Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de Miguel Antonio Caro

Miguel Antonio José Zolio Cayetano Andrés Avelino de las Mercedes Caro Tobar, conocido como Miguel Antonio Caro (1843-1909), fue un destacado humanista, periodista, escritor, filólogo y político colombiano. Nacido el 10 de noviembre de 1843 en Bogotá, Colombia, en el seno de una familia acomodada, su influencia y contribuciones dejaron una huella indeleble en la historia de su país.

Hijo del eminente escritor José Eusebio Caro, quien co-fundó el Partido Conservador, Miguel Antonio Caro no siguió una educación convencional debido a la situación política de su país en su infancia. Sin embargo, su pasión por el conocimiento lo llevó a ser reconocido con un Doctorado honoris causa en Jurisprudencia por universidades de México y Chile.

Su participación en la vida pública fue notable. Caro dirigió la Academia Colombiana de la Lengua y jugó un papel fundamental en la redacción de la Constitución de 1886, estableciendo el sistema político de la Regeneración. Además, ejerció cargos políticos como diputado, presidente del Consejo de Estado, Vicepresidente de la República (1892) y Presidente de la República (1894).

Tras su retiro de la política, Caro dedicó tiempo a la literatura. Junto a Rufino José Cuervo, coescribió una Gramática de la lengua latina (1867). Sus obras también incluyen ensayos como «Tratado sobre el participio» (1870) y traducciones de clásicos como Horacio, Tibulo y Catulo.

Miguel Antonio Caro dejó un legado literario diverso, pero su compromiso con la cultura y las tradiciones colombianas resaltan en su trabajo. A través de sus poemas, ensayos y libros históricos, como «Historia de la revolución de la Gran Colombia» (1880-1890), demostró su pasión por preservar la identidad cultural de su nación.

En resumen, Miguel Antonio Caro, el humanista multifacético y ferviente defensor de la cultura colombiana, dejó una marca imborrable en la historia de Colombia. Su compromiso político y literario continúa siendo una fuente de inspiración y conocimiento, contribuyendo al enriquecimiento de la identidad cultural y política de Colombia.

Patria

¡Patria! Te adoro en mi silencio mudo,
y temo profanar tu nombre santo.
Por ti he gozado y padecido tanto
cuanto lengua mortal decir no pudo.

No te pido el amparo de tu escudo,
sino la dulce sombra de tu manto:
quiero en tu seno derramar mi llanto,
vivir, morir en ti pobre y desnudo.

Ni poder, ni esplendor, ni lozanía,
son razones de amar. Otro es el lazo
que nadie, nunca, desatar podría.

Amo yo por instinto tu regazo,
madre eres tú de la familia mía:
¡Patria! de tus entrañas soy pedazo.

Al soneto

¡Honor de los alados instrumentos!
¡Tú, lo más bello que de oriente a ocaso
vio el peregrino, suspendiendo el paso,
nadar suave en los delgados vientos!

¡Flor y luz de gallardos pensamientos!
¡Cifra de la esbeltez! ¡Mágico vaso
labrado por las diosas del Parnaso,
y el más breve y feliz de los portentos!

¡Tú, en edad de heroísmo y bizarría,
gloria de los errantes trovadores,
delicia a la beldad que te acogía!

¡Copa gentil, permite que de flores
te corone también la diestra mía,
y en ti el labio encendido libe amores!

Ella

La expresión dulce que su rostro baña,
de sus ojos la plácida centella,
revela el amor de un alma bella,
que el corazón subyuga y no le engaña.

Del Cielo, descendiendo a mi cabaña
con vaguedad de nube y luz de estrella,
ella, mis hondas soledades, ella
mis mudos pensamientos acompaña.

Como extendiendo el ala voladora,
la esperanza, en el ánimo cautiva,
huir parece, aunque el huir demora.

Amante cual mujer, cual diosa esquiva:
–así diviso a la que el pecho adora–;
–así, inmóvil a un tiempo, y fugitiva–.

A Eugenia Bellini

¿Quién de mi fantasía
De aquella blanca aparición del cielo
La imagen pura disipar podría?

