Poesía de España
Poemas de Melchor de Palau
En el bullicioso Mataró de 1843, nacía Melchor de Palau y Catalá, un hombre cuya pluma fue tan ingeniosa como su mente científica. Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, su vida transcurre entre las estructuras viales y las letras. Se sumerge en el estudio de Leyes y, desde 1878, lidera como Ingeniero Jefe la creación del Plan de carreteras provinciales de Barcelona, una obra que le granjea tanto elogios como presiones políticas que, eventualmente, lo alejan de su cargo en 1886.
Palau no se limita a los caminos terrestres; en Madrid, imparte conocimientos en Geología y Paleontología en la Escuela Especial de Ingenieros de Caminos. Académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y, más tarde, de la Real Academia Española de la Lengua, su influencia se extiende en múltiples direcciones.
Como escritor, Palau vierte su alma en versos. Sus Poesías y cantares (1878) y Nuevos cantares (1880) son una sinfonía de tradiciones populares, mientras que De Belén al Calvario (1876) es un viaje poético a través de los Evangelios. Bajo la etiqueta de “poeta del Rayo y del Carbón de piedra“, su Verdades poéticas (1879) fusiona la ciencia y la lírica de manera magistral.
Palau no teme adentrarse en la crítica literaria, plasmada en Acontecimientos literarios (1896), y se destaca por su traducción de La Atlántida de Jacinto Verdaguer. Su legado se preserva en el Archivo Comarcal del Maresme, donde la esencia de sus ingenios se entrelaza con sus trazados ingenieriles.
El catálogo de Palau va más allá de carreteras y versos, abarcando desde la Ley de Aguas de 1879 hasta Cantares populares y literarios (1889), y desde Geología aplicada (1880) hasta Versos para escuelas (1904). Melchor de Palau: donde ingeniería y literatura convergen en un puente atemporal.
En clase
Dando vueltas al globo de los mundos,
asombrado un alumno así exclamaba
«en torno a tan pequeños continentes:
¡cuánta agua!»
mientras yo, por las penas abrumado,
murmuraba inconsciente estas palabras
«en torno a escasas dichas de la tierra:
¡cuánta lágrima!»
A la geología
A mi profesor el distinguido ingeniero ROGELIO DE INCHAURRANDIETA
ODA
Ábreme, Tierra, las profundas hojas
que muestran de tu vida los afanes,
y, nuevamente, las antorchas rojas
enciende de tus hórridos volcanes;
que, a su luz, quiero recorrer tu historia,
cantar tus hechos, ensalzar tu gloria.
¡Cuántos siglos y siglos han pasado
en que sólo la bárbara codicia
abrió tu seno, de metal preñado!
¡Cuántos siglos, de un polo al otro polo,
indiferente el hombre, pedestal suyo te creyó tan sólo!
Bien comprendo la pena que sufriste
cuando a los sabios viste
rasgar el velo azul del firmamento,
astros y soles reducir a cuento,
y, desprendidos de tus dulces brazos,
de otros planetas estudiar los lazos,
y perseguir el vago movimiento.
Doliote ver a tus ansiosos hijos
en otros mundos los anhelos fijos;
pero tú, como madre cariñosa,
perdonaste su amante desvarío,
y, llorando a tus solas su desvío,
hacinabas prudente y afanosa
preciosos materiales para el día
en que viera la luz la Geología:
y aquel día llegó; por fin el sabio
bajó hacia el suelo los alzados ojos,
reemplazó la piqueta al astrolabio,
y removió tus fósiles despojos.
Y él, que del primer libro
buscara ansioso la edición primera,
miró impresas con hondos caracteres
las formas primitivas de los seres
que a Dios plugo lanzar a nuestra esfera.
Con sorpresas crecientes,
a la luz de la Ciencia,
en sobrepuestas losas funerarias,
descubrió la existencia
de ya perdidas razas embrionarias,
y de razas que aún están presentes:
vio en tus hondas heridas
el paso de unas vidas a otras vidas,
y te abarcó en conjunto,
desde el sublime punto
en que Dios te llamó con voz de trueno,
y el caos arrojote de su seno.
Lloraste ya al nacer, ¡quién no ha llorado!
tus lágrimas copiosas desprendidas
el monte abandonaron por el llano.
en los cóncavos senos recogidas,
rellenaron el férvido Oceano:
flotó en la nada tu gigante cuna,
la gravedad colgote en el espacio,
pabellones de nácar y topacio
te dio el Sol en las gasas de sus nieblas,
y, rasgando las lóbregas tinieblas,
para tus noches encendió la luna.
La materia candente
se enfrió de las aguas al contacto,
como el dolor que siente
del llanto amigo silencioso tacto;
formada la película primera
sintió del fuego el ardoroso brío,
y a ondular comenzó, de igual manera
que las mieses ondulan en estío;
pero vencido y encerrado luego
por nuevas capas el hirviente fuego,
desahogó su furor lanzando al alto
columnas mil de lava y de basalto.
