Poetas

Poesía de Perú

Poemas de Javier Sologuren

Javier Sologuren Moreno, ilustre poeta peruano, se erige como un destacado exponente de la literatura en Hispanoamérica. Nacido el 19 de enero de 1921 en Lima, su legado literario es un crisol de purismo, simbolismo y un surrealismo particular. Miembro de la Generación del 50, su obra poética, a menudo surrealista, trasciende lo cotidiano.

Sologuren cultivó su pasión por la poesía desde una edad temprana, influenciado por su tía, Hortensia Sologuren Peña, prima de otro renombrado poeta, Enrique Peña Barrenechea. Sus estudios en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos lo llevaron a explorar las Letras y, más tarde, a cursar estudios de postgrado en el Colegio de México y en la Universidad de Lovaina, Bélgica.

Durante su tiempo en Suecia, donde fue profesor en la Universidad de Lund, Sologuren se casó con Kerstin Åkesson y tuvo tres hijos. A su regreso a Lima, fundó el taller de artes gráficas «Ícaro», donde editó y produjo numerosos libros de poesía y prosa, apoyando a jóvenes escritores peruanos y extranjeros.

Junto con Jorge Eielson, desempeñó un papel fundamental en la Generación del 50 en la poesía peruana. Graduado en Humanidades y Literaturas Hispánicas, su tesis doctoral, «Tres poetas tres obras», arrojó luz sobre Carlos Germán Belli, Washington Delgado y Sebastián Salazar Bondy.

Sologuren no solo dejó su huella en la academia sino también en la prensa y la edición. Fue director de revistas culturales como «Creación & Crítica» y «Cielo Abierto». Además, fue miembro de la Academia Peruana de la Lengua y del Centro de Estudios Orientales de la Pontificia Universidad Católica del Perú.

Su poesía, que ha sido traducida a veinte idiomas, se considera una de las más representativas en el ámbito hispanoamericano. Entre sus obras notables se encuentra «Vida Continua», una recopilación de su poesía a lo largo de su vida.

Javier Sologuren Moreno, con su exploración de lo surreal y lo simbólico, dejó una huella indeleble en la poesía peruana e hispanoamericana, consolidándose como una figura literaria de renombre en el panorama literario del siglo XX. Su legado perdura, inmortalizado en sus versos y su contribución al mundo de las letras.

Haiku

1.

La tinta en el papel.
El pensamiento
deja su noche.

2.

¿Qué canta el agua?
El agua canta el agua
canta el agua canta.

3.

Cascada de agua seca,
papel de cielo
iluminado
(Buganvilla)

4.

Bailan, ascienden,
ascienden, bailan.
Viejo jardín de fiesta.
(Fucsia)

5.

¡Cómo se obstina
la vida en la canción
de la cigarra!

6.

Con las penas
mido
la extensión de mi cuarto.

7.

Nada dejé en la página
salvo la sombra
de mi inclinada cabeza.

8.

No veo el florecer
del naranjo, oigo
subir su canto.

9.

En el silencio
del estanque arde
la lámpara votiva.
(Nenúfar)

10.

Blanca,
sencillamente blanca,
abierta al blanco espacio.
(Jazmín)

11.

Cerrado cielo.
En una callejuela
se rasca un perro.

12.

Un día más
y una jornada menos
llevándonos al cero.

Bajo los ojos del amor

Aún eres tú en medio de una incesante cascada
de esmeraldas y de sombras, como una larga
palabra de amor, como una pérdida total.

Aún eres tú quien me tiene a sus pies
como una blanca cadena de relámpagos,
como una estatua en el mar, como una rosa
deshecha en cortos sueños de nieve y sombras,
como un ardiente abrazo de perfumes en el centro del mundo.

Aún eres tú como una rueda de dulces tinieblas
agitándome el corazón con su música profunda,
como una mirada que enciende callados remolinos
bajo las plumas del cielo, como la yerba de oro
de una trémula estrella, como la lluvia en el mar,
como relámpagos furtivos y vientos inmensos en el mar.

