Poetas

Poesía de Perú

Poemas de Manuel González Prada

Manuel González Prada, nacido el 5 de enero de 1844 en Lima y fallecido el 22 de julio de 1918 en la misma ciudad, fue un destacado escritor, político, pensador, anarquista y poeta peruano. A pesar de provenir de una familia aristocrática de raíces coloniales, Manuel se rebeló contra el sistema corrupto y defendió incansablemente las causas de los indígenas y los obreros. Su influencia abarcó tanto el ámbito literario como el político en el Perú de finales del siglo XIX y principios del XX.

La obra literaria de González Prada se distingue por su renovación métrica y rítmica, su expresión precisa y contenida, y su temática social y erótica. Asimismo, su labor política se fundamenta en un ideario radical, anticlerical e indigenista, que inspiró a destacados pensadores como José Carlos Mariátegui y Víctor Raúl Haya de la Torre.

La biografía de González Prada puede dividirse en distintas etapas que marcaron su trayectoria:

En primer lugar, se destaca su nacimiento y sus estudios en el Convictorio de San Carlos, donde se formó con los clásicos españoles, los simbolistas franceses y algunos autores alemanes que él mismo tradujo. En 1877, publicó su primer libro de poemas titulado «Ortometría. Apuntes para una rítmica».

Posteriormente, en 1872, realizó un viaje a Tutume, una hacienda azucarera en el norte del Perú, donde tuvo un encuentro directo con la explotación y el sufrimiento de los trabajadores. Durante su estancia allí, escribió una serie de poemas sociales que luego conformaron su libro «Minúsculas».

En 1879, participó como voluntario en la Guerra del Pacífico contra Chile, pero tras la derrota peruana, se recluyó en su casa durante tres años en señal de protesta. Durante este periodo, redactó el famoso «Discurso del Politeama», pronunciado en 1888, donde denunció la responsabilidad de la clase política y la oligarquía en el conflicto bélico.

En 1886, fundó el Círculo Literario, una asociación cultural que agrupaba a jóvenes escritores e intelectuales. Allí compartió sus ideas renovadoras sobre la literatura y la política, y en 1888 pronunció el «Discurso del Politeama», considerado el manifiesto de la generación del 900.

En 1891, contrajo matrimonio con Adriana de Verneuil, una joven francesa que se convirtió en su musa inspiradora para sus poemas eróticos. Ese mismo año, fundó la Unión Nacional, un partido político que buscaba reformar el sistema político peruano desde una perspectiva democrática y socialista. Desde esta agrupación, apoyó las candidaturas presidenciales de Nicolás de Piérola y Guillermo Billinghurst.

En 1898, viajó a Europa por razones de salud, y allí entró en contacto con corrientes anarquistas y socialistas que influyeron

en su pensamiento político. Durante su estancia en Europa, publicó sus primeros libros de ensayos: «Páginas libres» (1894) y «Horas de lucha» (1908).

Al regresar al Perú en 1901, se convirtió en el pionero del anarquismo peruano y colaboró con diversos periódicos y revistas anarquistas como «Los Parias», «Germinal» y «La Protesta». Asimismo, publicó sus libros de poesía «Minúsculas» (1901), «Presbiterianas» (1909) y «Exóticas» (1911).

En 1912, fue nombrado director de la Biblioteca Nacional de Lima, cargo que desempeñó hasta su fallecimiento. Desde esta posición, impulsó la difusión de la cultura y el conocimiento, y además fundó la revista «Variedades», donde publicó sus últimos ensayos y poemas.

Manuel González Prada falleció el 22 de julio de 1918 en Lima, a los 74 años de edad. Su muerte causó una profunda conmoción en el ámbito intelectual y político peruano, y su obra fue reconocida y reivindicada por las generaciones posteriores. Póstumamente se publicaron sus libros de poemas: «Trozos de vida» (1933), «Baladas peruanas» (1935), «Grafitos» (1937) y «Adoración» (1946).

La sombra de Huáscar

En su lecho, prisionero,
Yace Atahualpa dormido;
Mas despierta, se incorpora,
Arrojando al aire un grito.

-«¿Quién me toca con sus manos?
¿Quién me llama con gemidos?
¿Qué visión de los sepulcros
Turba mi sueño tranquilo?»

-«Quien te llama y te despierta,
Quien suspira en tus oídos,
Es Huáscar ¡ay!, es tu hermano,
Es el cadáver del río.

En vano sueñas rescate
Y el real poder antiguo;
De mí piedad no tuviste,
No la tendrán, no, contigo.

A la tierra de los muertos
Pronto irás, bastardo inicuo:
Atahualpa, fui delante
Para enseñarte el camino».

