Poetas

Poesía de Francia

Poemas de Gérard de Nerval

Gérard de Nerval (París, 22 de mayo de 1808 – 26 de enero de 1855) era el seudónimo literario del poeta, ensayista y traductor francés Gérard Labrunie, el más esencialmente romántico de los poetas franceses.

Nació en París en 1808. La muerte de su madre, Marie Antoniette Marguerite Laurent, cuando aún era un niño, marcó no solo su vida sino también su obra. Marie murió de meningitis en Silesia cuando acompañaba a su marido Etienne, doctor al servicio de la Grande Armée. Gérard fue educado por su tío abuelo en la campiña de Valois hasta 1814, cuando fue enviado a París. Durante las vacaciones visitaba Valois y escribió su libro Canciones y leyendas de Valois.

En 1826-1827 tradujo del alemán el Fausto, de un modo muy personal (inexacto pero creativo), lo que propició el conocimiento de Friedrich Schiller y Heinrich Heine, con el cual inició una amistad y del que tradujo poemas. Ejerció diversos trabajos: periodista, aprendiz de imprenta, ayudante de notario. Escribió varias obras dramáticas en colaboración con Alexandre Dumas, además de ser gran amigo de Théophile Gautier (con el cual se reunía en el «club de los hachisianos») y Victor Hugo.

En enero de 1834 recibió una herencia de su abuela materna, y se dirigió al sur de Francia; pasó la frontera y llegó a Florencia, Roma y Nápoles. En 1835 se instaló en casa del pintor Camille Rogier, en donde se reunía el grupo romántico, y fundó Monde dramatique, revista lujosa en la que gastó todo su dinero; la vendió en 1836. Se inició entonces en el periodismo; estuvo en Bélgica con Théophile Gautier durante tres meses; al finalizar el año, firmó por vez primera como «Gérard de Nerval» en Le Figaro.

En 1837, al escribir la ópera cómica Piquillo, conoció a la actriz y cantante Jenny Colon, por la que sintió una atracción fatal, y a quien dedicó un culto idólatra. Volvió a verla en 1840, antes de su muerte en 1842, que lo trastornó. En el verano de 1838, viajó a Alemania, su destino soñado, con Dumas. En noviembre fue a Viena, donde conoció a la pianista Marie Pleyel.

Las Cidalisas

¿Dónde nuestras amantes?
Están en el sepulcro:
Ellas son más felices
En un lugar más bello.

Muy cerca de los ángeles,
Allá en el cielo azul,
Ensalzan con sus cantos
A la madre de Dios.

Oh blanca desposada,
Joven virgen en flor,
Amante abandonada
Que marchitó el dolor.

La eternidad profunda
Sonreía en tus ojos…
Oh antorchas del mundo,
En el cielo encendeos.

Anteros

Por qué en mi corazón hay tanta rabia, dices,
y en mi cuello flexible una cabeza indómita;
es porque yo provengo de la raza de Anteo
y hago volver los dardos contra el dios vencedor.

Yo soy de aquéllos, sí, que el Vengador alienta,
él me marcó la frente con su boca irritada,
bajo la palidez de Abel, llena de sangre,
lel rubor implacable de Caín tengo a veces!

Jehovah, aquél que, vencido por tu genio, el postrero,
del fondo del infierno gritaba: «¡Oh tiranía!»
es mi abuelo Belús o mi padre Dagón…

Tres veces me bañaron en las aguas del Cócito,
y, único protector de mi madre Amalécita,
siempre a sus pies los dientes del viejo dragón, siembro.

Artemis

La treceava vuelve… Vuelve a ser la primera;
y la única es siempre, o el único momento;
pues, tú, reina ¿quién eres? ¿la primera o la última?
Y, tú, rey ¿el amante único o el postrero?…

Amar a quien amé desde la cuna al féretro;
Ila que yo amaba solo aún me ama tiernamente!
Es la muerte o la muerta… ¡Oh delicia! ¡Oh tormento!
La rosa que sostiene no es rosa, es Malvarrosa.

Santa napolitana de manos que son fuego,
rosa de alma violeta, flor de la santa Gúdula:
encontraste tu cruz en los cielos desérticos?

¡Rosas blancas, caed! que insultáis a mis dioses,
caed, fantasmas blancos, de vuestro cielo ardiente:
-La santa del abismo es más santa a mis ojos.

