Poetas

Poesía de Estados Unidos

Poemas de Gerald Stern

Gerald Stern (22 de febrero de 1925) es un poeta, ensayista y profesor estadounidense. Fue galardonado con el Premio Nacional de Poesía de Estados Unidos de 1998 por su poemario This Time: New and Selected Poems y finalista en 1991 del Premio Pulitzer de Poesía por Leaving Another Kingdom: Selected Poems. En 2000, la gobernadora de New Jersey Christine Todd Whitman eligió a Stern como primer poeta laureado del estado.

El mordisco

No empecé a tomarme en serio como poeta
hasta que el pelo blanco empezó a asomar en la barbilla.
Antes todo era diversión y afecto;
ahora, como una liebre, una liebre, una liebre
veo a la tortuga alzar su horrenda pata
sobre el último escalón por subir antes de
volver a casa, henchida de ventaja.
De pronto, todo parece venir de arriba, de la mente,
la belleza de la carrera ha desaparecido.
y mi vida es apenas una alegoría.

La fuerza de los arces

Si quieres vivir en el campo tienes que entender la fuerza de los arces.
Tienes que verlos hundir sus dientes en las raíces de las viejas acacias.
Tienes que verlos ahogan a los sicomoros hasta dejarlos sin aliento.
Tienes que verlos llevar su gruesa cabellera hasta el sótano.
Y cuando cortes tu fabulosa vara verde para pescar
tienes que estar listo para verla brotar entre tus manos;
tienes que clavarla en la tierra como un trozo de sauce;
tienes que plantar tu mesa bajo sus hojas y empezar a comer.

Recuerdo a Galileo

Recuerdo a Galileo describir la mente
como un trozo de papel que el viento arrastra,
y me encantó la imagen de este pegándose a un árbol
o saltando al asiento trasero de un coche,
y durante años he visto papeles volar a través de mis ciudades;
pero ayer vi que la mente era una ardilla atrapada al cruzar
la Ruta 80 entre las ruedas de un camión gigante,
bailando de un lado a otro como una delgada hoja,
o un hilo asustado, apenas dos segundos de vida
sobre el hormigón blanco antes de escapar,
la vida acortada por todo aquel terror, su cabeza
que tiembla, los dientes amarillos pulverizados.

Fue la velocidad de la ardilla y su cercanía al suelo,
su enorme resolución y la agilidad de su danza
lo que me enseñó la diferencia entre ella y el papel.
El papel será útil en teoría, cuando haya tiempo
de sentarse en una silla de metal a estudiar sombras;
pero para esta vida yo necesito una ardilla,
sus patas acabadas en garras extendidas, su alma trémula,
el viento cálido que corre por su pelo,
el fuerte ruido que la hace temblar de la cabeza a la cola.
Oh mente filosófica, oh mente de papel, necesito una ardilla
que con su salvaje carrera consiga cruzar la autopista,
que suba a toda prisa la verde ladera desgobernada.

I Remember Galileo

I remember Galileo describing the mind
as a piece of paper blown around by the wind,
and I loved the sight of it sticking to a tree
or jumping into the back seat of a car,
and for years I watched paper leap through my cities;
but yesterday I saw the mind was a squirrel caught crossing
Route 80 between the wheels of a giant truck,
dancing back and forth like a thin leaf,
or a frightened string, for only two seconds living
on the white concrete before he got away,
his life shortened by all that terror, his head
jerking, his yellow teeth ground down to dust.

It was the speed of the squirrel and his lowness to the ground,
his great purpose and the alertness of his dancing,
that showed me the difference between him and paper.
Paper will do in theory, when there is time
to sit back in a metal chair and study shadows;
but for this life I need a squirrel,
his clawed feet spread, his whole soul quivering,
the hot wind rushing through his hair,
the loud noise shaking him from head to tail.
O philosophical mind, O mind of paper, I need a squirrel
finishing his wild dash across the highway,
rushing up his green ungoverned hillside.

St. Mark’s

Aún como niño, ¿no?
Trepar por una escalera de hierro,
discutir con algún Igor
sobre la cerradura rota,
dejar que la cabeza cuelgue sobre el fregadero,
enjuagar el cuello con agua fría.

Como un lobo, ¿no fue así?
o una paloma que nunca morirá.
Leer a Propercio, pisotear
las estrellas más altas,
obligar a mis manos a unirse,
tocar la fila de cubos de basura cubiertos de nieve.

Con el lomo hundido, ¿no fue así?
Arrastrar mis pies mojados
de un parque a otro.
«Atenuado por el salpicar consumado del tiempo»,
¿no?
Tulipán de la selva rosa.
Rojo y amarillo tulipán henchido y lavado por la lluvia.

Lavanda

A Karl Stirner

Sólo por experimentar estoy quemando la lavanda
y olfateando el aire porque si sólo la desmenuzara
el aroma, aunque embriagador, no llegaría
más allá de treinta o cuarenta centímetros y es más los
tallos apenas soltarían olor mientras que las
llamas hacen que todo aflore aun cuando
acaban con los demás aromas, en este caso a menta y
a las penurias arqueadas bajo tu ventanal francés donde
yo voy de un lado a otro llorando por la culpa del humo
y gimiendo por la bolsita de aroma que nunca tuve
y por la caja llena de seda, por ser yo tan enemigo.