Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de Eutiquio Leal

Eutiquio Leal, cuyo verdadero nombre fue Jorge Hernández Barrios, fue un destacado escritor colombiano nacido el 12 de diciembre de 1928 en Chaparral y fallecido el 13 de mayo de 1997 en Bogotá. Su legado va más allá de su prolífica producción literaria; Leal fue pionero al fundar los primeros talleres de literatura en Colombia, dejando una marca indeleble en el panorama literario del país.

A lo largo de su vida, Eutiquio Leal desempeñó un papel fundamental como educador, impartiendo sus conocimientos en diversas instituciones educativas como la Universidad Santiago de Cali, la Universidad Pedagógica Nacional, la Universidad Libre y la Universidad Autónoma de Colombia. Su destacada labor académica le valió el reconocimiento con el doctorado Honoris Causa en la Universidad Simón Bolívar de Barranquilla en 1996, un tributo merecido a su dedicación y contribución al mundo de las letras.

Leal es considerado por críticos literarios de la talla de Isaías Peña Gutiérrez y Carlos Orlando Pardo como uno de los precursores de la renovación literaria en Colombia. Su influencia se percibe de manera notable en la innovación de procedimientos, técnicas, lenguaje, voces y modos narrativos. Esta influencia es aún más evidente en la obra de Pardo, quien dedicó un libro entero en 1988 para explorar la vida y obra de Eutiquio Leal.

La bibliografía de Eutiquio Leal es un testimonio elocuente de su versatilidad y maestría en distintos géneros literarios. Sus novelas, entre las que destaca «Después de la Noche» (1964), reconocida con el primer premio literario de la extensión cultural de Bolívar, muestran su habilidad para tejer tramas profundas y personajes memorables. Su incursión en la poesía, evidente en obras como «Mitín de Alborada» (1950) y «Ronda de Hadas» (1978), revela una sensibilidad lírica que resuena en cada verso.

Los cuentos de Leal, como «Agua de Fuego» (1963) y «Cambio de Luna» (1969), así como sus ensayos, como «Talleres de literatura. Educación formal y no formal: teoría y metodología» (1987), ofrecen una panorámica completa de su vasto talento y compromiso con la literatura.

Eutiquio Leal, a lo largo de su vida y obra, no solo enriqueció el panorama literario colombiano, sino que también dejó un legado perdurable en la educación y el arte literario. Su capacidad para trascender géneros y su habilidad para explorar temas diversos son testamentos de su genio creativo y su influencia perdura en generaciones de escritores y amantes de la literatura.

Emiro

La arcilla no es arcilla como ha sido.
Por tu poder es pulpa de este Cosmos,
polvo de las Galaxias, materia filantrópica.
En las creadoras manos de tus manos
se hace floresta, vive, se agiganta y grita
para volverse humanamente gesto,
alegría volcánica,
constelación del hombre haciendo al mundo.
El silex toma forma y sal y esencia
igual que el mármol, liberados
a través de tus dedos inventores y fértiles
como fusiles nuevos edificando al hombre
de la tierra, coronando de nardos y gaviotas
toda desolación, todo martirio, todo pueblo
sublevado en azadas y ocarinas.
No dejes, oh maestro prometéico,
de acariciar el humus con la luz de tus yemas
de mil ojos fantásticos.
Tu arcilla ya es bronce férvido del futuro.

Unidad

Harina
rosa
almendra
sinsabores.

Piedra
cardo
puntilla
como flores.

Manantial
almohada
por dolores.

Caracol
espina
todo amores.

Sísifo

La calle
que va con uno
después
se regresa
sola.
Ella sola
es el destino
con su camino
de aurora.
Y uno sigue
subiendo bola
vida abajo,
pero ahora
ardiendo
y atlado
de caracola.

Uno
que es un trino
hijo del viento
tremola
vida arriba
también
con su herida
sola.

Nocturnanza

A lo alto
escalando la mole de tan único cerro tutelar,
un reguero de luces caprichosas.
Fúnebre mar en vela
de luceros felices parpadeando
por sobre la sabana del frío entre la niebla.

A lo bajo
la geografía exacta en filas se organiza.
Se cruzan las hileras de riguroso ejército
de paz, en reconcilio con la vida,
como parada de honorables fastos
y en vilo filigranas acuciosas despiertas.

Titilares alternos de corriente.
Hoy nos devuelven juntos sus amarillos pétalos
de astro visionario
en metales y tonos de diamante encendido
por millares de crímenes y sueños.

A la sangre
de todos nuestros viejos limones interiores
anda un montón sinuoso de horizontes y júbilos.

