Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de Diógenes Arrieta

Diógenes Arrieta emerge como una figura influyente en el panorama intelectual y literario colombiano del siglo XIX. Nacido en San Juan de Nepomuceno el 14 de agosto de 1849, su existencia se destacó por una multifacética dedicación a la filosofía, la política y la poesía. Arrieta se erige como una figura polifacética cuyas contribuciones en diversos campos enriquecieron el pensamiento y el discurso de su época.

Hijo nacido de la unión de Policarpo Bustillo Ibarnadó y María de Jesús Arrieta, cuya personalidad era conocida como «La Chula», Arrieta enfrentó una juventud marcada por sus modestos orígenes. A pesar de estas circunstancias, su pasión por el conocimiento lo condujo a una serie de oportunidades educativas que lo llevaron a diferentes rincones de Colombia. Tras completar sus estudios primarios en su lugar natal, continuó su formación en las ciudades de Cartagena y Barranquilla. Luego, prosiguió su viaje académico en la Universidad Nacional y el Colegio del Rosario, donde se sumergió en el estudio de la Jurisprudencia. La búsqueda del saber lo llevó a Santa Fé de Bogotá, donde recibió el apoyo del benevolente don Francisco García Rico y la protección de una beca otorgada por el Estado Soberano de Bolívar.

Diógenes Arrieta forma parte de la generación clásica de pensadores colombianos, que se caracterizó por su enfoque en rigurosos estudios históricos, filosóficos y lingüísticos. En el escenario político, ocupó diversos cargos a lo largo de su vida, desempeñando roles como Diputado y Presidente de la Asamblea de Cundinamarca, Secretario de Gobierno y Hacienda del mismo estado, Secretario de Instrucción Pública del Estado de Santander, y Senador en representación de los Estados de Cundinamarca y Santander. Además, su destreza en la enseñanza se manifestó como Profesor de Filosofía e Historia Universal en la Universidad Nacional de Colombia.

Arrieta también dejó su marca en Venezuela, donde se destacó como representante en el Congreso, Ministro de Fomento y miembro de la Academia de Historia. Su capacidad para influir en el ámbito político y su erudición atrajeron la atención del Ilustre Americano, Antonio Guzmán Blanco, quien buscó su colaboración para la elaboración de la Constitución venezolana.

Como poeta, Diógenes Arrieta revela una sensibilidad profundamente arraigada en el romanticismo francés. Sus versos están impregnados de la influencia de figuras literarias como Núñez de Arce, Víctor Hugo, Bécquer y Bernardino de Saint-Pierre. La poesía de Arrieta se alza como una amalgama de lucha filosófica y expresión artística. En su libro de poesías, proclama su rechazo a la opresión religiosa y filosófica, consolidando su reputación como un poeta de la negación, un espíritu que se aferra a la lucha contra el despotismo. Su obra, como un reflejo de su intensa participación en el radicalismo anticatólico, encapsula la esencia de su tiempo.

Diógenes Arrieta, parte de la Escuela La Lira Nueva de José María Rivas Groot, se eleva como un maestro de la negación, un poeta que, sin titubeos, desafió las verdades establecidas y aportó a la causa de América. Su legado, enriquecido por una amplia gama de obras, incluye «Colombianos Contemporáneos», «Discursos, Poesías», «La Regeneración», «El Congreso colombiano de 1878», y «Recuerdos de Venezuela».

En conclusión, Diógenes Arrieta resplandece como un pensador, político y poeta de inmenso impacto en el paisaje intelectual de Colombia. Su versatilidad, desde su papel como luchador de la negación hasta su participación política y sus contribuciones literarias, resonaron en su época y continúan siendo un testimonio duradero de su genio. A través de sus escritos, su pensamiento y su lucha filosófica, Arrieta desencadenó un impacto que trascendió las fronteras y generaciones, consolidando su lugar en la historia como un coloso del pensamiento colombiano.

En la media noche

Majestuosa la luna señorea
el ancho firmamento;
hermosos, rutilantes como soles
alumbran los luceros.

Las nubes cuelgan de los altos montes
un misterioso velo;
las copas de los árboles se mecen
con tardo movimiento.

Escúchanse á distancia los latidos
del vigilante perro,
fiel centinela que del amo guarda
el descansado sueño.

Ninguna voz humana se percibe
en medio del silencio:
Las voces y el martillo del trabajo
también enmudecieron.

De una lámpara el rayo persistente
divisase allá lejos,
la lámpara del sabio que trabaja
y vela en el silencio.

