando la miseria,
recogiendo gérmenes de enfermedad y muerte,
recorriendo hasta el fondo la injusticia social.
Protestas silenciosas que frotan lentas,
desesperadas,
el pedernal de los dolores colectivos
que producirá chispas rebeldes…,
Si mis palabras
pudieran andar también descalzas…
Si pudieran andar con las plantas desnudas
por todos los caminos:
sucias, magulladas, endurecidas,
pero protestas directas y vigorosas,
gritando sin retóricas inútiles,
sencillas, elementalmente,
este dolor enorme, universal y sin fronteras,
de los pobres y los humildes,
de los que sufren, padecen y perecen
bajo el régimen capitalista.
Sin mis palabras
pudieran expresar de esa manera
esta angustia callada donde laten tumultos
de los que llevan el peso de todas las miserias
sobre los hombros proletarios…

Por sobre el verde florido

Por sobre el verde florido,
Su quietud azul extiende
El Mar Negro; el sol enciende
Luces en el lomo herido.
Un ave con su graznido
sorprende la suave brisa.
La vaporosa camisa
de una nube se arrebola.
Creo haber visto una ola
dedicarme su sonrisa.