Todavía la miro,
Durmiente peregrina; todavía
Oigo el tierno suspiro
De su apenado corazón. Sus ojos
En nueva luz se encienden,
Y por cuello y espalda los manojos
De su cabello undívagos descienden.
Pálida y lenta y sola,
Coronada de mística aureola,
Alma parece que purgado hubiera
Humanas culpas en ceniza obscura,
Y restaurada alzándose, anduviera
El camino buscando de la altura.

¡Cuánto peligro, oh!, ¡cuánta
Amenaza de muerte la rodea!
¿No ve cuál del molino cerca gira
Veloz la rueda? ¿Y el desván no mira?
¿Y cómo ¡ay Dios! al asentar la planta,
La viga blandeándose flaquea?…
¡Dormid, tímidos ecos veladores!
Céfiros que vagando
Removéis a los sauces lloradores
La hojosa copa con estruendo blando.
¡El vuelo suspended!… ¡callad, pastores!
¡No robes tus antorchas; nada inquiete
Tu paz y tu silencio, noche umbría!
¡Naturaleza a la beldad respete
Que el sueño, no ya el crimen, extravía!

¡Ah!, ¡la bondad divina pudo sola
Salvar su vida de peligro tanto!
Ese mirar profundo
No es humano mirar; esa apostura
Revela origen celestial, y al alma
Secreto infunde y delicioso espanto.
¡Oh, cuán sentido canto
Del labio exhala en imponente calma!
¡Qué acentos vibradores!
¡Qué honesto y dulce suspirar amores!
Ved cuál tímida besa
La última ofrenda del ingrato Elvino,
Y en dulces voces su amargura expresa:
«¡Prenda de amor, en tanto que el destino
Lo quiso!, ¡oh don del que me afrenta y amo,
Don inocente, florecido ramo!
Recibe de mi labio esta sincera
Afectuosa expresión… ¿Quién me dijera
Que un soplo iba a robarte la frescura!
Símbolo al fin de la fortuna mía,
Pues las que verdes cultivaba un día,
Hoy mustias esperanzas atesoro!…»
Dice; se apaga su canora queja,
Y en las hojas marchitas caer deja
Trémulas gotas de doliente lloro.

Así la dulce tórtola inocente
Orillas de arroyuelo transparente
Con blanda voz los ecos enamora;
Mientras tal vez de envenenada flecha,
Emblema de traidora
Calumnia, armado el cazador acecha;
Y el arco tiendo, y rápido silbando
El dardo por los aires, va derecho
Del ave inerme a ensangrentar el pecho.
Siéntese herida la infeliz, y alzando
Lánguido el vuelo, débil bate el ala,
Y tras largo penar, en la sombrosa
Haya, al caer la tarde, se reposa,
Y sola su postrer lamento exhala.

¡Numen de la armonía!
¡Hermano de la santa Poesía!
¡Tú que a Arion en medio al iracundo
Mar dictaste grandísonos acentos,
Y a Orfeo diste encadenar los vientos
Y triunfante salir de lo profundo!
Si del suelo ausentándose las ninfas
Que gozan de tus cándidos favores,
De luceros por siempre se coronan,
¿A esta por qué desamparada hoy dejas
En la patria del hombre? ¡Oye sus quejas,
Hijas del alma que su mal pregonan!
Otra mansión distinta
A su mente furtivo el sueño pinta,
Y a su pesar, del lecho la arrebata,
Como en demanda de la patria suya.
¡Ven, cércala de blanca nube y leve
Que a otra región a dispertar la lleve,
Que a otro campo, a otro sol la restituya!

Mas, ¿dónde, enajenada fantasía,
Vuelas así a perderte?… ¿Y todo es ido?
¿Y aquellas horas de placer y encanto
Fueron vana ficción? Ficción ha sido
De amor el llanto, que de amor la llama
Aún no su tierno corazón inflama.
Pero esa voz que el ánimo enajena,
Rica, flexible, de emociones llena,
Preludio de celeste melodía,
No es ilusión, ni el virginal agrado
Del rostro peregrino
Tiernamente tal vez ruborizado,
Su honesta risa y su mirar divino.
¡Oh joven de atractivos coronada!
Benigna, generosa,
Convierte la mirada
Al homenaje que en tu honor tributa
Sincera admiración respetuosa.
Tú de huéspeda en hija te tornaste
De la aromosa América, que asombra
Tu sien con lauro y su deidad te nombra.
Sigue por el sendero
Que las Gracias y Apolo te preparan:
Con amenas o espléndidas ficciones,
Ninfa inocente, embelleciendo sigue
En la callada noche nuestros días
Que bastarda ambición, rudas pasiones,
Impiedad y discordias acibaran.
Sigue, y estima cual mejor victoria
Que avasallar la gloria,
No dejar en las zarzas del sendero
Reliquias tristes del candor primero.
Sigue entre aplausos y brillantes flores
Que tus admiradores
Derraman a tus plantas.
¡Bella si ríes, bella si suspiras,
Eres el ángel del pudor si miras,
Eres la diosa del amor si cantas!