En el vacío de un alma donde la nieve descarga
en una ventana hecha con los resonantes emblemas del otoño,
como una aurora en la noche, como un alto puñado de flechas
del más alto silencio aún eres tú, aún es tu reino.

Como un hermoso cuerpo que baña la memoria,
como un hermoso cuerpo sembrado de soledad y mariposas,
como una levantada columna con el tiempo a solas,
como un torso cálido y sonoro, como unos ojos
donde galopa a ciegas mi destino y el canto es fuego,
fuego la constelación que desata en nuestros labios
la gota más pura del fuego del amor y de la noche,
la quemante palabra en que fluye el amor, aún.

Corona del otoño

Tal como esta hoja purpúrea
que el agua de la tarde apaga
y ligero y triste arrastra el viento,
son los pasos abiertos, premiosos,
de aquellos que buscan el amable
ruido del calor, los muros
suaves y brillantes de sus casas:
viejas telas espesas, sedas olorosas
donde el amor trabaja y descansa.

Dédalo dormido

Most musical of mourners, weep anew!
Not all to taht bright station dared to climb.

Shelley

Tejido con las llamas de un desastre irresistible,
atrozmente vuelto hacia la destrucción y la música,
gritando bajo el límite de los golpes oceánicos,
el hueco veloz de los cielos llenándose de sombra.

Ramos de nieve en la espalda, pie de luz en la cabeza,
crecimiento súbito de las cosas que apenas se adivinan,
saciado pecho con la bulla que cabalga en lo invisible.

Perecer con el permiso de una bondad que no se extingue.
Ya no ser sino el minuto vibrante, el traspaso del cielo,
canto de vida rápida, intensa mano de lo nuestro, desnuda.

Hallarse vivo, despierto en el espacio sensible de una oreja,
recibiendo los pesados materiales que la música arroja
desde una altura donde todo gime de una extraña pureza.
Miembros de luz sorda, choques de completísimas estatuas,
lámparas que estallan, escombros primitivos como la muerte.

Vaso de vino pronto a gemir en una tormenta humana,
Con una sofocante alegría que olvida el arreglo de las cosas,
ebrio a distancias diferentes del sonido sin clemencia,
errando reflexivo entre el baile de las puertas abatidas,
alistando una racha salobre en la inminencia de la muerte,
pisando las hierbas del mar, las novedades del corazón,
pulsando una escala infinita, un centro sonoro inacabable.

Modificado por una azarosa, por una incontrolable compañía.

Pisadas en nuestro corazón, puertas en nuestros oídos,
temblor de los cielos de espaldas, árboles crecidos de improviso,
paisajes bañados por una murmurante dulzura, por una sustancia
que se extiende como un vuelo irisado e instantáneo.

Prados gloriosos, estío, perfil trazado por un dedo de fuego,
blanco papel quemado para siempre detrás de los ojos,
valles que asientan su línea bajo el zureo de las palomas,
fuentes de oro que agitan azules unos brazos helados.
Quietud del mar, neutros estallidos de un imperio cruento,
mudas destrucciones, espuma, golpes del espacio abierto.

Sueños que toman cuerpo, coherentes, en una silenciosa tentativa;
mecanismos ordenados en medio de una numerosa vehemencia,
lujo intranquilo del cielo que sella una hora inmune.

Cuerpo que asciende como la estatua de un ardoroso enjambre
buscando muy arriba la inhumana certeza en que se estalla
para quedar inmensamente vacío y delirante como el viento.

Una idea, Dédalo, una idea que iba a acarrear nuestro futuro
(un sueño como un agua amarga que mana desde la boca del sol),
los planos hechos a perfección, la elocuencia del número,
el ingenioso resorte para suplantar los ojos de la vida,
todo era una inocente flecha en tránsito de lucidez y muerte.

Ciudades perdidas por un golpe de viento, ganadas por un sueño.
Palabras incendiadas por la fricción de un remoto destino,
murallas de un fuego levantado al que no nos resistimos
canto arrancado a la tumultuosa soledad de un pecho humano.

