Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de Gregorio Castañeda Aragón

Gregorio Castañeda Aragón (1884-1960), figura literaria colombiana nacida en Santa Marta el 21 de febrero, trascendió los límites de su tiempo como un polifacético poeta, periodista, funcionario público y diplomático. Conocido y reverenciado como el «Poeta del Mar«, su pluma se sumerge en las profundidades de la literatura y la cultura marítima.

Sus primeros versos tomaron forma en el libro «Máscaras de bronce» (1916), una ofrenda lírica que vio la luz en Ciénaga. Esta obra inaugural presagiaba el adentrarse de Castañeda en los confines del océano literario. Siguiendo esta senda, nos regaló las resonancias de «Campanas de gloria» (1919), el resplandor lírico de «Rincones de mar» (1925), y la luminosidad poética de «Faro» (1931).

Las olas literarias no cesaron para Castañeda, quien continuó su travesía creativa con «Orquesta negra» (1931), cuyo eco resonaba en la musicalidad de sus versos. El litoral se convirtió en su musa en «Canciones del Litoral» (1939), un canto a la riqueza cultural y natural que enmarcaba su existencia. «Mástiles al Sol» (1940) elevó sus exploraciones poéticas a nuevas alturas, mientras que «Islas flotantes» (1959) cerró su ciclo literario con una mirada lúcida y profunda.

Gregorio Castañeda Aragón, más que un nombre, representa la eternidad del mar en sus versos, la introspección de la poesía y la exploración de la vida. Sus palabras se convierten en faros que guían a las generaciones venideras por los mares de la creatividad y la emoción.

PUERTOS DE COLOR

Ahogándose en la sorda catarata
del mar, se oye en la tarde la marimba
porteña: una sonrisa
tristona, de marimba

Es el músico un negro grave y flaco
que habla en ingles meloso
y fuma su tabaco
de virginia, amarillo y oloroso

en puertos de color que el sol estaña
—Cristobal, Fort-de-France, Puerto España—
de esta música lánguida sus lloros

En verdes, claros puertos de palmeras,
con multicolores banderas
y muelles con negros y con loros.

BARRIO DE PESCADORES

Alba lila. Arponeros zarpan rumbo al levante
en sus largas barquetas. La ensenada se angosta
en la sutil penumbra. Hila el terral. Saltante
deja el agua azulencos húmedos en la costa.

A correr los cangrejos o a bañarse en rosario,
llegan los chicos. Risas. Su voz de aguda tilde
alegra como un toque de misa al vecindario,
donde ya se alza el humo oloroso y humilde.

Geométrico el pelícano, con su vuelo a la capa
augura un tiempo claro. Sobre este mar de mapa
parece escrito: Esmirna, Chipre, Rodas, Argel.

Se siente el fuerte aroma de las marismas muertas,
de las retamas ásperas. Asoman a las puertas
madrugadores viejos componiendo la red.

PALABRAS EN LA MONTAÑA

Amigos: desde el ápice de mi montaña os veo
Reír ahora que llanto ni risa el alma mía
Conturba. Sin rencores, ni amores, ni deseo.
De nada, mi alma es como uma gruta sombría.

Y es que es dulce este vago sueño de lo inconsciente,
La ebriedad de las horas, el pensar sin pensar…
Sentirlo todo lejos, y en medio de la gente.
Ser como un ser caído de algún mundo estelar…

Oh, amigos: arrastrados por torturantes potros.
De inquietud, tras un áureo delirio, vais vosotros.
Sordos a las profundas palabras de la Vida.

Y en nuestro afán inútil nunca sabréis la noble
Virtud que hizo a los fuertes de corazón de roble,
Amar las blancas cumbres donde el Silencio anida.

LETANÍA

Brazos: ¡cruz de los senderos divinos!
Manos: ¡cándida venda para la llaga!
Ojos: ¡estrella de los peregrinos,
Que van sin fe sobre la tierra aciaga!

Labios: ¡flor de milagro, rosa maga!
Voz: ¡campana de los faustos destinos!
Risa: ¡fuente que toda sed apaga
A mitad de los ásperos caminos!

Cabellos: ¡tíbio huerto, árbol nocturno!
Ojeras: ¡mudo jardín taciturno
Acogedor de la inquietud secreta…!

