Poetas

Poesía de Perú

Poemas de Francisco Bendezú Prieto

Francisco Bendezú Prieto, conocido como Paco Bendezú, (1928-2004) fue un poeta peruano que tejía versos como hilos de pura pasión. Pertenciente a la Generación de 1950, su poesía, desligada de inquietudes sociales, exploró las corrientes surrealistas y creacionistas. Nacido en Lima, su pluma, imbuida por influencias como Rimbaud y Chirico, fusiona lo abstracto con lo castizo.

Inició su viaje literario en San Marcos, donde fundó el movimiento Penta Ultra con Alberto Valencia. Desterrado a Chile durante la dictadura de Odría, compartió la vida literaria con figuras como Pablo Neruda. Regresó al Perú, donde su destreza le otorgó el Premio Nacional de Poesía en 1957 y 1966.

Estudios en Italia y un vínculo peculiar con Víctor Raúl Haya de la Torre destacan en su biografía. Bendezú, académico y crítico de jazz, vivió sus últimos años en la penumbra de la enfermedad. Su legado poético, sin embargo, resuena en obras como «Los años» y «Cantos«. Bendezú, amante del lenguaje por sí mismo, persiste como un pilar en la lírica peruana, explorando el amor y la pasión con una intensidad única.

MÁSCARAS

¿Qué baila detrás de nuestras frentes?
¿Quién vela al otro lado? ¿Qué nos espera?
Nadie. Nada.

Solamente una luz fuliginosa.
O nuestros brazos como remos de inmóviles mareas.

Ni punto ni círculo ni línea
ni la barca del tiempo.

(Yo no sé si la voz no es más que un sueño
ni si el amor es un casto paroxismo de amapolas.)
Yo sé que las estatuas sorben llanto en la arboleda.
Yo sé que el otoño acumula silencio en las botellas.
Yo sé que en la estación los guardagujas duermen.

Solamente un solsticio de sordas mariposas,
o inútiles carruajes con teas de tinieblas,
o esqueletos de gallos
cantando eternamente por albas que no rayan.

Mujeres sin sombra, apariciones,
espejos insondables con lentos naufragios a distancia,
y fuegos fatuos, y en las landas
el tierno gemido de las mandrágoras recién arrancadas,
y el siempre y el jamás ardiendo juntos.
Ni torres ni molinos
ni el tórax misterioso de las tardes.

¿Para qué las cabelleras desplegadas
como estelas sobre el mundo?

¿Para qué los púlpitos, las bazas,
los óvulos, los cascos, los marbetes?

(¿Y las águilas inmunes de alta mar?
¿Y los granos –óleo y luz – de los sarcófagos?)

¿Para qué los mástiles, los cables,
las epístolas, las gafas, las briznas de los nidos,
el agua magnetizada, los muñones,
las escuadras de cuencas vacías, los gramiles,
las sinuosas membranas briscadas de los armarios,
las filacterias, la sal, los meteoros?

¿Es, acaso, inútil la esperanza?
¡Embestid contra las rodillas doradas de la muerte!
¡Combatidla cuerpo a cuerpo!
¡Ella corta con su espada el alambre que nos ata al fuego puro!

NOCTURNO DE SANTIAGO

Junto a los muros desvelados de Santiago
mi fantasma ahoga revólveres y brazos.
Los peces de la niebla empañan tus vidrieras,
y antifaces de plomo y hierba y plumas
entornan sus ojos debajo de la nieve.
(La soledad decapitada
bordonea en tus barandas).
Interminablemente
el tiempo está llorando
en azoteas desiertas.
Las estatuas sueñan.
Oscurece:
¿qué pie resbala en el musgo
de tu queda escalinata?
Sangra el silencio.
Las paredes crecen.
– ¿Qué vive, amor?
– ¡El viento! ¡El viento!
¡Ay maleficio
de las goteras!
Espejo cual fosa abierta.
Memento.
Sobre armarios y botellas y cornisas,
sobre labios y diafragmas y sombreros,
y paraguas como yertas rosas negras,
aletean ilegibles mariposas.
La lluvia errante nos invoca,
desde lejos, con su aullido
de cierva malherida, con su frente
de alambres retorcidos y lunas agrietadas,
con tejados de sombra
irremediablemente lejanos y perdidos.