Poetas

Poesía de Argentina

Poemas de Diana Bellessi

Diana Bellessi, nacida en el idílico pueblo de Zavalla en 1946, se erige como una de las voces más emblemáticas de la poesía argentina contemporánea. Con su pluma delicada y su visión lúcida, Bellessi trasciende las fronteras de lo convencional, explorando los matices del alma humana y la esencia misma de la existencia.

Tras cursar estudios de filosofía en la Universidad Nacional del Litoral, Diana emprende un viaje épico por América que se extiende por más de seis años, una travesía que moldea su perspectiva y alimenta su poesía con las experiencias del camino. En 1972, desde Ecuador, emerge su primer libro de poemas, «Destino y propagaciones«, marcando el inicio de una prolífica carrera literaria.

De regreso en Argentina en 1975, Bellessi se establece en Buenos Aires, donde su pluma se convierte en el eco de una generación que busca sanar las heridas del pasado y forjar un futuro de esperanza. A través de obras como «Crucero ecuatorial» y «Tributo del mudo«, la poeta revela su profunda sensibilidad y su compromiso con la verdad poética.

Con una mirada feminista que desafía los estereotipos, Diana se convierte en una voz incisiva en el panorama literario argentino. Su participación en revistas como Feminaria y su activismo en favor de la igualdad de género marcan su legado como una poeta comprometida con la justicia y la emancipación.

Galardonada con prestigiosos premios como la Beca Guggenheim en poesía y el Premio Konex, Bellessi trasciende las barreras del tiempo y el espacio con su poesía intemporal. Su obra, que abarca desde «El jardín» hasta «Pasos de Baile«, cautiva con su belleza lírica y su profundidad filosófica, revelando las múltiples facetas del alma humana y la magia de la palabra poética.

Hoy en día, Diana Bellessi reside en Buenos Aires, donde continúa inspirando a nuevas generaciones de poetas con su sabiduría y su pasión por las letras. Su legado perdura como un faro de luz en la oscuridad, recordándonos la capacidad transformadora del arte y la eterna belleza de la poesía.

He construido un jardín…

He construido un jardín como quien hace
los gestos correctos en el lugar errado.
Errado, no de error, sino de lugar otro,
como hablar con el reflejo del espejo
y no con quien se mira en él.
He construido un jardín para dialogar
allí, codo a codo en la belleza, con la siempre
muda pero activa muerte trabajando el corazón.
Deja el equipaje repetía, ahora que tu cuerpo
atisba las dos orillas, no hay nada, más
que los gestos precisos
dejarse ir para cuidarlo
y ser, el jardín.
Atesora lo que pierdes, decía, esta muerte
hablando en perfecto y distanciado castellano.
Lo que pierdes, mientras tienes, es la sola compañía
que te allega, a la orilla lejana de la muerte.

Ahora la lengua puede desatarse para hablar.
Ella que nunca pudo el escalpelo del horror
provista de herramientas para hacer, maravilloso
de ominoso. Sólo digerible al ojo el terror
si la belleza lo sostiene. Mira el agujero
ciego: los gestos precisos y amorosos sin reflejo
en el espejo frente al cual, la operatoria carece
de sentido.

Tener un jardín, es dejarse tener por él y su
eterno movimiento de partida. Flores, semillas y
plantas mueren para siempre o se renuevan. Hay
poda y hay momentos, en el ocaso dulce de una
tarde de verano, para verlo excediéndose de sí,
mientras la sombra de su caída anuncia
en el macizo fulgor de marzo, o en el dormir
sin sueño del sujeto cuando muere, mientras
la especie que lo contiene no cesa de forjarse.
El jardín exige, a su jardinera verlo morir.
Demanda su mano que recorte y modifique
la tierra desnuda, dada vuelta en los canteros
bajo la noche helada. El jardín mata
y pide ser muerto para ser jardín. Pero hacer
gestos correctos en el lugar errado,
disuelve la ecuación, descubre páramo.
Amor reclamado en diferencia como
cielo azul oscuro contra la pena. Gota
regia de la tormenta en cuyo abrazo llegas
a la orilla más lejana. I wish you
were here amor, pero sos, jardinera y no
jardín. Desenterraste mi corazón de tu cantero.