Como sencilla virgen ruborosa,
al vislumbrar el sol entre celajes,
con florecientes y verdosos trajes
cubrió su desnudez la tierra hermosa;
y, mientras las erráticas estrellas
la ley fijaban de sus claras huellas,
arrebatando al iris los colores,
pintó la Flora sus primeras flores:
la Fauna apareció; vida rastrera
tuvieron los primeros moradores,
que terminó en el cieno;
el aire impuro, irrespirable era,
y nunca vieron el azul sereno:
no bastó de las conchas la defensa
de los arrastres a evitar la ofensa;
y en pétreas fosas yacen,
que ni al golpe del hierro se deshacen;
el sabio, al ascender de prole en prole,
dic con la de hulla portentosa mole,
profeta de la industria de estos días,
y, al vislumbrar plausibles armonías
entre aquel mineral y nuestra fragua,
y estudiar de su enlace la potencia,
bendijo a la divina Providencia
que, antes de darnos sed, dionos el agua.
En oscuras cavernas hacinados
animales halló tan asombrosos,
que, aunque muertos están y destrozados,
ponen miedo en los pechos animosos:
aves que al sol lucieron sendas galas,
que, en rastreante vuelo,
recorrían el suelo,
y que de piedra tienen hoy las alas:
sepultos en el lodo,
los escualos y saurios devorantes,
los mamutes gigantes,
que de rehacer la Ciencia encuentra modo;
razas que un día el orbe dominaron,
y, por fortuna, a no volver pasaron:
tan sólo allá en las márgenes del Nilo,
recuerdo vivo, asoma el cocodrilo.
Cual madre cariñosa
que, presintiendo de otro ser la vida,
apercibe afanosa
cuanto al reposo y al placer convida;
así, Naturaleza
con diligente mano,
ya la morada a preparar empieza
para el huésped cercano;
apaga los volcanes
cuya luz le ofendiera;
de los raudos inquietos huracanes
amengua la carrera;
y, en sus antros ignotos,
encierra los terribles terremotos.
Con valladar de arena,
del mar soberbio la pujanza enfrena;
cuelga del árbol el añal tributo
de su sabroso fruto;
con incienso de flores embalsama
las brisas regaladas,
pajarillos cantores pululan
por las verdes enramadas
y, templando el ardor del seco estío,
llueve sobre las hojas el rocío.
En la espaciosa frente la clara inteligencia por diadema, feliz y sonriente, del quebrajado seno de la ancha esfera en la tardía calma, brotó de vida lleno un cuerpo hermoso atesorando un alma; y en sus ojos rayó la luz primera que iluminara al mundo, contemplando con éxtasis fecundo gentil cuanto amorosa compañera.
Las capas del plioceno diéronle debatida sepultura que acorde no está el sabio en si es figura humana la que encierra aquel terreno,
Bien presto por la mísera existencia comenzó el hombre la batalla ruda, que aumenta con los siglos en vehemencia, de lo futuro ante la negra duda; que hállanse, en formas raras, hachas labradas por sus propias manos, pregonando á las claras
que, nacidos á un tiempo, el trabajo y el hombre son hermanos.
De entonces, sin notable sacudida paso á paso siguió lenta la vida; tan sólo un día, de recuerdo triste, que en erráticos bloques está escrito, para lavar el mundo de un delito, Dios rompió el freno que á la mar resiste.
Las aguas se cernieron sobre el monte, y, al arrastrar con ímpetu salvaje, para que más á su Hacedor no afronte, casi en conjunto el humanal linaje, ¡ tanta hez en su curso recogieron, que amargas á sus Senos se volvien
Mas ya todo acabó; con nuevo brío
retoñó el árbol áa cercén cortado,
volvió a hacer nido el pajarillo alado,
volvió a su cauce el abundoso río,
y, del sol a la luz y de la luna,
volvió el mar a mecerse en su ancha cuna.
Geología esplendente,
peana de la historia que en ti fija
la planta prepotente,
y recibe de ti blasón y gloria;
tu luz es la tan pura
que presidió del mundo el nacimiento,
y, en las ondas del viento,
dic un ósculo a su virgen hermosura.
Tuyo es el sacro fuego
que mantienen incógnitas Vestales
de la tierra en el centro, sin sosiego.
Ciencia nacida ayer, ya eres gigante;
para a tu arbitrio manejar la tierra,
y remover cuanto su fondo encierra,
heredaste los músculos de Atlante.
Hasta en Nerón el hombre has convertido;
pues, rasgando los senos de su madre,
sus entrañas has hecho que taladre
para ver el lugar donde ha nacido.
Tú miras otras ciencias de estos días
como al sol del saber raudas se elevan,
mas de improviso caen, porque llevan
alas de cera, débiles teorías.
Tú buscas en la muerte caminos de verdad,
y de esta suerte, con firme planta,
subes por escalas de piedra, hasta las nubes.
Colección tienes ordenada y rica
de fósiles y huellas naturales,
(medallas que ninguno falsifica),
tus teorías son fijas e inmortales,
que en mármoles se basan y en granitos;
tus antiguos anales
por el dedo de Dios están escritos
A la imprenta
Perdona ¡oh sombra augusta de Quintana!
si es osada mi pluma,
el tema a proseguir que con lozana
inspiración trataste y gloria suma;
humilde es el deseo que la mueve:
pues loaste la Imprenta en sus albores,
al comienzo del siglo diez y nueve,
el de cantar su noble gallardía,
su viril ardimiento;
hoy que, merced a alambres conductores,
vuela más rauda que la luz del día;
hoy que, doquiera late,
llevada por veloz locomotora,
como en férreo caballo de combate.
