Poetas

Poesía de México

Poemas de Ignacio Rodríguez Galván

Ignacio Rodríguez Galván nació en Tizayuca (México) el 12 de marzo de 1816. Fue un importante escritor de esta tierra que cultivó la narrativa, la poesía y el género periodístico. Su estilo literario lo ubica cerca del movimiento romántico.

Desde muy joven, pese a haber nacido en una familia de raíces humildes, se sintió atraído por las letras; tal es así que comenzó a estudiar italiano, francés y latín de forma autodidacta. En este mismo período entabló relación con Fernando Calderón y Guillermo Prieto, quienes muy pronto se convirtieron en sus mejores amigos.

Posteriormente comenzó a trabajar de periodista en el diario «Año nuevo» y «Diario del Gobierno» y publicó sus primeras narraciones, las cuales se consideran las primeras novelas cortas mexicanas, y muchas obras de teatro ambientadas en el período de la conquista española.

Ignacio Rodríguez Galván falleció de fiebre amarilla cuando tenía apenas 26 años, el 25 de julio de 1842 en La Habana. Entre sus obras más importantes se encuentran «La hija del oidor», «El privado del Virrey» y «A la muerte de un amigo». En nuestra web podrás encontrar tres de sus poesías: «Al baile del señor presidente», «La gota de hiel» y «Adiós, oh Patria mía».

A la muerte de mi amigo

¿Por qué, el aire surcando,
dilatándose del bronce los sonidos;
y sin cesar vibrando
llegan a mis oídos
profundos y tristísimos gemidos?

¿Por qué de muerte el canto
en torno de ese féretro resuena?
¿Por qué el fúnebre llanto?
¿Por qué la amarga pena,
los cirios, y el clamor que el aire llena?

Te miro ante mis ojos
postrado sin aliento, amigo mío;
y sobre tus despojos
su manto negro y frío
tiende la muerte con placer impío.

Y en alas de querubes,
envuelta tu alma en esplendente velo,
y entre rosadas nubes
deja el impuro suelo,
y blandamente se remonta al cielo.

¡Oh, quién te acompañara!,
y ese mundo feliz que habitas hora
contigo disfrutara,
y la paz seductora
que, sin turbarse, en él eterno mora.

En mi patria no viera
sangre correr por la ciudad y llanos,
y que entre rabia fiera
hermanos con hermanos
hasta hundirse el puñal pugnan insanos.

Ni viera la perfidia
de nación, que risueña nos abraza,
y bramando de envidia
luego nos amenaza
y en su mente infernal nos despedaza.

Ni viera hombres malvados,
que sin temer de Dios el alto juicio,
de la ambición guiados
y el deshonroso vicio,
despeñan mi nación al precipicio.

Ni con feroz despecho
la miseria, elevándose espantosa,
cerrar contra su pecho
la humanidad quejosa
y devorar sus lágrimas ansiosa.

Y el luto y exterminio,
en pos del hambre descarnada y yerta,
extender su dominio
sobre su tierra muerta,
y a la peste letal abrir la puerta.
Feliz mi caro amigo,
feliz mil veces tú, que ya en el mundo
el dolor enemigo
con brazo furibundo
no rompe tus entrañas iracundo.

Dichoso tú, que vives
entre el gozo, la paz, la bienandanza
y no, cual yo, recibes
de amor sin esperanza
zozobras y martirios sin mudanza.

Y no sientes el yugo
de la suerte pesar sobre tu cuello,
ni el hombre es tu verdugo,
ni con ansia un destello
buscas de la verdad, sin poder vello.

Cuando el mundo habitabas,
con la voz de amistad consoladora
las penas aliviabas
de tu amigo, que ahora
hundido en e1 pesar tu ausencia llora.

A1 escuchar tus cantos,
do la razón brillaba y la poesía,
celestiales encantos
mi corazón sentía,
y en su mismo dolor se adormecía.

Si a tu alma por ventura
le es permitido descender al suelo,
cuando la noche oscura
me traiga el desconsuelo
ven a elevar mi pensamiento al cielo.

De mi agitado sueño
las escenas de horror benigno ahuyenta;
la imagen de mi dueño
en vez de ellas presenta,
y haz que tu grata voz mi oído sienta.

