Poetas

Poesía de México

Poemas de José Luis Rivas

José Luis Rivas es un reconocido escritor oriundo de México, nacido en el estado de Veracruz el 28 de enero del año 1950. Luego de haberse licenciado en Filosofía y Letras, comenzó a trabajar como investigador en distintos centros, entre los cuales se encontraba la universidad donde había estudiado. Este camino, paralelo pero no necesariamente alejado de la producción literaria, representa un aspecto sobresaliente de la carrera de Rivas, quien ha realizado importantes aportes en varios campos. Por otro lado, ocupó cargos directivos en centros educativos y editoriales, propiciándoles la obtención de grandes reconocimientos de la talla del Premio Príncipe de Asturias.

Muchas de sus obras poéticas, que vieron la luz desde el año 1981 aunque una década más tarde se publicaron poemas anteriores, fueron premiadas y altamente reconocidas. Además poseen en sus títulos elementos comunes que hablan de una fascinación por el agua, principalmente por el mar; claros ejemplos son sus poemarios «Brazos de mar«, «Luz de mar abierto«, «Río» y «Un navío, un amor«. Aparte de sus creaciones originales, Rivas se dedicó intensamente a la traducción de autores como T.S. Eliot y Arthur Rimbaud, entre otros tantos de origen francés y británico, contribuyendo considerablemente con el enriquecimiento de la cultura hispana.

Mi madre…

Mi madre
algo tiene de maga y de palmera
Se arrodilla ante mí
Me unge los párpados

Entre los senos
Asoma su amuleto

Gotas de púrpura
Deslíe
Por un doble desfiladero
Hacia el fragante valle

Con su fuente de espíritus
Su corza herida
Y su lecho de malva
Entre dos sauces

Río

I

Y entonces veíamos desde la palmera el cerro, desde
el tejado del más alto tendejón, desde la quebrada
con bultos de cactus donde anidan los patos buzos,

desde la arena de una sirte, que en mayo se descotaba
a medio río,
el trazo dulce de los veleros en el agua azul pizarra…

Era un atardecer en la ribera. Los galerones se apagaban
a la sombra de un enorme guayo, que rebullía con
tordos ya de vuelta de las milpas.

‘Tus correrías, niño, forman con sudor y talco alrededor
de tu cuello esos grumos, ese collar de grumos que haría
pensar a cualquiera que uno no te baña nunca…’

II

Y la abuela, siempre tendida en una cama de doblar, era
sentada entonces en su sillón, delante de la vidriera,
para que contemplara el paso limpio de un velero
entre dos bancos de arena, los saltos de las toninas
y, en un recodo de la anochecida orilla,

el pescador aquel que valiéndose de su único brazo
lanzaba con tal vigor el sedal de su caña

que peinaba por el medio las anchurosas aguas…

Planto de dársenas (II)

Esteros y canales mezclan su cenagosa sanguaza
a la linfa que fluye de los rastros mientras
la chema y los lagartos de la bocana
se espabilan lentamente…

Y el viejo Capitán, como un osario zarandeado
a dos manos, busca el ademán preciso
con que hará frente a la loada convención
que se dice vida…

Tieso en su rictus, al despertar hace
esfuerzos de megaterio preso en un
iceberg de las grandes glaciaciones… ¡hasta
que consigue cuartear aquel hialino capullo!

El río sin mácula corre entonces… Su fondo
de lama y musgo es un tapiz al sol
que enseña largos dedos de pianista
y se da maña para tan bien hacer el amor.

El mar sañudo parle en dos el bloque de la
escollera y se oye al punto un mugido
en desbandada.

El agua bambolea los pilotes que antes
emborrachara, y las juncias se quiebran
por el talle como doncellas a mitad
del espasmo…

Entre dos piedras…

Entre dos piedras
la salamandra
espía
en el jardín cerrado

Pasan dos aves por la fuente
casi rasándola
Se inclina la cabeza
el cielo
para beber

La claridad escancia
el agua de las mesas
al pie de los icacos
florecidos

Con vuelo ligero…

Con vuelo ligero,
grácil,
va sorteando
espinas de rosal por el codillo
de una rama,

y como prendedor
se posa,
nuncio de mayo
una libélula morada.

Brazos de mar

Todo enmudece. Tal vez sólo aprestándose a rayar… La
mar sin una arruga semeja un cuévano del que colgaran
mondas lucientes de piel de niño…

Delante de los bohíos hay una hilera de atarrayas que
escurren todavía cuando un anciano sin dientes,
ayudado de una hueca brizna de papayo, se alista
a beber en su hamaca el agua de un coco.

Sólo destellos en viaje por la arena… Mueve el viento la
mar rizando menudas olas mientras el vuelo abismado
de un águila marina apunta el latir imperceptible
del alba.

Todo enmudece. Tal vez sólo aprestándose a nombrar… La
mar es lisa otra vez, como guijas centelleando al pie
de una escarpa en las treguas del rompiente.

Preeminencia del milagro para sí mismo, porque a nosotros
sólo nos es dable vivirlo como emanación de algo
que a cielo abierto nos rehuye.

Tal vez la dicha de vivir llega siempre con eso que sabemos
a hurto de nuestro anhelo.

¿Cómo prestar al sueño
alas
que no sean las tuyas,
mar
de mis brazos abiertos en el aire?