Cual ave errante que el agreste nido
deja, no bien presiente
la fuerza de sus alas temblorosas,
y va despareciendo lentamente
en la extensión vacía,
así el verbo, salido
de los labios humanos, se perdía.
¡Cuántos geniales frutos,
emanación de mentes creadoras,!
¡Cuántos claros principios absolutos!
¡Cuántos brotes precoces
que el cerebro animaron,
germen de mil ideas redentoras,
han nacido y han muerto
tristes clamantes voces
en árido desierto!
¡Pobre Ciencia obligada
a comenzar de nuevo su carrera,
al llegar a la meta codiciada;
estéril lanzadera
con rompederos hilos preparada!
Como de flor en flor la mariposa,
la Tradición en vano
de labio en labio sin cesar se posa,
repitiendo acuciosa
el elemento sano
la densa levadura
en que el hombre ha de hallar cumplida hartura.
Del recogido polen
lo mejor va perdiendo en el camino,
y al acabar de la ímproba jornada,
impura y desgastada,
llega pequeña parte a su destino.
¡Oh! bien haya quien tuvo la osadía
de esculpir en la piedra el pensamiento,
con fantásticas cifras cuneiformes,
y moles erigió que, todavía,
como lenguas enormes
revelan el misterio
del más antiguo y colosal imperio!
¡Oh, bien haya el fenicio comerciante
que dio con el secreto de encarnar
la palabra vacilante
en esas breves enlazables rayas
que forman el histórico alfabeto!
¡Bien haya el que pidió a la activa abeja
la virgen cera en que el estilo agudo
con esfuerzo sutil la huella deja!
¡Bien haya quien más suave medio
supo encontrar para su intento,
en las plumas del ave,
más propias al ligero pensamiento!
¡Bien haya el que en crujientes pergaminos,
nos transmitió jirones de la historia;
héroes, fechas y nombres,
que de pasados hombres eternizan
la espléndida memoria!
¡Bien haya quien en plácido cenobio,
recopiando con mano presurosa,
libertó del olvido y del oprobio
tesoros de valía,
preciosos elementos
con que dar pasto en no lejano día,
a tórculos hambrientos!
Ellos del fanatismo y la ignorancia
desanudaron la tupida venda,
que el Genio omnipotente,
logró al fin descorrer con maestría;
y desbrozaron la escondida senda
por donde Gutenberg venir debía;
que nunca ha sido la invención humana
a manera del rayo.
que instantáneo fulgura,
y enrojece las nieblas de la altura;
es la nube preñada,
gota a gota acrecida,
con tributos del mar, del lago y río;
por mil vientos contrarios combatida,
que, rotas sus entrañas tormentosas,
a un leve impulso de genial idea,
se derrama en las mieses ardorosas.
Del Rhin naciste en la risueña orilla,
Imprenta veneranda,
y, cual tabla que flota,
seguiste su corriente
que «anda, te dijo en su murmurio,
anda, Mesías esperado de la gente».
No era ya suficiente,
que el libro, fabricado
por laboriosos dedos monacales,
cantara, como pájaro enjaulado,
en los góticos claustros catedrales,
Fecundidad y libertad ansía,
osado Gutenberg exclama: «sea,
vuele libre a la luz del claro día,
que el ave encarcelada no procrea.»
Y, con feliz empeño,
del largo cautiverio lo redime,
en sueltas letras con afán compone
la concebida idea;
los tórculos oprime,
rechina el artificio quejumbroso,
y a cada golpe en el papel la imprime.
¡Cuán hermoso después fue tu destino!
De Elzeviro Manucio y de Plontino
las delicadas manos,
con flores adornaron tu camino.
Bien presto, como río caudaloso,
creció y creció tu influjo,
y merced a tu auxilio generoso,
en millares de copias se produjo
la Biblia codiciada,
antes objeto de imposible lujo.
Reemplazaste al juglar en la velada
del castillo roqueño,
y pudo la doncella enamorada
por ti ser consolada
en las tristes ausencias de su dueño.
Árbol frondoso, tus lozanas hojas
cayeron, como dones bienhadados,
en las comarcas al error sujetas;
y medio concediste a los poetas
para fijar sus tétricas congojas
y revivir decires ya olvidados.
Diote el vapor su prepotente ayuda,
al salvar los linderos de este siglo,
y, con su fuerza ruda,
los mismos hijos que engendró fecundo
en ti, con la pujanza de su aliento,
paseó por los ámbitos del mundo
en el tren impetuoso,
que deja atrás al incansable viento;
y, al mediar la lucífera centuria,
de tantas maravillas semillero
el rayo, de los hombres prisionero,
perdida ya su primitiva furia
y domado su brío,
vino a fianzar tu augusto poderío.
¡Oh, nuevo hallazgo, rico y verdadero!
El libro deshojose
para poder volar con más holgura
y arribar el primero,
y, ya rota la añeja ligadura,
apareció la prensa cotidiana,
que en nuestros tiempos reina soberana.
