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Poesía de Chile

Poemas de Ignacio Verdugo Cavada

Ignacio Verdugo Cavada fue un destacado abogado y poeta chileno, nacido en Concepción el 12 de octubre de 1887 y fallecido en Santiago el 11 de agosto de 1970. Su vida y su obra reflejan su amor por su país, su cultura y su naturaleza.

Verdugo Cavada realizó sus estudios de Derecho en la Universidad de Chile, donde se graduó en 1910. Ejerció su profesión y ocupó un cargo público hasta 1917, cuando decidió retirarse a Mulchén por motivos de salud y dedicarse a la agricultura hasta los años 1940. Allí entró en contacto con la realidad rural y la herencia araucana, que inspiraron gran parte de su producción poética.

Su obra fue difundida en diversas revistas y periódicos, pero solo publicó un libro en vida: El alma de Chile (1961), que recoge algunos de sus mejores poemas. Entre ellos destaca «El copihue rojo», escrito a temprana edad y con gran repercusión en la época, que se convirtió en un símbolo de la identidad nacional. En este poema, el autor personifica a la flor nacional como una chispa de fuego que nace de la sangre araucana derramada en la lucha contra la opresión.

Verdugo Cavada fue reconocido por su talento y su compromiso con los valores patrios. La biblioteca pública de Mulchén lleva su nombre en su honor. Su obra es un testimonio de la belleza y la diversidad de Chile, así como de su historia y su espíritu.

EL COPIHUE ROJO

Soy una chispa de fuego
que del bosque en los abrojos
abro mis pétalos rojos
en el nocturno sosiego.

Soy la flor que me despliego
junto a las rucas indianas;
las que, al surgir las mañanas,
en mis noches soñolientas
guardo en mis hojas sangrientas
las lágrimas araucanas.

Nací una tarde serena
de un rayo de sol ardiente
que amó la sombra doliente
de la montaña chilena.

Yo ensangrenté la cadena
que el indio despedazó,
la que de llanto cubrió
la nieve cordillerana;

yo soy la sangre araucana
que de dolor floreció.

Hoy el fuego y la ambición
arrasan rucas y ranchos;
cuelga la flor de sus ganchos
como flor de maldición.

Y voy con honda aflicción
a sepultar mi pesar
en la selva secular,
donde mis pumas rugieran,
donde mis indios me esperan
para ayudarme a llorar!…

EL COPIHUE ROSADO

En el doliente concierto
De la agonía araucana
Yo soy como una campana
Que se halla tocando a muerte.
Bajo el boscaje desierto
Ve el indio en mi arrebol
Y , cuando enfermo de alcohol
Se echa a dormir en las quilas,
Yo le dejo en las pupilas
Una mentira de sol.

Por mis pétalos risueños,
Donde una aurora agoniza,
Corre la sangre enfermiza
De los mapuches pequeños.
Todo el dolor de sus sueños
Lo llevo yo en mi interior:
Por eso duda mi flor
Cuando en el bosque revienta,
Si soy lágrima sangrienta
O soy sangre sin color.

Brotada al pie del osario
De una raza ya sin vida,
Soy una aurora nacida
Para servir de sudario¡
Todo el bosque es un Calvario,
Parecen tumbas las cunas
Y, alumbrados por las lunas,
Como almas de indios errantes,
Lloran los cisnes distantes
Al borde de las lagunas.

Por eso mis flores muertas,
Al rodar por los senderos,
Tienen algo de luceros
Y algo de heridas abiertas;
Mas en las selvas desiertas
Valor yo al indio le doy,
Pues recordándole estoy
Con mi color tan extraño
Que aun corre sangre de antaño
Bajo las lágrimas de hoy!…

COPIHUE BLANCO

Yo llevo en mi alma entraña
de un cisne de la laguna,
yo soy un rayo de luna
que se extravió en la montaña….

La palidez que me baña
es palidez de dolor,
y si en mi diáfano albor
hay algo triste y doliente,
¡ es por que soy solamente
una lágrima hecha flor…..

En mis flores cristalinas,
en las mañanas nubladas,
se esconden almendrentadas
las almas de las neblinas;
y, al pie de aquellas colinas
donde rodó el español
Ante el último arrebol
que tiñe de rojo el cielo,
soy como un blanco pañuelo
que se despide del sol !

Yo floresco entre la brumas
donde, ignorados y juntos,
lloran los indios difuntos
y se lamentan los pumas…
Yo brillo coma haz de espumas
sobre el oscuro chamal,
y en la noche sin igual
de las indígenas trenzas
quedan mis flores suspensas
como estrellas de cristal.

Olvidadas y escondidas,
al borde de las barrancas
se agrupan mis flores blancas
como palomas dormidas…
Rayos de estrellas perdidas
dan transparencia a mi albor,
y si en mi triste color
el rojo ya no resalta,

no es que la sangre me falta:
es que me sobra el dolor…

para la muy ilustre municipalidad de mulchem

como un collar en torno de tu cuello
se abrazan tus dos ríos cristalinos.
la cruz del sur es el divino sello
con que dios ha firmado tus destinos.
yo te quiero, mulchén, porque eres bello,
porque llevo en mis ojos tus c aminos
y porque tu recuerdo es un destello
que me embriaga de aromas y de trinos.
yo amo tu lluvia y amo tu rocío,
yo amo tu cielo azul en primavera
y tus atardeceres en estío.

yo te amo por el noble señorío
con que supiste honrar mi vida entera…
¡te amo porque soy tuyo y eres mío!

el organillero

y al volver al conventillo
donde jamás entra el sol
bajo la luz de un farol
llora, llora el organillo.
una manta, ya sin brillo,

lo cubre con tierno afán,
y parece el ademán
de cada harapo que cuelga,
o una bandera de huelga
o un brazo que pide pan…

la lavandera

van tristes, agobiadas con sus atados blancos,
perdiendo las pupilas en una ensoñación…
y, en filas o dispersas del río por los flancos,
tienen algo de cisnes en peregrinación…

cuando el jabón albea sobre sus brazos francos,
parecen un par de alas que están en vibración;
y aunque la siesta llene de fuego los barrancos,
las lavanderas lavan cantando su canción.

y mientras cantan… cantan, las pobres lavanderas,
como un tropel de garzas dormido en las riberas
las ropas jabonadas se secan bajo el sol;

hasta que ya rendidos los brazos que eran alas,
sienten bajar a su alma con fulgurantes galas
la corona de espinas del último arrebol.