Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de Mario Rivero

Mario Rivero, cuyo verdadero nombre era Mario Cataño Restrepo, nació bajo el cielo de Envigado en 1935 y partió de este mundo dejando tras de sí una estela poética inolvidable el 13 de abril de 2009 en Bogotá. Bajo el seudónimo de Mario Rivero, este poeta, periodista y crítico de arte colombiano emergió como un auténtico «cantor de tangos en su juventud«, quien trascendió las melodías porteñas para dar voz a las callejuelas y susurros urbanos de su propia tierra.

El epíteto «poeta de lo urbano» le fue conferido con razón, pues en cada verso de Mario Rivero se halla la esencia palpable de la ciudad, sus calles vibrantes y susurros, sus sombras de desesperanza y la melancolía que acaricia los suburbios. Su pluma, exenta de lirismos superfluos, se erigió como el crisol de un lenguaje popular, directo y conversacional, tejiendo historias que se entretejen con la realidad cotidiana.

La travesía literaria de Rivero se cristalizó en la fundación de la revista Golpe de Dados en 1972, donde junto a almas afines como Aurelio Arturo y Fernando Charry Lara, ejerció un papel crucial en la difusión, crítica y concienciación poética hasta su último suspiro en 2009.

Sus obras, como las páginas de un diario urbano, revelan el devenir de su inquebrantable esencia lírica. «Poemas Urbanos» (1963) marcó el inicio de su odisea poética, seguido por «Baladas sobre ciertas cosas que no se deben nombrar» (1972) y «Del amor y su huella» (1992), entre otras, que son testamentos de su habilidad para plasmar la complejidad de la existencia urbana.

Rivero, conquistador de premios nacionales, obtuvo el prestigioso Premio Eduardo Cote Lamus en 1972 y el José Asunción Silva en 2001, encumbrando su lugar en el panteón de la poesía colombiana. Reconocido por su contribución, recibió homenajes y condecoraciones de instituciones literarias tanto nacionales como internacionales, manteniendo un lazo indeleble con la Casa de Poesía Silva de Bogotá.

La crítica, atenta a las mareas literarias, señala a Mario Rivero como una de las voces definitivas de la poesía colombiana de finales del siglo XX. Su legado, como la luna sobre Nueva York, ilumina el camino de generaciones futuras, recordándonos que en las palabras de este poeta, reside la magia eterna de las calles y sus susurros, un eco perpetuo de la vida urbana.

Palabra

Ven palabra desnúdate
serás la amada de un hombre al que no le importa
si pareces fea o eres pobre.

Porque vosotras palabras
os parecéis como un desfile de mujeres hermosas
toscas o refinadas
podéis dar más unas que otras.
Pero tengo la debilidad de detestaros bien vestidas
la sola vista de vuestras lentejuelas de feria
me cansa de antemano
el corazón.

Sé que en cambio desnudas
pasáis con el secreto que nadie ha gustado
o que pocos comparten.
como alguna muchachita gris desmedrada
y sumamente silenciosa
con los zapatos llenos de barro
a la que una sola mirada a ella misma
la hace resplandecer
como envuelta en polvo de estrellas
y de mariposas apretadas…

A veces Henry

A veces Henry tuvo algún dinero
e invitó a sus-camaradas,
de un sexo o de dos, inteligentes
o encantadores, o ambas cosas a la vez,
los que dijeron, quizás sí,
pero como hizo él, vinieron y se fueron,
y no llegaron a ser mucho.

Del mismo modo otras veces Henry,
se irguió con coraje pagano, en arrebatada pareja,
con el huraño amigo que lo acompaña,
frente a las -según el mismo Henry, pacatas,
gentes de otra generación-
Que llenan las formas y se callan de sus asuntos.

A los que proclaman con un gesto augusto,
en el éxtasis austero del justo,
que «estamos viviendo unos tiempos infames».

Balance

Es terrible no encontrar a dónde ir…

De las casas unas están destruidas,
sin lecho, a oscuras y con telas de araña,
con lepras en los muros y con espectros tristes,
otras se alzan tan falsas como un decorado.

Del palacio o la casa encantada,
la tapicería vemos gastada, anticuada.
No hay belleza en aquel lugar, no hay misterio,
y continuamos nuestro aislado camino,
en el jardín gotea el surtidor del cansancio.

Hay posadas que ya no se abren más por nosotros,
con las que hemos perdido el contacto,
cuando exentos de excusa, buscamos,
titubeantes como un extranjero,
o aun como mendigos, lejanos, extraños…

Es terrible no saber a dónde ir,
al final del día muerto
a la hora en que a veces se bebe, o se mata.