La adusta sombra de Huáscar
Se disipa de improviso;
Atahualpa se estremece
De mortal escalofrío.

Amar sin ser querido

Un dolor jamás dormido,
una gloria nunca cierta,
una llaga siempre abierta,
es amar sin ser querido.

Corazón que siempre fuiste
bendecido y adorado,
tú no sabes, ¡ay!, lo triste
de querer no siendo amado.

A la puerta del olvido
llama en vano el pecho herido:
Muda y sorda está la puerta;
que una llaga siempre abierta
es amar sin ser querido.

El amor

Si eres un bien arrebatado al cielo
¿Por qué las dudas, el gemido, el llanto,
la desconfianza, el torcedor quebranto,
las turbias noches de febril desvelo?

Si eres un mal en el terrestre suelo
¿Por qué los goces, la sonrisa, el canto,
las esperanzas, el glorioso encanto,
las visiones de paz y de consuelo?

Si eres nieve, ¿por qué tus vivas llamas?
Si eres llama, ¿por qué tu hielo inerte?
Si eres sombra, ¿por qué la luz derramas?

¿Por qué la sombra, si eres luz querida?
Si eres vida, ¿por qué me das la muerte?
Si eres muerte, ¿por qué me das la vida?

El llora – muerto

I

Pierde a su Amada el Inca,
Y ya, de aquel momento,
No hay en su alma reposo,
En sus párpados sueño.

-«No cantes, oh Poeta:
Voces lúgubres quiero
Que de pena y angustia
Despedacen mi pecho»

-«Hay, Rey, en tus dominios
Un pájaro siniestro:
Su voz quebranta peñas,
Se llama el Llora-muerto»

-«Volad, oh mis vasallos,
Por llanuras y cerros,
Por valles y montañas:
Coged el Llora-muerto»

II

Fieles indios recorren
Los ámbitos del reino,
Y cazan en las selvas
El pájaro siniestro.

El pájaro se queja,
Y, a su primer acento,
Lanza el Rey de los Incas
Un grito lastimero.

El pájaro se queja,
Y, a su segundo acento,
Llora el Rey de los Incas
Dos lágrimas de fuego.

El pájaro se queja,
Y, a su tercer acento,
Queda el Rey de los Incas
Mudo, inmóvil y muerto.

El pájaro ciego

I

Era un Pájaro de nieve:
Con su inefable cantar,
Derramaba en tristes pechos
Alegría sin igual.

-«Pájaro, el Inca murmura,
Tu canción me atedia ya:
Siempre cantas alegrías,
Nunca lloras el pesar.

Lanza quejas doloridas,
Porque sufro negro afán,
Porque siento una amargura
Melancólica y mortal.

Canta canciones que aumenten
Mi congoja más y más,
Que yo gozo en mi tristeza,
Que yo gozo en mi penar».

Mas el Pájaro de nieve,
Sordo al mandato real,
Canta siempre la ventura,
Pero tristeza jamás.

II

Murmura un viejo Cacique:
-«Rey, al Pájaro cegad,
Y con lánguida tristeza
Su canción exhalará».

Ciego, el Pájaro de nieve
Siente y sufre pena tal,
Que, si fue de blancas plumas,
Es de negras plumas ya.

Canta dolor y amarguras
Con tan lúgubre cantar
Que, a su voz, las fieras lloran
Y se quiebra el pedernal.

Todos cierran los oídos,
Todos huyen y se van:
El oír los tristes cantos
Es gemir y agonizar.

La hija tierna del Monarca
Oye el canto sin igual,
Y solloza, y se adormece,
Y no despierta jamás.

Prorrumpe el Inca, estallando
Con la voz del huracán:
-«Pronto al Pájaro la muerte,
Pronto al Cacique cegad».

La confesión del inca

-«Sol, padre fiel de mis padres,
A ti me acuso contrito:
Oye, y lava mi pecado:
Di veneno al hijo mío».

Dice el Inca; vuelve el paso
A las márgenes del Tingo,
Lava su frente y sus manos,
Y prosigue en alto grito:

-«Dije al Sol mi enorme crimen,
Recibe el crimen, oh río:
Ve, y sepúltale en el fondo
De los mares cristalinos».

Oye al Rey culpable un cuervo,
Y se aleja en raudo giro,
Y por campos y ciudades
Va diciendo en su graznido:

-«(Horror, horror al Monarca!
Es horrendo su delito.
El Monarca es filicida:
Dio mortal veneno al hijo».

Y en la choza y el palacio,
Y en la ciudad y el retiro,
Incansable grazna el cuervo:
-«Dio veneno el Rey al hijo».

-«(Muerte al cuervo, muerte al cuervo!»
Grita el Rey tremante y frío;
Y el negro pájaro muere
De mil flechazos herido.