Por primera vez

Por vez primera me abandono ciego
al insondable abismo de este mundo,
y al contemplar su cóncavo profundo
tiembla incierto mi pie.
Mil imágenes tristes y funestas
se agolpan a mi mente combatida,
y se presenta en ella de mi vida
lo que ha de ser y fue.

Nuevo sendero se abre ante mi vista.
¿Qué miro en él? Desolación, espanto.
En la tierra empapada con mi llanto
mi pie resbala ya.
Hijo de Adán imploraré a mi hermano
y de mi apartaráse desdeñoso,
mas del Señor un ángel luminoso
mi báculo será.

Ya la miseria con su mano yerta
mis agitadas sienes acaricia,
ya de los hombres la infernal malicia
rompe mi corazón.
Ya tendido expirando en lecho duro
de escarnio soy y lástima el objeto,
ya entra de Heredia el pálido esqueleto
en mi oscura mansión.

En vida y muerte, oh vate, infeliz fuiste;
si en tu existir tocaste sólo abrojos,
con muertos ignorados tus despojos
yo confundidos ví.
Tu predijiste mi miseria cuando
en mi mano sentí tu mano ardiente;
si no heredé tu numen elocuente,
tu mala estrella sí.

Yo sé que el hombre al opulento crimen
débil acata, envilecido aplaude,
y sé también que disfrazado el fraude
vive en su corazón.
Sé que desprecia la virtud desnuda
y que asentada en su falaz pupila
eternamente a la honradez vigila
astuta la traición.

Mas la vida es crisol del inocente.
Si en la indigencia y menosprecio vive,
su galardón espléndido recibe
llegando al ataúd;
que de Dios en la mente soberana
será llanto y pesares su riqueza,
los títulos serán de su nobleza
compasión y virtud.

Hijo de Dios que desvalido y pobre
pasaste por la tierra descreída
y en el último trance de tu vida
tu lecho fue una cruz,
lleva mis pasos de virtud al templo,
mi tenebrosa mente al cielo encumbra
y mi extraviado corazón alumbra
con tu divina luz.

La inocencia

I.-

Al principiar la noche silenciosa
es más grata la estrella misteriosa
de risueño fulgor,
que si riela en transparente río
la taciturna reina del vacío
en todo su esplendor.

Es más bella la fuente clara y pura
que en delicioso prado con blandura
deslizándose va,
que el torrente veloz que se abalanza
y en un abismo da.

Es para mi más dulce el sol fulgente
cuando arroja del seno del oriente
rayo consolador,
que si mis venas ardoroso inflama
cuando en la tierra espléndido derrama
su fuego abrasador.

Así a mis ojos eres más hermosa,
de mi feraz nación temprana rosa,
niña pura y feliz,
que la joven que erguida se levanta,
y a cuya bella y delicada planta
rendimos la cerviz.

II.-

Modelo de belleza,
la pureza
brilla en tu cándida faz;
la inocencia es tu divisa,
y tu risa
es como un signo de paz.

Alguna vez la hermosura
con ternura
amante me sonrió;
dichoso ya me creía,
y ella impía
con falacia me burló.

Mas tu sonrisa graciosa
candorosa
no es de amor, es de amistad;
¡tu corazón ardiente
inocente
no conoce la maldad.-

Oh cuán venturosa fueras,
si vivieras
de tu infancia sin salir:
entonces feliz serías;
no sabrías
lo que es penar y sufrir.

Mas la ley de la natura
siempre dura,
no perdona a la virtud;
de la humanidad es dueña,
y le enseña
la vejez o el ataúd.

Con los fatigosos años
desengaños
vienen del mortal en pos;
y contra el mundo un abrigo
y un amigo
halla el infeliz en Dios.

El no mas nos da consuelo;-
en el suelo
solo existe una verdad,
y es que la inocencia gime,
y la oprime
triunfadora la maldad.

—Tu vives, oh niña hermosa,
cual la rosa
en lo interior de un breñal;
no de tu sueño despiertes,
porque adviertes
cuán horroroso es tu mal.

Al sueño tornar querrías,
no podrías;
el cielo así lo ordenó;
y tan solamente el llanto
y el quebranto
por patrimonio nos dio.

La vida es estrecha vía,
do nos guía
solo el destino fatal:
encantados proseguimos,
mas sentimos
de súbito frío puñal.