Encontrar que no hay sendero,
no hay camino, no hay puerta, donde llamar,
en la fatua sonrisa del triunfo,
o en el pobre final, consumida ¡la Casa del Alma!

Cosas que pasan

Este hombre y esa mujer se conocieron cierto día
Sin duda el hombre sonrió a la mujer
sin duda le trajo flores
sin duda llegó a conocer su olor entre mil
y hasta a olfatear su ropa interior
su brassiére sus pantalones
tirados sobre la cama

Años después ella pasa con un gordo contoneo
envuelta en pieles emplumadas
Su perfume es el mismo barato y dulce
lo mismo ondula su grupa de sanguijuela encantadora
tiene en cambio los ojos turbios
como dos cuentas desteñidas de porcelana

El parece un hombre serio y sobrio
con su cuentica en el Banco y su “curriculum vitae”
no hay duda de que ha sabido ubicarse en el proceso
la mira la examina de una manera abstracta
como si examinara
una cosa vieja oxidada
a la brillante luz del sol
Parpadeando estúpidamente desde un lapso de olvido
y sombra y grasa…

Tiresias ciego adivino de mamas arrugadas
Todos somos él
-o algo parecido al menos-.

El amor

El amor es algo que viene y calienta
una vez. Y un instante no más,
-si es que viene-
Y después de esta costumbre de calor,
otra vez, ¡ay! nos deja muriendo solos.

¡En estos silencios! Este dejarse llevar
más allá de las barras de los bares,
y más allá del bien y del mal.

El amor es algo punzante. Y en verdad
con olor
que desaparece y nos dice. «Yo estuve aquí»
-reseda- en la rara y tenue sensación
de aromar,

en la habitación ya vacía…

Endecha

Estábamos perdidos
cuando nos encontramos
en aquel retraso de aeropuerto.

Yo estaba lleno de noche y de frío,
aunque había pasado tres días
en el «San Francisco»,
con una muchacha de nalgas redondas.

Tu creíste que yo era un camionero.
Admiraste la vulgaridad de mi estilo
y me amaste por ello.
-No lo era.-

Yo creí que tú eras una princesa,
que arrastraba hasta mí su aburrimiento.
-Y es verdad.-

Como es verdad que seguimos estando perdidos.
Yo, por no poder soportar la realeza,
tú, por no saber nunca lo que estás haciendo.

La luna y Nueva York

Nos encontrábamos todos los días
en el mismo sitio
compartíamos versos, cigarrillos
y a veces una novela de aventuras.
Lanzábamos piedrecillas
desde el puente donde almorzaban
los obreros de la fábrica de vidrio.
Le decía que la tierra es redonda
mi tía bruja y la luna un pedazo de cobre.
Que un día iría a Nueva York
la ciudad abundante en cosas estrambóticas
donde los gatos vagabundos
duermen bajo los automóviles
donde hay un millón de mendigos
un millón de luces
un millón de diamantes . . .
Nueva York donde las hormigas
demoran siglos trepando al Empire State
y los negros se pasean por Harlem
vestidos con colores chillones
que destilan betún en el verano.
Iría por los restaurantes
hasta encontrar un cartelito:
“Se necesita muchacho para lavar los platos.
No se requiere título universitario”.
A veces comería un sandwich
recogería manzanas en California
pensaría en ella cuando montara en el elevado
y le compraría un traje parecido al neón . . .
me iba a besar
cuando sonó el pito de la fábrica.

Un habitante

Este hombre no tiene nada qué hacer
sabe decir pocas palabras
lleva en sus ojos colinas
y siestas en la hierba.
Va hacia algún lugar
con un paquete bajo el brazo
en busca de alguien que le diga
«Entre Usted»
después de haber bebido el polvo
y el pito largo de los trenes
después de haber mirado en los periódicos
la lista de empleos.
No desea más que dónde descansar
uno por uno sus poros.
Hay tanta soledad a bordo de un hombre
cuando palpa sus bolsillos
o cuenta los pollos asados en los escaparates
o en la calle los caballitos
que fabrica la lluvia feliz.
Y dentro, en la tibieza
las bocas sonríen a la medianoche
algunos se besan y atesoran deseos
otros mastican chicles
y juegan con sus llaves
crecen los bosques de ídolos
y el cazador cobra su mejor pieza.

Madame

Siéntese frente al fuego
y hable madame
leyendo hacia adentro
en la pizarra donde la vida escribe.

Tal vez a mi pueda contarme
que alguien un día
llevó su mano -como un clavel
por una calle solitaria-.

Ceniza azul

Del amor
sólo queda
un poco
de ceniza azul.

Volverías a
sentarte
junto al fuego
apagado
ahora que lo
sabes?