Poetas

Poesía de Francia

Poemas de René Daumal

René Daumal (Boulzicourt, 16 de marzo de 1908 – París, 21 de mayo de 1944) fue un escritor, ensayista, traductor y poeta francés.

Triste pequeño tren de vida

Lo que se pudre en mi corazón
es el fulgor que se nutre de miedos
que ruedan cantando el mal,
en lo alto, en lo bajo, siempre.

Noche tras noche, es fiesta, se hunde la angustia
envolvamos el dolor en una alegría espesa;
noche tras noche, es la flaqueza
del corazón partido por demasiados rostros hermosos,
en el camino.

Mi respiración está podrida y el viento
es un silbador fascinante, es un diente,
es el gusto de la salmuera del abismo antes
de la fuga hacia lo bajo, la cabeza
debajo de la noche de dulces lágrimas.

¡Herida del día en mi flanco!
la noche, es mi sangre
que huye por un agujero blanco-
el sol que me baña hasta el amanecer,
guardo el hambre,
el amanecer de mi fin
nadie entiende, nadie,
nadie me tiende la mano,
yo soy una aguja,
una aguja en el pajar
el pajar infinito, asfixiado hasta el fin…

nadie viene, nadie llora,
siempre la misma cosa, el terror.

Basta una palabra

Nombra si puedes tu sombra, tu miedo
y muéstrale el revés de tu cabeza,
el revés de tu mundo y si puedes
pronúnciala, la palabra de la tempestad,
si te atreves rasga el silencio
tejido de risas mudas, —si te atreves
sin ayuda romper la esfera,
deshacer el nudo,
todo solo, todo solo, y planta allí tus ojos
y ve ciego hacia la noche,
ve hacia tu muerte que no te ve,
sólo si te atreves rasga la noche
cubierta de pupilas muertas,
sin ayuda si te atreves
sólo ir desnudo hacia el mar de muertos —
en el corazón de su corazón tu pupila reposa—
escúchala llamarte: hijo mío
escúchala llamarte por tu nombre.

Después

Renaceré sin corazón,
siempre en el mismo cosmos,
siempre con la misma cabeza,
las mismas manos,
quizá distintos colores,
pero eso no será ningún consuelo.
Seré cruel y solitario
y comeré serpientes
e insectos crudos.
No hablaré a nadie
sino en palabras de insectos
o de serpientes desnudas,
en palabras que vivirán y reirán a pesar de mí.

La desilusión

Blanco y negro y blanco y negro,
atención, voy a enseñarles a morir,
cierren los ojos, aprieten los dientes,
¡clac! Ya ven, no es difícil,
no hay allí nada de asombroso.

Les hablo sin pasión,
negro y blanco y negro y blanco,
¡clac! Ven que se hace rápido,
les hablo sin amor,
y sin embargo saben bien…
-hay que ser evidente hasta lo absurdo-

Blanco y negro y blanco y negro y negro y blanco,
si nuestras almas intercambiaran sus cuerpos
no habría ningún cambio,
así que no hablen más de cuerpos ni de almas.

Blanco, negro, ¡clac! Es la única cosa
que podemos comprender enteramente
(¿y no hay en eso nada de trágico?)

Les hablo sin pasión,
blanco, negro, blanco, negro, clac,
y es mi aullido inacabable de muerto,
ese aullido blanco, ese hoyo negro…
¡Oh! Ustedes no escuchan,
ustedes no existen,
estoy solo a morir.

Breve revelación sobre la muerte y el caos

Tú que fuiste olvidado en esa tumba moviéndose,
es a mí a quien hablo y mi doble me mata,
en el aire estatua de sal y en el agua burbuja,
cuando el cielo se mezcle con el mar,
la sal del agua por todos lados sin partes distinguibles
y sin corazón y sin nombre, inmenso —¿soy yo?
¿eres tú, la burbuja en el aire de vuelta
sin su poco dinero?
Una voz última, la nuestra,
para vaciar todas las lágrimas de un golpe,
y ni yo ni tú, atención:
LA BOCA SE HABRÁ COMIDO A LA OREJA. LA VOZ VERÁ.

Traducción de Raúl Durán

El gran día de los muertos

La noche, el terror
ni un centavo en la tierra
bóvedas sin esperanza
el miedo en la médula y lo negro en el ojo
el llamado del astro muerto al borde del pozo
y estas manos, tu angustia blanca
helada en la bruma del fondo de toda la vida
en la angustia blanca de estas manos que serán las mías
un día, tanto las habré amado.

No huyas, me dice la luz
ella en su explosión generalizada, pero ligera
sobre el espesor ciego que encierra
y vana, claridad inútil que todavía hiende la piel
y que me dice no saldrás,
y voy solo rasgado por el látigo de mi fantasma
es el fondo del terror
es el palacio sin puertas
es la zanja bajo la zanja, es el país sin noche.
El aire está poblado de falsas notas
para triturar los huesos, es el país sin silencio
zanja bajo zanja todavía en el país sin reposo,
no es un país, soy yo mismo
cosido en mi saco
con el miedo, con la hidra y el dragón
y tu, demonio, aquí tu cabeza de verrugas
que me arranco del pecho
¡Oh! monstruo, mentiroso,
devorador del alma.

Me hacías creer que tu nombre maldito
era el mío, el impronunciable
que tu rostro, era mi rostro, mi prisión
que mi piel aborrecida vivía de tu vida,
pero te he visto, tú eres otro
no me puedes atormentar más nunca
me puedes aplastar en tus carnes
sobre los cadáveres de todas las razas desaparecidas
puedes quemarme en la grasa de los dioses muertos
sé que tú no eres yo mismo
tú nada puedes sobre un fuego más ardiente que el tuyo
el fuego, de mi negación
de ser nada.

¡No no no! porque yo veo los signos
todavía débiles en un banco de bruma lenta
solo algunos, pues los sonidos que ellos pintan
son hermanos de los gritos que asfixio,
porque los caminos increíbles que se trazan
son los hermanos de mis pasos de plomo;
veo los signos de mis fuerzas sin límites, el asesino
de mi vida y de otras vidas hermanas.

Del fondo iluminado, techo bajo techo, las zanjas,
yo veo ­yo recuerdo­ yo los he indicado al inicio
los crueles signos que buscan cada retirada
de molusco pensado en miles de brazos.
Ellos me enseñan la paciencia terrible
ellos me muestran el camino abierto
pero es mejor que toda muralla cierre
la ley de la flama pronunciada al filo de la espada
y regule cada paso de la orquesta fatal:
todo está contado.

He aquí, he arrancado la epidermis sangrante
y de ira voy desnudo
¡no más! pero me veo lejos
tengo que orientarme y reemplazar mi corazón,
muy lejos, esas manos, esas manos de ciego,
ciego muerto más vidente que sus ojos bestiales,
pesados opacos y vivaces, muy lejos del ciego
y sus pupilas, circundadas de todo saber,
cercadas de agua límpida y negra de los lagos subterráneos
diré como son bellas, esas manos,
como ella es bella, no, como ella dice la belleza,
la muerte ciega, pero que ve toda mi noche,
hablaré, inventaré palabras sollozantes
a sus pies se debería llorar
sollozaría su belleza,
si yo pudiera llorar,
si no estuviera muerto de no haber sabido llorar.

Traducción de Ethel Barja