Detenimientos

Assez connu. Les arréts de la vie
O Raumeurs et Visions!

A. Rimbaud

Hallo la transparencia del aire en la sonrisa;
hallo la flor que se desprende la luz, que cae,
que va cayendo, envolviéndose,
cayendo por las rápidas pendientes del cielo
al lado del blanco y agudo canto de los pájaros marinos.
Descendiendo a la profunda animación de la fábrica corpórea
que opera como un denso vino bajo la lengua ligera.
Aquí y allá las obras de la tierra, las diminutas catástrofes
en los montículos de arena,
la sucesión de alegre rayo en la humedad del roquedal.
(Nuevamente el viento de mano extensa
y pródiga, enamorada).
Ventanas de sal doradas por la tarde, brillante dureza
por la que unos ojos labran el silencio
como un blanco mármol, desnudo e imperioso
entre árboles y nubes.

Reloj de sombra

(Entre la tarde nostálgica y la noche)

Con una larga garra de tristeza busco
la pálida altura de una planta femenina;
tal como un viento quejumbroso busco
la intempestiva desnudez, sombra y efigie,
grito distante del pájaro que emigra,
pena con que hiere una imagen a su espejo.

Errante luz blanca bajo el vacío del cielo,
pequeño reloj que sólo fuera una lágrima,
hora en que todo ser es una pálida violeta,
estatua de pronto, arrastrada por la música
en un ramo de tinieblas y nevadas agujas.

Hora en que busco algo que no es tuyo ni mío
con una mirada puesta en lo que huye.

El ciego mar

no veo
me transplanto
la boca de una flor
es un volcán hembra
horario y minutero
desfilan tierra adentro
pero yo me hallo en el mar

no veo
bebo
un cielo de revés
un torbellino blanco
estalla entre mis huesos

no veo
sino brazos transparentes
el color apenas mima su crepúsculo

no veo
sino el mar
yo soy el mar

El paso de los años

para mi hija Viveka

porque cogí la mariposa
no en el jardín
sino en el sueño
porque en mi almohada
oí cantar al río
al crepúsculo orar
porque el cielo breve
de la flor
me llevó lejos
porque el niño aún
(que fui que a veces soy)
despierta y ve
la mariposa
volar en el jardín
que ya no sueño.

Elegía

Amor que apenas hace un rato eras fruto
de resplandeciente interior en los ojos
de irreprochable dulzura, que sólo eras
una gota de agua resbalando entre los senos
apaciblemente diminutos de una joven;
ahora, al otro lado de las falsas paredes
pintadas con húmedos y empañados carmines,
entre la tarde nostálgica y la noche,
oh amor, has de ser guía certero del asesino
que ardientemente trabaja con un hilo de nieve
en torno de lo que ama.

Epitalamio

Cuando nos cubran las altas yerbas
y ellos
los trémulos los dichosos
lleguen hasta nosotros
se calzarán de pronto
se medirán a ciegas
romperán las líneas del paisaje

y habrá deslumbramientos en el aire
giros lentos y cálidos
sobre entrecortados besos

nos crecerán de pronto los recuerdos
se abrirán paso por la tierra
se arrastrarán en la yerba
se anudarán a sus cuerpos

memorias palpitantes

tal vez ellos
los dichosos los trémulos
se imaginen entonces
peinados por
desmesurados
imprevistos resplandores
luces altas
desde la carretera

Fuego absorto

Noche que fuiste día, pecho por donde entrara
como una mano de cristal, como un navío blanco
el sol que canta de claridad y canta a oscuras.
En ti está el día, noche, por tu cuerpo ha bajado
en una ardorosa marea de labios dispersos,
en un peso espacioso que a tus pies descansa.
El día eres, noche, resplandeciendo a tus plantas
sin el uso del trajín y los afanes, cerrado como un cofre
donde el sueño y los astros, hogueras intangibles,
tocan entre la sombra, entre sus hojas respiran
algo del aire y del rostro del día ya lejano.