III.-

¿Ese celaje miras que se avanza
meciéndose hechicero,
o volando ligero
como águila veloz?
Aquella nube tétrica lo alcanza,
y aquí y allá lo vuelve,
y rugiendo lo envuelve
con ímpetu feroz.

¿Ves aquella avecilla revolando,
que rápida se eleva,
y su arrojo la lleva
hasta el cielo tocar?
Huracán espantoso rebramando,
desde el espacio inmenso
en remolino denso
la hace al suelo bajar.

¿Ves en las aguas de apacible río
blandamente flotando
y graciosa vagando
la delicada flor?
se acerca al fin a un vórtice bravío;
sus olas bramadoras
la sumergen traidoras
en abismo de horror.

Imágenes son estas de la vida:-
es dulce, placentera,
juguetona, ligera
del hombre la niñez.
En su pecho después la pena anida:
los placeres fenecen,
y los martirios crecen
con furia y rapidez.

IV.-

Goza, goza, niña pura,
de tus días de ventura,
de tu inocencia feliz;
y de tu dicha presente
jamás se borre en tu mente
el delicado matiz.

El pesar que me fatiga
se cambie en delicia amiga
que me halague el corazón;
y pueda lleno de gozo,
de alegría, de alborozo,
entonar grata canción.

Corona de frescas rosas,
apacibles, olorosas,
tejerte quería yo;
y a tiempo que la formaba,
espina que me punzaba
en mis manos se tornó.

Ante el cadáver de Abel

Por la venganza atroz de hermano impío,
con los rubios cabellos desgreñados
y el cuerpo exangüe, destrozado y frío,

en tierra yace Abel. Tiene clavados
en la bóveda azul del ancho cielo
los sus serenos ojos apagados.

Opero el corazón de amargo duelo
Eva su rostro con el llanto baña,
hincadas las rodillas en el suelo.

Suspiros dolorosos acompaña,
mezclados con tristísimos gemidos,
al lloro ardiente que su vista empaña.

Los labios, de aflicción descoloridos,
sella afanosa en los de su hijo yerto
buscando de su pecho los latidos.

Y lo que mira no creyendo cierto,
le remueve espantada y temblorosa,
convenciéndose al fin de que está muerto.

Entonces conociendo su espantosa,
horrenda situación, desesperada
hiere su tierno pecho y faz hermosa;

los cabellos se arranca desolada,
revolviendo los ojos por doquiera
y en Abel fija luego la mirada.

Eva feliz, a quien la suerte fiera
condenó a presenciar en este mundo
el fin del hombre por la vez primera

¡cuál tu dolor sería, cuán profundo
al mirar en este hombre tu hijo amado
y muerto por su hermano furibundo!

Por su hermano feroz, Caín malvado,
que en su corrupto, detestable seno
abriga un corazón envenenado.

Empero ya el Señor con voz de trueno
Serás maldito –le gritó– y errante
te verá el orbe, y de fatigas lleno.

Sangriento siempre, siempre palpitante,
el vengador cadáver de tu hermano
eternamente mirarás delante;

manchada irá la fratricida mano
con su inocente sangre, y afanoso
te esforzarás para borrarla en vano.

Huyó Caín. Su corazón rabioso,
de emponzoñadas sierpes combatido,
jamás encontrará dulce reposo.

En tanto, oh madre, ante tu bien perdido
lamentas tu fatal horrenda suerte,
y tú la causa de tu mal has sido.

¿Por quién fue el hombre condenado a muerte?
¿Quién irritó la cólera divina
que fulminó de Dios el brazo fuerte?

Tú del hombre causaste la ruina,
como el empuje de huracán bravío
hace caer la colosal encina.

De su hijo contemplando el cuerpo frío
Eva inmóvil, helada de pavura,
yace agobiada del pesar impío,

así cual hombre que en la noche oscura
mira elevarse espectro silencioso
de negro bosque en la hórrida espesura.

Al fin desplega el labio tembloroso
y con sus voces atronando el viento
habla así con acento doloroso:

Maldito aquel fatal, crudo momento
en que miré del sol la clara lumbre
y de los aires respiré el aliento.

De los montes ¿por qué la altiva cumbre
no se desploma aniquilándome ora
y termina mi horrenda pesadumbre?

¿Por qué el Eterno desde allá do mora,
densa tiniebla y llamas derramando,
no confunde la noche con la aurora?