Con palanca tan firme,
soliviantas las masas intranquilas
cual sus olas el piélago iracundo,
y con ellas azotas y aniquilas
y sepultas las glorias terrenales,
y tornasa a erigir en un segundo
estatuas en soberbios pedestales,
y pones en la cumbre
a hombres salidos de humildosas filas,
dueños hoy de la ignara muchedumbre.
Tú llamas a los reyes condenados
a mísero destierro;
tú abates las antiguas dinastías;
tú consagras las leyes;
tú evidencias el yerro,
aúnas los esfuerzos colosales,
induces a la paz, la guerra mueves,
que todo con tus bríos lo remueves.
Tú publicas a voces
lo que en secreto el rayo te transporta
en sus alas veloces;
eres Argos moderna,
que todo lo escudriñas;
nidal de las palomas mensasjeras,
que de tu seno salen a bandadas,
a llevar a naciones extranjeras
las nuevas deseadas.
Ángel de caridad que con tus preces
hasta en tierras extrañas
conmueves los más duros corazones,
cuando el orbe conmueve sus entrañas.
El plomo entresacado
de los hondos abismos de la tierra,
bala tal vez ayer en cruda guerra,
hoy útil del trabajo venerado,
y el papel que nació de harapo aleve,
se rozan ante ti rápido instante,
y surge de ese beso fecundante
el expresivo signo portentoso
que llevará la luz al pensamiento,
como en el recio choque de un momento
del eslabón y el pedernal guijoso,
brota chispa brillante,
que la llama ocasiona fulgurante.
Al mirarte en tu férvido trabajo,
soñadora la mente,
te juzga ser viviente,
susceptible de goce y de dolores,
y más aún cuando crujir te siente
a dar a luz con maternales quejas
y si percibe plácidos rumores
en los puros instantes
en que, ébrio de placer, ansioso gimes
en tanto que copioso centuplicas
las ideas sublimes,
los conceptos gigantes
de Calderón, de Lope o de Cervantes.
¿No son acentos de dolor sombrío
los que exhalas, sumido entre congojas,
cuando te obligan a llenar las hojas
de virginal blancura,
con el error impío,
con la vil impostura
que acrecen la terrena desventura?
Alivio sean de tus fieros males,
pensar que de tu fondo todavía
han de surgir tesoros inmortales,
veneros de saber y de poesía.
¡Oh Imprenta soberana! ¡Quién pudiera
cantar tu porvenir cual yo lo veo!
Percibo, aunque velado,
el nimbo de tu gloria venidera;
lo que hoy es solamente balbuceo
que hace vibrar el ánimo extasiado,
será palabra firme y armoniosa;
el rosado crepúsculo naciente
será mañana sol resplandeciente.
La voz, que prisionera
se aduerme en el fonógrafo mañoso,
tal vez sea el motor que, poderoso
como blanda cascada,
logre, con soplo suave,
tal el que impulsa a la velera nave
imprimir a la máquina pesada
el dulce movimiento
que en cifra natural inveterada
convierta el vibrador sonoro acento.
Entonces podrá el labio,
haciendo doble oficio
a medida que brote la palabra
meditada del sabio,
deponerla en el dócil artificio,
y el verbo, sin esfuerzo,
irá por propio impulso,
blandamente, en el blanco papel reproducido,
a convertirse en rasgo permanente.
A la locomotora
ODA
Watt, Stéphenson, Crámpton, yo os conjuro;
en premio a vuestro infatigable anhelo,
dejad un punto el inmortal seguro,
pisad de nuevo la región del suelo;
y, al contemplar con ávida mirada,
de metálicas venas
su faz rugosa, por doquier surcada,
gozaréis mayor dicha que en el cielo.
La que sembrasteis válida semilla
no se aventó cual parva de las eras,
en hoya vino a germinar profunda;
hoy es árbol que brota a maravilla,
y que, como las líbicas palmeras,
al través de los aires se fecunda.
Esa serpiente férrea y anillosa,
que en la cabeza el corazón ostenta;
que, inquieta y animosa,
en su carrera al huracán afrenta,
impávida como él, como él ruidosa,
de vuestra mente es singular hechura:
hipógrifo sin alas,
viene a mostraros sus crecientes galas,
su espléndido poder y su bravura.
¡Quién os dijera en los aciagos años
de sórdida miseria,
cuando bebíais hiel de desengaños,
vuestro genio al luchar con vil materia,
que aquel rudo naciente mecanismo,
objeto de irrisión y de sarcasmo,
ya en vuestro siglo mismo,
en que hasta hay luces que proyectan sombra,
despertara en el vulgo intenso pasmo
y del hombre de ciencia el entusiasmo!
Tal como el padre que en la cuna deja
al vástago infeliz, y a extraño clima,
para labrar su porvenir se aleja,
al regresar, con gozo
por haber dado a su proyecto cima,
contempla al niño convertido en mozo,
y duda breve instante,
al ver las sombras del negruzco bozo,
si es aquel hombre el que dejara infante;
así miráis con lógica extrañeza
a la que os debe fulgurante vida;
su, en apariencia, indómita fiereza,
la efusión grata del amor no impida;
vuestra es la savia que en su seno anida
y son vuestras su gloria y su grandeza.
