Poetas

Poesía de México

Poemas de Malva Flores

Malva Flores es una poeta, narradora y ensayista mexicana nacida en 1961 en la Ciudad de México. Su obra abarca diversos géneros y temas, desde la poesía hasta el ensayo, pasando por la crítica literaria y la biografía. Ha recibido varios premios y reconocimientos por su trayectoria, entre los que destacan el Premio Xavier Villaurrutia, el Premio de Poesía Aguascalientes, el Premio Mazatlán de Literatura y el Premio Internacional Alfonso Reyes.

Su interés por la literatura se manifestó desde temprana edad, cuando comenzó a escribir poemas y cuentos. Estudió en la Universidad Nacional Autónoma de México, donde se licenció en Lengua y Literaturas Hispánicas. Su formación académica se refleja en su rigor y erudición como escritora e investigadora. Ha sido profesora de literatura en diversas instituciones educativas y culturales, así como miembro del Sistema Nacional de Creadores y del Sistema Nacional de Investigadores.

Su obra poética se caracteriza por una voz personal y reflexiva, que explora las dimensiones del lenguaje, la memoria, el tiempo y el espacio. Algunos de sus libros de poesía son: Pasión de caza (1993), Ladera de las cosas vivas (1997), Casa nómada (1999), Luz de la materia (2010), Galápagos (2016) y A ingrata línea quebrada (2019). Su poesía ha sido traducida a varios idiomas y ha sido incluida en numerosas antologías nacionales e internacionales.

Su obra ensayística aborda temas relacionados con la literatura, la crítica y la academia, así como con la vida y obra de algunos escritores relevantes de la cultura mexicana e hispanoamericana. Entre sus libros de ensayo se encuentran: El ocaso de los poetas intelectuales y “la generación del desencanto” (2010), Viaje de vuelta. Estampas de una revista (2011), La culpa es por cantar. Apuntes sobre poesía y poetas de hoy (2014), Sombras en el campus: notas sobre literatura, crítica y academia (2020) y Estrella de dos puntas. Octavio Paz y Carlos Fuentes; crónica de una amistad (2020). Este último libro le valió el Premio Mazatlán de Literatura 2021 por su originalidad, rigor y amenidad.

Malva Flores es una escritora comprometida con su oficio y con su tiempo, que ha sabido crear una obra coherente y diversa, que dialoga con la tradición literaria y con la realidad contemporánea. Su aportación a las letras mexicanas es indudable y merece ser reconocida y difundida.

Azoteas

Hay que subir siempre. Eso es el destierro,
una cuesta, aunque sea en el desierto.
María Zambrano

Perder el pie, el piso, la cadencia del salto; quedarse parado en la azotea. Sí. Así. Solos en la azotea, entre ropa tendida como cuerpos exangües y todas las viejas cosas de las que te desprendes porque no quieres ver lo que pasó, pero las guardas, las metes en cofres, en cajitas, hasta en bolsas de plástico. Las guardas.

Lo que pasó es sencillo. Te equivocaste. Perdiste el pie, el piso, la cadencia del salto y viniste a parar hasta esta isla suspendida en el azul blanquísimo de una tarde brillante: esta eterna azotea.

No había oro

En el retrovisor de un breve instante
Henri Michaux

No hay más tortuga metafísica y somos, de nada, cancerberos.

Mira las flores. Míralas bien: el terciopelo en su exceso de hambre.

El polen ya no es polvo de estrellas. La duna es una falta de aire. Pero eso sí, los querubines de la fama doméstica recogen diariamente monedas de neón.

No había oro. No había siquiera vacas reales. Sólo polvo y desierto
—la palabra sin gracias.

No debimos venir hasta las islas.

En aquel otro sitio donde nos abrazamos, ocultos del ruido, aún somos verdaderos. En ese espejo alterno se besan quienes veían el sol al mismo tiempo y cubrieron también sus ojos con la mano.

Los dioses se fugaron de las islas

Buscas en Roma a Roma ¡oh peregrino!
y en Roma misma a Roma no la hallas
Quevedo

Unos querían vivir el rumba rumba, el tango, el ajetreo de aquellas largas horas donde los parroquianos se regocijaban.