A la memoria de Adolfo Berro

¡Poeta del desconsuelo!
¡Alma sensible, tierna!
¿Por qué tan presto el vuelo
Levantaste del suelo
A la región eterna?

¡Ah, cuando llora el hombre
En su beneficencia
Toda ajena dolencia,
Eterniza su nombre,
Y abrevia su existencia!

En tu muerte temprana
Semejas flor lozana,
Sobre el tallo partido,
Doblada sin ruido
En su primer mañana.

Cual aromas nos dejas,
Dulces, sentidas quejas…
Adolfo, naces, lloras,
Por los que sufren oras,
¡Y a no volver te alejas!

¿Mas tu espíritu dónde
Está? ¿En el yerto cráneo
Se evapora o se esconde?
¡Con latido espontáneo
El pecho me responde

Que existes, dulce amigo!
Tú existes, yo te amo,
Y hondo placer abrigo
Cuando mi fe te digo,
Cuando amigo te llamo.

¡Existes, no lo dudo!
¡Jamás la nada pudo
Débil, obscura, fría,
Mover a simpatía
Desde su abismo mudo!

Dígnate dar alguna
Señal de acogimiento
A mi sincero acento,
Ora que la alba luna
Rueda en el firmamento.

Ora que el ancho suelo
Paz y quietud respira,
Ni céfiro suspira,
Dame sentir tu vuelo,
Dame escuchar tu lira.

¡Mi súplica indiscreta
Perdona! ¡Una secreta
Voz que habitas me dice
En región más felice,
Y que me oyes, poeta!

Si no me cupo en suerte,
Adolfo, conocerte,
Ni a ti volver te es dado,
Yo volaré a tu lado
Más allá de la muerte.

¡Pueda en tanto algún día
Besar la losa fría
Que tus cenizas sella,
Y derramar en ella
Una lágrima pía!

Al buen pastor

¿Qué importa que la oveja acongojada
En noche y soledad vague perdida?
Tu amante corazón sus pasos cuida,
Y por ti, Buen Pastor, será salvada.

Oigo tu voz que al ánima cansada
Con alivio dulcísimo convida;
Yo sé que eres la fuente de la vida
Que a la infancia nos vuelve inmaculada.

Tú permites que humilde peregrino
Que tu nombre invocó, de angustia lleno,
Al caer en el áspero camino,

Recobre, al despertar, candor sereno
Purificado por tu amor divino,
Y en paz descanse en tu adorable seno.

El valle de la infancia

¡Oh senda! ¡Oh monte abrupto! ¡Oh gruta umbría!
¡Musgoso manantial! ¡Valle sereno,
De frescas sombras y memorias lleno!
¡Plácido albergue de la infancia mía!

Estas las flores son que yo cogía
Cuando niño vagaba en vuestro seno;
Conozco bien de la cascada el trueno;
¡Así el viento los árboles movía!

Cargado ya del peso de los años,
A ti vuelvo, selvático retiro,
Que no padeces de la edad los daños.

Suspendo el paso, o por tus vueltas giro,
Y gozo aquí de libertad engaños,
Y ambiente de inocencia aquí respiro.

El Boreas

(Imitación de Ovidio)

¡Yo soy potente! En alentado vuelo
Yo las nubes arrollo y desbarato;
Con negras alas yo la mar maltrato,
Yo con duro granizo azoto el suelo.

Yo sé la nieve transformar en hielo;
Yo al roble, rey de la montaña, abato;
Yo si hallo a mis hermanos, los combato
Fuerte y sonante por el ancho cielo.