A lo hondo
dormirse es revivir en la memoria cegatona
toda la luz umbría
que nos ha deslumhrado de simiente lunar.

Horizonte

Deshollejando al viento, la dicha, la manzana…
de esta abierta calleja lunática de ahora
se nos ha escapado alguien?

Todo lo que tiene aura, color, canciones, osamenta…
Por ejemplo la luz, el agapanto,
los ojos de la noche, voladores audaces,
la caracola atlada de ilusiones geológicas,
el verbo solferinamente erguido
en jugos cálidos o polen de peñasco y golondrina.

¿Quién habita hoy en estos corredores
del pecho o las estrellas, del calor insurgente,
en nuestras horas lilas empozadas al fondo
de los días traspuestos
o poemas tomados de cofrecillo ajeno?

¿Todo el vacío, toda la negrura,
solo el trueno interior que nos devora
sin ningún cese al fuego, ya sin canto posible?
¿Solo el yelo y ya sola la roseta
de dinamita extraña a alquilada, imprevista,
solo el desplome anónimo de la espiga en la frente?

Atrevida allá al frente
una ventana en alto, su soñador abierto a la mañana,
las barandas del Cosmos, el vórtice del tiempo…
este anhelo amatorio que somos a porfía
con el ritmo vidente, raizal, constitutivo
que aguja desde adentro de la tierra
revivida o tremenda, solidaria o utópica…

Vuelo

Cuando se dobla el mundo
ajeno
y se apagan las luces
interiores,
ya nada queda afuera
sino lazos dormidos
o la sombra
feroz
de las vocales.

Seguramente al fondo
el propio globo gire
maltrecho o bien mimado
tremolante por dentro
en llamas ya vidriosas
como pétalos,
y sigan
llamarando
unas mismas palabras
que no se niegan
nunca
ni se callan.

Oquedad

No asentarse primero
en ningún lino,
ni siquiera en el ala muy coqueta
de la rosa,
que era la fosa de antes.

No sentirse seguro
en una hoguera ni en un trono
que no hayan sido la palabra siempre
de los meandros estelares
en el pecho tatuado.

Sólo hay el tránsito infinito
donde existir en pleno
con todos vuestros versos y huracanes.

Definición

No es el rayo telúrico
ni la explosión
oceánica, ya hincados
en el fondo.

No es, al grito del pájaro
en su copa,
el disparo lunar
y que os penetra
-por detrás o a la sombra-
hasta el centro recóndito.

No es la lluvia hacia lo alto
rociando vieja sal
a nueva herida.

Más, más hondo y efímero:
es el canto.
¿O el manto?

Lógica

Para que entiendan
el silencio
tendrían que subir hasta sentarse
en esta banca húmeda
de aguas terapéuticas,
deberían respirar ahora rojo
que la dicha transcurre,
que la desdicha es ciega,
sembrar la lluvia toda de amapolas
y amalgamarlas;
luego, en el fondo del barro
saber que existió
apenas,
que existimos a gritos
y a trompicones por mejor leoninos.

Destino

No alcanza a iluminar aquella estrella
los secretos impulsos,
las llanuras del día
ni todas las durezas de la noche.

Nunca florece la oscuridad: se pudre
en el estero de los tiempos,
o fecunda y asoma al infinito
o cambia de odio
bajo el sepulcro Infiel de la memoria.

Sólo un rayo lunar y alegremente
acaso pueda azulecer ahora
unas pavesas lilas
o algunos horizontes cantarinos
antes de otro alborearse
intransferible.

Labor

Digamos anudarse dulcemente al espejo
de lucero furtivo
que separa a este cielo de esa tierra.

Soñar las lejanías del deshielo
aunque cerca de todos los trayectos duraznos
y las encarnaciones fabularias
en que se muere a diario para nacer perenne.

Irrumpir al augurio
conjugando la luz llena del aire
donde se vive el lance sin sentido,
no la amenaza de perder juego o paloma
combinatoria, sino airosa y tenaz floristería.

Amasar como semen los vocablos
al rescatar futuros
en la escritura de los tiempos signo:
el patrimonio verde de la sola presencia
empeñada en el limo del recuerdo:
oleaje embravecido de rojos en sazón.

Digamos confundidos en planetas senderos
a la propia procura
y del sitial conquistado por golpes de victoria.

Consumarse en la esencia del otro que es el mismo
por su venganza triste:
jardines piedras, arsenal de auras lilas
y una, al fin, orbital perduración
en el vidrio azogado de todos los sinzontes.