Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de Luis Carlos López

Luis Carlos López fue un poeta colombiano nacido en Cartagena de Indias el 11 de junio de 1879 y fallecido en la misma ciudad el 30 de octubre de 1950. Su obra se enmarca en el posmodernismo hispanoamericano, con un estilo sencillo, irónico y humorístico, que refleja su amor por su ciudad natal y su crítica a la sociedad de su época.

López perteneció a una familia de comerciantes, pero nunca se sintió a gusto con esa actividad. Estudió medicina en la Universidad de Cartagena, pero tuvo que interrumpir sus estudios por la Guerra de los Mil Días, en la que fue apresado por el ejército conservador. Se dedicó al periodismo y fundó con sus hermanos el periódico La Unión Comercial, que tuvo corta vida. Colaboró en otras revistas y periódicos locales, como Líneas, Rojo y Azul, La Juventud y La Patria.

En 1909 se casó con Áura Marina Cowan Tono, con quien tuvo tres hijos. En 1928 fue nombrado cónsul en Múnich, donde permaneció hasta 1937. Luego fue trasladado a Baltimore, donde ejerció el cargo hasta 1944. Durante su carrera diplomática mantuvo contacto con los círculos literarios de su país y publicó algunos de sus poemas.

Su obra poética se caracteriza por su tono coloquial, su lenguaje cotidiano y su sentido del humor. Sus versos expresan su nostalgia por Cartagena, su admiración por sus paisajes y su gente, y su rechazo a la modernidad y al progreso que amenazan su identidad. Algunos de sus poemas más conocidos son A mi ciudad nativa, A un bodegón, Hongos de Riba y Se murió Casimiro.

López fue reconocido como uno de los poetas más originales y populares de Colombia. Su obra influyó en generaciones posteriores de escritores, como Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis y Germán Espinosa. En 1957 se le rindió homenaje en Cartagena con la escultura Los zapatos viejos, inspirada en su poema A mi ciudad nativa.

¡ADIÓS…!

…Abandoné mis lares
marcando rumbo hacia
remotos climas

NÚÑEZ DE ARCE

¡Adiós, rincón nativo! Me voy y mi pañuelo
parece una ave herida que anhela retornar,
mientras singla el piróscafo, bajo el zafir del cielo,
cortando la infinita turquesa de la mar.

¡Nunca podré olvidarte, noble y heróico suelo
de mis antepasados!… No te podré olvidar
ni aún besando a una chica que sepa a caramelo;
ni aún jugando con unos amigos al billar…

¡Pero al imaginarme que yo no pueda un día
tomar a tu recinto, con qué melancolía
contémplote a lo lejos, romántico rincón!…

Porque, ¡ay! todo es posible, no exótico y extraño,
si el destino de pronto me propina un buen baño
para darle una triste pitanza a un tiburón.

A BASILIO

Tu organillo triste, tu organillo viejo,
cuando a media noche, bajo los balcones,
gime dulcemente con amargo dejo,
de seguro arrulla muchos corazones.

Tu organillo triste, de sentidos sones,
que refresca el alma con su amargo dejo,
mientras acaricia mis desilusiones,
cuántas cosas dice tu organillo viejo…

Cuando a media noche, bajo los balcones,
gime tu organillo de dolientes sones,
con plañir mimoso, con amargo dejo,

de seguro arrulla muchos corazones,
mientras acaricia mis desilusiones
tu organillo triste, tu organillo viejo…

A LULÚ

De seguro que cuando llegue la Noche Buena
te miro en la plazuela del barrio pastoril,
danzando —¡oh, del villorrio futura Magdalena!—
al triste y soñoliento ritmo pastoril.

Te veré con el cura de la panza rellena,
cebado entre la carne feligrés mujeril,
tomando chocolate, comiendo berenjena,
pasteles y capones con ajo y perejil.

Y en la misa del Gallo, como un ser inocente,
masticarás tus rezos ante el mártir doliente
que viste taparrabo sobre un madero en cruz,

mientras que el managuillo, recorriendo la ermita
con un dedal de trapo puesto en una varita,
va pidiendo limosnas para el niño Jesús…

A MARINA

Como te vas a casar
bien lleves tú una madrina,
tan dulce cual Josefina
—bella, grácil y sin par—
que te pueda aconsejar.

Pues tu novio es militar
y está por ti hecho un pelmazo:
Que te portes siempre bien
para que nunca te den
lo que llaman un planazo…

A MI CASA

¡Pobre casa de mis antepasados!
Si pudiera comprarte, si pudiera
restaurar tus balcones y tejados,
y por el caracol de tu escalera

subir a tus salones empolvados,
para en tu soledad, casona austera,
revivir episodios olvidados,
teniendo en tu zaguán loro y portera…

Pero tú, caserón en esqueleto,
refugio de vampiros y lagartos,
donde penetra el sol hecho una brasa,

¡qué sabes de las cuitas de un biznieto,
de un biznieto aburrido y sin dos cuartos,
que no puede comprarte, pobre casa!…

A MI CIUDAD NATIVA

«Ciudad triste, ayer reina de la mar»
J. M. de Heredia.

Noble rincón de mis abuelos: nada
como evocar, cruzando callejuelas,
los tiempos de la cruz y de la espada,
del ahumado candil y las pajuelas…

Pues ya pasó, ciudad amurallada,
tu edad de folletín… Las carabelas
se fueron para siempre de tu rada…
Ya no viene el aceite en botijuelas!