Marea de mi corazón…

Marea de mi corazón
déjame ir
en las ligustrinas
como un insecto o como la
misma ligustrina en el rumor
en el rasante
vuelo de las
golondrinas alrededor
de los aleros en la música
minimal donde se hunde
mi vecino mientras tapiza
con golpecitos los respaldos
de las sillas en el sol
rasgado por la brisa
no ser lo otro
lo que mira. Desligarme
del ser hacia aquel
estar mayestático de
la dicha. Alfombra
de orquídeas diminutas
sobre el pasto florecen
antes que la máquina
cortadora de césped
las arrase ¿aprendieron?
Corolas violáceas
enjoyadas que emergen
en cinco días de sus tallos
aprendieron la brevedad?
de la vida sin ser

Milonguita

Acodadas en la barra
de un bar por la estación
terminal de colectivos
charlamos mi hermana y
yo de bueyes perdidos…

digo algo de unos versos
que se andan escribiendo
y su cara se ilumina,

me recuerda momentos
muy antiguos, encanto

de niña ante el relato:
así que también de eso
puede hablar la poesía,
dice cuando le cuento
que tengo mis visitas

Sí, digo, gente de antes
nítidos y vestidos
de domingo, como eran

o con lo mejor puesto
en trotecito lento

vienen a recordarme
que yo también, sabés,
me vuelvo gente de antes
Ensombrece su cara
y siento que pasa el ángel

de la muerte, es decir
el tiempo, vuelto puro
resplandor y recuerdo

al principiar y después
noche, sólo silencio

Mi padre me enseñó
hace ya algunos años
a caminar tranquilos
por el pequeño y amable
cementerio del pueblo,

parándonos en frente
de las tumbas con cierta
rememoración, era

la gente de su vida
y para mí un eco

Pero me voy volviendo
yo también, cosa tierna,
la fila de los que entran
al umbral de recuerdos
tan soleados y dulces,

no da miedo quisiera
decirle a mi joven
hermana, así nomás

te llega con anuncios
extraños al principio

y luego, hay una fe
que celebra el polvo
en reverbero, esto
fuimos para seguir
siendo en la única

memoria que cuenta…
allí donde nos dimos
como ahora, vos y yo

Corre paradigma de miel…

Corre paradigma de miel
Yo me quedo en el jardín viendo
abrir las semillas de gingo
un árbol sabio por antiguo
y simple como el brote de un
poroto

Ríos de la mente sabrán porqué
elrevés de la trama te lleva hacia
Leyenda
Un alma sola enfrenta su pasado
para luego dar la cara a la muerte

Aquí, no hay poder del
pensamiento ni saber
que al mundo modifique
Paciencia solamente
que busca sentimiento,
sentido en la astillada
totalidad del puma
cruzando el tiempo como
a un tapiz. El bosque
se transforma en jardín
a medias modelado
por la conciencia humana

como si una mujer hablara a otra en
un cruce de aguas profundas y clara.

Variaciones de la luz

Un revuelo naranja al poniente
en lucha libre con el violeta
donde se hace de repente un claro
verde como aquel rayo purísimo
perseguido en la juventud
y al fondo el coro de las gallinetas
y un silencio al frente que corta
el tajo de luna
con más silencio
y plata y noche hasta que sólo
quedan las luces de tu casa
a veces como mágicas naranjas
dulces y en la soledad amargas.

El fin del día

Bienvenido silencio amigo mío
en la oscura noche que apacigua
el rumor del viento como un guerrero
cuya furia baila entre los árboles

y sin verlo yo lo veo limpiar
el ruido de la mente cacatúa
ensimismada en su graznido brutal
y monocorde y vos silencio mío

daga trueno del monte que rasga
la mugre acumulada las costras
sobre el instinto fino muriéndose
de pura sed por esa atención

donde yo desaparezco salvo
en la función de tensar el sentido
hacia lo visible y su fortuna
inagotable cercana a dios

silencio traicionado amigo nuestro
en el vendaval oscuro del día
dispuesto vaya a saberse a qué
donde el alma se pierde como un piojo

en la cabellera turbia del mundo

Un lugar en el mundo

Habiendo visto al biguá de ébano con su pico blanco
bucear en las orillas sumergiéndose en arco pálido
para desaparecer luego bajo el leonado río
cuando la noche llega, me pregunto qué más nos queda
que no sea la apreciación de tal belleza ganada
poco a poco en la necesaria invención de los años
para dar a su cuerpo y a sus gestos el movimiento
preciso, y no es un atleta, es un biguá único
y cualquiera atravesando el río bajo la uña fina
de la luna en este anochecer donde yo me pregunto
qué merecemos, qué afinamos nosotros en la campana
del mundo y me digo: la apreciación, mientras recuerdo
la otra cara insatisfecha reclamando un poder
que es inmolación, inhábil tratativa con el tiempo
o belleza de la acumulación que nos deja huérfanos
de la propia vida, no gastada en la superficie
sedosa del agua sin guardarnos nada para luego
dejarnos ir en esa oscuridad sin fin de la noche
como los peces que come el biguá, como el biguá mismo
a quien devora el río mientras aprecio su perfección.
lo otro que del origen
nos aparta.