Obrero de la ciencia que investigas
tantos hondos misterios,
tú que trabajas mientras todos duermen,
¡tú llegarás al puerto!

EN LA TUMBA DE MI HIJO

¡Espejismos del alma dolorida!…
¡Hermosas esperanzas de la vida
Que disipa la muerte con crueldad!
Para engañar las penas nos forjamos
Imágenes de dicha, y luego damos
Á la Ilusión el nombre de Verdad.

Aquí te llamo y nadie me responde:
Sorda y cruel, la tierra que te esconde
Ni el eco de mi voz devolverá.
Así la Eternidad: sombría y muda,
El odio ni el amor, la fe y la duda
En sus abismos nada alcanzarán.

Otros alienten la creencia vana
De que es posible á la esperanza humana
De la muerte sacar vida y amor.
Si es cruel la verdad, yo la prefiero…
¡Me duele el corazón, pero no quiero
Consolar con mentiras mi dolor!

¡Hijo querido, la esperanza mía!
Animaste mi hogar tan sólo un día,
No volvemos á vernos ya los dos…
Pues que la ley se cumpla del destino:
Tomo mi cruz y sigo mi camino…

¡Luz de mi hogar y mi esperanza, adiós!

Partió

El sol caía tras las colinas;
triste la tarde con sus cortinas
la tierra, el cielo, la mar cubrió;
volvió el viajero la vista errante,
buscó a lo lejos, buscó anhelante,
mas no la vio…
Vino la noche con su silencio (Bajó la noche sobre los montes)
Cubrió (vistió) de luto los horizontes
y en su silencio los envolvió;
entre la negra sombra y callada,
llamó el viajero, pero su amada
no respondió…

Adiós

Desde el camino al coronar el monte
volví a mirar; desierto el horizonte
y triste estaba y me senté a llorar
mientras en el jardín, hoy ya sin flores
donde nacieron ¡ay¡ nuestros amores
llorabas tu también sin sollozar!
Adán y Eva al dejar el paraíso
salieron juntos; (y) el destino quiso
dejar consuelo al desgraciado (perseguido) amor
Niña más duro fue nuestro destino;
yo te llamaba, solo en mi camino,
tu me llamabas, sola en tu dolor!

Amira

Te quiero tanto como tú eres bella
de un cielo extraño rutilante estrella
fugaz, como la dicha para mi
más aunque sea ilusión de un día,
¡Oh! Sueño que forjó mi fantasía,
me enorgullece mi pasión por ti.
No ha de causarte mi cantar agravio,
pues los acentos de mi amante labio
son pobres flores que hallaron tus pies
oirás mis versos cuál trinar de un ave
dirás mi nombre cuando el canto acabe
y canto y nombre olvidarás después.

EN LA TUMBA DEL GENERAL DANIEL DELGADO

LIDIADOR, ya rendiste tu tarea!
Doblaste al fin, vencido en la pelea,
Larga, tenaz, reñida con la suerte
La frente ya cansada;
Pero fuiste en la lucha con la muerte
Intrépido hasta el fin de la jornada.

De lauro inmarcesible coronado
Llegaste del sepulcro á los umbrales:
El pecho decorado
De las nobles insignias que la gloria
Otorga á los varones inmortales.

Mostrabas el bastón del Majistrado
Junto al arma gloriosa del soldado,
Tu espada esclarecida
Que salió en cien combates vencedora
Y nunca fué vencida;
Y así bajaste á la mansión sombría,
Hijo preclaro de la patria mía.

De la vida otros pasan el lindero
Cargados con su afrenta,
Cada vez más pesada que primero:
Que á la luz de un renombre pasajero
El estigma del crimen más se aumenta.
Otros bajaron á la eterna sima
Hurtando sus oídos
Del pueblo que ultrajaron ó vendieron
Al rumor de los odios encendidos,
Que les persigue con tenaz empeño
Hasta en la sombra del eterno sueño.
A su pasado aquel vuelve la vista,
Y el pasado le humilla ó le contrista;
Hasta que huyendo á su miseria y daño
El rostro esconde en el mortuorio paño.