Mas, de entonces, el Monarca
Vive mudo y pensativo,
Que la voz tenaz del cuervo
Repercute en sus oídos.

Origen del Rímac

I

El viejo Rey de la Costa
Atribulado camina,
Que desoló sus regiones
Interminable sequía.

Con su prole y sus mujeres,
Domeñando la fatiga,
Va de ardientes arenales
A nevadas serranías.

-«No los Andes trasmontemos,
Que en las nieves de sus cimas,
A mi pecho falta el aire,
Falta el calor a mi vida.

Hijos, abrid en las rocas
Profunda cueva sombría:
Quiero tener en su fondo
Mi sepulcro y mi guarida».

Desciende a cueva profunda
Y allá, del fondo, suspira:
-«Con peñasco inamovible
Emparedad la salida».

II

El viejo Rey de la Costa
Siglos de siglos habita,
Sin que el sueño de la muerte
Cierre nunca sus pupilas.

Y soterrado en las sombras,
Llora tanto noche y día,
Que el torrente de sus ojos
Por grietadas peñas filtra:

A las tristes pampas lleva
El torrente la alegría,
Lleva el agua que es la madre
Misteriosa de la vida.

Si la nieve del Invierno
Amortaja las colinas,
Merma el agua del torrente,
Que el antiguo Rey dormita.

Mas si el Sol de Primavera
Candentes rayos fulmina,
El antiguo Rey despierta
Llorando a lágrima viva.

Origen del oro

Sacrifica el Rey anciano
Un llama negro y lustroso,
Y hacia los cielos eleva
El corazón y los ojos.

-A ti, Sol inmaculado,
Padre fecundo de todo,
A ti consagro la ofrenda
De mi culto fervoroso.

En vano tribus salvajes
Adoran sierpes y monstruos:
Yo mi único Dios te aclamo,
Yo te venero y te adoro.

-«Tú, que primero me adoras,
Dice el Sol, oh Rey devoto,
Padre serás de un Imperio
Rico, vasto y poderoso.

Si me ofreces negro llama,
Te doy inmenso tesoro,
Que hará tus hijos potentes,
Que hará tu Reino famoso».

Llora el Sol en larga vena,
Y tierras, lagos y arroyos
Beben con sed insaciable,
Que sus lágrimas son oro.

Los amancaes

I

Fuimos siete adolescentes,
Siete Vírgenes del Sol,
Que manchamos la inocencia
Con la culpa del amor.

Siete Príncipes hermanos
De invencible y dulce voz,
Cautivaron con su hechizo
Nuestro frágil corazón.

Perecimos en las llamas,
Y el benéfico Hacedor
En humildes, tiernas flores
Compasivo nos trocó.

II

Fuimos siete adolescentes,
Siete Vírgenes del Sol,
Y amarillos, solitarios
Amancaes somos hoy.

A los Príncipes llamamos
Con eterno y casto ardor,
Que si perdimos la vida
No perdimos la pasión.

En el día y en la noche,
Con las ansias del amor,
Esperamos, esperamos,
Y Ellos (ay! no vienen, no.

Las manchas de la luna

A la bella y blanca Luna
Ama la pérfida Zorra;
La persigue tanto y tanto
Que es la sombra de su sombra.

Tras su Amada, hacia el ocaso,
Va en carrera presurosa,
Mas detienen su camino
Anchos muros de altas olas.

Tras su Amada, hacia el oriente,
Va…………….*
Y la mansión de la Luna
Con plantas ágiles toca.

La blanca Luna se eleva,
La plena Luna remonta,
Y, a cogerla entre sus brazos,
Salta la pérfida Zorra.

Fue la Luna inmaculada,
Inmaculada y hermosa,
Mas quedó manchada y triste
Con los besos de la Zorra.

(Inconcluso en el manuscrito.)

La tempestad

I

Con el cántaro a los hombros,
Entre nubes y destellos,
La Ñusta pisa las cumbres
Más vecinas de los cielos.

Risueña, el cántaro inclina
Y derrama suave riego
En las ceibas de los bosques
Y en los cactos del desierto.

De gozo, entonces, henchido,
Alza un himno el Universo
Con la voz de sus arroyos
Y la lengua de sus vientos.

II

La ruda maza en el puño
Y la cólera en el ceño,
El hermano de la Ñusta
Asoma y corre a lo lejos.

Salta por cumbres y abismos
Como en fantástico vuelo;
Tenaces golpes de maza
Descarga en llanos y cerros.

Quiebra el cántaro, y entonces
Vibra el rayo, zumba el trueno
Y en cataratas de lluvia
Se desploma el firmamento.