Poetas

Poesía de Perú

Poemas de Martín Adán

Martín Adán fue un poeta y escritor peruano que nació en Lima en 1908 y murió en la misma ciudad en 1985. Su verdadero nombre era Rafael de la Fuente Benavides, pero adoptó el seudónimo de Martín Adán para firmar sus obras literarias, que se caracterizan por su vanguardismo, su hermetismo y su profundidad.

Desde niño mostró su talento para las letras y estudió en el Colegio Alemán de Lima, donde tuvo como profesores a destacados intelectuales como Emilio Huidobro y Alberto Ureta. Con solo 16 años empezó a escribir su primera obra, La casa de cartón, que se publicaría en 1928 y que causaría gran impacto por su innovación formal y temática.

Martín Adán colaboró con diversas revistas culturales, como Amauta y Mercurio Peruano, y formó parte del grupo literario liderado por José Carlos Mariátegui. También ingresó a la Universidad de San Marcos, donde se doctoró en Letras con una tesis sobre lo barroco en el Perú.

Su obra poética abarca varios libros, entre los que destacan La rosa de la espinela, Travesía de extramares, Escrito a ciegas, La mano desasida, La piedra absoluta y Diario de poeta. En sus poemas se aprecia una búsqueda constante de la belleza, el misterio y la trascendencia, así como una gran riqueza verbal y simbólica.

Martín Adán fue reconocido con varios premios nacionales de poesía y literatura, y fue elegido miembro de la Academia Peruana de la Lengua. Sin embargo, su vida estuvo marcada por el alcoholismo, la soledad y la enfermedad mental, que lo llevaron a pasar largas temporadas en sanatorios y hospitales. Murió a los 76 años, dejando una obra que lo sitúa entre los grandes poetas hispanoamericanos del siglo XX.

Parábola

Todo es como una abeja
sobre el florecer
de la eternidad, que comienza
y acaba en cada aparecer.

Todo es como una abeja
sobre el liquen o sobre el laurel:
aquí acude al néctar:
allí huye de él.

¡Alabemos a toda esencia
en Dios, florido y cruel!
¡Labre la muerte su cera!
¡Labre la vida su miel!

Poesía, mano vacía

Poesía, mano vacía…
Poesía, mano empuñada
Por furor para con su nada
Ante atroz tesoro del día…

Poesía, la casa umbría
La defuera de mi pisada…
Poesía la aún no hallada
Casa que asaz busco en la mía…

Poesía se está defuera:
Poesía es una quimera…
¡A la vez a la voz y al dios!…
Poesía, no dice nada:

Poesía se está, callada,
escuchando su propia voz.

Oquendo de Amat

Vivía sin corazón;
vivía de su respiro;
tenía, como el gorrión,
el corazón de suspiro.

Cuando bebía su té,
nunca comió su tostada;
era de ayuno y de fe
como una enamorada.

Murió como doce veces;
pedía dinero, bajo;
y brincaba de altiveces
por el mundo y el carajo.

Le nombraban al reír:
todos lo sabían loco:
él juglaba hasta morir,
y uno le pagaba poco.

¡Cómo se volvió prudente
con la sensatez lobuna!
Era tan inteligente
y manso como la luna.

Hizo verso que lloraba
como Dios ha de llorar,
ternura que declinaba
muy antes de comenzar,
como el sol que sí acaba,
que no acaba, en el mar.

Navidad

Tus ojos
unen las manos
como las madonas
de Leonardo.

Los bosques de ocaso,
las frondas moradas
de un Renacimiento sombrío…

El rebaño del mar
bala a la gruta
del cielo, llena de ángeles.

Dios se encarna
en un niño que busca los juguetes
de tus manos.

Tus labios
dan el calor que niegan
la vaca y el asno.

Y en la penumbra,
tu cabellera mulle sus pajas
para Dios Niño.

La mano desasida – Canto a Machu Picchu

¿Qué palabra simple y precisa inventaré
Para hablarte, Mi Piedra?
Que yo no me seré mi todo yo,
La raíz profunda de mi ser y quimera
¡Tú crees estar arriba, honda en tu cielo,
Y me estás tan enquistada en mi vida muerta!…
¡Ay, Machu Picchu, pobre rostro mío,
Mi alma de piedra,
Exacta y rompidísima,
Innumerable e idéntica,
Vuelo del alma mineral,
Esencia de conciencia de relabrada fuerza!…
¡Ay, Machu Picchu, hueso mío de presencia
Cuándo estarás de mí defuera!…

Aguijón

Ella no sigue por él,
Sino a sí misma, virtual…
A la agonía infernal,
En la rosa de papel.
Y mana, amarga, la miel
El duro dardo de ardor;
Cursa entrañable labor,
Por restreñar el herir,
Y jamás para a morir
La abeja del sinsabor.

Antro

¿Cómo, Cosa, así… vacía,
A cima de espina y pena,
Como ninguna… serena:
Deshumana todavía?
¿Dónde el dios y su agonía…
Dónde la tumba y la esposa!…
Dónde la lengua gloriosa!…
Dónde el azar que a ti se eche!…
Dónde la sangre y la leche!…
Dónde, Capullo de Rosa?…

Sol

El sol brincó en el árbol.
Después todo fue pájaros.

Lejos, aquí, llovía
el cielo de tus manos,
un cielo pequeñito,
profundo, solitario.
Hora todo es distancia,
ceguedad, aletazo.

El sol tiene en el árbol
inquietudes de pájaro.