Oh! pero tú, varón sencillo y fuerte!
La conciencia tranquila, sin rencores,
Llorado por los pueblos, y de honores
Cargado, te abrazaste con la muerte.
Eras modesto, noble y cariñoso,
Modelo del amigo y compañero;
Amante de tu hogar y desdeñoso
Al astuto lenguaje y lisonjero
Que la traidora adulación emplea.
La envidia no alcanzaba
Tu frente á salpicar con su veneno,
Pues tu misma humildad la desarmaba.
Tu corazón, al egoísmo ajeno,
Con el feliz gozaba;
Y aquel que se encontró más desgraciado,
Ese alcanzaba más de tu cariño…
Cual tú no conocí ningún soldado,
Brazo de acero, corazón de niño!

Un recuerdo no dejas infamante:
Y cavile el espíritu y se asombre,
Cómo siendo soldado y gobernante
Nadie pronuncia con rencor tu nombre.
El llanto que la Patria entristecida
Derramó por tu eterna despedida
Fué el llanto de una madre desolada:
Que ya le queda sólo la memoria
Del tiempo venturoso en que tu espada
Sus legiones condujo á la victoria;
Y sabe que en el tiempo venidero,

Cuando llame el peligro á sus umbrales,
En vano buscará al audaz guerrero
Defensor de los fueros nacionales!

Un día, locamente,
Alzó un caudillo la culpable mano,
Y amenazó á la majestad excelsa
Del pueblo colombiano.
De aquel caudillo á los afectos era
Sostén y abrigo tu amistad sincera.
La Patria amenazada
Al punto recordó tu juramento,
Tu lealtad probada;
Te señaló con dolorido acento
Su glorisa bandera desgarrada,
Y se amparó en tus brazos…
Rompiste heroico entonces
Del corazón los lazos,
Y recogió asombrado el mismo pueblo
Del Dictador el sable hecho pedazos!

A tu excelsa memoria quién un templo
En cada pecho levantar pudiera,
Porque aprendieran muchos en tu ejemplo
A respetar su honor y su bandera;
Y arrancaran, insignias profanadas,
A precio de baldones alcanzadas
Por no seguir tus huellas,
De sus menguados hombros las estrellas.

Cuántos hay que ofrecieron afanosos,
De la infame bajeza haciendo alarde,
Apoyo fuerte al que ultrajó el Derecho;
Y conquistaron con valor cobarde
Para su nombre títulos pomposos
Y medallas de honor para su pecho!
El ánimo inexperto ó degradado
Prefiera la ruindad á la grandeza,
Y encuentre regalado
Manjar á su ambición en la vileza;
Pero tú no bajaste avergonzado
Jamás ante los hombres la cabeza!

El fanatismo cruel, que se divierte
En celebrar festines de conciencias
En los negros linderos de la muerte,
Llegó como el ladrón hasta tu lecho
A tomar por asalto tus creencias.
Tu razón se mantuvo firme y fuerte,
Indómita y serena;
Y, altiva, rechazó por infamante
Del católico dogma la cadena.
La amenaza feroz del sacerdote,
De los tuyos el ruego cariñoso;
De la muerte el abismo ya cercano
Abierto ante tus ojos, pavoroso;
Ni aquel dolor tirano
Que revelaba tu profunda angustia
En tu mirada mustia
Y en el hondo estertor de tu agonía,

Abatir consiguieron tu energía…
Y así tu convicción fué retemplada
En el combate fiero,
Cual si fuese forjada del acero
Inquebrantable de tu misma espada:
Y tu razón así quedó triunfante,
Como esas rocas que en ignotos mares,
Del viento y de las olas
Resisten los embates seculares!…

Tu carácter entero y levantado
Sea feliz modelo
A esta generación que ha comenzado
Con el negro Poder, entronizado
En la conciencia, el formidable duelo;
Y afrenta también sea
Al que ceda, cobarde, en la pelea.
Al que abandone el asediado muro
Porque tras él amague la tormenta,
O se asuste del éxito inseguro,
A ese tu ejemplo servirá de afrenta!

Esta viril generación que llega
De la pública vida al escenario,
Con lágrimas de amor tu tumba riega;
Y en el curso sabrá del tiempo vario
Tus hechos imitar, y tu memoria
Sagrada venerar en el santuario
Augusto de la Historia,
Velado por el genio de la Gloria.

La Patria cuidará reconocida
De tus huérfanos hijos y tu esposa:
Deuda de gratitud nunca la olvida
Nación que es justiciera y generosa.
Ídolos fuero¡¡ ellos de tu vida,
Y te asustaba su insegura suerte
Al sentir en tu frente ya esparcida
La misteriosa sombra de la muerte…
Descansa en paz ¡oh padre! que el Destino
Regará de esperanzas su camino,
Como le dió tu generosa mano
Honor y gloria al Pueblo colombiano!