Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de Juan Gustavo Cobo

Juan Gustavo Cobo Borda fue un destacado poeta, periodista y diplomático colombiano, que falleció el 5 de septiembre de 2022 a los 73 años en Bogotá. En este artículo, vamos a repasar su vida y su obra, que abarca diversos géneros y temas.

Cobo nació en Bogotá el 10 de octubre de 1948, hijo de un emigrante español que había luchado en la guerra civil al lado de Manuel Azaña y de una colombiana cuya familia tenía vínculos con la literatura. Desde joven se interesó por la poesía y la filosofía, y estudió en la Universidad de los Andes y en la Nacional. Sus primeros poemas, según confesó, eran imitaciones de Pablo Neruda, Jorge Luis Borges y Constantino Cavafis, pero pronto encontró su propia voz y su propio estilo.

Su primer libro de poemas se tituló Consejos para sobrevivir y lo publicó en 1974 con una editorial ficticia llamada La Soga al Cuello. A este le siguieron muchos otros, como Salón de té, El libro del desasosiego, El olvido y la memoria o La casa del tiempo. Cobo siempre dijo que escribía el mismo libro de poemas cambiándole el título, y que su poesía era una forma de autobiografía.

Además de poeta, Cobo fue un gran ensayista y crítico literario, que escribió sobre autores colombianos e hispanoamericanos, como Germán Arciniegas, Gabriel García Márquez, José Asunción Silva o Álvaro Mutis. También fue un apasionado de la cultura griega y escribió una biografía de Alejandro Magno.

Cobo tuvo una importante labor cultural y editorial en Colombia. Fue editor y subdirector de la Biblioteca Nacional, director de las revistas ECO y Gaceta, asesor cultural de la presidencia de Ernesto Samper y editor de varias colecciones de libros. También fue miembro de número de la Academia Colombiana de la Lengua y correspondiente de la Española.

Su carrera diplomática lo llevó a ser embajador de Colombia en Argentina, España y Grecia, donde aprovechó para conocer a artistas y escritores locales. En Buenos Aires conoció a Griselda, una matemática que se convirtió en su esposa y con quien tuvo dos hijas.

Cobo fue uno de los representantes más destacados de la llamada Generación sin nombre, un grupo de poetas colombianos que se caracterizó por su diversidad temática y estilística. Su obra ha sido traducida a varios idiomas y ha recibido numerosos reconocimientos, como el Premio Nacional de Poesía o el Premio Casa de América.

Juan Gustavo Cobo Borda fue un poeta que supo combinar la sensibilidad con el rigor, la emoción con la inteligencia, la memoria con la imaginación. Fue un hombre comprometido con su país y con su cultura, pero también abierto al mundo y a sus maravillas. Fue un maestro y un amigo para muchos lectores y escritores. Su legado sigue vivo en sus versos y en sus palabras.

Poética

¿Cómo escribir ahora poesía,
por qué no callarnos definitivamente
y dedicarnos a cosas mucho más útiles?
¿Para qué aumentar las dudas,
revivir antiguos conflictos,
imprevistas ternuras;
ese poco de ruido
añadido a un mundo
que lo sobrepasa y anula?
¿Se aclara algo con semejante ovillo?
Nadie la necesita.
Residuo de viejas glorias,
¿a quién acompaña, qué heridas cura?

Ofrenda en el altar del bolero

¿Habrá entonces otro cielo más vasto
donde Agustín Lara canta mejor cada noche?
¿O seremos apenas el rostro fugaz
entrevisto en los corredores de la madrugada?
Aquel bolero, mientras el portero bosteza
y los huéspedes regresan ebrios;
aquel que habla de amores muertos
y lágrimas sinceras… Los amantes
se llaman por teléfono para escuchar,
tan sólo, su propia respiración.
Pero alguien, algún día, en el desorden del trasteo,
encontrará un poco de aquellos besos
y mientras tararea:
‘déjame quemar mi alma, en el alcohol de tu recuerdo’,
escuchará una voz que dice: ‘la realidad es superflua’.