Fuiste heroica en los años coloniales,
cuando tus hijos, águilas caudales,
no eran una caterva de vencejos.

Mas hoy, plena de rancio desaliño,
bien puedes inspirar ese cariño
que uno le tiene a sus zapatos viejos…

HONGOS DE LA RIBA

El barbero del pueblo, que usa gorra de paja,
zapatillas de baile, chalecos de piqué,
es un apasionado jugador de baraja,
que oye misa de hinojos y habla bien de Voltaire.

Lector infatigable de «El Liberal». Trabaja
alegre como un vaso de vino moscatel,
zurciendo, mientras limpia la cortante navaja,
chismes, todos los chismes de la mística grey.

Con el señor Alcalde, con el veterinario,
unas buenas personas que rezan el rosario
y hablan de los milagros de San Pedro Claver,

departe en la cantina, discute en la gallera,
sacando de la vida recortes de tijera,
alegre como un vaso de vino moscatel.

A ROSALBINA

¡Ay, Señor, y que frágiles nacimos!

Bien sabéis, adorable Rosalbina,
que ante vuestro mirar de ojos de gato,
me sentí como calle sin esquina,
bizco y sordo y maltrecho y turulato!

…¿Por qué sois para mi luciferina?…
¡Si ha mucho tiempo estoy que disparato
bajo el piramidon y la morfina
y del bromuro y del bicarbonato!

Tanta hiel guarda el fondo de copa,
que hasta en un corredor del «Club la Tapa»,
vuestro marido viéndome patojo

y con ganas de hacer un disparate,
me preguntó solicito: —¿Que hay vate?
Y yo le dije irónico: —Un mal de ajo.

A SATÁN

«Acude, rey infernal»
Fausto

Satán, te pido un alma sencilla y complacida
como la tuya. Un alma feliz en su dolor.
Tu gozas —Y yo envidio tu alegre carcajada—
si un tigre, por ejemplo, se come a un ruiseñor.

Mi vida, esta mi vida te ofrece una trastiada!…
—Mi vida, flor inútil sin tallo y sin olor,
se dobla mustiamente ya casi deshojadas…
Y el tedio es un gusano peludo en esa flor.

¡Pensar diez disparates y hacer mil disparates!…
Pues tu, Satán, no ignoras que yo perdí el camino,
y es triste —aquí en la tierra del coco y del café—

vivir como las cosas en los escaparates,
para de un aneurisma morir cual mi vecino…
¡Murió sentado es eso que llaman W.C.!

SE MURIÓ CASIMIRO

“A muertos de mogollón
da de balde la parroquia”.

Quevedo

Se murió Casimiro el campanero
de la iglesia rural. Y esta mañana
lo llevaron al último agujero
con tres o cuatro dobles de campana…

Se lo llevaron bajo un aguacero
definitivamente. —Y quedó Juana,
su sobrina, sin sol y sin alero,
¡y tan hermosa como casquivana!

…¡Y quién podrá decir que Casimiro
no apuró sorbo a sorbo, en un suspiro
y otro suspiro, un cáliz de amargura,

conociendo la lengua viperina
de las devotas! ¡Conociendo al cura!
¡Y conociendo tanto a su sobrina!

A UN BODEGÓN

¡Oh, viejo bodegón, en horas gratas
de juventud, qué blanco era tu hollín,
y qué alegre, en nocturnas zaragatas,
tu anémico quinqué de kerosín!…

Me parece que aún miro entre tus latas
y tus frascos cubiertos de aserrín,
saltar los gatos y correr las ratas
cuando yo no iba a clase de latín…

¡Pero todo pasó!… Se han olvidado
tus estudiantes, bodegón ahumado,
de aquellas jaranitas de acordeón…

¡No vale hoy nada nuestra vida! ¡Nada!
¡Sin juventud la cosa está fregada,
más que fregada, viejo bodegón!…

A UN CONDISCÍPULO

“El hombre es digno
de sus propias obras”.

Baronesa de Wilson

¡Qué situación la tuya!… ¡Qué situación la mía!
Los dos fuimos alumnos de griego y de latín
y desde aquellos años de olímpica alegría,
tú no pasaste nunca de ser un adoquín.

Mas hoy, por un prodigio quizás de hechicería,
ya eres académico, tu casa es un jardín,
y sabiamente preñas de duros tu alcancía,
mientras que tu cofrade no guarda ni un chelín…

Después surgió el político. Yo apenas soy un cero.
Viajas en automóvil. Y yo por mi sendero
cabalgo en rocinante sin humos de chofer.

Y yo, cuando te encuentro, con qué efusión te acojo
—siempre andas por la calle más serio que un cerrojo—
con una de las cáusticas sonrisas del Voltaire…

A UN PERRO

Todo es igual y lo mismo.
Fenelón

¡Ah, perro miserable,
que aún vives del cajón de la bazofia,
—como cualquier político— temiendo
las sorpresas del palo de la escoba!

¡Y provocando siempre
que hurtas en el cajón pleno de sobras
—como cualquier político— la triste
protesta estomacal de ávidas moscas!

Para después ladrarle
por las noches, bien harto de carroña,
—como cualquier político— a la luna,
creyendo que es algún queso de bola…

¡Ah, perro miserable,
que humilde ocultas con temor la cola,
—como cualquier político del día—
¡y no te da un ataque de hidrofobia!