Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de Aquilino Villegas Hoyos

Aquilino Villegas Hoyos, figura multifacética nacida en Manizales en 1880, dejó un legado significativo como político, empresario, e intelectual colombiano. Graduado en Derecho por la Universidad Nacional en Bogotá, su trayectoria comenzó temprano al enrolarse en la Guerra de los Mil Días, posteriormente desempeñando roles destacados como Personero de Manizales y director del periódico La Patria.

Apasionado defensor de ideales republicanos, Villegas Hoyos incursionó en la política como miembro de la Asamblea Nacional Constituyente de 1910, buscando un espacio neutral entre los partidos Conservador y Liberal. Su compromiso con el Partido Republicano lo llevó a liderar el periódico «Eco Republicano«, influyendo en el ascenso de gobernadores como Ramón Jaramillo Restrepo y Emilio Robledo Correa.

A lo largo de su vida, Villegas Hoyos fue un ferviente defensor del desarrollo cultural y urbano de Manizales. Fundador del Centro de Historia de Manizales en 1911, pronunció su célebre discurso «Caldas o la Lección del Deber» en 1916, y participó activamente en la reconstrucción de la ciudad tras el devastador incendio de 1926.

Su influencia no se limitó al ámbito político; Villegas Hoyos fue también un prolífico poeta, dejando una colección notable de obras literarias que incluyen «La bella durmiente«, «La balada de la mala reputación«, y «Oración a la Catedral de Manizales«. Su legado perdura a través de su hija, la política Pilar Villegas, quien ocupó en dos ocasiones el cargo de gobernadora de Caldas.

Aquilino Villegas Hoyos falleció en su ciudad natal en 1940, dejando tras de sí un legado multifacético que abarcó desde la política hasta la literatura, y contribuyendo significativamente al desarrollo y la cultura de Colombia, especialmente en la región de Caldas.

BALADA DE LA MALA REPUTACIÓN

Turba de burdos y patanes,
canalla vil de altos y bajos,
especieros ricachos, truhanes,
letrados sin letras, pingajos,
voy a hablaros sin ton ni son
y sin muchísimos afanes
de mi mala reputación.

Por Apolo y sus santos manes
juro, burgueses, estropajos,
inmundos, judíos, gañanes
periodistas que me dais tajos
rudos, vendidos arrendajos,
juro, repito, que razón
tenéis en hablar, perillanes,
de mi mala reputación.

Yo piso la tierra, rufianes,
duro y seco; no los cascajos
hieren mis plantes que titanes
graves destripan renacuajos,
por caminos y por atajos
sin ninguna mala intención.
No me guardo con talismanes
de la mala reputación.

Mi lengua azota, ganapanes,
y espolvorea los andrajos
de vuestras almas; mis desmanes
son carmines espantajos
que me quitan los calandrajos
de delante; tenéis razón
en helaros hasta los cuajos
por mi mala reputación.

Envío:
¡Príncipe! Échame diez jayanes
a las barbas, o una legión
de piojosos y hambrientos canes:
¡guay! con los fieros ademanes
de mi mala reputación.

Los estetas pelafustanes
que vais royendo los zancajos
a una plebe de almas inanes
cuyo espíritu, cual dornajos
inmundos, huele a cebo y ajos,
prestadme también atención
que allá va el hueso, horda de canes,
de mi mala reputación.

Y los que escondéis entre alanes
un alma mediocre, de bajos
sueños, alma de sacristanes;
los que apagáis entre lazajos
rojos y rezos, y cintajos
los latidos del corazón,
creed ¡oh dulces alacranes!
en mi mala reputación.

Sople, soplen los huracanes
sobre mi frente, que los gajos
de los enhiestos arrayanes
aman tan solo, y no los bajos
líquenes pisados de grajos.
Como el ápice de un peñón
que me azoten los huracanes
de mi mala reputación.