¿Por qué no el suelo se abre rebramando,
y árboles, cerros y volcanes hunde
con horror espantoso retemblando?

¿Por qué no el trueno aterrador difunde
remordimientos bárbaros en tu alma,
Caín, y espanto por doquier te infunde?

Nunca tu corazón halle la calma,
y en el desierto amargo de la vida
jamás percibas deliciosa palma.

¡Oh Abel, oh prenda por mi mal perdida,
tu pura sangre a Dios pide venganza
contra el feroz impío fratricida!

Y yo en tanto ¡infeliz! sin esperanza
de recobrarte, mísera perezco
al castigo cruel que Dios me lanza.

Pero soy la culpable, y bien merezco
el horrible tormento fatigoso
que en este instante sin cesar padezco.

Dice, y el rostro pálido y lloroso
con las manos se cubre avergonzada,
yerta con el dolor duro y penoso.

Y luego sobre Abel, enagenada
se arrojó llena de mortal quebranto,
e inmóvil, del cadáver abrazada,
la cubre de la noche el negro manto.

La tumba

Cual brilla la esperanza seductora
en la mente del hombre sin fortuna,
así entre nubes rotas de la luna
resplandece la luz.
Todo es silencio y soledad ahora,
el delicado viento apenas zumba
y sólo me acompañan una tumba
y una modesta cruz.

Allí postrado, en meditar profundo
se engolfa mi agobiada fantasía.
Y la frente me toco y la hallo fría …
Mas no mi corazón.
En sueño hundido el bullicioso mundo
¿yo solo en medio de la noche velo?
¿Yo solo al justo, al poderoso cielo
elevo mi oración?

Dentro de este sepulcro helado y mudo
uno encontró su deseado abrigo
y nadie … ni un pariente ni un amigo,
viene a rogar por él.
Esta losa do estoy es el escudo
que la liberta de la atroz perfidia,
de la maldad, ingratitud y envidia
y de una amante infiel.

¿Acaso, como yo, solo en la tierra,
no hallaba en su dolor consuelo alguno?
Quizá amor y desprecio de consuno
le hicieron padecer …
Empero ya su cuerpo aquí se encierra
y su alma otra región ahora habita …
En tanto mi existencia se marchita
de la suerte al poder.

Y cuando suene lúgubre campana
y ya la muerte el corazón me oprima
¿habrá quien triste ante mi lecho gima
en amargo dolor?
Esperar en los hombres cosa es vana;
no hay quien alivie mi dolor prolijo,
ni quien piadoso lleve un crucifijo
al labio sin color.

Y ni en la tumba solitaria abrigo
encontrará mi cuerpo sepultado,
que vendrá otro cadáver, y arrojado
el primero será.
¿Y a su socorro no vendrá un amigo?
Necio de aquel que en la amistad confía.
¡Amistad! … la que dura un solo día
es sempiterna ya!

Adiós, oh patria mía

Alegre el marinero
en voz pausada canta,
y el ancla ya levanta
con extraño rumor.
De la cadena al ruido
me agita pena impía
Adiós, oh patria mía,
adiós, tierra de amor.

El barco suavemente
se inclina y se remece,
y luego se estremece
a impulso del vapor.
Las ruedas son cascadas
de blanca argentería.
Adiós, oh patria mía,
adiós, tierra de amor.

Sentado yo en la popa
contemplo el mar inmenso,
y en mi desdicha pienso
y en mi tenaz dolor.
A ti mi suerte entrego,
a ti, Virgen María.
Adiós, oh patria mía,
adiós, tierra de amor.
De fuego ardiente globo
en las aguas se oculta:
una onda lo sepulta
rodando con furor.
Rugiendo el mar anuncia
que muere el rey del día.
Adiós, oh patria mía,
adiós, tierra de amor.

Las olas, que se mecen
como el niño en su cuna,
retratan de la luna
el rostro seductor.
Gime la brisa triste
cual hombre en agonía.
Adiós, oh patria mía,
adiós, tierra de amor.

Del astro de la noche
un rayo blandamente
resbala por mi frente
rugada de dolor.
Así como hoy la luna
en México lucía.
Adiós, oh patria mía,
adiós, tierra de amor.

