Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de Carlos Vásquez Tamayo

Carlos Vásquez Tamayo, el prolífico poeta, filósofo y ensayista literario colombiano, nacido en el corazón de Medellín en 1953, emerge como una figura central en el panorama intelectual de su país y más allá. Su obra, impregnada de una profunda reflexión sobre el lenguaje y la condición humana, abarca desde la estética hasta la realidad social contemporánea, revelando una sensibilidad única hacia los misterios del ser.

Desde su posición en el Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia, Vásquez Tamayo ha ejercido un magisterio constante, explorando los temas fundamentales del pensamiento moderno y dejando una marca indeleble en las generaciones venideras. Su legado se extiende más allá de las fronteras de Colombia, con poemas y ensayos traducidos y publicados en importantes revistas y antologías tanto nacionales como internacionales, incluyendo versiones en inglés, francés y alemán.

Entre sus obras más destacadas se encuentran «Anónimos» (1990), «El jardín de la sonámbula» (1995), «El oscuro alimento» (1994) y «Agua tu sed» (2001), donde sus versos tejen un tapiz de imágenes evocadoras y profundas reflexiones sobre la existencia y el alma humana. Sus ensayos, como «El arte jovial» (2000) y «La nada luminosa» (2009), muestran su agudeza crítica y su capacidad para desentrañar los misterios de grandes pensadores como Georges Bataille y Fernando Pessoa.

Carlos Vásquez Tamayo, con su inquebrantable compromiso con la exploración del lenguaje y la exploración de la esencia del ser, se erige como una voz indispensable en el panorama literario contemporáneo, un faro que ilumina los senderos de la poesía y la filosofía con su sabiduría y su profunda sensibilidad hacia el mundo que nos rodea.

Cantos

los cantos, lejanos como las sombras, desde la
desmantelada pared
y detrás, donde tiemblan los árboles y hablan
las lenguas de una tarde ida, como ésta
que no quiere volver a mí otra vez,
los cantos, las ramas tristes del campo y la noche,
la voz pasajera que ya no quiere respirar,
la triste almohada de las ensoñaciones,
verdadero y mortal, labios primorosos y santos,
un beso en esos labios, el frío de la canción,
por qué no vuelves y cantas para mí, esa letra imposible
y me dices, y me curas esta aflicción,
algunos cantos, el viento que en ellos se demora,
la desnudez de los árboles y la luz brillando en
la oscuridad, los maravillosos cantos de unas manos,
el tejer de cada palabra, la brevedad del aliento,
para decir apenas y dibujar, cuando todo esté
quieto, el arroyo diminuto, la fiel ladera, la noche
perfecta de una sola voz que canta para nosotros su más
dulce pena.

***

Quién me proteja, ay, quien lo haga por ti,
me envuelva y guarde a esta hora
y sepa dulcificar mis acentos
Los deseos arden en veladas cenizas
En la quietud de la hora,
y la sombra ya no soy yo
Fiebre que mis días no dejan secar,
para que te contenga y alargue para ti
su secreto rodeo
En la quietud de esta tarde santa del pensamiento,
apenas imagen, sed en el agua,
y que te lleve y deje que seas tú venidera
Y si de algo se acuerda sea de mí

35

Viven en nosotros innúmeros,
si pienso o siento, ignoro
quién es quién piensa o siente.
Soy tan sólo el lugar
donde se siente o piensa.

Tengo más de un alma.
Hay más yos que yo mismo.
Existo, sin embargo,
indiferente a todos.
Los hago callar: yo hablo.

Los impulsos cruzados
de lo que siento o no siento
porfían en quien soy.
Los ignoro. Nada dictan
a quien me sé: yo escribo.

***

Hablaría de mi igual y mi prójimo,
retendría sus dos nombres,
pasaría de uno a otro por no romper al simpar
Aun así algo se derriba,
caería a mi lado, sobre mis contornos y líneas,
me quedaría de golpe callado
A fin de no herir y no despertar,
pastorear algo más bien a su lado,
mi fraterno en zozobra y pavor,
mi otro habitante que desvía la sangre
El camino de mi igual,
la inclinación que elige la senda discreta
Para decirle e implorar
que no insista más y se aleje de mí,
ni tome el rumbo del que no se consiente
Supongo que ya entiende y guarda para después
las desapariciones que a todos acechan,
las leves resurrecciones que a nadie convencen

Nombre

dónde grabé mi nombre que ya no me
acuerdo, lo habré puesto encima de alguna
gruta, mi nombre de cuántas letras,
con una sola parte, la otra no pude hacer
que fuera mía, mis letras juntas hasta llegar
a ser el nombre mío, el que me dieron,
el que pusieron sobre mi cara por si
quería tenerlo, no he podido abrigarlo,
ese desamparado conjunto de puntos,
he ido con mi nombre de puerta en puerta,
pero no lo he oído, por ejemplo desde
una ventana, hay veces que querría que
alguien se lo tomara, Carlos, me dice,
o en el leve susurro que llama el amor,
Carlos, de nuevo, e ir despareciendo,
para eso lo disponen las sabias voces,
Carlos, y entonces, sin miedo ni ansia,
pasar, seguir, irse desvaneciendo,
para qué si no para no temer nada y
entrar, por el nombre, en la casa de dios,
el baldío que ha estado siempre ahí,
al pie de la casa.

