Poetas

Poesía de Perú

Poemas de Antonio Cillóniz

Antonio Cillóniz de la Guerra, nacido el 1 de abril de 1944 en Lima, es un poeta peruano cuya obra ha dejado una impronta única y significativa en la escena literaria hispanoamericana. Su vida se teje en la intrincada trama de una familia oligárquica, fusionando diversas corrientes migratorias que convergen en su identidad. Cillóniz, el menor de tres hermanos, lleva en su sangre la herencia de antiguos combatientes y emigrantes, una conexión con la oligarquía peruana que más tarde desafiaría abrazando la justicia social y la igualdad.

Educado en el Colegio de la Inmaculada de la Compañía de Jesús, Cillóniz despertó su interés por la poesía bajo la tutela del sacerdote jesuita Jesús Valverde Pacheco, hermano del reconocido poeta español José María Valverde. Desde temprana edad, mostró su inclinación por la escritura y la lectura, gestando los primeros versos que marcarían el inicio de su rica trayectoria literaria.

En 1961, con tan solo 17 años, Cillóniz se embarcó hacia España para estudiar Filología Románica en la Universidad Complutense de Madrid. Fue en este periodo que inició su incursión en la escena literaria, con la publicación de sus primeros poemas en la revista Poesía Española y sus primeros recitales. Su poesía, permeada por lecturas de autores peruanos, hispanoamericanos y españoles, comenzó a ganar reconocimiento.

El exilio marcó su vida y su obra. Tras el servicio en el Instituto Nacional de Cultura del Perú y los desafíos políticos, Cillóniz regresó a Madrid, donde amplió su formación en Historia Moderna y Contemporánea en la Universidad Autónoma. Su dedicación a la docencia y su jubilación en 2013 marcaron una etapa significativa en su vida.

En la extensa trayectoria poética de Cillóniz, destacan obras como «Verso vulgar» (1968), «Después de caminar cierto tiempo hacia el Este» (1971) y «Fardo funerario» (1975). Su poesía, reconocida con el Premio Extraordinario de Poesía Iberoamericana en 1985 por «Una noche en el caballo de Troya», se ha caracterizado por una singularidad que desafía clasificaciones generacionales. La síntesis de tradiciones literarias, el compromiso ético y la evolución constante han consolidado a Antonio Cillóniz como una figura insular e influyente en la poesía hispanoamericana contemporánea. Su obra, ahora compilada en varios volúmenes, continúa desafiando categorías y enriqueciendo la tradición poética. En su vida personal, marcada por matrimonios, traslados y reconocimientos, Cillóniz persiste como una voz atípica y esencial en el panorama literario actual.

Espejo de Narciso

Ah, pobres ninfas condenadas
a recibir la sombra de Narciso
que, a causa de las ondas que producen
al intentar tocarla,
ellas mismas deshacen.
Oh carne de agua, oh sombra de aire
que sin ninfas también desaparecen
al enturbiar su imagen
las lágrimas del alma
de un Narciso igualmente condenado
a ver cual cuerpo de la amada
la propia sombra del enamorado.

La posesión efímera del goce
satisfecho por un instante
como medida de uno mismo,
pues tan sólo anhelamos
sentirnos anhelados.

Opus est. III Tardes de otoño

Al pasar por el Parlamento,
escuché voces contrapuestas y encendidas
que decían estar hablando en mi propio nombre
todas al mismo tiempo, entonces
quise exponer mis opiniones
sobre aquello que había oído, pero
en la puerta un ujier
me cerró el paso y me dejó en la calle.

Yo he sido quien los viese madurar
mezclando hojas de olivo y de laurel
con las pequeñas ramas del ciprés.
Y en el solsticio del invierno
que al ocio hace tan largo casi
como al negocio
y más aún el del estío,
así también de vanos
habrán de ser después sus sueños.

Si no distingues al halcón de entre los buitres
o al lobo del cordero
y al zorro de una liebre,
¿cómo sabrás después
elegir el momento
de coger o dejar las cosas
y de si debes proseguir o detenerte?
Lo que crece y entonces se alza,
se ensancha, extiende y ramifica
y no lo cortas,
acaba por caer al suelo
para al final ahí pudrirse.

LA CONFESIÓN DEL SIERVO

perdona que no frecuente tu casa
porque día tras día
estoy amasando ladrillos.
Perdóname, Señor,
si a la noche caigo
en la tentación de mis sueños.
Porque mientras mi hermano anda descalzo
subiendo al monte
para hacer penitencia por nosotros,
yo no me canso
de remover montañas de arena y piedras.
Y cuando arrepentidos otros
te prometen un templo aún mayor,
entonces yo,
Señor,
tiemblo.

Un modo de mostrar el mundo

Acorralado
siento la soledad de un preso
a duras penas condenado
a ver por las rendijas de sus ojos
el día pero no los años,
la noche pero no los sueños,
las sombras pero no los cuerpos.
Y entre rejas, que son mis versos
-con sus mismas muñecas como esposas
y grillos ambos pies-,
hasta soy prisionero
de mis propias palabras.
A veces le hablo a las paredes
incluso cuando callo
y estas cuatro paredes me comprenden.
Por eso yo las amo.
No piensan aunque sé que existen
y entre ellas vivo preso pero libre.

Yo plasmo mi desolación
en estas palabras.
En estas palabras que después tropezarán
con gente en busca de consuelo.
Para que al menos en la soledad de mis palabras
alguien pueda sentirse acompañado
más que yo de mí mismo.