Miradla con placer, con noble orgullo,
ved cual su pecho jubiloso late,
ved cual relincha en gárrulo murmullo,
como corcel ganoso de combate.
No la atajan altísimas fronteras,
que, a contracurso remontando el río,
el silboso Pirene, el Alpe frío,
atraviesa en urdidas madrigueras.
Pasa sobre los polders de la Holanda,
como sobre las aguas del diluvio;
se enfría de la nieve en los cristales;
se caldea en los rojos arenales;
por entre abismos pedregosos anda,
y a las bocas se asoma del Vesubio.
Recorre audaz la cordillera enhiesta;
esquiva la corriente submarina,
bajo el piélago abriendo
impermeable mina;
elude la vorágine funesta
sobre tornátil puente que rechina;
se solaza en la plácida floresta,
y en la falda del monte se reclina.
Vedla el túnel dejar de corvo techo,
oculta en vaporosas espirales,
cual virgen negra que, al salir del lecho,
se envuelve en sus blanquísimos cendales;
con profusión abona
los campos en la plétora esquilmados:
transporta en peso desde zona a zona
los pueblos mal hallados,
y las fuentes vitales eslabona.
Imagen de la bíblica serpiente
que, de dulces promesas al hechizo,
gustar la fruta a nuestros padres hizo,
que pendía del árbol omnisciente;
nos ofrece afanosa,
de Gutenberg por hábil artificio
en el blanco papel reproducida,
la fruta provechosa
del saber, en los campos recogida.
Cual paloma del Arca
es anuncio de paz; su hogar ardiente
do la tea incendiaria se consume,
las razas va fundiendo lentamente;
hace, de polo a polo,
del orbe entero una ciudad tan sólo;
entierra con cariño
el cadáver del mísero expatriado,
so el árbol do jugara cuando niño;
uniforma el color del rostro humano;
arrulla al mismo son del indio el sueño
y del rudo africano
que, dormidos, arrastra juntamente;
el filo embota de sangrienta Parca;
del libre esclavo con los hierros viles
fabrica sus carriles;
y en todo cuanto su poder abarca,
germen de amor desarrollar se siente.
Si, subyugada por la fuerza bruta,
cual caballo de Troya, en sus entrañas
transporta a veces invasora hueste,
vedla, por otra ruta,
hendiendo sigilosa las montañas,
conducir anhelante,
para hacer frente al enemigo artero,
con el carro el caballo y caballero.
Atrás dejando blanquecina estela,
cual nave de los mares del espacio
que al fuego echó la perezosa vela,
por doquiera que va vierte los dones
con que nos brinda próvida natura;
ya llevando a las cálidas regiones
las frutas que requieren la frescura,
ya, a las tierras heladas,
las del sol por los rayos sazonadas.
Es del Comercio mensajera activa,
de acopio signo, de riqueza augurio;
con perpetuo vaivén de lanzadera,
en este siglo de la fuerza viva,
sustituye al alípede Mercurio.
Del Egipto fue símbolo la Muerte,
gastó en su culto la existencia entera;
hoy con tenaz aliento,
norma tomando de la térrea esfera,
el hombre la consagra al movimiento.
Por eso admira y entusiasta adora,
realización de su ideal quimera,
la audaz Locomotora
que, en rápida carrera,
los espacios famélica devora,
y va, con sus silbidos,
despertando los pueblos adormidos.
Por eso os rinde sin igual tributo,
¡oh seres! que en la tierra
días pasasteis de amargoso luto,
de insólito desvelo,
con lo arraigado, en trabajosa guerra,
y que, al dejar el miserable suelo,
tan sólo visteis verdear el fruto.
Miradlo ya en sazón; pueblos viriles
se nutren de su pródigo sustento:
los yermos torna mágicos pensiles;
Ceres moderna, va sembrando a miles
los prolíficos granos del fomento.
¡Cuán brava a Tite los ojos se aparece!
Férrea coraza la recubre entera,
cual paladín que, con ardiente llama,
por su patria luchara y por su dama;
el más leve reposo la enardece;
chispazos de la lumbre en que se inflama
despide, resoplando como fiera,
y el viento vago, con orgullo,
mece el vaporoso airón de su cimera.
¿Oís? La hora sonó de la partida,
ved cual se lanza con febril exceso;
¡gloria a los Genios que te dieron vida!
¡plaza, plaza al Caballo del progreso!
Al Polo Ártico
ODA
¡Dó estás! ¡Por qué te ocultas
con pertinacia tanta,
y en sudarios de hielo te sepultas,
que dique ponen a la humana planta!
¡Acaso, al descubierto, en ti se apoya
el sabio mecanismo,
labrado por la mano de Dios mismo,
al que imprimió perpetuo movimiento
un leve soplo de su puro aliento!
¡Eres, por suerte, diamantina joya
con que remata el eje de la tierra,
y temes que, en su ardiente afán de robo,
sobre ti caiga el hombre, como lobo
que a la presa se aferra!
¡Surge en tu faz algún volcán de nieve,
que, arrojando glacial lava copiosa,
al nauta que a tus ámbitos se atreve
cubre con fría losa!