Otros querían volver al bendecido sol de algún verano que ya no tiene nombre y sólo podemos recordarlo como aquél: el verano magnífico de nuestra plenitud.

Todo está detenido acá en los riscos, suspendido en el tiempo de las medallas:

Los dioses se fugaron de las islas y en su sitio —me dicen los fuereños— ha quedado el censor.

Isla central

¡Alumbra, lumbre de alumbre,
Luzbel de piedralumbre, sobre la
podredumbre!
Miguel Ángel Asturias

Cebolla del sudor, la urticaria de la hora en el mercado.
—Que no es la mía.
—Heliotropo, diamantina y rash
—Violetas, señorita, unas violetas…

10:25 am

Heliotropo

—Que no es la mía, repito.
—Y tú, ¿a dónde vas?, me dice un hombre que quiere pasar por guía
—qué guía el heliotropo
“Violetas, señorita, unas violetas”
—qué canta diamantina la voz del papagayo

Ya dejo de insistir y acepto la maleta que no es mía. Cuánto diablo sin rostro me la ofrece y tomo el equipaje sin ser Fausto.

Rash, rush, rouge

Miro el reloj de la Isla Central. Es 26 de julio y unos puercos lustrosos caminan por la calle.

Primero en todo

(Diálogo frente a un retrato de
Fanny Calderón de la Barca)

pedacito de patria que sabe
sufrir y cantar
Agustín Lara

—Una serie de pulcras idioteces divididas por punto decimal. Que si el puerto era el primero en todo el continente, que si aquí aposentó sus reales el magnífico Humboldt, que si vino la dama y señaló que acá todo era delabré.
—Ya puedo imaginarla, con sus ojos de asombro, sus brocados de seda y sí, esa mirada azul de no puedo creerlo. ¿Dónde vine a parar?, pensaría la señora. Buzas con el tirabuzón, escuchaban sus criadas y pobrecita, ella, con el tirabuzón pegado hasta en la frente: el piojo del calor.
—Una pocilga, sí, pero no importa. Los oriundos adoran la ciudad sobre todas las cosas y la ponen “en un pedestal más alto que a cualquier otra parte del mundo”. Ay la marquesa, en qué almohada de chinches recostó la cabeza.
—Te recuerdo que escribió sobre flores, emblema principal de la ciudad. Por todos lados, flores, y en cualquier ocasión: que si para las vírgenes, que si para los santos, que si en los tendajones, escribió.
—Sí, Fanny, (tendríamos que decirle), acá hay todas las flores aunque nadie acostumbre ponerlas en florero. ¿Para qué, si con mirar la selva se te llenan los ojos?
—¿Cuál selva? Quieres mortificarme. En una carta dijo: “Nada existe en México que parezca vulgar. Todo alcanza grandes proporciones y todo tiene un aire pintoresco”.
—¿Y ya olvidaste al gordo, al cacique gordo de Cempoala? No están equivocados: acá, la traición fue primero.
—Hablábamos de Fanny. Siempre lo cambias todo.
—Qué importa la voz de la marquesa. Si se trata de flores, la única que encuentro es la bien reputada Dionaea muscipula, Venusatrapamoscas.
—Pero, ¿ya probaste el café?
—Y tú, ¿ya te fijaste que la palabra “todo” sólo tiene su anverso? No existe un sinónimo exacto.

Campanas de una iglesia

Y regresar al punto de partida
al paraíso irrespirable
la ardorosa helada inmovilidad
Blanca Varela

Uno lo extraña todo, hasta la barbacoa del domingo. El viejo trolebús que cruzaba por San Juan de Letrán.
Las palmeras que entonces fraccionaban el tiempo del verano, se fueron con el aire.
En esta capital de la Isla 50 no existen las palmeras. Las jacarandas son un remedo de árbol y es mentira que aquí haya nacido todo.
Aquí no hay pan. Miasmas que son culebras envenenan el aire, asfixian a los niños.
No se filtra la luz a las 6 de la tarde. No se escuchan jamás campanas de una iglesia.
No puedo perdonarlos. No voy a perdonarme nunca.