El desdichado

Yo soy el Tenebroso, -el viudo-, el Sin Consuelo,
Principe de Aquitania de la Torre abolida:
Mi única estrella ha muerto, y mi laúd constelado
lleva en sí el negro sol de la Melancolía.

En la Tumba nocturna, Tú que me has consolado,
devuélveme el Pausílipo y el mar de Italia, aquella
flor que tanto gustaba a mi alma desolada,
y la parra do el Pámpano a la Rosa se alía.

¿Soy Amor o soy Febo?.. Soy Lusignan o ¿Biron?
Mi frente aún enrojece del beso de la Reina;
he soñado en la Gruta do nada la Sirena…

He, doble vencedor, traspuesto el Aqueronte:
Modulando unas veces en la lira de Orfeo
suspiros de la Santa y, otras, gritos del Hada.

Era él, ese loco, el sublime insensato…

¡Era él, ese loco, el sublime insensato…
Ese Ícaro olvidado que escalaba los cielos,
ese faetón perdido bajo el rayo divino,
el bello Atis herido que Cibeles reanima!

El augur consultaba el flanco de la víctima,
la tierra se embriagaba de esa sangre preciosa…
El cosmos aturdido colgaba de sus ejes,
y el Olimpo un instante vaciló hacia el abismo.

«¡Dime!» gritaba César a Júpiter Ammón,
¿quién es el nuevo dios, que se ha impuesto a la tierra?
¿Y si acaso no es dios es un demonio al menos… ?

Mas se calló por siempre el invocado oráculo;
uno sólo en el mundo explicar tal misterio
podía: -el que entregó el alma a los hijos del limo.

Eritrea

Columna de zafiro, bordada de arabescos,
-¡Reaparece!- Buscando su nido los Remeros
lloran: ¡desde tu planta de azur hasta tu frente
de granito la púpura de Judea se despliega!

Si ves a Benarés acodada en su río
coge el arco y reviste de oro bruñido el torso:
pues mira cómo el Buitre vuela sobre Patani,
y el Mar está inundado de mariposas blancas.

¡MAHDEWA! haz que floten tus velos en las aguas,
da tus flores de púrpura al curso del arroyo:
La nieve del Catay ya cae sobre el Atlántico:

Mientras, la del bermejo Sacerdotisa rostro
bajo el Arco del Sol todavia duerme:
-Y nada ha molestado al pórtico severo.

Fantasía

Existe una tonada por la que yo daría
todo Mozart, Rossini y todo Weber,
una vieja tonada, languideciente y fúnebre
que me trae a mí solo sus secretos encantos.

Cada vez que la escucho mi alma se hace
doscientos años -es sobre Luis Trece-
más joven; y creo ver cómo se extiende
una ladera verde que amarillea el ocaso,

luego un alcázar de ladrillo y piedra,
de vidrieras teñidas de colores rojizos
ceñido de amplios parques y a sus pies un arroyo
que entre las flores corre;

luego una dama, en su ventana altísima,
rubia. con ojos negros. de vestimenta antigua,
que en otra vida acaso ya hube visto
y de la cual me acuerdo.

La prima

El invierno no deja de tener sus encantos:
A veces los domingos, cuando un poco
de sol amarillea la tierra blanquecina,
vas a dar una vuelta con una prima… «y
no os hagáis esperar para la cena»,
dice la madre.

Y, cuando ya hemos visto

los atuendos floridos bajo los negros árboles
de los Jardines de las Tullerías,
tiene frío la muchacha… y te señala
que la niebla nocturna comienza a levantarse.

Y ya de vuelta, hablando del buen día
que ha pasado tan rápido ¡qué lástima!
…y de discretas llamas:
al penetrar en casa
olemos -¡qué apetito!- desde el zaguán el pavo
que está en el asador.

Nobles y criados

Esos nobles de antaño de que hablaban las gestas,
paladines tremendos de imponente semblante,
cuyos cuerpos dotados de unos huesos gigantes
parecían tener en el suelo raíces.

Si volvieran al mundo, si el antojo tuviesen
de ver los herederos de su nombre inmortal,
Laridones verían frecuentando palacios
de ministros, estirpe degradada y rampante;

alfeñiques con faja, peto y muchos postizos;
sólo entonces podrían entender esos nobles
que en los últimos tiempos a su sangre selecta
han mezclado sus hijas mucha sangre de criados.