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Poesía de Colombia

Poemas de Baudilio Montoya

Baudilio Montoya Botero fue un poeta y escritor colombiano que nació en Rionegro, Antioquia, el 26 de mayo de 1903 y murió en Calarcá, Quindío, el 27 de septiembre de 1965. Aunque era antioqueño de origen, se le considera como «el poeta del Quindío», por su amor y dedicación a esta región, donde vivió desde los cuatro años de edad y donde ejerció como maestro de escuela durante cuarenta años.

Su obra poética está inspirada en la naturaleza, el campo, la mujer, el campesino y el paisaje quindiano. Sus versos son sencillos, líricos y sentimentales, con un tono romántico y social. Publicó seis libros de poesía: Lotos (1938), Canciones al Viento (1945), Cenizas (1949), Niebla (1953), Antes de la Noche (1955) y Murales del Recuerdo (1963). Algunos de sus poemas más conocidos son: La Niña de Puerto Espejo, José Dolores Naranjo Guardián, Poema Negro, Madre Antioquia, Cuando Quieras, Señor, Gitanos, entre otros.

Además de poeta, fue escritor y periodista. Fue cofundador del Círculo de Periodistas del Quindío e hizo parte de la generación de letrados que aportaron a la música regional. También colaboró con varios periódicos y revistas locales y nacionales. Su obra ha sido reconocida y homenajeada por diversos escritores, críticos e instituciones. En Calarcá hay un parque y una institución educativa que llevan su nombre.

Baudilio Montoya fue un rapsoda del Quindío, un cantor de su tierra y su gente, un poeta que supo plasmar en sus versos la belleza y la nostalgia de su paisaje cafetero.

Memoria

Era tan leve, tan sutil, tan mía,
tan ingenua, tan diáfana y tan suave,
como el trino cordial que dice el ave
cuando comienza a parpadear el día.

Era toda blancor de Eucaristía,
emoción de llegada de la nave,
y había en su ser, porque el amor lo sabe,
como una placidez de lejanía.

Una voz queda en mí que la reclama,
una voz dolorosa que la llama
y que en mis horas sin cesar la nombra,

y que la busca tras su amargo ruego
inútilmente, como busca un ciego
su luz perdida en medio de la sombra.

Estío

Encendiendo la cúpula suprema
de fino raso, con vigor intenso,
un sol de abril en el estuche inmenso
fulge como una majestuosa gema.

Finge el palmar exótica diadema
del llano azul en el piadoso lienzo,
y allá a lo lejos, va subiendo el denso
humo fugaz de la primera quema.

El río en la planada que se humilla
—cinta que exorna sus verdores— brilla
cual un haz de moriscas cimitarras,

y, como en un concierto de locura,
en el hondo sopor de la espesura
afanan su lujuria las cigarras.

Zaide

Pesó lo que la lumbre sobre el viento,
lo que un lirio en desmayo sobre el día,
lo que pesa un minuto de alegría
en el dominio azul del pensamiento.

Su talle fiel, el fino movimiento
de los juncos vernáculos tenía,
y con todo su encanto, parecía
la Princesa romántica de un cuento.

La supe amar con el amor más fuerte,
hasta el duro momento en que la Muerte
se la llevó en su fúnebre piragua;

y hoy pienso, que en mi vida que la nombra
fue tan leve y fugaz, como la sombra
que hace un pájaro en vuelo sobre el agua.

Altivez

De nadie he recogido ni el porte ni la altura
que afirman para el tiempo mi lírico blasón,
como logré la norma de exquisitez segura
estoy distante siempre de toda tradición.

Si por razón de estética mi vida ha sido pura
y entre hijodalgos digo mi fiel admonición,
también en el peligro de trágica locura
yo puedo con la Muerte jugar el corazón.

Porque gasté las horas siguiendo la armonía,
alguna voz extraña que me recuerde un día
exaltará la entrega que a la belleza di;

mas hoy que con la humana falacia no convengo
bien puedo ser altivo, porque en la sangre tengo
el señorial orgullo de parecerme a mí.

Ego

Sí, que tilden de torva mi hurañía;
por el pesar que en mi interior reclama,
he de ser como un jugo de retama
que mate, cuando nazca, la alegría.

Yo pasaré con la tristeza mía
leve y fugaz como humildosa llama,
erguido ante el brumoso panorama
que hace mi espiritual melancolía.

Lívida sombra que a ninguno aterra
voy por los arenales de la tierra
que el gran dolor inexorable asiste;

llevando ante la humana indiferencia
como única razón de mi existencia
este bello pecado de ser triste.

Noche de campo

Noche lunar, en el ambiente flota
el alma de los húmedos pomares,
y el viento en los añosos encinares
su cantilena nocturnal embota.