¡Recelas por ventura
que la Industria, incitada por la Ciencia,
aproveche tan rara coyuntura
de mostrar su titánica potencia,
forjando recio cable
que a ti sujete la movible esfera,
y, en el hondo misterio
de la noche sombría,
sepulto un hemisferio,
la clara luz de prolongado día
brille en el otro con potente imperio!
¡O que, aplicando fuerza incontrastable
al eje de la tierra,
la remueva en su asiento,
de su faz despidiendo cuanto encierra;
cuanto por sus arrugas peregrina,
cuanto, al impulso del solar aliento,
vigoroso germina;
cual con forzuda mano
el labriego sacude,
para que suelte el nutritivo grano,
el duro tronco de la añosa encina!
No, no temas; el hombre,
que encontrarte desea,
sólo dama por escribir su nombre
en un muro del templo de la Fama.
Permítele llegar; deja que vea
las irisadas tintas caprichosas,
y las fiestas hermosas
que celebra en tu honor la luz febea;
déjale ver los témpanos flotantes,
puntiagudos gigantes
que, ansiosos de llegar en tiempo breve,
resbalan azorados por la nieve;
columnas que en su seno el mar abisma,
que tienen de la roca la dureza,
de la nube fugaz la ligereza,
a refracción del prisma;
déjale ver dó anidan esas aves,
que, blancas, inocentes y ligeras,
salen siempre al encuentro de las naves,
creyéndolas aladas compañeras;
que vea cómo enérgicas su broche
rompen, tras meses de enlutada noche,
esas flores enanas,
que tienen por hermanas
las que sufren también glacial oreo
en las cumbres del Alpe y Pirineo;
tus auroras boreales celebradas,
donde bullen reunidas
las luces divididas
de nuestras cotidianas alboradas;
el falso luminar que en noche oscura
disipa de las sombras el beleño,
y aparece radiante de hermosura,
como imagen fantástica de un sueño;
tus eléctricas lluvias que descienden
pausadas a la tierra que las llama,
que el aire vago con su lumbre encienden,
mas sin que cuaje su terrible flama
en rayo centellante
que, ciego y deslumbrante,
en nosotros la muerte desparrama.
Déjale ver la misteriosa cita
que el brillo tenue de la clara aurora
da a la luz del ocaso moribundo,
a la que ambos acuden a deshora,
con belleza infinita
y en que se besan con amor profundo;
tu noche que se alarga y que se acorta,
cual sombra gigantea
que al fulgor de la tea
contempla un niño con mirada absorta;
esos diversos soles
que, cual reyes en guerra,
con corona y con manto de arreboles,
pretenden todos alumbrar la tierra;
enséñale si es cierto
que hay un lazo de unión entre tus mares;
o dile que no existe claramente,
que él, con brazo potente,
ahondando en los témpanos polares,
un canal abrirá,
como el que ha abierto
en las rojas arenas del desierto.
Dile dó están las útiles ballenas
que, en pos de las ritinas y narvales,
abandonaron de Spitzberg las rocas,
huyendo los arpones criminales;
dónde las pardas focas
que, por sus voces de ternura llenas,
tomara el argonauta por sirenas,
y hoy en tus playas a solaz se tienden,
do incautas las sorprenden
cual sátiros, los rudos esquimales.
Dile dó arranca la encubierta vía
buscada en vano por el frágil leño
que a tus sólidas aguas se confía;
y si el mar libre que con tanto empeño
jura Belcher que descubrió asimismo,
fue de su mente fugitivo ensueño
o engañosa visión del espejismo.
Cesa ya de oponer a su bravura,
como piedras de celta monumento,
cual trozos de vetustas catedrales,
heridores carámbanos glaciales,
que, navegando al ímpetu del viento,
le dan, al par que muerte, sepultura:
ríndete al ver los ínclitos varones,
los sabios y esforzados campeones
que han sucumbido al pie de tu muralla,
cual fuertes escuadrones
que, en desigual batalla,
salvar intentan gigantesca valla.
«No hay más allá», decían
las antiguas columnas, que existían
en el estrecho hercúleo;
«no hay más allá», falaces repetían,
señalando el inmenso mar cerúleo.
Colón, con sólo el aire de las velas
de sus raudas famosas carabelas,
derribó las columnas seculares,
y, con pasmo profundo,
hizo brotar un mundo
de la rizosa espalda de los mares.
¡Quién sabe si, en un día no lejano,
las del polo mortíferas barreras
caerán del hombre a la industriosa mano,
que ha dado realidad a las quimeras!
¡Quién sabe si, con rumbo ya seguro,
salvará en globo el invencible muro!
¡Quién sabe si, por premio a tanto arrojo,
y en pos de tanto sufrimiento y luto,
el mar de hielo cruzará a pie enjuto,
como el pueblo de Dios cruzó el mar Rojo;
y, teniendo cual él segura egida,
seguirá con sosiego
de aurora boreal el vivo fuego,
que le lleve a la tierra prometida.
