Poetas

Poesía de Perú

Poemas de José María Eguren

José María Eguren fue un poeta, escritor, pintor y fotógrafo peruano nacido en Lima el 8 de julio de 1874 y fallecido en la misma ciudad el 19 de abril de 1942. Es considerado, junto con César Vallejo, una de las figuras más destacadas de la lírica peruana del siglo XX y el único representante del simbolismo en el Perú.

Su vida transcurrió entre la capital y algunas haciendas cercanas, donde entró en contacto con la naturaleza y agudizó sus sentidos. Desde temprana edad, enfrentó problemas de salud, lo que lo llevó a estudiar de forma autodidacta y refugiarse en la lectura de poetas románticos, modernistas, decadentistas y simbolistas, principalmente franceses, pero también italianos y estadounidenses. Baudelaire, Verlaine, Mallarmé, D’Annunzio, Poe, los hermanos Grimm, Andersen y los prerrafaelitas ingleses se encuentran entre sus influencias.

A partir de 1897, estableció su hogar en el balneario de Barranco, donde vivió en paz y tranquilidad junto a su madre y sus hermanas. Allí recibió la visita de amigos intelectuales y discípulos como Manuel González Prada, Abraham Valdelomar, José Carlos Mariátegui, Martín Adán y Emilio Adolfo Westphalen. Entre 1931 y 1940, trabajó en la biblioteca del Ministerio de Educación Pública.

Eguren colaboró con poemas en las revistas de la época desde finales del siglo XIX. Su primer libro, «Simbólicas» (1911), se considera un hito en la superación del modernismo y la fundación de la poesía contemporánea en Perú. Le siguieron «La canción de las figuras» (1916) y otras dos colecciones de poemas, «Sombra» y «Rondinelas», que se publicaron por primera vez en «Poesías» (1929).

Su obra poética refleja su búsqueda de trascendencia y su añoranza por mundos perdidos o extraños. El poeta enriqueció el lenguaje con regionalismos, arcaísmos, neologismos y palabras inventadas. En sus últimos poemas, se sumergió en el mundo de las vanguardias europeas, utilizando metáforas e imágenes oníricas.

Hacia 1930, Eguren comenzó a escribir breves piezas en prosa, conocidas como «Motivos estéticos», con una intención poética y filosófica. Estos «motivos» se publicaron en diversas revistas durante la década de los treinta y fueron recopilados póstumamente en un volumen en 1959.

Además de su faceta como poeta, José María Eguren fue un artista versátil que incursionó en la pintura y la fotografía. Sus acuarelas reflejan la influencia de los impresionistas franceses y los prerrafaelitas ingleses. También inventó una cámara que capturaba fotografías ovaladas de tamaño diminuto. Aunque no se dedicó a la música, esta tuvo una gran importancia como referencia cultural en su obra, donde aparecen instrumentos musicales, compositores clásicos y piezas líricas.

José María Eguren es un poeta que merece ser leído y admirado por su originalidad, sensibilidad y maestría en el arte de sugerir ambientes irreales cargados de significado.

La sangre

El mustio peregrino
vio en el monte una huella de sangre:
la sigue pensativo
en los recuerdos claros de su tarde.

El triste, paso a paso,
la ve en la ciudad, dormida, blanca,
junto a los cadalsos,
y al morir de ciegas atalayas.

El curvo peregrino
transita por bosques adorantes
y los reinos malditos,
y siempre mira las rojas señales.

El bote viejo

Bajo brillante niebla,
de saladas actinias cubierto,
amaneció en la playa,
un bote viejo.

Con arena, se mira
la banda de sus bateleros,
y en la quilla verdosos
calafateos.

Bote triste, yacente,
por los moluscos horadado;
ha venido de ignotos
muelles amargos.

Apareció en la bruma
y en la armonía de la aurora;
trajo de los rompientes
doradas conchas.

A sus bancos remeros,
a sus amarillentas sogas,
vienen los cormoranes
y las gaviotas.

Los pintorescos niños,
cuando dormita la marea
lo llenan de cordajes
y de banderas.

Los novios, en la tarde,
en su alta quilla se recuestan;
y a los vientos marinos,
de amor se besan.

Mas el bote ruinoso
de las arenas del estuario,
ansía los distantes
muelles dorados.

Y en la profunda noche,
en fino tumbo abrillantado,
partió el bote muriente
a los puertos lejanos.

El caballo

Viene por las calles,
a la luna parva,
un caballo muerto
en antigua batalla.

Sus cascos sombríos…
trepida, resbala;
da un hosco relincho,
con sus voces lejanas.

En la plúmbea esquina
de la barricada,
con ojos vacíos
y con horror, se para.

Más tarde se escuchan
sus lentas pisadas,
por vías desiertas
y por ruinosas plazas.

El cuarto cerrado

Mis ojos han visto
el cuarto cerrado;
cual inmóviles labios su puerta…
está silenciado!…
Su oblonga ventana, como un ojo abierto,
vidrioso me mira;
como un ojo triste,
con mirada que nunca retira
como un ojo muerto.
Por la grieta salen
las emanaciones
frías y morbosas;
¡ay, las humedades como pesarosas
fluyen a la acera:
como si de lágrimas,
el cuarto cerrado un pozo tuviera!
Los hechos fatales
nos oculta en su frío reposo…
¡cuarto enmudecido!
¡cuarto tenebroso
con sus penas habrá atardecido
cuántas juventudes!
¡oh, cuántas bellezas habrá despedido!
¡cuántas agonías!
¡cuántos ataúdes!
Su camino siguieron los años,
los días;
galantes engaños
y placenterías…;
en el cuarto fatal, aterido,
todo ha terminado;
hoy sus sombras el ánima oprimen:
¡y está como un crimen
el cuarto cerrado!

