Poesía de Francia
Poemas de Alfred de Musset
Louis-Charles-Alfred de Musset (París, 11 de diciembre de 1810-ibídem, 2 de mayo de 1857) fue un escritor y dramaturgo francés del romanticismo.
Empezó a estudiar a los nueve años en el colegio Enrique IV, donde obtendrá en 1827 el premio de disertación literaria en el concurso general. Gracias a Paul Foucher, cuñado de Victor Hugo, empieza a sus 17 años a frecuentar el «Cenáculo», así como el salón de Charles Nodier en la biblioteca del Arsenal.
Después de ejercitarse con la medicina, el derecho, el dibujo, el inglés y el piano, fue uno de los primeros escritores en adoptar la estética romántica. A sus 20 años, su notoriedad literaria fue acompañada de una dudosa reputación, que alimenta además su faceta dandi. Y, de 1833 a 1835, sostiene un apasionado romance con la novelista George Sand. Fue bibliotecario del Ministerio del Interior durante la Monarquía de Julio, para ser luego destituido en 1848. Más tarde fue también bibliotecario del Ministerio de Instrucción Pública durante el Segundo Imperio. Recibió la legión de Honor el 24 de abril de 1845 al mismo tiempo que Balzac y fue elegido miembro de la Academia Francesa en 1852.
Como poeta publica sus Cuentos de España e Italia, aunque sus poemas más célebres son Rolla y las cuatro Noches (Noche de mayo, Noche de agosto, Noche de octubre y Noche de diciembre), recogidas ambas obras en el volumen Poesías nuevas. En el terreno lírico se le deben también los libros Los caprichos de Mariana, Las castañas del fuego, La copa y los labios, En qué sueñan las jóvenes y Namouna. También escribe algunas piezas dramáticas: El candelabro, Con el amor no se juega, De nada hay seguridad, Andrea del Sarto, Un capricho, Lorenzaccio, Fantasio, La noche veneciana, Barberina, Nunca se debe jurar nada, Louison, Carmosina, Bettina, No podría pensar en todo, Es preciso que una puerta esté abierta o cerrada, obras todas donde se advierten ecos de Marivaux, Marmontel y Beaumarchais, pero con todo con un sello de malicia, espontaneidad y gracia muy característico.
Se hizo célebre asimismo una novela suya de contenido en parte autobiográfico, La confesión de un hijo del siglo, dedicada a George Sand, y recopiló su narrativa breve en Poeta caído, Mimí Pinson e Historia del mirlo blanco. Se le atribuye también la autoría de la novela corta erótica Gamiani: dos noches de placer (1833).
Tristeza
He perdido mi fuerza y mi vida,
Y mis amigos y mi alegría;
He perdido hasta el orgullo
Que hacía creer en mi genio.
Cuando conocí la Verdad,
Creí que era una amiga;
Cuando la he comprendido y sentido,
Ya estaba asqueado de ella.
Y sin embargo ella es eterna,
Y aquellos que se han despreocupado de ella
En este bajo mundo lo han ignorado todo.
Dios habla, es necesario que se le responda.
El único bien que me queda en el mundo
Es haber llorado algunas veces.
Impromptu. En respuesta a la pregunta: ¿Qué es la poesía?
Ahuyentar los recuerdos, fijar el pensamiento,
sobre un bello eje de oro mantenerlo oscilante,
inquieto e inseguro, mas sin embargo quedo,
acaso eternizar el sueño de un instante.
Amar lo puro y lo bello y buscar su armonía;
escuchar en el alma el eco del talento;
cantar, reír, llorar, solo, al azar, sin guía;
de un suspiro o una sonrisa, de una voz o mirada,
hacer obra exquisita, pletórica de gracia,
de una lágrima perla: esa es la pasión
del poeta en la tierra, su vida y su ambición.
¡Acuérdate de mí!
Acuérdate de mí cuando la aurora
abra el Sol el mágico palacio,
cuando la meditabunda, soñadora,
cruce la noche el silencioso espacio,
cuando al placer tu corazón palpite,
cuando la tarde a delirar te invite,
oye una voz que se dirige a ti
diciéndote a través del Océano:
¡Acuérdate de mí!
Acuérdate de mí cuando el destino
te haya para siempre para mi eclipsado,
cuando ya sienta el pobre peregrino
marchito el corazón desesperado,
piensa en mi amor, en nuestro adiós supremo,
que yo sé amar y serte fiel no temo,
y el pecho que una vez latió por ti
mientras palpite clamará doliente:
¡Acuérdate de mí!