Y tú, mortal dichoso,
que del Polo has de ser Colón glorioso,
si alientas ya, si escuchas el murmurio
lejano de la Fama
que anhelosa hacia ti las alas bate,
si el corazón te late,
como infalible augurio,
al fuego sacro de la heroica llama,
ven, y quedo al oído
pronúnciame tu nombre,
hoy oscuro, mañana esclarecido,
que mi pobre poesía
al propalarlo asombre,
ufana con el don de profecía:
mi mente arrebatada
te imagina ya al fin de la jornada,
cuando tu pie de atleta,
tras lucha denodada,
huelle triunfante la escondida meta.
De tu alta gloria al esplendente rayo,
fundiranse de hielo las montañas,
cayendo con desmayo
de la mar en las líquidas entrañas.
Inmóvil tú en el eje,
en torno tuyo girará la tierra,
cual el coro de ninfas danza teje
en torno al Dios que terminó la guerra;
sin fuerza ya para causar estrago,
flotarán por la undosa superficie
nevados copos con gentil molicie,
cual blancos cisnes en tranquilo lago.
Colosales ballenas
asomarán en grupos seductores,
y al aire lanzarán, de asombro llenas,
copiosos y variados surtidores.
Contemplarán los ojos,
a tus pies, en glaciales ataúdes
labrados en gigánticos aludes,
de Franklin y otros nautas los despojos;
descarnado -y escueto,
alzarase de Hall el esqueleto,
y de su mano pasará a tu mano
la gloriosa bandera[15],
que, según vera crónica nos dice,
en nombre de su patria recibiera,
cuando lanzose al férvido Oceano
bandera que en cien mares desplegada,
y por brisas australes agitada,
sirviole de sudario
al hallar ¡infelice!
en un monte de nieve su calvario.
Por corrientes marinas removidos,
caerán con roncos retumbantes sones,
imitando el tronar de los cañones,
los témpanos erguidos.
Del cielo las erráticas estrellas
se entregarán a misteriosa danza,
la blanca nieve guardará tus huellas,
y del sepulto sol las luces bellas
asomarán, por verte, en lontananza.
Bandadas de palomas mensajeras,
por caminos radiales,
el ancho espacio cruzarán ligeras,
para llevar las nuevas lisonjeras
a sus tierras natales.
En homenaje las abiertas flores,
y las plantas balsámicas de suyo,
perfumarán el virginal ambiente,
y lanzarán vivísimos fulgores
la Aurora Boreal en torno tuyo
y la Estrella Polar sobre tu frente.
Al carbón de piedra
ODA
Este, que veis, carbón endurecido,
yacer a mantos en terrestre fosa,
rayos de claro sol un tiempo ha sido,
A la voz de la Industria poderosa,
abandona, cual Lázaro, su tumba,
y a más vida resurge esplendorosa.
Con su aliento, no hay miedo que sucumba
la que es de nuestro siglo predilecta
hija febril, y cual abeja zumba.
Que, a medida que avanza más perfecta,
a la Ciencia siguiendo va anhelante
y sobre el Arte su fulgor proyecta.
Ella nos dice que llegó el instante,
aun cuando en la substancia son hermanos
de apreciar el carbón más que el díamante.
De que cesen los míseros humanos
de prosternarse ante el inútil fuego,
y de tenderle codiciosas manos
Nunca su brillo me turbó el sosiego,
mas del pan de la industria a la excelencia
férvido canto de mi lira entrego.
Cantar quiero su enérgica potencia
los bronces al fundir, nuncios de saña,
defensores de patria independencia,
Cuando caldea y en su lumbre baña
a la férrea fugaz locomotora,
sierpe que tiene el silo en la montaña.
Que, cual ave o Jóve vóladora,
se encumbra a los más arduos peñascales,
y el espacio famélica devora.
Por él llega a los témpanos glaciales
el buque, sin más trapo que su enseña,
contrastando los recios vendavales.
Reemplaza activo la fluvial aceña;
vigor produce en la nerviosa pila;
las creaciones artísticas diseña.
Por él la roca su metal destila;
por él dice el crisol la verdad pura;
el átomo su afine se asimila.
Hasta gérmenes ricos en dulzura
la Química halla en él para su gloria,
colores y matices la Pintura.
Y, de fúlgido origen en memoria,
demás que rasga de la noche el velo,
despide lumbre en exprimida escoria.
Solar emanación con vivo anhelo,
la luz, la fuerza, y el calor prodiga.
Como su padre que recorre el cielo.
Y quecual suele previsora hormiga,
en la estación de abrasador verano,
sin un punto ceder en la fatiga
temiendo el filo del invierno cano,
almacenar bajo escondidos techos,
el robado a los trojes rubio grano
en la época feraz de los helechos
presintiendo el invierno del planeta,
guardó el carbón en insondables lechos.
La faz del globo de arbolado escueta,
diera la Industria el postrimer suspiro
a no surtirla tan copiosa veta.
Ved al carbono en incesante giro
recorrer los tres reinos naturales;
ya inficionar la atmósfera le miro,
ya, atraído por fibras vegetales,
el germen de sabroso fruto,
ya, salvando los límites florales,
nutrir la grácil ave, el tardo bruto,
ya tornar al espacio con empeño,
de la muerte y la vida fiel tributo.
Mas tú, sepulto en ataud roqueño,
a ciclo tan fecundo substraído,
dormiste largo, indiferente sueño.