***

Piedras todo este día cortantes,
diminutos brillos incrustados,
semillas por los sedientos caminos
Si me pongo a pensar lo que me queda,
decir, es mi ruta,
esta senda y esta otra y la sensación de haber pasado,
y pensar esto ya lo viví
Amigables piedras de no saber ya más,
precipitación delicada, joyas angostas en mi cuello,
las horas y los días cultivan gemas
Y los días por venir,
este blanco deseo de dar marcha atrás
y llevar, alzar un peso pequeño
Volverse invisible como un día breve,
hacia la hora sin ventura del tiempo jamás
El momento de girar y un agua desierta
cubriendo mis pies
Esas piedras calladas, más bien arena,
el roce tibio de unas yemas tan finas
que provoca aplazar el polvo y volver a empezar

Pequeña luz

esta pequeña luz, a veces interior a veces externa,
este anillo que se cierne en torno mío
el vuelo a esta hora, el sonido de
alas que parecen santas, el sosiego, el aprecio,
el casi amor de acercarme a mí
por todos mis bordes,
esta delgada luz que ya no padece,
sin lucha, sin adversidad, amigable,
este hilo que urden todos los dedos,
la mano espléndida, la sabiduría solar
de todas las horas, y mi voz,
invitada a quedarse entre los nombres,
este dejo de agua, este esplendor, aún la amenaza
de una lluvia creciente,
esta maravillosa estación que a todos acoge,
la ignorancia, la indiferencia, la dicha,
este mínima luz que todavía calienta,
luz del último día, esplendor del minuto que queda,
para decirnos, en la delgada sombra de no tener
que entendernos, y quedarnos hasta el final,
hasta que se vaya, esta diminuta luz
que se lleva todo.

Eternidad

si las palabras, si el humo de las palabras,
si lo que el alma siente,
si el día que trae consigo la noche,
los húmedos labios, el verde y el frío y la negrura,
si el amor de unas manos y la devoción de unos dedos,
el futuro, el rayo, el ansioso pasado,
si todo, parsimoniosamente, va del ayer a otra parte
y el nunca y casi nunca lo mismo que el siempre,
si el dolor y la risa y el llanto,
el miedo y la infancia,
el fuego que anuncia la lluvia, el temblor de unos pasos,
el agua tímida que endulza las horas,
todo y dentro de mí lo que abrazo, mis pasiones y
mis dudas, si mi fragilidad y mi denodado esfuerzo de
durar, si todo eso y las hermanas y el amor y la noche,
el viento en el que creo como un hermano,
mi ser entero y mi fisura, mi vana sucesión y
sustancia, pregunta dónde va y dónde se queda.

Excepto sufrir

quizás nada suceda en adelante, ni toque ningún
presentimiento, a lo mejor no sea de días
que está hecho el porvenir, el miedo es el vacío,
la pasión esa escasez, solo logro pensar en el
dolor en una persona extraña, si a mí me pasa, y
es por eso que sufro, pero fuera de mí,
excepto sufrir a lo mejor no quede nada, y los
años que pido estaría dispuesto a repararlos,
en un niño tal vez, si no fuera porque
he visto sufrir a tantos, excepto la pena, la
distancia que planta que se asemeja a un puente
y yo quieto en una de sus varas, perplejo en medio
de no poder pasar, excepto la incertidumbre, el
imposible saber que pueda venir y la pena,
la desgracia de todos que a nada sirve ni
a nadie consuela, excepto este vano paso de
decirlo, sin poder impedir los suplicios que
restan, ni siquiera he tocado el
dolor, cómo llevo esta carne con penas imaginarias,
de qué temblor, en qué sangre, alguien dice
que sacó el amor del dolor, excepto esta pena,
incurable de no saber, paso de mi presente a nada,
con los ojos abiertos.

Personas

quedan algunas personas que aún no
conozco, las presiento, casi las rozo en la
ciudad de criaturas, pero no me atrevo,
siento vergüenza, no sé si llegarles,
quedan muchas personas en frente mío,
solo extraños, sombras, pasos y
niebla, se mueven, el don de las apariciones,
la furtiva manera de darse a entender,
esta calle, algunas calles igualmente curvas,
personas en paraguas y niebla, están ahí, existen,
se cruzan en mi mínima esfera, deambulando
las reconocí, perdiéndome terminé por hallarlas,
ahora ya no espero seguir a nadie, son tantas,
todas las personas que soy capaz de abarcar,
basta que mire, caminos, calles en las amplias ciudades,
podría verlas aunque ya no existieran,
personas que no saben morir, se quedan siempre
y vienen a todas las horas, acabo de encontrar
un mínimo círculo, estoy entre ellas, las personas
del nunca morir, las que se quedan siempre
y viven siempre.