¡En México! . . . ¡Oh memoria! . . .
¿Cuándo tu rico suelo
y a tu azulado cielo
veré, triste cantor?
Sin ti, cólera y tedio
me causa la alegría.
Adiós, oh patria mía,
adiós, tierra de amor.

Pienso que en tu recinto
hay quien por mí suspire,
quien al oriente mire
buscando a su amador.
Mi pecho hondos gemidos
a la brisa confía.
Adiós, oh patria mía,
adiós, tierra de amor.

El ángel caído

Del negro abismo en la región oscura
en profundo estupor y abatimiento
hundida yace la legión impura
que el Señor despeñó del firmamento;
no tristeza, no llanto, no amargura
aparece en su rostro macilento,
mas en sus ojos tétricos se advierte
odio, rabia, furor, rencor de muerte.

Unos en derredor la vista giran
y cierran con temblor la yerta mano,
otros creciendo en cólera se miran,
otros sonríen con desprecio insano;
a calmar su despecho en vano aspiran,
ocultar su dolor tratan en vano;
es el rostro cual lago transparente
que descubre del fondo la corriente.

En desorden se ven amontonadas
rotas lanzas, corazas y crestones,
tintas en roja sangre las espadas,
abollados paveses, morñones,
ropas en el combate desgarradas,
sin astas destrozados pabellones,
y agitados, convulsos los heridos
lanzando de su pecho hondos gemidos.

Siniestras llamas pálidas ondean
de amarillenta luz iluminando
los escabrosos valles do campean
los escuadrones del precito bando;
entre el humo y azufre centellean
meteoros de fuego y, rebramando,
truenos aterradores se desatan
y por cumbres y abismos se dilatan.

Allí lagos se ven de aguas inmundas,
allí pesadamente largos ríos
en las cavernas piérdense profundas
y en largos bosques de árboles sombríos;
espantables serpientes furibundas
y canes arrabiados y bravíos,
feroces tigres de mirar sangriento
insaciables buscando el alimento.

Allí desnudas peñas y zarzales,
y escorpiones se miran venenosos,
espinos en ardientes arenales,
llanto vertido en antros cavernosos,
y del centro de rudos peñascales
y tostados desiertos escabrosos,
retumbando una voz se alza y se lanza
gritando sin cesar: ¡No hay esperanza!

Colosales fantasmas por el viento
giran sañudas, o volando pasan
entre vapores de color sangriento
y en vivas llamas el espacio abrasan,
y gritan con rumor y son violento
cuando los aires rápidas traspasan;
Ni esperanza os concede el Dios eterno.
¡Ni esperanza! repite el hondo averno.

Oye Satán la voz, para el semblante.
Sentado estaba en encendida roca,
inclinada la vista penetrante,
pálidas las mejillas y la boca,
enarcadas las cejas, palpitante
el ulcerado corazón, que toca
el relevado pecho, do se imprime,
y lo alza y lo estremece y lo comprime.

Así tal vez volcanes encendidos
se elevan y se abajan con violencia
cuando sienten sus antros derruidos
de incontrastable fuego a la inclemencia,
y entre sordos recónditos bramidos,
oponiéndole débil resistencia,
anuncian a los hombres con pavura
horrible muerte y luenga sepultura.

Con trabajo Satán tenue respira;
por las huecas narices imperfetas,
cual noto silbador gime y espira
de encinas y peñascos en las grietas;
fatigado después ronco suspira
cual si rugiera, herido de saetas,
irritado león allá en la interna
estancia de una cóncava caverna.

Como encallado barco que rechina
crujen sus duros dientes encobrados,
fusca sus ojos súbita neblina,
se encapotan sus párpados airados,
caen en desorden a la faz cetrina
los ásperos cabellos desgreñados
y espuma arroja el labio enardecido
cual jabalí cerdoso combatido.

Y al compás de blasfemias y lamentos,
y entre la asolación y entre el espanto,
Satán alza la voz, y por los vientos
tronando vuela su terrible canto
contrastados así los elementos,
hundiendo a la natura en el quebranto,
el rayo aterrador desencadenan,
y la tierra y el mar y el cielo atruenan.

