Poetas

Poesía de México

Poemas de Dana Gelinas

Dana Gelinas es una poeta, editora y traductora mexicana nacida en Monclova, Coahuila, el 23 de marzo de 1962. Su obra poética ha sido reconocida con importantes premios nacionales, como el VIII Premio Nacional de Tijuana en 2004 y el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes en 2006. Además, ha publicado varios libros de poesía y antologías de literatura infantil, tanto en español como en inglés.

Gelinas estudió la licenciatura y la maestría en Filosofía en la Universidad de Guanajuato y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), respectivamente. Fue becaria del Centro Mexicano de Escritores, del Instituto Nacional de Bellas Artes y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes para jóvenes creadores. Su trabajo ha aparecido en diversas revistas literarias y culturales, como Alforja, Cantera Verde, Castálida, Great River Review, Revista Casa de las Américas, Southern Humanities Review y Tierra Adentro. También ha sido editora de la revista cultural Sacbé y traductora de artículos, crónicas, libros y poemas.

Su estilo poético se caracteriza por la reflexión existencial y el uso de metáforas que abarcan desde el siglo XIX hasta el XXI. Sus poemas expresan sentimientos profundos y personales, sin dejar de lado la crítica social y política. Gelinas se ha inspirado en poetas como Jaime Sabines, Octavio Paz y José Emilio Pacheco, entre otros. Asimismo, ha explorado las posibilidades que ofrece la tecnología para crear y difundir poesía.

Entre sus obras más destacadas se encuentran los poemarios Bajo un cielo de cal (1991), Sólo Dios Poliéster (2004), Altos Hornos (2006), Hábitat. Antología personal 1991-2011 (2013) y Canalla, el cocinero asqueroso (2022), este último ganador del Premio Nacional de Poesía Infantil Becky Rubinstein. Gelinas es considerada una de las voces más interesantes y representativas de la poesía mexicana contemporánea.

Lápida para una mujer liberada

Como Diana, primero una flecha
al centro de un hombre;
como Penélope,
tejer la tela de araña;
caminar siempre un paso atrás,
como Eurídice;
salir del baño, como Afrodita;
leer de noche, como Minerva;
amar a una bestia, como Pasifae;
cultivar en exclusiva la tierra de tu casa, como Gea;
predecir la infidelidad, como Casandra;
vengar al marido, como Hera;
memorizar uno a uno los rasgos de Narciso, como Eco;
todo para morir en tu país
sin que te lapiden…
como a una extranjera.

Ciudad de cal

Yo nací bajo un cielo de cal,
donde la sombra era cada vez
más luna menguante
y la noche sitiaba su propio espejismo.
Ese lugar no era
lo que se dice un vergel
y sin embargo mi abuela y mi madre
–cuando madre y niña–
alcanzaron los racimos maduros
de tanto tiempo que esperaron
bajo el portal.
Ante mí, en cambio,
un día se abrió el suelo de la casa.
Allí brotaron,
uno por uno,
los males que no alcancé a nombrar a tiempo,
en el pecho esa prisa maldita,
un dolor de piedra en la espalda,
un infinito miedo a lo finito
como una sombra que va siempre adelante
y una voz que cortaba, tan amarga,
lo que antes era mi alimento.
Por eso escondo ese pueblo
y oculto su paz de polvo.
Ahora, que en esta rabia recomienzo una cosecha,
vuelven a mí las sombras prolongadas del desierto
y en sueños se desgrana un racimo ácido de insomnio
y un constante porqué, como en sordina.

Poliéster

Ni el gusano de seda,
ni el pelaje del cordero indefenso,
ni los hilos de algodón,
resistirán los mil años que perdura el polímero.

El dacron, por ejemplo,
te expone al frío como el nitrógeno líquido
y atrae al sol como el capote de ira
y el ácido al hombre vacío.
Sin embargo, esta materia, el dragón,
da alas a los celos de serpientes.

Los colores del poliéster,
como la pólvora y el papel,
los inventaron en China
y sus fibras las lleva el hombre de la Luna.

La naturaleza se postra durante mil años
ante el poliéster.
Es más probable,
cara o cruz,
que antes tu fiel alma se llene de amargores
o de almíbar;
ambos, cara o cruz,
vuelven el alma de asbesto.
El poliéster perdura,
la naturaleza no importa,
la vida es breve.

ES EL INFIERNO

le dije,
sí, esto es el infierno.
Que Dios le conceda
una semana como obrero de los Hornos.

No, señora,
usted que escribe
no haga bromas con Dios.

La fundición es un trabajo honrado.
No huele bien,
se irritan los ojos,
y, si se descuida uno,
puede morir ese día.

Perdón, le pedí perdón
porque me pareció lo único decente.

Sin ira en el pecho,
dijo de nueva cuenta:

Es un trabajo honrado.

Y en ese momento jaló una cadena con fragor suficiente
para volcar dos toneladas de magma de acero.

Donald Boy

Ciertos genios me dan envidia:
Trump, más que nadie,
el arcángel Trump frente al espejo.

No es fácil entrecerrar los ojos
(peinarse antes con gel)
y hacer un puchero con el labio superior
para decir, como un niño mimado:
“You are fired”.

“¿Te importó más tu moral que tu trabajo?
So, you are fired (es decir, Yo soy el Ego).
No eres un verdadero líder”.

Donald Trump escribe bestsellers
que aconsejan despedir a todos:

“Enciérralos juntos en un cuarto de hotel,
confunde sus cepillos de dientes,
reproduce en sus oídos uno de mis discos de superación personal
mientras duermen,
y despertarás el subconsciente perdedor”.
Cada vez que escucho a Donald decir “You are fired”,
son las mismas veces en que me siento incapaz de escribir
un solo verso
y entonces me siento absurdamente sola
frente a un niño-de-negocios de dos años
que menea la cabeza,
censurando esto o aquello que escribo.

Por qué

Las cosas y los días que suceden
más allá
de los altos muros de agua
de mi patria

se destilan aquí

bajo el cielo idéntico
de la casa trece
de esta calle.