Corazón, ¡rojo y ardiente y fragante,
Péndulo del amor…! Señora, un instante:
Un aroma de rosas deshojadas…

EN LA CALA

Cada tarde hay conmigo
buena gente de mar
que canta, bebe y riñe
y de pronto se va…
¡Acaso soy yo el único
con quien no cuentan ya!

¡Porque son tantos esos
que he visto que se van,
desde que estoy en tierra
sin pipa y sin cantar!
Mi barco está en la cala
esperando zarpar…

Saben todos que ahora
tengo miedo a un puñal
y que hasta un organillo
me haría sollozar
si no fuera que tengo
las barbas grises ya.

¡Qué larga desde tierra
la soledad del mar!
¡y este otoño de mástiles
y este soplo fugaz
y ese pontón sin lastre
que cruje al cabecear!

Pero, remiendo el casco
roto de tiempo atrás.
y voy zurciendo lonas
y anudando el estay
a ver si el aparejo
resiste un tiempo más.

Aunque viejo, el velero
capea el temporal.
¡Y un día, aunque haya viento
contrario, y tempestad,
qué diablos, largo el trapo
para siempre jamás!

CANCIÓN DE LAS OLAS NÁUFRAGAS

Lívidas olas, olas náufragas,
bajo la linterna lunar,
os he visto salir de la noche
como con ojos de ansiedad.

Y os he visto, angustiadas olas,
lejos, en la sombra glacial,
flotando, crispadas, para asiros
de lo que nunca habéis de hallar.

Tal vez porque os pareció oscuro
vuestro palacio de cristal,
váis de un abismo en otro abismo,
cabalgando, locas de atar.

Mas en la orilla, al fin, aguarda
la tierra para descansar.
La tierra dura, cruel y negra,
término de toda ansiedad.

CANCIÓN PARA EL NIÑO QUE NACIÓ EN EL MAR

No cierren la puerta,
que abierta ha de estar.
Dejen que entre el aire,
déjenlo pasar.
Dejen que entre el agua,
déjenla llegar.
Te daré una estrella,
la estrella polar.
Y nieve de espuma
con sol y con sal.
Con sal de las olas,
con sol de la mar.

Cuando iba el velero
mar adentro allá…
entre cielo y agua
te parió mamá.
Se puso en las cuerdas
el viento a cantar.

Tu padre en las redes
te meció al pescar.
Grumete, primero,
luego capitán,
tendrás un balandro
para ir por la mar.

Quiero que te duermas,
que hay que madrugar
a ver las gaviotas
volando volar.
A darles su almuerzo
de migas de pan.
Rosa de los vientos,
oro de fanal,
buen marinerito,
lobezno de mar,
que comes arenques
y atún sin ahumar.

Cuando grande seas,
que un día serás,
te irás —¡quién lo duda!—
solito a viajar,
y mamá la vieja
se pondrá a cantar,
a cantar canciones
que tú ya no oirás,
con nieve de espuma,
con sol y con sal,
con sal de las olas,
con sol de la mar…

PUERTO INGLÉS

Carga un barco carbonero
Detrás del cristal ahumado
De la tarde. En el nublado
Surge el humo azul, de acero.

Un marinero en la strand
Da un grito. Arrastra brumoso
El viento fuliginoso
Olor a hulla y de alquitrán.

Negro mar. Sopla galerna
Alguien canta en la taberna
Con áspero son de grúa.

Y agua adentro se desliza
Como un triangulo de tiza
El trapo de una falúa.

ENSENADA

Cielo azul
sin una nube,
mar azul
sin una vela.
Solo
la espuma
sobre la arena.

LA CANCIÓN DEL MARINERO

Con la primera luz surgió la clara
canción de un marinero. Un fresco canto
que venía de lejos, de los montes
cubiertos de verdor.

Y soplaba tan recia la ancha ráfaga,
que inquietando la voz áspera y ruda
la hacían tornar a los nativos montes
como un pájaro loco.

Así tu alma salvaje, oh marinero
que fuiste labrador, torna a la tierra
húmeda y negra donde echaste el grano.

Y los ramajes fértiles, regados
con tu sangre, ahora sienten la frescura
de tu canto en la brisa mañanera.