Poetas

Poesía de Perú

Poemas de Nazario Chávez Aliaga

Nazario Chávez Aliaga, nacido el 22 de septiembre de 1891 en Huauco, Perú, se destacó como educador, periodista y político populista. Como profesor en el Colegio San Ramón de Cajamarca, su pasión por la literatura y el castellano dejó huella en sus alumnos. En 1923 fundó el periódico El Obrero, clausurado por el gobierno de Leguía, pero resurgió en 1926 con El Perú, plataforma para sus ideas progresistas.

Su compromiso político se manifestó en la reestructuración de gremios y la difusión de las ideas apristas en Cajamarca, convirtiéndose en secretario general del Partido Aprista Peruano en 1929. Sin embargo, tras diferencias ideológicas, se unió al Movimiento Democrático Pradista durante el gobierno de Manuel Prado Ugarteche.

Chávez Aliaga ocupó diversos cargos políticos, desde prefecto de Cajamarca hasta secretario general de la Presidencia de la República, demostrando su habilidad para la gestión pública y su influencia en la política peruana del siglo XX. Falleció el 14 de noviembre de 1978 en Lima, dejando un legado tanto en el ámbito político como en su extensa familia, guiada por los valores que él defendió durante su vida.

Gamaniel Churata

Voces absolutas de orfeones antiguos
y sonidos de flautas de canillas muertas,
que vienen desde lejos; en el viento, en la lluvia,
en la lentitud del agua trasnochada,
en la crueldad del latido de una vena enferma,
en el quejido triste de las cosas muertas,
en las sombras derramadas que llevan
la decepción de ser siempre sombras
y en las alas negras de los recuerdos blancos,
en el grito de un lucero negro,

metido muy adentro en una herida vieja,
en el eco de las pisadas sobre piedras buidas,
y en el espanto de una posada oscura
de almas sumergidas en silencios largos,
con sus caras tapadas de vergüenza
de un juramento falso en madrugada,
y en la angustia perdida en el pregón de un ideal ya muerto;
voces, gritos, soledad, espanto, angustia,
y cuánto hay de horrible en horas altas,
en horas que no sirven para nada,
han tocado toda la noche la puerta de madera
de mi casa grande en abandono;
y han tocado una y mil veces hasta el cansancio,
y han tocado, desde cuando te fuiste
Gamaniel,
una mañana de octubre, en lluvia musga
mañana de follaje quieto.

Y te fuiste después de haber aprendido a ser hombre,
distinto de los demás hombres,
sin siquiera insultarme para poder vivir
la pena lenta que me diste.
Y te fuiste
con tu vestido indiano,
con tu sombrero negro,
con tus zapatos negros
y tu sobretodo,
sin voltear la cabeza atrás,
sin hacer caso a nadie,
por más que te miraban en recelo,
sin despedirte de nadie, ni de ti mismo,
que es la cosa más grande…
en silencio, como una ruina, como un gozo,
como un secreto futuro
y con tu juramento enhiesto
de no haber dicho a nadie que te irías.

Y te fuiste todo un ciudadano honorable,
todo un gran señor
pluscuanperfecto,
con el desierto de tu soledad
que era lo único que tenías
desde cuando naciste Gamaniel;
con el cantar de tus cantares
y con el himno de tu sangre,
de tu raza y su destino;
en honor de honestidad indivisible,
agradecido del mundo
que no te ha tratado muy bien que digamos;
sin una queja, sin un reproche
y sin nada que a dolor se pareciera;
borrando los huecos que imprimieron
las rodillas impías, blasfemias
que mintieron demasiado, mucho tiempo:
agitando tu bandera invicta,
al igual que en las pampas y laderas
en las lagunas secas y en las punas bravías,
donde dejaste enterrados, en ollas grandes de barro
o greda fina tostada,
los oros de tus mensajes soberbios
y tus arengas viriles, ollas tapadas
con piedras sonoras, infinitas
arrancadas de las peñas infernales,
por si los profanadores
intentaran desenterrarlos un día.

Y te fuiste
como un riego suelto en la chacra,
en la chacra recién sembrada,
con la herida incurable de tu pecado
de haber sido bueno con el malo,
con arrogancia civil, a jugarte el
todo por el todo
en ese todo desconocido.

Y te fuiste
en la hora justa de tu miseria altiva,
con la miga de pan entre los dientes,
con los tres cantos del gallo
y la pena sudada de los pobres del mundo;
rodeado de tus indios insignes,
que te llevaron en dolor al cementerio
sobre sus hombros desollados,
sobre sus culpas lavadas con agua
de hirba santa
y sus lágrimas guardadas
para llorar nuestro encuentro
de alegría, no sé dónde;
junto a la piedra madura,
junto al fogón apagado,
junto a la caña doblada a las orillas
del río,
junto a la luz violenta,
junto a las noches que duermen
las injusticias del día
y junto a nosotros mismos
en penitencia.

Estuviste a la altura en un Compromiso,
al lanzar el guijarro deicida
de la manumisión del indio,
cuando dijiste:

“En cada indio hay un dolor
Y en cada dolor una esperanza”

Mensaje egregio que se hunde,
en la carne de la tierra atormentada
en la luz de los setiembres verdes,
en la tristeza del hombre parado en la esquina,
en la ceniza de las sombras desperfectos
y el tumulto de los brazos sin rendición.

Mensaje que se hace sangre,
se hace vida,
se hace fuerza,
se hace altura, se hace canto
y se hace Verbo creador.

Es el dolor crucificado del Indio
sobre palo verde,
en el mismo dolor de los que sufren
hambre de pan, así fuera pan frio
sed de agua justa, así fuera una gota.
es el dolor universal que nos padece.
es el dolor cósmico de la vida sin rumbo.
“Pez de oro”, libro de libros de Gamaniel Churata
Es -por eso- todo evangelio vivido en sacrificio,
un grito de fe, un mandato, una declaración de guerra,
una Revolución Indiana.

Gamaniel; desde allí donde estás,
con tu lámpara encendida
y tu copa de vinagre
y tu proclama de sangre;
junto a los muertos amotinados a manera
de una rebelión de almas en naufragio;
desde allí, sigue enseñando
a los vivos y a los muertos;
cómo se vive muriendo,
cómo se muere viviendo;
mientras nosotros comemos
nuestra ración ácida que nos toca cada día
para poder seguir viviendo a garrotazo limpio
nuestro destino incierto.