Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de José Manuel Arango

José Manuel Arango (El Carmen de Viboral, 5 de octubre de 1937-Medellín, 5 de abril de 2002) fue un distinguido poeta, traductor, filósofo y ensayista colombiano. Con una poesía meticulosamente elaborada, destacó por sus poemas breves que encerraban una vasta riqueza cultural y una sensibilidad que se manifestaba a través de monólogos y referencias herméticas.

Criado en un entorno agrícola y artesanal, pasó su infancia junto a su abuelo en labores de siembra y cosecha de maíz. Aunque nacido en El Carmen de Viboral, se trasladó al Seminario Mayor de Medellín para cursar su bachillerato. Posteriormente, estudió Filosofía en la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia en Tunja. Su vida personal incluyó el matrimonio con Clara Leguizamón, con quien tuvo tres hijos.

José Manuel Arango amplió su horizonte académico al obtener una maestría en filosofía y literatura en la Universidad de West Virginia. Esta experiencia lo puso en contacto con movimientos poéticos como el Beatnik, Imagismo y la contracultura hippie, aunque su poesía buscó fundamentos más arraigados, explorando tradiciones clásicas, hispanoamericanas y anglosajonas, así como influencias de la literatura oriental.

Durante más de dos décadas, ejerció como profesor de lógica simbólica y filosofía del lenguaje en la Universidad de Antioquia. Grandes figuras literarias como Walt Whitman, Emily Dickinson, William Carlos Williams y Ezra Pound influyeron profundamente en su trabajo. Arango también sobresalió como traductor, vertiendo al español obras de renombrados autores, y sus propios poemas se tradujeron al inglés, alemán, italiano y portugués.

Además de su labor docente y literaria, fundó influyentes revistas como Acuarimántima, Poesía y Deshora, contribuyendo al panorama cultural colombiano. Ganador del Premio Nacional de Poesía por la Universidad de Antioquia en 1988, y objeto de diversas distinciones, José Manuel Arango dejó un legado impactante. Falleció a los 64 años en Medellín.

Entre sus obras más destacadas se encuentran «Este lugar de la noche» (1973), «Signos» (1978), «Cantiga» (1987), «Montañas» (1995), y «Poesía completa» (2009), entre otros títulos notables. Su habilidad para fusionar lo clásico con lo contemporáneo y su profunda influencia en las nuevas generaciones continúan marcando su huella en la literatura colombiana.

Guayacán

El guayacán
de copa
ahusada
vencido
de racimos de flores
amarillas

qué llamarada

Cerca a la estación de los trenes

Cerca a la estación de los trenes,
sobre la plazoleta,
el olor a semen y a sueño de un cuarto de hotel.

Veinte pasos abajo está el arbusto que nimba un halo de luz y niebla.

Ella es ahora
solo
este rostro que flota en mi soledad
y un poco de memoria, en las palmas,
de la redondez de sus hombros.

Ahora cuando la concubina del ladrón, sola en la noche, lo aguarda
y el hastío reúne a los hombres en las tabernas.

La moneda lanzada contra el muro se deshizo en polvo.
Contra el muro donde heladas mujeres muerden la sombra con sus dientes de cuarzo.

Queda la soledad trasvasada en el beso
y, cerca a la estación de los trenes,
sobre la plazoleta,
este cuarto de hotel
y su olor a semen y a sueño.

Montañas

Montañas
y de trecho en trecho un relámpago
débil
que las muestra de golpe
el cielo retiembla
lejos
es el mar decía el anciano
hay tempestad en el mar
no se oye trueno
los picos
de la cordillera
se recortan un punto nítidos
oscuros
y otra vez el cielo se cierra
el anciano decía
es el parpadeo del jaguar

Detrás de la ventana oscurece

Detrás de la ventana oscurece.
El libro cae abierto dorso arriba como una tortuga.

Afuera están las calles olorosas a sudor y a frutas podridas,
las calles del crepúsculo,
y lejos, en el flanco de la montaña, ralos pinares.

Miras. El cigarrillo cuelga del labio.
El saco cuelga del respaldo de la silla.

A la puerta de la pensión ríe ya la prostituta de cara pintada
y la hoja de guayacán, a sus pies, es un poco de polvo amarillo.

Pide el don de ver las calles, la vida, sin indiferencia y sin amargura.
El anochecer atestado de maldiciones y de sueños
y al pervertido pobre que corre tras su amor barato.

Detrás de la ventana habrá anochecido dentro de poco
y entonces, en vez de las calles y los techos, verás allí tu cara.

Balanza

El hueso no la pulpa
la muerte no la vida
Así
en una palma un seno de muchacha
en la otra una calavera
Y el sí y el no
como contrarios
movimientos del corazón
—sístole y diástole—
que se abre aceptando
que se niega encogiéndose
¿Dónde está el fiel de la balanza
si no en el no
en el centro
justo del corazón?
¿No pesaría más
lo más liviano?

Al saber los nombres de las cosas

Al saber los nombres de las cosas,
dice Helen Keller, la niña sordiciega,
“se afirmaba mi parentesco con el resto del mundo”.
Antes de la palabra
no había nada en ella. “No había
—dice—
ternura
ni sentimientos profundos”.

El regalo

Cada mañana vuelves en ti
y de la tierra de nadie del sueño
regresas al mundo
La noche te devuelve las manos:
te palpas estás vivo
La noche te devuelve los pies
para andar por el mundo
Y la lengua para que agradezcas
Lázaro
el regalo del cuerpo
el regalo del mundo
Retoma tu nombre
y con él otra vez la grima
el desasosiego
Pecho al nuevo día

Montañas

1

Nada en ellas es blando.
No son éstas, por cierto,
las formas de una tierra
llana y amable.

Aquí hay breñas y riscos, no redondas
colinas. Su apariencia
hace saber la roca
de la entraña: osaturas,
declives mondos.

Ya los mismos nombres
con que hablamos de ellas
dicen lo que son: una sierra,
el boquerón, el cerro,
la cuchilla.

Líneas secas,
tajantes.

Y esa luz,
esa reverberación de la luz,
esos desfiladeros desbordantes.

2

Dáme, dios,
mi dios,
mi diosito pequeño,
rústico:

tú,
a quien creo acariciar
cuando le paso por el lomo
la mano a mi perro,

dáme
esta dura apariencia de montañas
ante los ojos
siempre.

Hay gentes que llegan pisando duro

Hay gentes que llegan pisando duro
que gritan y ordenan
que se sienten en este mundo como en su casa

Gentes que todo lo consideran suyo
que quiebran y arrancan
que ni siquiera agradecen el aire

Y no les duele un hueso no dudan
ni sienten un temor van erguidos
y hasta se tutean con la muerte
Yo no sé francamente cómo hacen
cómo no entienden.