Que ese es mi campo: en dilatado estruendo
Tiembla el éter al choque tremebundo,
Y ruge el rayo, de la nube huyendo.

Yo si en la tierra lóbrego me hundo,
Yo si en sus antros íntimos me extiendo,
¡Turbo el averno y estremezco el mundo!

El crepúsculo

Mi alma a sentir empieza
Que anda en torno la muerte: ¡muere el día!
En su misma tristeza
Es la muerte sombría
Consuelo al pobre y de las almas guía.

Miro cual en pintura,
Los cerros, el lejano caserío,
Y la verde llanura
Y el triste sauz umbrío;
Sereno el cielo, plateado el río.

Ni estruendo ni algazara:
Habla sin voz Natura, el manso viento
Hiende el ave: así aclara
La conciencia su acento,
La pasión calla y vuela el pensamiento.

Y ya el recuerdo vago
Se determina al par que se dilata:
El espejo de un mago
Semeja: me retrata
Vivos los cuadros de la edad mas grata.

Al genitor perdido
Veo a mi lado, y al amigo ausente:
Cual la paloma al nido,
Tal venís blandamente,
¡Prendas que lloro!, a visitar mi mente.

¡Oh bendecida hora
Que en mudo apartamiento deleitoso,
Cual diva inspiradora,
Al corazón ansioso
Brindas la libertad en el reposo!

Tú a la florida nave
Del pensamiento, que engolfado yerra,
Céfiro eres suave.
¡Ay!, ¡que en sus brazos cierra
La noche al mundo, y la ilusión destierra!

El alma prisionera

En el sabroso abrigo
De repuesta colina, do me espera
De tarde sin testigo
Fresca y amiga sombra; do parlera
Fontana baja con veloz carrera;

Por el sueño vencido
Quedeme acaso, al fallecer del día:
Sonó luego en mi oído
Mística voz, celeste melodía:
Era un ángel de luz que me decía:

«¿Qué ciego desatino
Así te roba a la región serena,
Que olvidado, sin tino,
La planta mueves en morada ajena
A do pérfido lazo te encadena?

«¿Qué luz, qué bien ofrece
Morada donde a vueltas de ventura
El infortunio crece;
Do el placer muere en el dolor que dura;
Morada de expiación, remota, obscura?

«¡Despierta, aviva, al cielo
Toma de aquesos engañosos prados
Álzate; y pasa a vuelo
Negros bosques, altísimos nevados,
Y los mares sonoros y argentados!

«¡Y esfuerza el vuelo, y deja
La nube atrás! Ni cures si perdido
A tus ojos se aleja,
En el espacio inmenso sumergido,
Este planeta en soledad y olvido…»

Interrumpió la luna,
Alzada tras la andina cordillera,
Mi sueño y mi fortuna:
Y vi conmigo mi alma prisionera,
Del solitario arroyo en la ribera.

Amor verdadero

No, no aparta a dos almas amadoras
Adverso caso ni cruel porfía;
Nunca mengua el Amor ni se desvía,
Y es uno y sin mudanza a todas horas.

Es fanal que borrascas bramadoras
Con inmóviles rayos desafía;
Estrella fija que los barcos guía;
Mides su altura, mas su esencia ignoras.

Amor no sigue la fugaz corriente
De la edad, que deshace los colores
De los floridos labios y mejillas.

Eres eterno. Amor: si esto desmiente
Mi vida, no he sentido tus ardores,
Ni supe comprender tus maravillas.

Ambición

¡Partamos! El espíritu impaciente
Anhela por volar a su albedrío:
Ni llanto, ni piedad: el pecho mío
Solo, inmensa ambición, tu imperio siente.

¡Revueltas ondas de la mar rugiente,
Rayos que el cielo enrojecéis sombrío,
Vuestra furia y tumulto desafío
Con labio mudo y con serena frente!

Ya, suelta el ala del bajel, me siento
Cruzando ¡oh gloria! el piélago profundo;
¡Quién pudiera también el firmamento!

¡Oíd!, nos llama el soplo gemebundo.
Del águila la herencia es todo el viento,
Y la herencia del hombre es todo el mundo.