Te han pisado, mas no te han conocido;
pasaron sobre ti, cual polvo leve,
las varias razas que en el mundo han sido.
Tocábale al gran siglo diez y nueve,
explorar tus veneros con acierto,
aun bajo la polar cándida nieve.
¡Qué fuera de la Industria tú encubierto!
con gratitud en su aflicción te nombra
negro maná de su árido desierto.
Un día fuiste gigantesca alfornbra;
henchir hoy hallamos calor y luz radiante
donde otros seres disfrutaron sombra:
Que Dios, previendo nuestro afán constante,
para su hartura reservarnos quiso
esa fecunda flora exuberante,
que adorno fue quizá del Paraíso.
Crepuscular
¡Cuán plácidas al alma las horas de tristeza
en que la tarde muere, al toque de oración!
Del sol en el cenit, da el rayo en la cabeza,
al ponerse en ocaso, nos da en el corazón.
El rayo
I
Como caballo salvaje,
saltando de nube en nube,
corre inquieto, baja y sube
sin frenos y sin rendaje;
tenido fue por mensaje
de celestiales enojos,
pues, lanzando dardos rojos,
el alto muro derrumba,
y abre inesperada tumba
a polvorientos despojos.
II
Caudillo de la tormenta
que agita los hondos mares,
tronza robles seculares
y al fuego voraz afrenta:
¿quién tomará por su cuenta
domeñar su furia brava?
¿quién del torrente de lava
pondrá dique a la carrera?
El hombre, el hombre a la fiera
convierte en dócil esclava.
III
Franklin, con el rayo en guerra,
en su empeño no decae, y, encadenado,
lo atrae a los senos de la tierra;
ya con su lampo río aterra
a la ignara muchedumbre;
ya con fatídica lumbre
centelleando no corre;
ya no abate excelsa torre
ni perfora la techumbre.
IV
Pero es poco: el hombre quiere
mostrar su egregio blasón,
trocando la condición
del rayo que mata o hiere;
que ha de conseguirlo infiere
frente a frente o de soslayo,
y, in tregua ni desmayo,
tan ardua tarea empieza,
que se ha puesto en la cabeza
dar educación al rayo.
V
Ya por hilos conductores
le dirige con cariño,
como al inseguro niño
que camina entre andadores;
tras luchas y sinsabores,
tal enseñanza recibe,
tanto por él se desvive,
y sus facultades labra
que transmite la palabra,
y, andando el tiempo, la escribe.
VI
Pero es poco: ya triunfante
fijó la indecisa luz
que, con signo de la cruz,
saludaba el caminante;
ya la luna vergonzante
casi a salir no se atreve,
y, con pena que conmueve,
lo contemplan desmedradas,
esas luces decantadas
del gran siglo diez y nueve.
VII
Pero es poco: de los mares
rugientes, al otro lado,
la ambición ha transportado
parte de los patrios lares;
los europeos hogares
enciende con fuego indiano,
y, hendiendo del Oceano
el abismo bullidor, nos repite
con amor el saludo del hermano.
VIII
El convierte en fuerza viva,
y con buen éxito explota,
la fuerza que, por remota,
permaneciera inactiva;
en los alambres cautiva,
es a otros puntos llevada,
y, la soberbia cascada,
de antes indolente arrullo,
murmura con noble orgullo,
al sentirse utilizada.
IX
Hoy, si abate el muro fuerte,
si, rompiendo pétreos lazos,
arroja un monte en pedazos,
libra al hombre de la muerte:
en su auxilio se convierte
sin miedo que se desmande,
que aunque su energía es grande,
la acción prudente retarda,
y, esclavo sumiso, aguarda
que su dueño se lo mande.
X
Él, que un tiempo la avanzada
fue de la tormenta ruda,
hoy con su poder escuda
la cosecha amenazada;
con índole transformada,
contempladlo a todas horas
cómo en ansias protectoras
siempre en vela se mantiene,
y grita «la nube viene»
a las barcas pescadoras.
XI
Si en un día, no lejano,
fuiste fatal atributo,
precursor de infausto luto
de Júpiter en la mano,
sujeto al imperio humano,
has sufrido tal mudanza,
que ya no eres la venganza
que sepulta en los avernos:
para los pueblos modernos
eres lazo de alianza.
XII
Rayo que hiendes las olas,
pase tu chispa que inspira
por las cuerdas de mi lira,
y vibrarán por sí solas;
crezca en tierras españolas
tu venidera importancia,
yo cantaré tu arrogancia
y fuerza avasalladora,
que lo que he cantado ahora
es la historia de tu infancia
- Joaquín González Camargo
- Víctor Manuel Mendiola
- Richard Blanco
- Yvan Goll
- Paula Alcocer
- Leopoldo Lugones
- Anatole France
- Armando Uribe
- Elena Soto García
- Fidel Sepúlveda Llanos
- Miguel Ángel Bustos
- Denisse Vega Farfán
- Sully Prudhomme
- Manuel Scorza
- Silvia Guerra
- Juan Andrés Morales Milohnic
- Ida Vitale
- Eduardo Moga
- Winétt de Rokha
- Jorge Cáceres