En el boquete de una nube rota
luce un vivo lucero sus collares,
ladra un mastín, y abajo en los palmares
muere la voz de una canción remota.

Un concierto noctámbulo de grillos
ensaya rutinarios sonecillos
en el juncal que borda la laguna;

y sobre el agua que la brisa mece,
entre un halo clorótico, aparece
la cara mofletuda de la luna.

Prosapia

Tengo una sangre loca de cíngaro trovero
que reta indiferente su cábala fatal,
y el insondable orgullo del viejo romancero
donde exaltó mi raza su pecado mortal.

Tal vez por la elegancia suprema de mi acero
y el gesto de mi empeño romántico y sensual,
fui en épocas remotas un príncipe altanero
que tuvo un sonoroso castillo de cristal.

Lo afirma así la fiebre tenaz de la locura
que eleva la manera gentil de mi apostura,
y tantas cosas bellas que nutren mi emoción;

pues por razones hondas que ante la turba callo,
doscientas odaliscas que tuvo mi serrallo
no fueron suficientes para mi tentación.

Querella de pena y amor

Mira, que ya no resisto,
Escucha, es que ya no puedo
Y voy a parar la vida
para decir lo que siento,
Voy a contarle a las nubes
que pasan rayando el cielo,
Que te llamo, que te busco,
que te sigo y te deseo;
Voy a entregar estas voces
que descoyuntan mis huesos,
Para que sepan mañana
que te adoro, que te quiero.

¡Ah¡ si te asaltara un lirio,
Si te estrangulara el viento,
Si te robara esos ojos
tan hermosos, un lucero;
Si celebrara ese talle
tan bellamente trianero
El verso jamás oído
de algún poeta bohemio.

Mira, mira, aunque lo sepan,
Y aunque lo conozca el pueblo,
Como una sombra en silencio,
Voy a decir que te sigo
Que ya me estoy acabando,
Que ya me estoy consumiendo,
Ardiendo por tu cariño
como una brasa de cedro
Que iré por tí hasta la muerte,
Que no le temo al infierno,
Porque yo sé que en tu amor,
Tengo seguro mí cielo.

Mira, que lo entienda el mundo,
Que lo sepa el universo,
Y que conozcan las gentes,
Y el sol, y el agua y el viento
Que sobre todas las cosas,
Te quiero mucho… te quiero…

José Dolores Naranjo

El domingo por la tarde,
Llegando a “Pueblo Tapado”,
¡Cayó¡ bajo una descarga, José Dolores Naranjo;
Un campesino sencillo,
Sencillo como su campo,
De esos que cantan y siembran
y que rezan el rosario
Y que a ninguno le hacen mal
porque detestan el daño.

Cayó en mitad del camino,
Cayó así, descoyuntado,
Treinta perdigones crueles
le rompieron el costado;
No pudo cerrar los ojos,
Los dejo así, dilatados,
Como mirando adelante,
Como mirando hacia el alto
En donde estaba su amor
esperándole en el rancho
Cercado de enredaderas,
y de rosas y geranios,
Todo eso que él cultivó
con el fervor de sus manos.

Al hacerse la descarga
En comienzos del ocaso,
Los turpiales sorprendidos
al momento se callaron,
Cuando pudieron saber
que los hombres son tan malos.

La autoridad llego presto,
Llegó a cumplir su mandato,
Como lo quiere la patria
y el señor lo está ordenando;
Requisaron el cadáver,
Ni tarjetas, ni retratos;
Solo pendiente del cuello,
-ícono muy adorado-
Tenía en ruinas la reliquia
De un ligero escapulario,
En donde la Virgen Madre
Abría con amor los brazos.

Yo estoy recordando ahora
Ese momento nefando;
El camino tan abierto
Que lleva a “Pueblo tapado”,
Los turpiales en silencio
Frente al crimen consumado,
Y los ojos que tenía
José Dolores Naranjo.,
Unos ojos de ceniza
Amargamente quebrados,
Que después del sacrificio
En ese término aciago,
Se quedaron muy abiertos
Como mirando hacia el alto,
Donde una mujer cordial
Y cuatro hijos de su canto
Le esperaban anhelosos
En la placidez del rancho.

Ah, vida ciega la vida,
Ah de los hambres del campo,
Que trabajan y que siembran
Y que rezan el rosario,
Para morirse después
En un criminoso asalto
Como ese que conoció
José Dolores naranjo.

Ah, caminos de mi tierra,
Caminos hoy sin amparo,
Caminos ayer tan buenos
Pero ahora tan amargos,
Caminos que yo viví
Y por los que estoy llorando,
En donde tantos caerán
Al empezar el acaso,
Como cayó sin saberlo
José dolores Naranjo.