Rue de Matignon, 3

El viejo judío enfermo su oficio es mirar-
levanta con el índice el párpado paralizado:
allí están los polvorientos estandartes del Emperador.
Las leyendas del liberalismo
no han logrado enturbiar su gesto aristocrático.
Además, renegar de Yahvé, mendigar unos francos
no era, en verdad, asunto grave.
Quedaba el idioma, y el antiguo oficio de Dios
que es perdonar. Pero el desterrado no es hombre
(práctico:
desdicha y aflicción, como en toda biografía
respetable.)
Mientras Matilde cotorrea,
Heine, aburrido, se demora en morir.

Roncando al sol, como una foca en las Galápagos

Es tan deleznable toda poesía amorosa,
tan llena de ripios,
que no puedo dejar de escribirla.
Tú subviertes mi flácida rutina
y aun así desfallezco en cada línea.
Todo me incita a la modorra de los sentidos.
Única certeza
en estos tiempos de oprobio y ruido
tu lustrosa energía.
Especie a punto de extinguirse,
en la arena del sueño juego contigo.

De viva voz

El amor es monstruoso.
Ya no recordamos
si alguna vez
fuimos otro distinto
de quien sólo existe
para escuchar una voz,
una exigencia brutal,
la dulzura inenarrable
de un ‘te adoro, te adoro, te adoro’,
un sarcasmo helado,
un sol bajo el cual
todo florece de nuevo.
(Cuando ella gritaba ‘loco’
y la espuma de su vientre
desbordaba fresca y ávida).

El amor es mortal:
te congela los pies
si huyes de él.

Una parábola acerca de Scott

Las mansiones de moda en Long Island están en nuevas manos.
Allí Gatsby había muerto, luego de amar una mujer.
Quedaba el dolor, tan solo, como una presencia fraternal
y los afectos superfluos, aferrándose al cuello.
‘Dilapidé mis esperanzas
en las pequeñas carreteras
que llevan al sanatorio de Zelda.’
Apelaba a frases pastosas, y los hermosos rostros
del año pasado dejaban advertir su vacuidad.
Entretanto, en los guiones, el productor tachaba
giros innecesarios: era el final.
Frasco vacío, boleto para una función que ya pasó,
faltaba el postrer ultraje.
Agradeciendo el tibio vino de la compasión
supo que tenía derecho a morir en paz.

Nudos

Encadenados a otros ojos,
presos de una risa,
cautivos de la esperanza,
los condenados
dilatan cualquier celda
con un único gesto válido.
Bien puede ser un pan
comprado juntos
o lo que comentan
sobre sus respectivas jaulas.
Mientras tanto
los cepos se cierran sobre sus ansias
y los guardianes
apenas advierten su fuga
en el globo libre de unas pocas palabras
con premura intercambiadas.
Abrazados en el aire
ni siquiera escuchan el coro
que repite con dulce serenidad extática:
Nada me basta. Todo me sobra.
Sólo te quiero a ti: anudados.

Autógrafo

A los poetas de antes
les pedían, generalmente, un acróstico.
Sólo que ahora,
cuando el rencor es la única palabra
que sé pronunciar,
¿con qué enrevesada caligrafía
(letra palmer, ¿no?)
lograré transmitir el profundo desprecio
que hay en mí?
Aprieto los dientes, y sigo,
exento de todo romanticismo:
mi tarea consiste
en redactar notas necrológicas
dos o tres veces al año.
A quien se debate, también,
entre el abandono y la lástima:
tal podría ser la grandilocuente dedicatoria,
y luego los prolijos catorce versos,
llenos de almíbar.
Qué decirte
que no te hubieran dicho ya,
la muchacha de la casa, la tía solterona:
resignación y experiencia.
A los libros, quítales el polvo;
ordena el closet, y consigue aquellas matas
que siempre has querido para el balcón del
apartamento.
(La tragedia consérvala en secreto).