Acuérdate de mí cuando ya inerte
mi destrozado corazón sucumba,
cuando la flor piadosa de la muerte
sonría sobre el mármol de mi tumba,
¡ay! ¡Ya no te veré! Pero mi alma
de la alta noche en la solemne calma
como una hermana fiel volverá a ti
y oirás que te murmura dulcemente:
¡Acuérdate de mí!
El poeta
¡Oh Musa! ¿Qué me importa la muerte o la vida?
¡Quiero amar y de amor palidecer!
¡Tan sólo por un beso yo daría
la idea que sienta en mi cerebro arder!
¡Quiero, por mi mejilla enflaquecida
de la pasión las lágrimas sentir!
¡Quiero gozar la inexplicable dicha
de, por amar con frenesí, sufrir!
Quiero contar que herido de un engaño
juró no amar mi corazón jamás…
Y ahora es el juramento que hago
no vivir un instante, sin amar…
Corazón desbordado de amargura,
¡despójate de orgullo y de desdén!
Rasga ya la mortaja que te enluta,
vuelve a la vida y al amor también.
Después de haber sufrido -es el destino-
¡ay! es, preciso sin cesar sufrir;
después de haber amado ¡ay! es preciso,
¡amar… y siempre amar… hasta morir!
Debemos, en este bajo mundo, gustar de muchas cosas…
Debemos, en este bajo mundo, gustar de muchas cosas;
saber, con precisión, si amamos lo excelente:
el quieto azul del cielo, el vasto de los mares,
mujeres y caballos, laureles y las rosas.
Hollar debes las flores recién eclosionadas,
llorar en demasía, cumplir muchos adioses.
Al fín el corazón, sabrá que ya esta viejo,
y en sus devastaciones, comprendemos las causas.-
De los bienes fugaces que a medias se degustan,
resuena siempre el eco de algún antiguo amigo
que antaño rechazamos. Al azar de un encuentro
las manos, vacilantes, se enlazan sonriendo.
Entonces recordamos que andabamos unidos,
que el alma es inmortal, y ayer busca el mañana.
Al lector
Mi juventud está toda en este libro ;
lo escribí sin pensar lo que escribía.
Eso se echa de ver, lo reconozco,
sé que hubiera podido corregirlo.
Pero, dado que el hombre cambia tanto,
¿para qué cambiar algo del pasado?
Pobre pájaro, ve, levanta el vuelo,
y que Dios te conduzca a tu destino.
Y en cuanto a ti, lector, seas quien fueres,
lee este libro todo lo que puedas,
no me condenes sin leerlo todo.
Pues mis primeros versos son de niño,
los que vienen después de adolescente,
los últimos apenas son de un hombre.
Souvenir
La luna, envuelta en vaporosa nube,
triste asoma en remota lontananza;
mas pronto al cielo despejado sube,
y a su puro fulgor serena lanza.
A su luz, en el suelo humedecido,
brota el aroma que perfuma el viento;
así, dulce también, mi amor perdido
surgir del corazón otra vez siento.
Pasaron las congojas de mi vida;
pasó cuanto turbaba mi reposo;
y hoy, en tu seno, soledad querida,
niño de nuevo soy, y soy dichoso.
¡Condición de vivir afortunada!
Llévase el tiempo lágrimas y angustias;
mas de la muerta juventud se apiada,
y no quiere arrancar su flores mustias.
¡Bendígote, virtud consoladora!
Nunca pensé que tanto me doliera
la horrible herida al recibirla, y ahora
la cicatriz tan deliciosa fuera.
Lejos de mi, las que a fingir no acierto
fúnebres frases de vulgar sentido,
luto insulso, que dan a un amor muerto
los que nunca han amada ni han sufrido.
Amigos míos, cuando me muera…
Amigos míos, cuando me muera
plantad un sauce en el cementerio,
amo sus ramas desconsoladas,
su palidez amada es suave
y su sombra será ligera
a la tierra en que dormiré.
- Odi Gonzales
- Diógenes Arrieta
- Rafael Valero Oltra
- María Teresa Ramírez
- Salomé Ureña
- Carlos Martín
- Juan Andrés Morales Milohnic
- Santiago Cepeda
- Leopoldo Marechal
- Robert Penn Warren
- Guillermo Piro
- Audre Lorde
- Carlos Augusto Salaverry
- Agustín Lanuza
- Pedro Salinas
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- Manuel Justo de Rubalcava
- Clemente Althaus
- Ed Sanders