Nocturno

De Occidente la luz matizada
Se borra, se borra;
En el fondo del valle se inclina
La pálido sombra.
Los insectos que pasan la bruma
se mecen y flotan,
y en su largo mareo golpean
las húmedas hojas.

Por el tronco ya sube, ya sube
La nítida tropa
De las larvas que, en ramas desnudas,
Se acuestan medrosas.

En las ramas de fusca alameda
Que ciñen las rocas,
Bengalíes se mecen dormidos,
Soñando sus trovas.
Ya descansan los rubios silvanos
Que en punas y costas,
Con sus besos las blancas mejillas
Abrazan y doran.
En el lecho mullido la inquieta
Fanciulla reposa,
y muy grave su dulce, risueño
semblante se torna.
Que así viene la noche trayendo
Sus causas ignotas;
Así envuelve con mística niebla
Las ánimas todas.
Y las cosas, los hombres domina
La parda señora,
De brumosos cabellos flotantes
Y negra corona.

El estanque

¡El verde estanque de la hacienda,
rey del jardín amable,
está en olvido
miserable!
En las lejanas, bellas horas
eran sus linfas cantadoras,
eran granates y auroras,
a campánulas y jazmines
iban insectos mandarines
con lamparillas purpuradas,
insectos cantarines
con las músicas coloreadas;
mas, del jardín, en la belleza
mora siempre arcana tristeza:
como la noche impenetrable,
como la ruina miserable.
Temblaba Vésper en los cielos,
gemían búhos paralelos
y, de tarde, la enramada
tenía vieja luz dorada;
era la hora entristecida
como planta por nieve herida;
como el insecto agonizante
sobre hojas secas navegante.
Clara, la niña bullidora,
corrió a bañarse en linfa mora,
para ir luego a la fiesta
de la heredad vecina;
ya a su oído llegaba orquesta
de violín, piano y ocarina.
Brilló un momento, anaranjada,
entre la sombra perfumada,
con las primeras sensaciones
del sarao de orquestaciones.
¡Oh! en la linfa funesta y honda
fue a bañarse la virgen blonda;
de los amores encendida,
la mirada llena de vida…
¡EI verde estanque de la hacienda,
rey del jardín amable,
hoyes derrumbe
miserable!

La muerta de marfil

Contemplé, en la mañana,
la tumba de una niña;
en el sauce lloroso gemía tramontana,
desolando la amena, brilladora campiña.
Desde el túmulo frío, de verdes oquedades,
volaba el pensamiento
hacia la núbil áurea, bella de otras edades,
ceñida de contento.
Al ver oscuras flores,
libélulas moradas, junto a la losa abierta,
pensé en el jardín claro, en el jardín de amores,
de la beldad despierta.
Como sombría nube, al ver la tumba rara,
de un fluvión mortecino en la arena y el hielo,
pensé en la rubia aurora de juventud que amara
la niña, flor de cielo.
Por el lloroso sauce, lilial música de ella,
modula el aura sola en el panteón de olvido.
Murió canora y bella;
y están sus restos blancos como el marfil pulido.

La niña de la lámpara azul

En el pasadizo nebuloso
cual mágico sueño de Estambul,
su perfil presenta destelloso
la niña de la lámpara azul.

Ágil y risueña se insinúa,
y su llama seductora brilla,
tiembla en su cabello la garúa
de la playa de la maravilla.

Con voz infantil y melodiosa
en fresco aroma de abedul,
habla de una vida milagrosa
la niña de la lámpara azul.

Con cálidos ojos de dulzura
y besos de amor matutino,
me ofrece la bella criatura
un mágico y celeste camino.

De encantación en un derroche,
hiende leda, vaporoso tul;
y me guía a través de la noche
la niña de la lámpara azul.

La pensativa

En los jardines otoñales,
bajo palmeras virginales,
miré pasar muda y esquiva
la Pensativa.

La vi en azul de la mañana,
Con su mirada tan lejana;
Que en el misterio se perdía
De la borrosa celestía.

La vi en rosados barandales
Donde lucía sus briales;
Y su faz bella vespertina
Era un pesar en la neblina…

Luego marchaba silenciosa
A la penumbra candorosa;
Y un triste orgullo la encendía,
¿Qué pensaría?

¡Oh su semblante nacarado
Con la inocencia y el pecado!
¡oh, sus miradas peregrinas
de las llanuras mortecinas!

Era beldad hechizadora;
Era el dolor que nunca llora;
¿Sin la virtud y la ironía
Qué sentiría?

En la serena madrugada,
La vi volver apesarada,
Rumbo al poniente, muda, esquiva
¡La Pensativa!

La ronda de espadas

Por las avenidas
de miedo cercadas,
brilla en la noche de azules oscuros,
la ronda de espadas.

Duermen los postigos,
las viejas aldabas;
y se escuchan borrosas de canes
las músicas bravas.

Ya los extramuros
y las arruinadas
callejuelas, vibrante ha pasado
la ronda de espadas.

Y en los cafetines
que el humo amortaja,
al sentirla el tahúr de la noche,
cierra la baraja.

Por las avenidas
morunas, talladas,
viene lenta, sonora, creciente
la ronda de espadas.

Tras las celosías,
esperan las damas,
paladines que traigan de amores
las puntas de llamas.

Bajo los balcones
do están encantadas,
se detiene con súbito ruido
la ronda de espadas.

Tristísima noche
de nubes extrañas:
jay, de acero las hojas lucientes
se toman guadañas!

¡Tristísima noche
de las encantadas!