1

Tú que Dios te proclamas soberbio,
tú que Eterno y potente te nombras
y nos hundes rabioso en las sombras
que se agitan en esta mansión;
no en tu efímero triunfo te goces,
no en la suerte confíes injusta,
aun me queda una mano robusta,

2

aun me queda un feroz corazón.
Si tú tienes el cielo por reino,
si un ejército tienes altivo,
tengo yo corazón vengativo
que un ultraje no olvida jamás.
Y falanges de espíritus fieros
que a seguirme anhelosos aspiran,
y si acaso con fuerza respiran
gemir hacen el cielo y temblar.

3

Del infierno en las grutas profundas
entre abismos y nieblas vivimos,
y hambre y sed y dolores sufrimos
por tí, odioso monarca, por tí;
y tan sólo arenales ardientes
y volcanes de lóbrega cumbre,
y torrentes y mares de lumbre,
y huracanes se miran aquí.

4

¿Y el esfuerzo perdemos llorando?
¿Y así inertes sufrimos el yugo
que imponernos a un déspota plugo
en un rapto de rabia y furor?
Basta ya de cobardes suspiros,
basta ya de terríficas penas,
destrocemos las viles cadenas,
reanimemos el yerto valor.

5

¿No tenemos bravura y aliento?
¿No tenemos un brazo terrible?
Si es la hueste del cielo invencible,
conquistemos la muerte siquier.
Levantemos la voz de venganza
al compás de la trompa sonora.
¿Lloraremos cobardes ahora
si hemos sido potentes ayer?

6

¡Oh, cuál rompe mi pecho la ira!
Empuñemos de nuevo la lanza,
el encono daráme pujanza
y seré menos torpe adalid.
Tempestades, venid a mi acento,
y vosotros, arcángeles bravos,
que a vileza tenéis ser esclavos,
levantad la cabeza ¡venid!

7

Vuestras alas me sirvan de asiento,
y de guía el horror y exterminio,
y extendiendo mi duro dominio
Muerte reine implacable doquier.
De los orbes la grata armonía
se suspenda a mi mando tirano,
y una sola señal de mi mano
muestras dé de mi vasto poder.

8

Y desplómese el cielo sin quicio,
guerra se hagan los astros chocando,
y la muerte risueña imperando
el infierno aniquile también.
Suspendiendo yo entonces mi vuelo,
adurmiéndome al ronco estallido,
de los cielos el!ay! dolorido
mi alma fiera henchirá de placer.

Suspende su cantar, porque la ira
llena y comprime el fatigado pecho;
por la hinchada nariz el aire aspira
y no siente su seno satisfecho;
luego en torno de sí la vista gira
combatido de rabia y de despecho,
y al través de la niebla que lo ofusca,
sus fuertes armas, sus arneses busca.

Con firme paso y altivez se avanza,
y respirando desconcierto y guerra
su brazo tiende a la nudosa lanza
y, balbuciendo, en la mitad la aferra;
en el aire la vibra, y con pujanza
el cuento estriba fervoroso en tierra
haciendo con el golpe furibundo
retemblar el abismo hasta el profundo.

Rápido se compone la coraza,
con desenfado y además sañudo
afirma el casco brillador y embraza
luego el templado reluciente escudo;
sobre él alzando la potente maza
descarga veces tres el golpe crudo;
al rumor conmovióse el horizonte
cual si un monte chocara con un monte.

De la suerte que suele presurosa
una jauría de canes acercarse
a la voz de la trompa sonorosa
del cazador, y ufanos congregarse,
así de los demonios la estruendosa
turba se mira rápida juntarse,
dando indicios de bélico ardimiento
al oír de Satán el llamamiento.

Los escuadrones de ángeles caídos
llenan los campos, lomas y laderas,
y de sangre los lagos corrompidos
de bateles se cubren y banderas.
Al combate feroz apercibidos
braman cual si bramaran roncas fieras,
y las pesadas armas empuñando
la señal del combate están ansiando.

Satán en un veloz razonamiento
enciende su valor, su enojo y brío,
a la manera que el soplar del viento
de las llamas aumenta el poderío.
Ya en ligero agitado movimiento
a surcar se preparan el vacío,
ya en grito universal que el alma aterra
dicen con hueca voz: ¡Venganza y guerra!

Al ruido y al clamor el viento muje
y el sordo estruendo por los montes zumba;
al peso de la gente el suelo cruje,
parece que el abismo se derrumba.
El rumor sube en poderoso empuje
a la celeste bóveda, y retumba.
Asoma la su faz el Dios Eterno,
y en silencio mortal se hunde el infierno.